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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Ciudad abismo (94 page)

BOOK: Ciudad abismo
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Quizá muriera allí dentro.

Pero entonces me pareció ver movimiento más adelante, una forma lechosa que al principio supuse sería la misma zona de luz que había visto antes. Pero aquella forma lechosa estaba mucho más cerca… de hecho, se acercaba a mí. Tenía forma de hombre y caminaba hacia mí entre la maleza. Brillaba, como si portara su propia luminosidad interna.

Sonreí. Había reconocido la figura. No debería haberme asustado. Tenía que haber recordado que nunca estaba del todo solo; que mi guía siempre aparecería para mostrarme el camino a seguir.

—No pensarías que me había olvidado de ti, ¿verdad? —dijo Payaso—. Vamos. No estamos lejos.

Payaso me condujo.

No había sido mi imaginación; no del todo. Había una luz más adelante, reluciente entre los árboles como una niebla espectral. Mis aliados…

Para cuando los alcancé, Payaso ya no estaba conmigo. Se había desvanecido como una quemadura en la retina. Aquella fue la última vez que lo vi… pero había hecho bien llevándome hasta tan lejos. Había sido el único amigo en el que había confiado de verdad en toda mi vida, aunque sabía que se trataba tan solo de un producto de mi imaginación, de una entidad subconsciente proyectada a la luz del día, nacida de los recuerdos de la representación tutelar que había conocido en la guardería a bordo del
Santiago
.

¿Y qué importaba?

—¡Capitán Haussmann! —me llamaron mis amigos desde los árboles—. ¡Lo ha logrado! Empezábamos a pensar que los otros no habían conseguido…

—Oh, sí, cumplieron bien su misión —dije—. Imagino que ya los habrán arrestado, si es que no les han disparado directamente.

—Eso es lo extraño, señor. Estamos escuchando noticias sobre arrestos… y dicen que le han capturado a usted.

—Eso no tendría ningún sentido, ¿verdad?

Pero lo tendría, pensé, si el hombre al que pensaban haber capturado se parecía a mí; si aquel hombre tenía mi aspecto porque llevaba oculta bajo la flexible piel de la cara una armadura de veinte músculos adicionales que le permitían imitar casi a cualquiera. Además, hablaría y actuaría como yo, ya que lo había condicionado durante todos aquellos años para que lo hiciese; lo había entrenado para que pensara que yo era su Dios; su único deseo era obedecerme con abnegación. ¿Y el brazo que faltaba? Bueno, aquello no dejaba lugar a dudas. El hombre arrestado parecía Sky Haussmann y también le faltaba un brazo.

No podía quedar ninguna duda sobre mi captura. Habría un juicio, o algo así, durante el que el prisionero podría parecer incoherente pero ¿qué se podía esperar de un hombre de ochenta años? Probablemente estaría senil. Lo mejor sería convertirlo en ejemplo; algo lo más público posible. Algo que nadie fuera a olvidar en mucho tiempo, aunque rayara lo inhumano. Una crucifixión encajaría perfectamente.

—Por aquí, señor.

Había un vehículo esperando en el charco de luz, un todoterreno de oruga. Me metieron dentro y después corrimos a través del sendero del bosque. Condujimos a través de la noche durante lo que me parecieron horas, siempre más y más lejos de cualquier tipo de civilización.

Al final me llevaron hasta un gran claro.

—¿Es aquí? —pregunté.

Asintieron al unísono. Por supuesto, yo ya conocía el plan. El clima estaba en mi contra. No era un buen momento para los héroes, preferían redefinirlos como criminales de guerra. Mis aliados me habían protegido hasta entonces, pero no habían podido impedir mi arresto. Solo habían podido ayudarme a escapar del centro de detención de Nueva Iquique. Una vez recapturado mi doble, tendría que desaparecer durante un tiempo.

Allí, en la jungla, habían descubierto la forma de protegerme para siempre; no importaba que la suerte de mis aliados en las principales colonias mejorara o empeorara. Habían enterrado una cabina de durmiente totalmente funcional allí mismo, con suministro de energía para mantenerla operativa durante muchas décadas. Pensaron que usarla suponía cierto riesgo, pero también pensaban que realmente tenía ochenta años. Supuse que el riesgo era mucho menor de lo que imaginaban ellos. Para cuando estuviera listo para despertar (sería como mínimo un siglo) mis ayudantes tendrían acceso a una tecnología mucho mejor. No sería difícil reanimarme. Probablemente tampoco sería difícil repararme el brazo.

Solo tenía que dormir hasta el momento adecuado. Mis aliados me cuidarían a lo largo de las décadas, al igual que yo había atendido a los durmientes que viajaban en el
Santiago
.

Pero con una devoción incomparable.

Ataron el todoterreno a algo enterrado bajo la maleza, un gancho metálico, y después hicieron avanzar al vehículo para abrir una puerta camuflada en el suelo del claro y revelar unos escalones que bajaban hasta una cámara bien iluminada y desinfectada.

Ayudado por dos de los míos, me escoltaron escaleras abajo hasta llegar al módulo de durmiente que me esperaba. Lo habían remodelado después de traer a su pasajero desde el sistema de Sol y cubriría mis necesidades a la perfección.

—Será mejor que lo metamos lo antes posible —dijo mi ayudante.

Sonreí y asentí al hombre; después le permití clavarme una aguja hipodérmica en el brazo.

El sueño llegó rápidamente. Lo último que recordaba, justo antes de que se me echara encima, era que al despertarme necesitaría un nuevo nombre. Uno que nadie asociara nunca con Sky Haussmann pero que, a pesar de ello, me proporcionara un vínculo tangible con el pasado. Algo cuyo significado solo yo conociera.

Pensé en el
Caleuche
y recordé que Norquinco me había hablado del barco fantasma. Y pensé en los pobres delfines psicóticos del
Santiago
; en Sleek en concreto; en la forma en que su cuerpo duro y correoso se había sacudido al inyectarle el veneno. También había un delfín relacionado con el barco fantasma, pero durante un instante no pude recordar su nombre, ni tan siquiera estar seguro de que Norquinco me lo había contado. Pensé que lo descubriría al despertar.

Que encontraría aquel nombre y lo usaría.

41

Refugio era un huso ennegrecido de un kilómetro de largo, sin el alivio de luces exteriores; solo visible por la forma en que tapaba a las estrellas del fondo y a la espina plateada de la Vía Láctea. Eran pocas las naves que se acercaban o alejaban, y las que veíamos parecían tan oscuras y anónimas como el hábitat. Al acercarnos, uno de los extremos del huso se abrió en cuatro segmentos triangulares, como la adaptada mandíbula de un depredador marino sin ojos. Tan insignificantes como plancton, entramos en ella.

La cámara de atraque tenía el tamaño justo para que cupiera una nave como la nuestra. Se desplegaron unas pinzas de remolque, seguidas de unos túneles de transferencia parecidos a concertinas, que se acoplaban a los compartimentos estancos repartidos por el cinturón ecuatorial de la esfera principal de la nave.

Tanner está aquí
, pensé. Desde el instante en el que pisamos Refugio, Tanner podía haber estado a punto de matarme a mí y a cualquiera que se acercara demasiado a nuestra pequeña
vendetta
.

No era algo que pudiera olvidarse fácilmente.

Refugio envió zánganos armados a la nave, esferoides negros y brillantes llenos de pistolas y sensores que nos barrieron en busca de armas escondidas. Por supuesto, no nos habíamos llevado ninguna; ni siquiera la seguridad de Yellowstone era lo bastante chapucera como para permitirlo. Por el mismo motivo, esperaba que Tanner también estuviera desarmado… pero no contaba con ello.

Con Tanner nunca se podía contar con nada.

Los robots revelaban un nivel tecnológico bastante más avanzado que cualquier otra cosa que hubiera visto desde mi llegada, con la posible excepción de los muebles de Zebra\1 Probablemente no consideraran a los humanos no mejorados como un vehículo de transmisión peligroso, pero quizá nos hubieran negado la entrada si uno de nosotros llevara un implante susceptible a la Plaga. Los oficiales humanos entraron después de que los robots terminaran el trabajo preliminar; llevaban pistolas con un aspecto mucho menos brutal, armas que portaban con un aire de disculpa avergonzada. Eran demasiado amables y yo comencé a entender la razón.

Allí nadie entraba sin invitación.

Tenían que tratarnos como a los honorables huéspedes que éramos.

—Llamé antes, por supuesto —dijo Quirrenbach mientras esperábamos en el compartimento estanco a que procesaran nuestros documentos—. Reivich sabe que estamos aquí.

—Espero que le advirtieras sobre Tanner.

—Hice lo que pude —dijo él.

—¿Qué quiere decir eso?

—Quiere decir que no cabe duda de que Tanner está aquí. Reivich no lo ha rechazado.

Llevaba un buen rato sudando; me preocupaba que mi identidad falsa no fuera suficiente para introducirme en Refugio. Pero el sudor de mi frente se convirtió en hielo.

—¿A qué coño está jugando?

—Reivich debe pensar que él y Tanner tienen algunos negocios a los que atender. Lo habrá invitado.

—Está loco. Puede que Tanner lo mate solo por diversión, aunque su verdadero problema sea yo. No olvides que mi propio imperativo era terminar una misión; cumplir mi palabra de que cogería a Reivich. No sé si ese impulso venía de Tanner o de Cahuella. Pero no apostaría mi vida en ello.

—Baja la voz —dijo Quirrenbach—. Esos robots habrán esparcido dispositivos de escucha en cada ángstrom cuadrado de esta habitación. No estás aquí para causar un pequeño y silencioso derramamiento de sangre.

—No, solo estoy de turismo —dije con una mueca.

La puerta exterior blindada se abrió, y escamas de óxido saltaron en caída libre de sus bisagras.

Un oficial de tercer grado apareció, ya ni siquiera armado ni cubierto por una armadura muscular. Tenía una expresión de dolida ambigüedad que se dirigía hacia mí como una bala sensible al calor corporal.

—¿Señor Haussmann? Siento molestarle, pero hemos sufrido un problema administrativo al procesar su solicitud de entrada en Refugio.

—¿En serio? —pregunté intentando parecer algo sorprendido. No podía quejarme: Sky Haussmann me había sacado de la atmósfera de Yellowstone y aquello era todo lo que podía esperar de él.

—Seguro que no es nada serio —dijo el oficial, que parecía llevar cincelada la sinceridad en el rostro—. Solemos encontrar discrepancias entre nuestros registros y los del resto del sistema; es de esperar tras las recientes incomodidades. —Recientes incomodidades. Hablaba sobre la Plaga—. Estoy seguro de que el asunto quedará resuelto tras un examen más exhaustivo, unas cuantas pruebas de comprobación fisiológica; nada complicado.

—¿De qué tipo de comprobaciones fisiológicas estamos hablando? —dije en tono molesto.

—Escáner retinal, ese tipo de cosas. —El oficial chasqueó los dedos dirigiéndose a alguien o algo que quedaba fuera de nuestro alcance. Casi de inmediato, otro robot entró en el compartimento, una esfera gris paloma educadamente desprovista de armas desagradables y con el símbolo de los Maestros Mezcladores.

—No voy a someterme a un escáner retinal —dije intentando ser lo más razonable posible. Sabía que no hacía falta una máquina para descubrir la singularidad de mis ojos. Un ser humano no tenía más que echarles un vistazo con la luz adecuada para ver que había algo extraño en la forma en que lo miraba.

Mi comentario tuvo el mismo efecto en el oficial que una bofetada en la mejilla y palideció de forma casi tangible.

—Estoy seguro de que podemos llegar a otro tipo de acuerdo…

—No —dije—. Dudo mucho que vaya a ser posible.

—Entonces, me temo que…

Quirrenbach se interpuso entre nosotros.

—Deja que me encargue de esto —me dijo en silencio con los labios antes de hablar en voz alta con aquel hombre—. Disculpe a mi colega; le pone un poco nervioso la burocracia. Se ha producido un lamentable error, como estoy seguro que podrá comprender. ¿Aceptaría la palabra de Argent Reivich?

El hombre pareció ponerse nervioso.

—Claro… siempre que tenga su aval… y que sea en persona…

Me di cuenta de que no había tenido que preguntar quién era Argent Reivich.

Quirrenbach chasqueó los dedos en mi dirección.

—Quédate aquí; arreglaré las cosas con él. No debería llevarme más de media hora.

—¿Vas a pedirle a Reivich que me deje entrar?

—Sí —respondió Quirrenbach, sin una chispa de humor—. Irónico, ¿no?

No tuve que esperar mucho.

Reivich apareció en la pantalla de la sala de retención en la que los oficiales de Refugio hacían esperar a los que estaban pendientes de una decisión sobre su entrada. No me resultó demasiado chocante ver su cara, porque ya me había encontrado antes con Voronoff, que era exactamente igual. Pero había algo único en el Reivich real; una esencia que Voronoff no había logrado capturar. No era algo que pudiera describirse. Supongo que solo se trataba de la diferencia entre alguien que participa en un juego (aunque muy en serio) y alguien cuyas intenciones son de una gravedad mortal.

—Esto es toda una sorpresa —dijo Reivich. Estaba pálido, pero saludable, y la única ropa visible era una túnica blanca con un cuello alto sin solapas. Tras él se podía ver un mural de símbolos algebraicos entrelazados, parte de la teoría matemática de la Transmigración—. Que tú me pidas permiso para entrar y que yo te lo conceda.

—Dejaste entrar a Tanner —dije—. ¿Estás seguro de que ha sido una buena idea?

—No, pero estoy seguro de que será interesante. Siempre que él sea quien dice ser y tú seas quien dices ser.

—Uno de los dos, o ambos, podemos intentar matarte.

—¿Lo harás tú?

Era una pregunta admirable; directa al grano. Se lo agradecí con la dignidad de parecer pensármelo un momento antes de responder.

—No, Argent. Una vez quise hacerlo, pero eso fue antes de saber quién era. Descubrir que no eres quien crees ser hace que cambien tus prioridades.

—Si eres Cahuella, mis hombres mataron a tu mujer. —La voz era débil y atiplada, como la de un niño—. Creía que estabas todavía más interesado que antes en matarme.

—Tanner mató a la mujer de Cahuella —respondí—. El hecho de que pensara que iba a salvarla realmente no cambia las cosas.

—En ese caso, ¿eres Cahuella o no?

—Puede que una vez lo fuera. Pero ahora Cahuella ya no existe. —Miré con atención la pantalla—. Y, francamente, no creo que nadie vaya a llorarlo, ¿verdad?

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