—Genial.
—Me voy corriendo —comenta, cogiendo una cazadora negra y las llaves del coche—. Te quedas al cuidado de esto. No metas la pata. Y si hay algún problema, llámame.
—Vale.
—¡Diez mil euros nos esperan!
Los dos sonríen al mismo tiempo y se dan un apretón de manos mientras Miriam apenas oye lo que dicen: «Joyas, dinero…». Ella está en otro mundo. En otra realidad. Pero es consciente de que su novio la ha obligado a besar a otro tío. Eso lo tiene muy claro. Nunca imaginó algo así. Sabía que Fabián era un chico difícil, pero aquello es demasiado. Y aunque le quiere y está enamorada de él, acaba de comprender que no puede permanecer en aquella nave ni un solo día más.
Esa tarde de diciembre, en un lugar de la ciudad
Coge el paraguas por si acaso. Esta vez sí. Tal vez luego tenga que acompañar a Pandora a casa y es mejor estar prevenido por si llueve.
Álex ha decidido, por fin, salir de casa donde llevaba metido todo el domingo intentando escribir. Sin éxito. No ha habido forma de que las palabras fluyan por su mente y se trasladen hasta sus dedos. Apenas ha conseguido un par de párrafos o tres. Y no de demasiada calidad. Quizá en el Manhattan las cosas funcionen mejor, aunque lo duda. Cuando uno no está, no está. Y escribir es algo muy dependiente del momento en el que vives. No es solo encontrar la inspiración, sino saber utilizarla. Ahora, de todas formas, él ni siquiera está inspirado.
La conversación con Panda lo animó, pero no lo suficiente. Sus ideas siguen influenciadas por el recuerdo de Paula. ¡Cuánto daño le ha hecho romper con ella!
¿Y si la llama? Ha estado tentado varias veces, pero no puede hacerlo. Sería añadir más dolor. Para los dos. Debe dejar que pase el tiempo…
No ha comido, aunque tampoco tiene hambre. Y con aquel frío, lo único que le apetece es un buen café caliente. De eso sí disponen en su bibliocafé.
Ya casi está en el Manhattan cuando la ve salir. Va vestida casi de negro por completo y lleva el pelo suelto. La dirección que toma es la contraria por la que él viene, por eso no le ve.
—¡Panda! —exclama y corre hacia allí—. ¡Espera!
La chica se gira y se le iluminan los ojos cuando descubre que quien la llama es su jefe. Su escritor preferido. ¡Alejandro! Ya no tenía esperanzas de verlo hoy. Su sonrisa evidencia la emoción que siente al encontrarse con él.
El joven llega hasta ella, jadeante, y le da dos besos. Un nuevo tesoro para la colección. Este, si cabe, más especial por la sorpresa.
—Ya me iba a casa —dice tímida Pandora, que se sigue poniendo nerviosa algunas veces cuando habla con él.
—Te acompaño.
—No hace falta.
—No te preocupes. Si estoy en plena crisis imaginativa… Dar un paseo contigo me vendrá bien.
Pandora sonríe y los dos empiezan a caminar de nuevo. A pesar de la mañana tan mala que ha pasado, ahora se vuelve a sentir muy feliz. No importa que esa odiosa mujer la llamara gorda a sus espaldas o que, hasta ese momento, Alejandro no hubiera aparecido. Están juntos, andando por la calle, hacia el mismo lugar. ¿Qué más puede pedir? Mucho. Mucho más. Pero para ser honesta y sincera consigo misma, aquello es a lo máximo que puede aspirar.
—Así que no estás inspirado.
—No.
—Es un problema.
—Y de los grandes. Llevo unos días en que me cuesta.
—Ya lo he notado.
El escritor la observa sorprendido. Ella se avergüenza y mira hacia abajo.
Siguen caminando hasta que en la esquina de la calle se encuentran con un hombre mayor que toca el saxofón. Es un viejo conocido para Álex, que lo saluda amablemente. Está interpretando la banda sonora de la película
El lado oscuro del corazón
. La conoce bien porque él la ha tocado muchas veces.
—Buenas tardes. Hoy ha cambiado usted de esquina.
El hombre lo mira, sonríe y hace un gesto con la cabeza para saludarle, pero no habla. Nunca habla. Álex saca una moneda de dos euros y la echa en la cajita de metal que utiliza para los donativos. Desde que lo vio la primera vez, hace casi una semana, siempre le echa algo de dinero. Pandora observa a su amigo. Aquel gesto con ese señor es uno más de todo lo bueno que le ha visto hacer a Alejandro desde que lo conoce. Su humanidad y sencillez, sin creerse nada de lo que es o de lo que tiene, le hacen ser una persona especial. La más especial de cuantas conoce. Por eso es inevitable sentir otra cosa que no sea amor por él. Un amor muy fuerte, que le llena y que le duele, que la libera y que la aprisiona. Es un amor infinito. Pero, a la vez, un amor imposible.
Los dos continúan su camino. En paralelo: no muy lejos, pero tampoco lo suficientemente cerca como la chica querría. Ir de su mano debe ser algo maravilloso. Pero eso está reservado solo para una persona, la que él decida que comparta su corazón. Su novia.
—Ese hombre toca fenomenal —comenta la joven, tratando de no reflejar su frustración.
—Sí, es un músico excelente. Me lo encuentro a diario por esta zona. Tiene muchísimo talento.
—¿Y por qué no tiene trabajo en algún local o en alguna orquesta?
—No lo sé. Tal vez no quiera y prefiera vivir así, libre, sin compromisos.
Lo entiende. Aunque ella sería incapaz de algo así.
—Tiene que ser muy duro no tener a nadie.
—No sabemos si eso es así.
—No parece que tenga familia. Si la tuviera, no le dejaría tocar en medio de la calle con este frío.
—A lo mejor la tiene, pero han decidido alejarse de él. O él de ellos. Las relaciones familiares en algunos casos son muy complicadas. Por ejemplo en mi caso.
Nunca ha hablado con él de ese tema. Pero ahora que lo dice, le interesa.
—¿Tú estás enfadado con tu familia?
—Mis padres ya no viven. Y con mi madrastra no hay… química.
—Ah. Vaya…
—Además tengo una hermanastra de mi edad con la que las cosas no van bien.
—¿Estáis peleados?
—Digamos que… ella quiso algo que yo no estaba dispuesto a darle.
El chico la mira y sonríe. ¿Lo habrá entendido? Hace bastante tiempo que no sabe nada de Irene, pero tampoco la echa de menos. Está seguro de que esa chica nunca cambiará su forma de ser, así que prefiere tenerla cuanto más lejos mejor.
—¿Hablas de algo relacionado con una herencia? —pregunta la joven, inocente.
—Hablo de algo relacionado con… el sexo.
Y suelta una carcajada. Pandora se pone rojísima y vuelve a bajar la cabeza. ¡Sexo! Se pregunta si ella alguna vez lo tendrá con alguien. De momento, ni ha dado un beso. Y será difícil que algún chico quiera dárselo. Menudo trauma. Es joven, todavía no tiene dieciocho años. Pero muchas chicas de su edad son ya expertas en esos temas, o al menos saben qué hay que hacer y qué no. Ella no tiene ni la más remota idea de sexo. Solo por lo que ha visto en escenas de
animes
un poco subiditas de tono como
B Gatta H Kei
.
Tiene que intentar hablar de otra cosa. Ese no es el mejor de los temas para dialogar con Alejandro. Quedará como una niña pequeña si profundizan en ello. ¡Qué mal!
—¿Y por qué estás tan raro esta semana? —pregunta de improviso, sin pararse a pensar demasiado, solo por cambiar de tema.
El joven la mira dudoso de revelar la causa de sus problemas. Sin embargo…
—Lo he dejado con mi novia —confiesa en voz baja.
¡Bombazo! Ha obtenido una información que no pretendía conseguir. ¡Si lo ha preguntado por preguntar! Imaginaba que contestaría que no es nada o que se debe al cansancio acumulado de tantos días escribiendo sin parar. O cualquier otra excusa. En cambio, se ha sincerado con ella.
—Lo siento.
—No te preocupes.
—¿Es definitivo? —insiste, procurando ser cuidadosa con sus palabras. No quiere molestarlo, pero le mata la curiosidad.
—Eso parece. Creo que no hay solución.
Pandora se pone nerviosa. Entonces está libre. Soltero. Disponible. Eso abre un abanico nuevo de posibilidades. Pero no para ella… Hay millones de chicas mejores y que harían muy buena pareja con Alejandro. Esto la deprime un poco. Pero enseguida lo mira y se da cuenta de que quien está caminando a su lado es ella: la gordita a la que nadie hacía caso.
—Seguro que pronto encontrarás a alguien que te quiera mucho.
—No lo sé.
Ella sí lo sabe. «¡Ey, escritor! Mira a tu derecha. Soy yo, estoy hablando de mí. Yo te daré todo mi corazón, mi alma y, si me enseñas a utilizarlo, también mi cuerpo».
—Tienes que animarte.
—Lo intento. Pero Paula es… Sigo enamorado de ella.
—Paula…
Susurra su nombre. Esa que le ha dejado escapar no debería vivir. ¡No lo merece! ¿Cómo es capaz de no saber que es…, que ha sido la novia más afortunada del planeta? Es que… ¡le da una rabia…!
—Hemos llegado.
—¿Qué?
—Tu casa. ¿Es esta, no?
La joven mira la fachada que el escritor le señala. ¡No se ha enterado de que habían llegado! Estaba tan metida en su propio mundo y en la conversación con Alejandro que no se dio cuenta.
—Sí.
—Bueno, pues mañana nos vemos en el Manhattan.
—Muy bien.
Le cuesta despedirse. Muchísimo. ¿Por qué no se queda un rato en su portal? Charlando, hablando de cosas intrascendentes. O, si no, trascendentes. Pero que se quede un poco más. Sin embargo, el chico se aleja por la calle, despidiéndose con la mano. Luego se gira y regresa por el mismo camino por el que ha venido. Ni siquiera le ha dado dos besos. Esa tarde no hay trofeo.
Se entristece rápidamente. Hasta mañana…
¿Alguna vez le confesará sus sentimientos?
Tal vez, ahora sea la única oportunidad que tenga. Ha cortado con su novia y pronto encontrará a otra. Un chico como él es imposible que esté solo. ¿Tendría ella alguna posibilidad? Por físico, está claro que no. Pero ¿y si Alejandro es de esos que no se fija en el cuerpo de una chica sino en todo lo demás? Es una persona buena. Lo acaba de comprobar con el saxofonista. ¿Sería capaz de aceptarla como pareja simplemente porque le gusta como es?
¡No quiere engañarse a sí misma! ¡Es imposible! Aunque aquel niño le dijera que creía que eran novios, aunque el camarero se lo planteara… Aunque él sea el hombre de sus sueños y ella, una loca enamorada: es imposible.
Sin embargo, el no ya lo tiene. Y su amistad…, también. No pierde nada por comprobar si entre ellos podría haber algo más que eso.
¿Empieza a llover?
Alejandro abre el paraguas y resguarda debajo el maletín de su portátil. Acelera un poco el paso para llegar lo antes posible al Manhattan. Saluda al saxofonista con el que se vuelve a cruzar. El hombre no deja de tocar. Es
There will never be another you
. A pesar de la lluvia, se mueve animadamente mientras interpreta esta pieza.
Camina más deprisa, porque aquello empieza a convertirse en un chaparrón. La gente corre de un lado para otro en busca de un refugio. Él, afortunadamente, llega a su bibliocafé en poco tiempo, resoplando. Cierra el paraguas y lo sacude antes de cruzar la puerta.
Solo hay una pareja sentada en una mesa y alguien más que se percata rápidamente de su presencia. Un joven elegantemente vestido que sonríe cuando lo ve. Está en la barra, sentando en un taburete, tomando un café. Sus ojos azules son inconfundibles.
—Hola, señor escritor, ¿cómo está? —le saluda cortésmente. Y se estrechan la mano.
—Algo mojado —responde, también sonriente—. Me alegro de volver a verte, Ángel.
Ese domingo de diciembre, volviendo un poco atrás en el tiempo, en un lugar de Londres
—Hola, ¡cómo me alegro de volver a oírte!
—¿Qué tal estás, Paula?
Su voz suena como siempre: tranquila, segura, directa. Como cuando eran pareja, como cuando dejaron de serlo. Y ahora, cuando son amigos. Todo sigue igual. Ángel no ha cambiado nada en estos dos años.
—Pues agobiada con los exámenes.
—¿Ya estás con exámenes? ¿No los haces en febrero?
—No. En esta universidad es diferente. Tenemos tres evaluaciones y no dos. Así que la primera es ahora en diciembre, antes de las vacaciones de Navidad.
—Vaya. Mucha suerte entonces.
—Gracias. La voy a necesitar.
Una sonrisa. Es bonito que haya ese buen rollo entre ambos después de todo lo que sucedió el año pasado. Ángel no deja de ser una persona muy especial para ella.
—¿Volverás a España en vacaciones?
—Claro.
—Genial. A ver si nos vemos.
—Pues ya sabes…
Le gustaría mucho. Desde que viajó a Londres, no sabía nada de él. Un periodista tan importante como Ángel siempre está muy ocupado. Después de abandonar
La palabra
fichó junto a su novia Sandra por la competencia. Entre los dos se encargan de la sección de cultura y espectáculos del diario
La verdad
, en la que son los jefes. Ella se ocupa, especialmente, de los contenidos que tienen que ver con la literatura y el cine, y él de todo lo relacionado con la música.
—¿Cómo está tu novio? Hace bastante que no paso por el Manhattan.
Esa pregunta era irremediable y le toca bastante la fibra sensible, como el día que su madre también lo nombró por teléfono. Le hizo daño. A ella quiso ocultárselo para que no se preocupara. A Ángel es mejor contárselo.
—Ya no estamos juntos.
—¿Estás de broma?
—No. Lo dejamos el martes por la noche.
—Pero ¿cómo? ¿Qué es lo que ha pasado?
La chica le cuenta lo que sucedió y lo que siente. Lo que está sufriendo desde que se marchó a Inglaterra. No ha habido terceras personas ni una discusión fuerte ni siquiera un desfallecimiento de su amor. La distancia y el no poder estar con él durante tantos meses han sido los culpables que han terminado con su relación.
El periodista escucha atentamente hasta que su amiga termina de hablar. Está muy afectada. Es normal. Álex y Paula parecían hechos el uno para el otro. Y se querían. Se querían muchísimo.
—Te comprendo. La distancia es algo difícil de superar —comenta entristecido por la noticia—. Sin embargo, creo que te has rendido demasiado pronto.
—¿Crees que tres meses soportando esto es demasiado pronto?
—Sí. Tal vez deberías haber esperado a Navidades y hablarlo en persona con él para decidir entre los dos cuál era la mejor solución.