—¡Claro!
—Pero tú, no tienes… vergüenza —comenta la española, sonriendo.
—¡Lo que no tengo es compasión por ese tío!
No hay nada que hacer con ella. ¡Es peor que Diana! Por mucho que intente comprenderla, nunca lo conseguirá. Acostarse con un chico del que sabes que le gustas para utilizarlo, y no sentirte mal porque él te lo ha hecho pasar mal antes de otra manera… ¡Es lo último que le faltaba por oír! ¡Qué tía!
Ella, no hace mucho tiempo, tuvo un pasado en el que se liaba con chicos que apenas conocía. Pero nunca lo hizo para aprovecharse de nadie. Fue una época confusa de su vida y de la que está bastante arrepentida. No va a repetir aquellos errores ni ninguno parecido. Además, Álex está en su cabeza.
Entre opiniones contrapuestas y risas, llegan por fin a la residencia. Los tres entran en el edificio y saludan al conserje que está en recepción.
—Ahora nos toca limpiar la sala de informática —le advierte Luca a Paula—. Acuérdate. Si no, Brenda nos echará la bronca.
—¡Es verdad! Y después…, a estudiar. ¡Menudo plan para el
saturday night!
—Es la dura vida del estudiante —comenta la italiana—. Bueno, yo me subo a la habitación. ¿Vienes,
Paola
?
—Sí, espera… Ahora nos vemos, Luca.
Y, sin más, las dos se dirigen a la escalera que lleva hasta su pasillo. El chico las contempla hasta que desaparecen de su vista. Especialmente se fija en ella. Cada vez tiene más claro que le gusta, aunque, por lo que parece, seguirá teniéndolo muy difícil. Aquella cena en la que tenía que adelantar algo no ha servido para mucho. Aún así, deberá ser paciente y continuar con lo que se ha propuesto.
—¿Has visto cómo te miraba? —pregunta Valentina mientras suben.
—¿Quién? ¿Luca?
—Sí. Cuando nos hemos separado, no ha dejado de mirarte el culo ni un solo segundo.
—¡Qué dices…!
—Que sí, que sí…
—Y tú, ¿cómo lo sabes? ¡Si también estabas de espalda!
—Porque lo sé. Y punto.
Paula ríe por no llorar. Su amiga no es de este planeta. Sin embargo, aunque parezca una locura, ella también ha notado algo. ¿Será contagioso lo de la italiana?
—¿Tú vas a estudiar ahora?
—Sí, pero primero hablaré con Marco.
—¿Estará un sábado por la noche en casa?
—Más le vale.
—¿Más le vale? Tú ni comes ni dejas comer.
Valentina refunfuña al oír otra de las típicas frases españolas y abre la puerta de la habitación.
—Cenicienta, a limpiar.
—Capulla.
Se sacan la lengua y entran en el cuarto. Al tiempo que la italiana se quita el maquillaje, Paula se cambia de ropa.
—Yo creo que, cuando termines el castigo, lo echarás de menos —dice desde el cuarto de baño.
—Claro que no.
—Ya verás cómo sí. Ese tío te cae bien.
—No me cae bien. Nunca podríamos ser amigos. Pero pienso que lo que le ha pasado en su vida ha influido mucho en cómo es ahora.
En cuanto acaba la frase, sabe que ha dicho algo que no debía. Espera que Valentina no se haya dado cuenta y su comentario pase desapercibido.
—¿Cómo? —La italiana, se asoma por la puerta y la mira muy seria—. ¿Qué sabes tú de su vida?
Pues no ha pasado desapercibido. Se ha metido en un pequeño lío del que no sabe si podrá salir.
—Nada, nada… Es una forma de hablar.
—¿Cómo una forma de hablar? Tú sabes algo de Luca Valor que no me quieres contar.
—Que no, Valen. Son imaginaciones tuyas.
—Nunca le has puesto los cuernos a un novio, ¿verdad?
—¿Qué? ¿A qué viene eso? —pregunta Paula, desconcertada—. Pues no.
—Lo imaginaba. Es que, si se los pusieras, seguro que te pillaría… ¡porque no sabes mentir!
—¡Qué tonta!
—Sí, sí, tonta… Pero no me equivoco. ¿A que no?
Valentina lanza la toallita desmaquilladora a la papelera y camina hasta donde está su compañera de habitación.
—No puedo contarte nada. Lo prometí —confiesa Paula.
—¡Ah, lo sabía! ¡Sabía que había algo que no le querías decir a tu amiga la italiana! ¡Muy mal,
Paola
, muy mal!
—Joder, perdona, Valen. Pero es que… no puedo.
—¿Y vas a seguir sin decírmelo?
¿Qué hace? ¿Le cuenta todo lo que sabe sobre Luca Valor y su pasado en el centro de menores en España? ¿Y que es el hijo de un embajador y el sobrino del señor Hanson? Valentina es una gran chica, y su amiga, pero precisamente, discreta, lo que se dice discreta, no es demasiado. Contárselo sería como escribirlo en la pizarra de la clase. Tarde o temprano todos sabrían los secretos que aquel chico y su familia guardan desde hace mucho tiempo.
—Lo siento, Valen. No puedo decir nada. Lo he prometido.
Y sintiéndose mal por no revelarle el secreto de Luca Valor a su compañera de habitación, sale del cuarto y se dirige a la sala de informática.
Ese día de diciembre, en un lugar de la ciudad
Está muy cansada de la dura tarde de trabajo, pero feliz. Ya no queda nadie en el Manhattan y puede disfrutar un ratito a solas de Alejandro hasta que cierren. La mujer de la editorial y su hijo también se han ido. Pandora observa a Álex de reojo mientras friega un vaso de cristal. Está muy concentrado, con la cabeza casi metida en el portátil, aunque por las veces en las que se ha quejado no parece que haya tenido un día de mucha inspiración. Eso es, sin duda, lo que le pasa. Y, según ha oído en sus conversaciones con la de su editorial y lo que también intuye, su estado de ánimo podría tener que ver con su novia. ¿Lo habrán dejado?
Si ella fuera la novia de Alejandro Oyola, jamás se plantearía algo así. Tendría que ser él el que tomara la decisión y pelearía con todas sus fuerzas para que eso no se produjera. ¿Cómo alguien es capaz de romper una relación con aquel joven tan increíble? Si es un cielo, un encanto… Un hombre de los que no quedan.
Lo mira y le brillan los ojos.
—Panda, ¿puedes venir?
La voz de su jefe la sorprende. Tanto que el vaso que está limpiando se le cae al suelo y se parte en mil pedazos. Es lo primero que rompe en tres días.
—¡Qué torpe soy! —exclama avergonzada.
—¿Te has cortado?
—No, no me he cortado. Pero… ¡qué mal! Perdóname.
—No te preocupes, solo es un vaso.
—Descuéntamelo de mi sueldo.
Álex se echa a reír al escuchar aquello. Mientras, Pandora entra en el pequeño almacén del bibliocafé y coge la escoba y el recogedor. Barre lo que ha roto y vuelve a pedirle disculpas al escritor.
—No importa, Panda. Vas a romper muchos más. Es algo normal cuando se trabaja de camarero.
—Lo siento, de verdad.
—Anda, deja de lamentarte y ven aquí.
—Ay…
La chica obedece y acude junto a Álex, que aparta una silla de la mesa en la que está para que ella se siente. Esta, con las mejillas sonrojadas, suspira con fuerza y ocupa el asiento libre.
—Deja de darle vueltas a lo del vaso… Solo ha sido un accidente. Además, si yo no llego a gritarte, no se te hubiera caído.
—Es que…
—Olvídate ya.
—Vale, ya me olvido.
Miente, pero así él se queda tranquilo y no están con lo mismo todo el tiempo. Tampoco es plan ser más pesada de la cuenta. Su torpeza no se cura. Intentará tener más cuidado de ahora en adelante para no hacer añicos el Manhattan.
—Quería enseñarte una cosa —comenta Álex buscando algo en su portátil.
—¿Una cosa?
—Sí. Mira.
El chico gira el ordenador hacia ella y le muestra la pantalla. Pandora se queda boquiabierta cuando la ve.
—Pero… esto… es…
Tartamudea confusa y muy sorprendida. La emoción, los nervios, la alegría, la ilusión…, le invaden todos a la vez. ¡No puede ser!
—Sí, es la primera página de
Dime una palabra
.
—¿Y… qué hago? ¿La… puedo leer?
—Claro, para eso te la estoy enseñando. Es el capítulo uno. Es cortito, solo introduce la historia.
—¿Y… por qué a mí?
—Pues porque tú eres una gran seguidora de lo que escribo y creo que me puedes ayudar. Sé que el libro va muy adelantado y no voy a hacer grandes cambios. Pero necesito tu opinión sincera sobre el principio de la novela. Antes la volví a leer, después de muchas semanas, y no me convenció del todo.
—No sé si yo debería opinar…
—¿Por qué no? Eres una buena lectora.
—Es una gran responsabilidad…
El chico vuelve a sonreír y le pone una mano en el brazo. Por muchos días, meses y años que pasen, cualquier contacto con él le resulta increíble. Se muerde el labio e intenta sonreír también.
—No hace falta que me pongas nota. Solo léelo y dime qué te parece.
—Bueno, vale.
—Estupendo. Voy por un zumo —indica, levantándose—. Así no te presiono.
El escritor se aleja hacia la barra. Pandora toma aire. ¡Qué nervios! Aquello es todo un privilegio. ¡Tiene delante en exclusiva el primer capítulo de la novela de Alejandro Oyola! ¡Cuántas personas pagarían por ello! Muchas. Muchísimas. Incluida ella misma. Ansiosa, se inclina sobre el portátil y comienza a leer.
Desde la primera vez que entré, me cautivó. Sus paredes son de color canela adornadas con pinturas de todas las épocas. Dispone de sillones de tela rojos y marrones, y de grandes mesas redondas en las que hay dibujados cuadros blancos y negros, como si se tratase de tableros de ajedrez circulares. El aroma que desprende aquella cafetería es especial. La cafetería Astarté. Está situada en una esquina, casi escondida del mundo, cerca de la plaza de España. Ni grande ni pequeña, familiar, agradable, diferente. Sus cimientos rebosan de historias preciosas, de esas que escuchas con una sonrisa y se quedan en tu mente para siempre
.
Una de ellas, en concreto, me llevó hasta aquí. Cuentan que, hace unos veinte años, frecuentaba la cafetería un hombre con sombrero y gabardina. Siempre se sentaba en el mismo sitio, con la misma ropa, con la misma costumbre. Sacaba una pluma Sheaffer dorada y escribía pequeñas historias imaginadas que tenían como protagonista a alguno de los clientes. Usaba servilletas, manteles, folios en blanco…, cualquier cosa le servía para escribir. Después pagaba y pedía al camarero que le atendía que entregara su texto a la persona a quien iba dedicado. Solo había una condición: que no revelaran su identidad. El personal de Astarté ya lo conocía y aceptaba el juego. Y eso que comenzó siendo una diversión, hoy es una leyenda entre las personas que entran en aquella cafetería y esperan ser obsequiados con uno de esos pequeños relatos. Por eso estoy aquí. Escribo historias para los clientes de esta cafetería sin que ellos sepan quién soy. Es bonito, divertido y muy romántico. Pero tiene un riesgo: enamorarse.
Por cierto, no os lo he dicho, pero soy Julián Montalván, el escritor. Y no, Nadia ya no está en mi corazón.
Se queda en blanco, sin reaccionar. Aquel comienzo es… ¡impresionante! Pandora apenas puede contener su emoción. ¡Madre mía, aquello es mejor que
Tras la pared!
Y eso que solo ha leído unas cuantas de líneas. Pero la idea con la que empieza
Dime una palabra
es preciosa.
—Bueno, ¿qué te parece? —pregunta Álex, que ha regresado con el zumo—. No está muy bien, ¿verdad?
—¿Bromeas? ¡Es genial!
—¿Te ha gustado tanto?
—¡Sí! ¡Solo es una página, pero te dan muchísimas ganas de seguir leyendo!
El joven se toca la nuca azorado y sonríe. Aquella reacción de su amiga le anima. Es lo que necesitaba en un día tan duro como aquel. Cada vez que piensa en Paula, se viene abajo. Y le cuesta más escribir. Pero saber que gente como Pandora está esperando su segundo trabajo con ese entusiasmo y esas ganas de leer le da fuerzas para seguir adelante.
—¿Qué es lo que piensas que puedo mejorar?
—Mmm… Nada. Todo es perfecto. Y el título me encanta.
—¿Sí?
—Sí. Creo que has acertado totalmente.
—Y el nombre de la cafetería,
Astarté
, ¿te gusta?
—Es de una diosa, ¿no?
—Sí, es la diosa de la fertilidad y los placeres carnales.
—Ah.
La chica se sonroja cuando escucha la simbología de aquella diosa. ¡Qué sensual! No lo esperaba.
—Pero en realidad le he puesto así porque la mujer del dueño de la cafetería se llamaba Esther. Astarté es Esther en hebreo.
—Sí que le has dado vueltas…
—No te creas. Tiene truco. Lo encontré un día en la Wikipedia en Internet de casualidad —dice y suelta una carcajada a continuación.
Qué risa tan contagiosa. Le encanta cuando lo ve así. Es una pena que últimamente no esté pasando una buena racha. Hoy lleva todo el día raro, triste, pero ella hará lo posible para que vuelva a ser feliz, aunque su carácter no sea precisamente el de una persona optimista y positiva. Tendrá que cambiar. Por él, lo haría.
Los dos, en ese momento, se quedan mirándose a los ojos. Son apenas dos segundos, pero lo suficiente para que Pandora se quede sin respiración y no sepa dónde meterse.
—Bueno, voy a terminar de fregar —dice ella muy nerviosa.
—Espera.
—¿Qué?
¿Qué quiere? ¿Qué va a decirle? ¿Por qué le sudan las manos? Si fuera un
anime
, ahora él se inclinaría sobre la mesa, cerraría los ojos y ella haría lo mismo. Se besarían y sonaría la banda sonora de la serie.
Pero aquello no son dibujos animados japoneses.
—¿Te parecería bien si te paso todo lo que llevo escrito de
Dime una palabra
para que lo leas?
—Eh… —Una vez más vuelve a sorprenderla.
No es un beso, pero es casi tan bueno como uno. O eso cree, porque nunca la han besado.
—Así me podrías dar tu opinión sobre algunas cosas.
—¿Yo?…¡Claro…! Sí…, estaré encantada de leerlo.
—Muy bien. Pues te voy a mandar un
email
con el archivo completo.
—Gracias.
El escritor le guiña el ojo y alza el dedo pulgar de la mano derecha. Cierra el portátil y camina otra vez hacia la barra.
—Venga, démonos prisa en recoger lo que falta. ¡Que es muy tarde! —exclama—. ¡Hoy te acompaño yo a casa!
Pandora se levanta de la silla alegre. Los días anteriores su madre la había recogido al salir de trabajar. Le daba miedo que fuera sola por la calle de noche y ella no quiso discutir más con ella. No de momento. Hoy, por el contrario, no hará falta que la llame para que vaya a por ella. ¡El chico a quien ama será quien la lleve!