—Ya ves. Nuestra querida amiga nos ha salido una rebelde sin causa. Pero lo peor es que se ha relacionado con unos tipos que dan miedo.
—¿Y qué vais a hacer?
—No lo sabemos, aunque… Espera, que te va a saludar alguien a quien echarás de menos y que nos está echando una mano.
—¿Cómo? No te comprendo, Diana.
Pasan unos segundos hasta que una tercera persona se agrega a la conversación.
—Paula, te presento a la señorita Cristina. ¿Os conocéis de algo, no?
—¡Cris!
—¡Paula!
La sensación que invade en esos momentos a la chica es indescriptible. Se le saltan las lágrimas. Hasta ha dado un grito en su habitación que ha alarmado a Valentina. Hacía mucho tiempo que no hablaban, que no sabía de ella. Le perdió completamente la pista. Y tantos meses después, vuelve a leerla en la pantalla de su portátil.
—¿Cómo estás? Me dijo Diana que te habías cortado el pelo a lo bestia.
—Sí. Y lo sigo llevando igual de corto.
—¡Es una valiente! —comenta la sugus de manzana, emocionada de volver a unir a sus dos mejores amigas de la adolescencia.
—Bueno, necesitaba un cambio en mi vida.
—Y el pelo, como siempre, es el que lo paga.
—Le queda perfecto, te lo aseguro, Paula.
—Gracias, Diana. No es para tanto. Tú sí que estás buena…
—¿Yo? Porque Mario me quiere; si no, nadie se habría fijado en mí.
—Qué modesta eres.
—Tú siempre has sido la tía buena del grupo, Paula. Así que no me vengas con tonterías. Que todavía me pregunto qué te verían los chicos a ti que no tuviera yo.
En la página de la conversación aparece un icono muerto de risa de Cris. Y luego otro de Paula y, finalmente, el de Diana. Juntas, a pesar de la distancia.
Las tres dialogan un rato sobre lo que han hecho en los últimos meses, sin dar muchos detalles. Paula no habla de su ruptura con Álex, Diana elude mencionar el tema de la bulimia y Cristina no dice nada de Alan. Solo comparten risas, bromas, anécdotas del pasado. Como en los viejos tiempos. Como cuando iban al instituto y se enfrentaban cada día a nuevos retos con una sonrisa y un poquito de descaro. Ahora han crecido, sus problemas son otros, más complicados, pero el espíritu de la amistad permanece en todas ellas, aunque haga un año y varios meses que no están juntas físicamente.
Pero hay un tema que no pasan por alto.
—¿Sabes, Paula? He sido yo la que se ha puesto en contacto con Cris porque pienso que ella puede ayudarnos a que Miriam se ponga en contacto con sus padres.
—Ah.
—Después de la pelea, ya no fue la misma.
—Ninguna de las dos lo fuimos.
Los recuerdos vienen a la mente de las tres, quizá los más dolorosos de cuantos conservan.
—Cris le ha enviado un SMS pidiéndole disculpas por lo que pasó y rogándole que dé señales de vida. Quizá ella consiga lo que los demás no hemos conseguido.
—Pero no me ha respondido. Aunque hace poco que se lo mandé. Quizá todavía no lo ha visto.
—Esa chica es una cabezota —escribe Paula apenada.
—Sí. Eso no va a cambiar. Todas, en cierta manera, lo somos. Que le hablen al pobre Mario de si yo lo soy… —interviene Diana.
—Podríais hacer un concurso las dos —comenta Cris, añadiendo un lacasito sonriente para suavizar el tono de sus palabras.
—Tú calla, mosquita muerta.
—¡Ey! Te aseguro que ya no soy tan mosquita muerta…
Los puntos suspensivos con los que la chica termina la frase despiertan la curiosidad de sus amigas, que escriben varios interrogantes cada una en las dos líneas siguientes.
—No estamos hablando de mí. ¡No queráis saberlo todo tan pronto!
—Es que Cris tiene novio, Paula. Creo que va por ahí la cosa.
—¿El tío rubio aquel de la moto del que me hablaste?
—Eso parece. ¿Es o no es, Cristina?
Pero la chica no responde. No quiere decirles lo de Alan. Durante todos esos meses que llevan saliendo no ha subido ni una sola foto de ellos juntos en sus páginas en las redes sociales. No es que avergüence de él. Al contrario, está muy orgullosa de que el francés sea su novio. Sin embargo, no está segura de la reacción de las demás. Especialmente de la de Paula.
Tras unos segundos sin que ninguna escriba nada, es la sugus de piña la que se decide a romper el silencio.
—Venga, no la presionemos. Si no quiere decir nada, que no lo diga.
—Tienes razón.
—Soy muy reservada para eso, ya me conocéis.
—Sigues siendo una mosquita muerta aunque no lo admitas.
Las palabras de Diana hacen reír a Paula. Es curioso, pero tiene la impresión de que el tiempo no ha pasado, de que siguen siendo las mismas de siempre. Y de que si se volvieran a encontrar, todo sería igual que cuando estudiaban ESO o bachiller.
—Chicas, os tengo que dejar —indica Cristina, a la que espera Alan.
—Sí, yo también me voy a ir ya. Mario estará esperando que le llame para darle las buenas noches.
—Bien, pues todas a la cama entonces.
—¡Esto hay que repetirlo!
—Sí, Diana. Y espero que en la próxima conversación esté Miriam. Si me contesta al SMS, te lo digo.
—Bien.
—Chicas, un placer volver a encontrarme con vosotras. Se os echa de menos por aquí en Londres.
—Nosotras a ti también.
—Nosotras a ti también.
Cris y Diana escriben lo mismo casi en el mismo segundo. Paula sonríe con tristeza. Teclea un par de frases de despedida y apaga el ordenador.
Se levanta de la silla y mira hacia la cama donde Valentina se ha quedado dormida estudiando. No va a despertarla. Se acerca hasta ella y la cubre con las mantas para que no coja frío esa noche.
Aquella conversación con sus amigas le ha dado vida. Y aunque ahora siente una gran melancolía por dentro, sonríe y se alegra de haber pasado tan buenos momentos con ellas.
Se tumba en su cama y mira hacia arriba. Cierra los ojos y piensa. Aunque no tenga amor, aunque no tenga suerte, aunque no apruebe los exámenes…, sigue teniendo personas que la quieren. Y lo primero que hará mañana cuando se despierte es arreglar las cosas con una de ellas. Esa que ahora ronca y le hace sonreír.
Hace poco más de un año, un martes de principios de diciembre, en un lugar de la ciudad
Hoy ha regresado Abril de Frankfurt. Solo le ha enviado un par de mensajes desde Alemania para decirle que estaba bien y que le echaba de menos. Tampoco esperaba mucho más. Qué situación tan extraña. Él, liado con una mujer casada y con un hijo… Eso le pasa por no hacer las cosas bien, por alejarse de su habitual forma de comportarse.
Tiene que poner fin a aquello. Esta semana le ha servido para pensar a cerca de su relación con ella. Y está claro que no va a ninguna parte.
«Ya estoy en España. Te escribo desde el aeropuerto. Esta tarde voy a verte al Manhattan. ¿Te viene bien? Un beso». Es el SMS que recibió esta mañana. Expectante, aguarda ansioso a que Abril aparezca en cualquier instante por la puerta del bibliocafé. Sin embargo, no es ella la primera que llega. Una preciosa chica con un gorro de lana blanco en la cabeza entra alegremente, saluda a Joel y le da al escritor dos besos en la cara.
—¿A que me has echado de menos?
El joven sonríe y asiente con la cabeza. Paula ha conseguido que aquella semana de confusión y dudas haya pasado más deprisa. Ha ido casi todos los días al Manhattan, le ha enviado unos cuantos SMS y hasta han compartido varias videoconferencias por el MSN.
—¿Cuánto hacía que no nos veíamos? ¿Dos horas?
—Dos horas y quince minutos —corrige ella, sentándose en un taburete de la barra—. De todas formas, prefiero venir a verte aquí que hacerlo a través de la pantalla del ordenador.
—Sí, yo también lo prefiero así.
Aunque ella es igual de guapa en persona que detrás de la pequeña cámara de su portátil.
Un silencio con sonrisas y miradas.
—¿Y qué planes tienes para hoy? —pregunta la chica, que se hace tirabuzones nerviosa en su pelo rubio.
—Vamos a sentarnos en una mesita y te cuento.
—Vale.
Paula se pone de pie, intercambia una sonrisa con Joel, quien ya le ha servido un café con leche, y camina tras Álex. Los dos se dirigen a la parte de atrás del bibliocafé y se sientan en la mesa en la que habitualmente lo hacen.
—Abril viene ahora.
—¡Es verdad, volvía hoy de Frankfurt! ¡No me acordaba! —exclama Paula.
Miente. Desde que la mujer de la editorial se marchó, temía que llegara el día de su regreso. Y ese día llegó. Sus súplicas y rezos para que se quedara para siempre en Alemania no se han cumplido.
—Sí, ya está en España. Va a pasarse por aquí para que hablemos.
—De lo vuestro…
—Sí. De lo nuestro.
—¿Y tienes claro lo que vas a decirle?
—Creo que sí… Bastante claro.
En estos días, Paula y Álex han conversado sobre ese tema en varias ocasiones. Más bien era él el que hablaba y ella la que escuchaba. El joven se lamentaba de lo que había hecho, pero no estaba seguro de sus sentimientos hacia Abril. La chica soportaba como podía todo lo que el escritor le contaba y con una sonrisa permanente trataba de darle consuelo, a pesar de que no le agradaba lo que oía.
Y es que aquellos días juntos le han servido para confirmar lo que intuía desde que volvieron a encontrarse: que se ha enamorado de él.
—¿Y viene ahora?
—Sí, estará al llegar.
—Bueno, pues entonces yo me voy.
—¡No! No hace falta que te vayas… Puedes quedarte.
—Es mejor que estés solo y que ella no me vea aquí cuando venga a hablar contigo.
—¿Por qué?
Paula sonríe y lo mira a los ojos. Los tíos a veces son tan poco intuitivos para algunas cosas… Incluso Álex, que es el chico más romántico que conoce, también es incapaz de darse cuenta cuando alguien siente algo por él.
—Cosas de mujeres.
Y tras decir esto se levanta y se acerca a la barra para despedirse de Joel. Álex la observa desde la mesa. ¿Qué ha querido decir con eso?
Pero no tiene tiempo ni para preguntarle ni para sacar conclusiones. Justo en el momento en el que Paula está caminando hacia la puerta del Manhattan para marcharse, aparece Abril. La mujer se queda muy sorprendida cuando ve a la chica allí.
—Hola.
—Hola.
El saludo es frío como el hielo. La habitual sonrisa de Abril ha desaparecido y la alegría con la que Paula llegó se ha esfumado. Ninguna de las dos sabe cómo reaccionar. Instintivamente ambas buscan con la mirada a Álex. El chico se pone de pie y se apresura para llegar junto a ellas. Se coloca entre ambas y le da un beso en la mejilla a la mujer.
—¿Qué tal el viaje? —le pregunta para intentar salir de aquella situación tan comprometida.
—Bien —responde seca.
—Me alegro.
La tensión se puede cortar con un cuchillo. Los dos se miran. Ella está muy seria, pero, de repente, esboza una gran sonrisa y se gira hacia Paula.
—¿Ya te vas?
—Sí, sí. Se me ha hecho muy tarde.
—Una pena.
La ironía en las palabras de Abril traspasan más allá de su gran sonrisa. Nadie habla más hasta que Paula abre la puerta del bibliocafé.
—Bueno, pues me voy.
—Vale. Ya hablaremos.
—Sí. Llámame.
La chica regala una última sonrisa a Álex y se despide de él con la mano. Luego sale del Manhattan.
—Veo que no me has echado mucho de menos.
—¿Por qué dices eso?
—No sé. Se me acaba de ocurrir.
La pareja se dirige a la misma mesa en la que antes estaban sentados Paula y Álex. El chico ocupa su sitio y Abril la otra silla libre. La mujer cruza las piernas y mira fijamente al escritor.
—¿Qué pasa? ¿Estás enfadada?
—No, claro que no.
—Pues lo parece.
—Es que menudo recibimiento.
—¿Hubieras preferido que fuera por ti al aeropuerto con tu niño de la mano? ¿O tal vez que esta noche te organizáramos una cena sorpresa tu marido y yo en un restaurante los tres juntitos?
—Vale, captado —comenta Abril, sonriendo—. ¿Me invitas a un café con leche? Tenemos que hablar.
Álex resopla y se levanta. Le pide un café a Joel. Mientras el camarero lo prepara, piensa en lo que tiene que decirle. No será fácil, pero debe ser contundente. Su relación no puede continuar. Es imposible. No va a interponerse en medio de una familia.
Joel le entrega una taza de café con leche caliente en un platito y el joven lo lleva hasta donde Abril juguetea con una servilleta de papel.
—Aquí tienes.
—Gracias.
El joven se sienta de nuevo y observa cómo la mujer echa el azúcar en el café y lo remueve con la cucharilla. Termina y da un sorbo.
—Entonces tenemos que hablar.
—Sí.
—Bien. ¿Empiezo yo?
—No, déjame a mí primero —indica ella borrando la sonrisa de su rostro.
—Está bien.
Abril bebe nuevamente de su taza y, cuando la deja sobre la mesa, toma aire. Lo mira con tristeza y suelta algo en lo que ha estado pensando desde que él se enteró de que tenía familia.
—Voy a dejar a mi marido.
Aquello sí que es totalmente inesperado para Álex.
—¿Cómo? ¿Que vas a dejarlo?
—Sí. Lo tenía que haber hecho hace tiempo, pero hasta que no ha pasado esto, no lo he visto tan claro.
—Pero…
—Lo nuestro murió hace tiempo, Álex. No es culpa tuya. No te preocupes. Tarde o temprano esto tenía que suceder.
—¿Y el niño?
La mujer suspira cuando el escritor le menciona a David. Sabe que él es el que peor lo va a pasar con lo que vendrá en las próximas semanas.
—Tendrá que aprender a vivir con su padre y su madre separados.
—Pobre… ¿Has hablado ya con tu marido?
—No. Quería contártelo a ti primero. Te merecías una explicación mucho antes de lo que te la he dado. Lo siento. No lo he hecho bien.
Su expresión es de culpabilidad. Y tristeza. Sin embargo, sonríe. Aunque en sus ojos se pueden observar las consecuencias del mal trago que está pasando. Abril arrastra la silla por el suelo del Manhattan hasta colocarse al lado del chico. Le pone una mano sobre un hombro y lo mira fijamente. Álex apenas puede sostener aquella mirada. ¿Qué ha sido de todo lo que tenía pensado decirle? Cayó en el olvido. Unas cuantas frases, una aclaración, una disculpa sentida y… se rinde ante una simple mirada.