Zebra miró hacia arriba y observó el volumen del vehículo destrozado. Lo que antes fuera el techo se había convertido en una masa de componentes achicharrados y fundidos de la que solo quedaba intacto uno de los brazos, que era lo que mantenía al vehículo en su sitio, agarrado de forma precaria y retorcida a una rama algo más alta. Daba la impresión de que solo haría falta un soplo de brisa para que toda la masa cayera en picado al Mantillo. Quirrenbach y el otro gorila, que estaban en el compartimento delantero, seguían dentro, pero luchaban contra la puerta, que estaba bloqueada por culpa de una protuberancia de la rama.
—Voronoff sigue vivo —dije haciendo un gesto hacia una parte superior de la rama, donde se hacía más gruesa. Estaba arrastrándose por ella, de forma lenta pero metódica, y concluí que la rama debía haber parado su involuntaria caída.
—¿Qué vas a hacer?
—Nada —dije—. No irá muy lejos.
El disparo fue preciso y quirúrgico, lo bastante para dejar claras sus intenciones sin arriesgarse a cortar la rama. Hizo que Voronoff se parara de golpe pero, durante un instante, no miró hacia nosotros.
Zebra levantó la mirada hacia la masa de ramas estructurales que se erguía sobre nosotros, en la que estaba la figura que había disparado. Estaba de pie con las caderas ligeramente inclinadas y apoyaba el peso del enorme rifle en la convexidad de un muslo.
Chanterelle se puso el arma al hombro y comenzó a descender por una escalera improvisada de ramas conectadas. Su coche estaba aparcado e intacto un poco más arriba y otras tres figuras con ropas oscuras bajaban por la rama. La cubrían con unas armas todavía más grandes y feas que la suya, mientras ella bajaba hasta nuestra altura.
Al principio era algo pequeño; solo un borrón de fósforo en la pantalla de radar para espacio lejano. Pero significaba algo mucho mayor. Por primera vez desde que dejaran la Flotilla habían encontrado algo delante de ellos; algo más que años luz de espacio vacío. Sky subió la intensidad del haz y enfocó el radar de fase para observar la región específica de la que provenía el eco.
—Tiene que ser la nave —dijo Gómez tras inclinarse sobre su hombro—. Tiene que ser el
Caleuche
. No puede haber nada más ahí afuera.
—Quizá solo estemos viendo otro pedazo de basura expulsada —dijo Norquinco.
—No. —Sky observó cómo el sistema de radar de fase extraía los detalles y convertía el borrón en algo con densidad y forma—. Es demasiado grande. Creo que es la nave fantasma. No hay ninguna otra cosa con ese tamaño que pueda seguirnos.
—¿Y de qué tamaño hablamos exactamente?
—Bastante grande —respondió Sky—. Pero no puedo calcular la longitud. Mantiene su eje longitudinal alineado con nosotros, como si todavía retuviera cierto control de navegación. —Tecleó algunas órdenes y entrecerró los ojos al aparecer más números junto al eco—. El ancho es idéntico al de las naves de la Flotilla. También tiene el mismo perfil… hasta tiene algunas asimetrías que coinciden con el lugar en el que esperaríamos ver los grupos de antenas en la esfera delantera. No parece estar rotando… quizá hayan debilitado el giro por alguna razón.
—Quizá se aburrieron de la gravedad. ¿A cuánta distancia está?
—A dieciséis mil klicks. Lo que, teniendo en cuenta que hemos viajado medio segundo luz, no está tan mal. Podemos alcanzarla en unas horas con una propulsión mínima.
Lo hablaron unos minutos y después acordaron que lo más sensato sería acercarse sin hacer ruido. El hecho de que la nave se hubiera mantenido alineada con la Flotilla significaba que no podían seguir pensando que iba a la deriva, como un cascarón vacío. Todavía le quedaba cierta autonomía. Sky dudaba que pudiera haber tripulación viva dentro, pero tenían que considerarlo como una posibilidad, aunque remota. Como mínimo, los sistemas automáticos de seguridad podían seguir funcionando. Y puede que no se tomaran bien el acercamiento rápido e imprevisto de otra nave.
—Siempre podemos anunciar nuestra llegada —dijo Gómez.
Sky negó con la cabeza.
—Nos han estado siguiendo casi un siglo sin ni siquiera intentar hablar con nosotros. Llámame paranoico, pero no creo que eso sugiera que estén interesados en visitas, se anuncien o no. De todos modos, no me creo ni por un instante que haya alguien a bordo. Tiene algunos sistemas que todavía funcionan, eso es todo… lo bastante como para mantener a salvo su antimateria y asegurarse de no desviarse demasiado de la Flotilla.
—Pronto lo sabremos —dijo Norquinco—. En cuanto esté dentro de nuestro campo visual. Entonces podremos echarle un vistazo a los daños.
Las dos horas siguientes transcurrieron con dolorosa lentitud. Sky modificó su trayectoria de aproximación para que los llevara hacia un lado, de modo que el radar de fase pudiera comenzar a distinguir el alargamiento del eco del radar. Los resultados, cuando llegaron, no les sorprendieron: el
Caleuche
encajaba con el perfil de una nave de la Flotilla casi a la perfección, salvo por algunas pequeñas y curiosas desviaciones.
—Probablemente se trate de marcas de daño —dijo Gómez. Observó el eco del radar, ya brillante, y la ausencia de cualquier otra cosa en la pantalla solo servía para enfatizar lo aislados que se encontraban. Ni siquiera habían notado respuesta alguna del resto de la Flotilla; ninguna señal de que las demás naves hubieran descubierto lo que pasaba—. ¿Sabes? —comentó—. Casi me siento decepcionado.
—¿Por?
—En lo más profundo de mi mente me preguntaba si no resultaría ser algo más extraño.
—¿Una nave fantasma no es lo bastante extraña para ti? —Sky ajustó de nuevo el curso e hizo que el vehículo girara para acercarse a la nave desde el otro lado.
—Sí, pero ahora que sabemos lo que es hay que descartar muchas posibilidades. ¿Sabes lo que pensaba que podía ser? Otra nave enviada desde casa, mucho más tarde que la Flotilla. Una nave mucho más rápida y avanzada enviada para seguirnos a una distancia segura… quizá solo para observarnos, pero quizá para darse a conocer si algo fuera muy mal y necesitáramos su ayuda.
Sky hizo lo que pudo por parecer desdeñoso, pero en su fuero interno compartía parte de los sentimientos de Gómez.
¿Y si las cosas fueran muy mal
?, pensó. ¿Y si el
Caleuche
resultaba no tener suministros útiles y no había ninguna forma segura de utilizar su antimateria? Solo porque algo hubiera generado un mito no quería decir que tuviera que contener nada sustancioso. Pensó en el
Caleuche
original: el barco fantasma que se suponía vagaba por las aguas del sur de Chile, con sus tripulantes muertos dedicados a eternas y horripilantes celebraciones y dejando que su lúgubre música de acordeón cruzara las aguas. Pero cuando alguien avistaba al
Caleuche
, siempre tenía la habilidad mágica de convertirse en un trozo de roca lleno de algas o en un resto de naufragio.
Quizá eso fuera todo lo que encontrarían.
La hora final se hizo tan lenta como las anteriores pero, al final de aquellos minutos, se vieron recompensados por el primer y débil vistazo de la nave fantasma. Era una nave de la Flotilla sin lugar a dudas… podían estar aproximándose al
Santiago
, solo que el
Caleuche
no tenía ninguna luz encendida. Solo podían verla gracias a los faros de la lanzadera y, cuando estuvieron más cerca (a unos cuantos cientos de metros del casco de la nave a la deriva), pudieron distinguir los detalles, aunque con el tormento de hacerlo uno a uno.
—La sala de mando parece intacta —dijo Gómez cuando el faro recorrió la enorme esfera de la parte frontal de la nave. La esfera estaba repleta de ventanas oscuras y aberturas de medida, con antenas de comunicaciones que sobresalían de pozos circulares, pero no había ni rastro de ocupantes ni de energía. El hemisferio frontal del globo estaba cubierto de incontables cráteres de impacto diminutos, pero aquello también le ocurría al
Santiago
y, a primera vista, aquella nave no parecía haber sufrido más daños que esos.
—Llévanos más allá a lo largo del eje —pidió Gómez. Norquinco, detrás de ellos, estaba ocupado estudiando más esquemas de la vieja nave.
Sky toqueteó suavemente el control de los motores e hizo que la lanzadera dejara atrás lentamente la esfera de mando y después el módulo cilíndrico que la seguía, el que hubiera contenido las lanzaderas y los almacenes de mercancías del
Caleuche
. Todo parecía tal y como debía ser. Hasta los puertos de entrada estaban situados en los mismos lugares.
—No veo ningún daño importante —dijo Gómez—. Creía que el radar había mostrado…
—Lo hizo —dijo Sky—. Pero el daño estaba en el otro lado. Daremos la vuelta por la sección de los motores y volveremos a subir.
Siguieron avanzando lentamente por el eje y los faros fueron revelando con su brillo círculos de detalle frente a la oscuridad general. Pasaron un módulo de durmientes tras otro. Sky comenzó a contarlos y casi esperaba que faltara alguno, pero después de un rato supo que aquello no tenía sentido. Todos estaban bien colocados en su sitio; la nave, salvo por el desgaste menor de la abrasión, estaba exactamente igual que el día de su despegue.
—Pero tiene algo raro —dijo Gómez con ojos entrecerrados—. Algo que no parece del todo correcto.
—No veo nada fuera de lugar —respondió Sky.
—A mí me parece también bastante normal —añadió Norquinco levantando la vista, por un momento, de la perspectiva, mucho más interesante, de los datos de sus esquemas.
—No, no lo es. Parece como si estuviera ligeramente desenfocada. ¿Es que no lo veis?
—Es un efecto del contraste —respondió Sky—. Tus ojos no pueden adaptarse a las diferencias de luz entre las partes iluminadas y las oscuras.
—Si tú lo dices.
Siguieron avanzando en silencio, porque lo cierto es que no querían admitir que Gómez llevaba razón y que había algo extraño en el
Caleuche
. Sky recordaba lo que Norquinco le había contado sobre la historia del barco; que se decía que el viejo barco de vela podía rodearse de niebla para que nadie lo viera con claridad. Afortunadamente, Norquinco evitó recordárselo. No hubiera podido soportarlo.
—No se perciben los infrarrojos de las cabinas de los durmientes —dijo finalmente Gómez, cuando ya habían recorrido todo el eje—. No creo que sea una buena señal, Sky. Si las cabinas siguieran funcionando, habríamos visto los infrarrojos de los sistemas de refrigeración. No puedes mantener algo frío sin generar calor en otra parte. Los
momios
no pueden estar vivos.
—Entonces, alégrate —respondió Sky—. Querías una nave fantasma; ahora ya la tienes.
—No creo que tenga fantasmas, Sky. Solo un montón de gente muerta.
Pasaron el final del eje, en el punto en el que se acoplaba a la unidad de propulsión. Ya estaban más cerca (solo a unos diez o quince metros del casco) y los detalles deberían haber sido muy claros, pero no se podía negar lo que Gómez había dicho. Era como si vieran a la nave a través de una pantalla de cristal ligeramente jaspeado que emborronaba los bordes, salvo el que había entre la nave y el espacio. Era como si la nave se hubiera fundido un poco para después volver a solidificarse.
Algo iba mal.
—Bueno, no hay signos de daños importantes en la sección de propulsión —dijo Gómez—. La antimateria debe seguir dentro, sellada por la energía residual.
—Pero no hay rastro alguno de energía. No hay ni una luz encendida.
—Habrá apagado todos los sistemas no esenciales. Pero la antimateria tiene que estar dentro, Sky. Eso quiere decir que, pase lo que pase ahí dentro, nuestro viaje no habrá sido del todo en vano.
—Veamos qué aspecto tiene por el otro lado. Sabemos que tiene que tener algún problema ahí.
Dieron la vuelta dando una curva muy cerrada más allá de los enormes agujeros de las salidas de ventilación. Obviamente, Gómez llevaba razón: la antimateria tenía que estar allí y aquello nunca se había puesto en duda. Si sus motores hubieran explotado como los del
Islamabad
, no quedaría nada de ella salvo unos cuantos microelementos extraños añadidos al medio interestelar. Tenía que quedarle suficiente antimateria dentro como para frenar toda la nave, y todos los sistemas de contención debían seguir operando normalmente. La gente de Sky podía usar la antimateria. Podían experimentar con ella
in situ
, probar los motores del
Caleuche
y correr riesgos que no eran factibles en el
Santiago
(y así encontrar la forma de sacarles un rendimiento mayor) o podrían usar la nave fantasma como una sola y enorme etapa de cohete atándola al
Santiago
para aumentar su curva de deceleración antes de descartar al
Caleuche
al llegar a una fracción todavía insignificante de la velocidad de la luz. Pero había una tercera opción que le gustaba más a Sky que cualquiera de las otras dos posibilidades: ganar experiencia con la manipulación de antimateria a bordo de la nave fantasma y después transferir tan solo el depósito al
Santiago
, donde podían conectarlo a su propio suministro de combustible. De esa forma no se perdería combustible en la desaceleración de masa muerta… y, además, todo podía mantenerse en un razonable secreto.
Dieron la vuelta y comenzaron a recorrer el otro lado. Las exploraciones del radar los habían avisado de que allí encontrarían algún tipo de asimetría, algo distinto en aquel lateral de la nave; pero, cuando vieron de qué se trataba, les costó creérselo. Gómez dijo una palabrota entre dientes y Sky lo acompañó en el sentimiento con un lento gesto afirmativo. A todo lo largo de la nave, desde la bulbosa esfera de mando hasta la parte trasera de la sección de propulsión, el lateral había estallado hacia fuera en una nauseabunda masa leprosa: una espuma de ampollas globulares tan abundantes como larvas de rana. La estudiaron en silencio durante al menos un minuto e intentaron racionalizar lo que veían para hacerlo coincidir con sus ideas sobre la sexta nave.
—Aquí ha pasado algo muy extraño —dijo Gómez, el primero en hablar—. Algo muy, muy extraño. Creo que no me gusta mucho, Sky.
—¿Crees que a mí me gusta más que a ti? —respondió Sky.
—Aléjanos del casco —pidió Norquinco y, por una vez, Sky obedeció sin rechistar. Toqueteó el control de los impulsores y alejó la lanzadera un par de cientos de metros. Esperaron en silencio hasta que pudieron ver mejor la nave fantasma. Sky pensó que, cuanto más miraban la superficie, más se le parecía a la carne ampollada o, quizá, a un tejido dañado que ha cicatrizado mal. Obviamente, no era lo que esperaban.