Ya estaría capturado.
Y ni siquiera debería haber importado el daño; no debería haber nada que las medimáquinas no pudieran reparar, casi con la misma rapidez con la que se creaban las heridas. Como bombardear un edificio, arrancando ladrillos, pero con un equipo de constructores fanáticos dentro que repararan los desperfectos antes de que llegara la siguiente bomba…
Pero Reivich no había elegido aquel camino.
Reivich había optado por morir; había optado por sufrir la agresión en cada una de las células de su cerebro y del tejido circundante, pero sabiendo que, independientemente de las consecuencias para su cuerpo físico, su esencia permanecería, capturada para la eternidad y (por fin) grabada en una forma que no podría borrarse fácilmente con algo tan trivial como el asesinato o la guerra.
Parte de él lo había conseguido.
Pero no la parte a la que mirábamos.
—Si vas a morir —dije—, si aceptas que es inevitable (y debías de saber lo que ocurriría antes de escanearte), ¿por qué no te limitaste a morir durante la exploración?
—Lo hice —dijo Reivich—. Según al menos doce criterios médicos que dejarían satisfechos a los tribunales de otros sistemas. Pero también sabía que las máquinas de Refugio podían devolverme a la vida, aunque solo de forma transitoria.
—Podías haber esperado —dijo Quirrenbach—. Unos cuantos días más y podrían haber cumplido los requisitos de tus medimáquinas sin problemas.
Los huesudos hombros de Reivich se movieron bajo la manta; un encogimiento de hombros.
—Pero entonces me hubiera visto forzado a aceptar un escaneado menos preciso, para poder darle a las medimáquinas la oportunidad de funcionar. No hubiera sido yo.
—Supongo que la llegada de Tanner no tendrá nada que ver con esto —dije yo.
A Reivich aquello le pareció divertido; la curva de su sonrisa aumentó ligeramente. Pronto, pensé, todos veríamos la verdadera sonrisa debajo de su cara; la que estaba escrita en hueso. No podía quedarle mucho de vida.
—Tanner hizo que mi decisión resultara mucho más sencilla —dijo Reivich—. No lo dignificaré con ninguna influencia en mis circunstancias aparte de esa.
—¿Dónde está? —preguntó Chanterelle.
—Está aquí —dijo la criatura marchita de la silla—. Lleva aquí, en Refugio, más de un día. Pero todavía no nos hemos encontrado.
—¿No os habéis encontrado? —sacudí la cabeza—. En ese caso, ¿a qué coño se ha dedicado todo el tiempo que lleva aquí? ¿Y qué pasa con la mujer que va con él?
—Tanner subestimó mi influencia aquí —dijo Reivich—. No solo en Refugio, sino en la zona de Yellowstone en general. Tú también lo hiciste, ¿verdad?
—Perdóname. Hablemos de Tanner. Es un tema mucho más interesante.
Los dedos de Reivich acariciaron el borde de la manta. Una mano permanecía escondida bajo ella… suponiendo que hubiera otra mano. Intenté comparar aquella aparición con el joven aristócrata al que estaba siguiendo, pero no parecían tener nada en común. La máquina hasta le había quitado a Reivich el acento de Borde del Firmamento.
—Tanner vino a Refugio con la intención de matarme —dijo—. Pero su principal razón para venir hasta aquí era sacarte de las sombras.
—¿Crees que no lo sé?
—Me sorprende bastante que hayas venido, digámoslo así.
—Tanner y yo tenemos asuntos sin concluir.
—¿Como por ejemplo?
—No puedo dejar que te mate, aunque sea un detalle secundario. No te lo mereces. Actuaste por venganza (incluso por estupidez), pero no con deshonor.
La cabeza se inclinó de nuevo hacia delante, aquella vez en mudo reconocimiento de lo que yo había dicho.
—Si Cahuella no hubiera intentado tenderle una emboscada a mi equipo, Gitta nunca habría muerto. Cahuella se merecía cosas mucho peores de las que le pasaron. —Las cuencas vacías se elevaron hacia mí, como si algún reflejo le exigiera que «mirara» en la dirección de la persona con la que estaba hablando, aunque estaba claro que su visión se la proporcionaba una cámara escondida en la silla. Reivich siguió—. Pero, por supuesto, eres tú con el que estoy hablando, ¿no? ¿O todavía finges ser otra cosa?
—No finjo nada. Simplemente, no soy Cahuella. Ya no. Cahuella murió el día que le robó los recuerdos a Tanner. Lo que queda es… alguien distinto. Alguien que no existía antes.
Una ceja se alzó por encima de las cuencas enucleadas.
—¿Un hombre mejor?
—Una vez Gitta me preguntó algo. ¿Cuánto tiempo tendrías que vivir, cuántas cosas buenas tendrías que hacer para compensar un solo acto de pura maldad que cometieras de joven? Me pareció una pregunta extraña en aquel momento, pero ahora lo entiendo. Creo que ella lo sabía. Sabía exactamente quién era Cahuella; exactamente lo que había hecho. Bueno, no conozco la respuesta a esa pregunta, ni siquiera ahora. Pero creo que voy a averiguarlo.
Reivich no parecía impresionado.
—¿Esos son todos tus asuntos inconclusos con Tanner?
—No —dije—. La mujer que está con él, Amelia. Es una Mendicante, no importa el disfraz con el que viaje. Creo que Tanner la matará en cuanto deje de resultarle útil.
—¿Has venido a salvarla, poniéndote en peligro? Qué galante.
—La galantería no tiene nada que ver. Es solo… bondad humana. —Las palabras me parecían completamente ajenas a mí, pero no me daba vergüenza decirlas—. Quizá a este lugar no le vendría mal tener un poco más de eso, ¿no crees?
—¿Lo matarías? ¿Al hombre cuyos recuerdos llevas? ¿No es algo muy parecido al suicidio?
—Me preocuparé por los problemas éticos después de limpiar la sangre.
—Admiro tu claridad mental —dijo Reivich—. Hace que lo que está a punto de pasar resulte mucho más interesante.
—¿De qué estás hablando? —me puse tenso.
—Te dije que Tanner estaba aquí, ¿verdad? Quería decir aquí; literalmente aquí. Lo he tenido entretenido hasta que has llegado.
Un rectángulo de sombra más oscura interrumpió la penumbra detrás de Reivich. De ella surgió un hombre que se parecía mucho a mí.
De nuevo sentí un espasmo de necesidad: el instinto que impulsa al soldado a coger un instrumento de muerte. Pero no había nada a mano y, en cualquier caso, a pesar de mi bravuconería, sabía que lo único que nunca conseguiría hacer sería matar a Tanner Mirabel a sangre fría. Habría sido demasiado parecido a matarme a mí mismo.
La hermana Amelia de los Mendicantes del Hielo salió detrás de él; surgió de la oscuridad y entró en el claro de luz dorada de la cámara. Ya no estaba vestida como Mendicante (su ropa resultaba desaliñada y funcional), pero era inconfundible. Llevaba un simbólico colgante con forma de copo de nieve alrededor del cuello.
Tanner dio un paso adelante hasta quedar junto al asiento de Reivich. Vestido con un abrigo oscuro que casi llegaba hasta el suelo, era más alto de lo que yo esperaba (me llevaba dos o tres centímetros) y su porte era distinto: se contoneaba, y aquel era solo uno de los elementos de coreografía corporal que no compartíamos, a pesar de todo nuestro parecido físico. No parecíamos del todo gemelos, pero podríamos haber sido hermanos, o el mismo hombre bajo una iluminación distinta en la que los aspectos cambiados de las sombras diferenciaban nuestros caracteres sutilmente. La cara de Tanner tenía una expresión cruel que yo no creía haber visto nunca en la mía, aunque quizá no me hubiera mirado en el espejo en los momentos adecuados.
Amelia fue la primera en hablar.
—¿Qué está pasando? No lo entiendo.
—Buena pregunta —dijo Tanner tras poner una mano enguantada sobre el respaldo alto y decorado con volutas de la silla de Reivich—. Realmente buena. —Después, miró por encima del respaldo de la silla hasta quedar frente al rostro ciego del hombre al que había ido a matar—. Puedes responder cuando te apetezca, guapo.
—Entonces, sabes quién soy, ¿no? —le dijo Reivich.
—Sí. Obviamente lo hiciste a lo bestia. Deja que lo adivine. Trauma neural, celular y genético agudo. Estos gorilas de aquí te habrán hinchado a medimáquinas, pero sería como intentar sujetar con pajitas un edificio que se derrumba. Diría, a juzgar por el aspecto, que probablemente te queden solo unas cuantas horas, quizá ni siquiera eso. ¿Tengo razón?
—Totalmente —dijo Reivich—. Espero que eso te ofrezca cierto consuelo.
—¿Consuelo por qué? —Tanner estaba tocando la cara de Reivich, recorriéndola como si fuera la textura de un globo terráqueo antiguo.
—Viniste aquí para matarme.
—Eso podría compensarme.
—Muy bien. Pero ¿de qué serviría? Podrías aplastar mi cuerpo y te lo agradecería con mi último suspiro. Todo lo que soy, todo lo que sabía o sentía, está conservado para la eternidad.
Tanner dio un paso atrás. Su tono era formal.
—¿Tuvo éxito el escaneado?
—Del todo. Mi programa está funcionando incluso mientras hablamos, en algún lugar de la enorme arquitectura distribuida de procesadores de Refugio. Ya se han trasmitido copias de seguridad de mí mismo a otros cinco hábitats que ni siquiera yo conozco. Podrías detonar un arma nuclear en Refugio y no supondría ni un ápice de diferencia.
Me resultó evidente que la versión de Reivich con la que había hablado hacía tan solo una hora antes era la copia escaneada. Los dos estaban jugando juntos; conspiradores. Reivich llevaba razón. Nada de lo que Tanner pudiera hacer significaría nada. Y quizá a Tanner no le importara aquello, ya que al atraerme hasta allí había logrado su objetivo principal.
—Morirías —dijo Tanner—. ¿Quieres que me crea que eso no te importa?
—No sé qué crees tú. Francamente, Tanner, no tengo ningún interés por saberlo.
—¿Quién eres? —dijo Amelia con la confusión pintada en la cara. Me di cuenta de que hasta aquel momento él había conseguido mantener su confianza y esconder la verdadera naturaleza de su misión—. ¿Por qué hablas de matar?
—Porque es lo que hacemos —dije—. Ambos te hemos mentido. La diferencia es que yo nunca pensé en matarte.
Tanner fue a por ella. Pero no lo bastante rápido; demasiado lista para quedarse cerca de Reivich, Amelia había avanzado por las espigas del suelo, desconcertada.
—Por favor, ¡dime lo que está pasando!
—No hay tiempo —dije—. Tienes que confiar en nosotros. Te mentí y lo siento, pero no era yo mismo cuando lo hice.
Chanterelle añadió:
—Será mejor que le creas. Ha arriesgado su vida por venir aquí y ha sido principalmente para salvarte.
—Dice la verdad —intervino Zebra.
Miré a Tanner a los ojos. Todavía estaba junto a la silla de Reivich. Los tres criados seguían inertes, como si no supieran nada de lo que estaba pasando a su alrededor.
—Solo eres uno, Tanner —dije—. Creo que finalmente ha salido tu número. —Me volví hacia los otros—. Podemos con él si me dejáis que vaya delante. Tengo sus recuerdos. Anticiparé todos sus movimientos.
Quirrenbach y Zebra se me pusieron uno a cada lado, y Chanterelle se situó a mi espalda, mientras que Amelia se escondía detrás de nosotros.
—Tened cuidado —susurré—. Puede que haya colado un arma en Refugio, aunque nosotros no lo hiciéramos.
Di dos pasos más cerca del trono de Reivich.
Algo se movió bajo la colcha. Su otra mano, invisible hasta el momento, surgió de la oscuridad llevando una diminuta pistola enjoyada. Apuntó con una velocidad impresionante y toda su debilidad desapareció en aquel momento. Hizo tres disparos. Los proyectiles pasaron junto a mí dejándome manchas plateadas en la retina.
Quirrenbach, Zebra y Chanterelle cayeron al suelo.
—Quitadlos —graznó Reivich.
Los criados volvieron a la vida y los tres me pasaron en silencio como fantasmas antes de arrodillarse para recoger los cuerpos. Los apartaron de la luz, como espíritus que volvieran a las sombras de un bosque cargados de trofeos.
—Hijo de puta —dije.
—Vivirán —contestó Reivich mientras volvía a meter la mano bajo la manta—. Solo los he tranquilizado.
—¿Por qué?
—Yo me estaba preguntando lo mismo —dijo Tanner.
—Fastidiaban la simetría. Ahora estáis los dos solos, ¿no lo veis? La conclusión perfecta para vuestra caza. —Inclinó el cráneo en mi dirección—. Debes admitir que la simplicidad de la idea resulta atractiva.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Tanner.
—Lo que quiero es lo que ya tengo. Vosotros dos en la misma habitación. Ha pasado tiempo, ¿verdad?
—No lo bastante —dije—. Sabes más de lo que has dicho, ¿verdad?
—Digamos que los datos que había recopilado antes de dejar Borde del Firmamento eran intrigantes, por no decir más.
—Quizá sepas más que yo —dije.
Reivich sacó el cañón de la pistola de nuevo de la manta, aquella vez en dirección a Tanner. Su puntería era solo aproximada, pero pareció tener el efecto deseado, porque obligó a Tanner a alejarse de la silla hasta que los dos estuvimos a la misma distancia de ella. Después dijo:
—¿Por qué no me decís los dos lo que recordáis? Yo iré llenando los huecos —señaló a Tanner con la cabeza—. Creo que puedes empezar tú,
—¿Dónde quieres que empiece?
—Puedes empezar con la muerte de la mujer de Cahuella, ya que fuiste tú el que la mencionó.
Sentí el extraño instinto de defenderlo.
—No la mató a propósito, capullo. Intentaba salvarla.
—¿Importa eso? —dijo Tanner con desprecio—. Hice lo que tenía que hacer.
—Desafortunadamente, fallaste —dijo Reivich.
Tanner pareció no oírlo. Estaba hablando, contando lo que recordaba.
—Quizá fallara; quizá no. Quizá sabía que prefería matarla antes que dejarla vivir sin que fuera mía.
—No —dije—. No pasó así. Tú intentabas salvarla…
Pero me pregunté si de verdad lo sabía.
Tanner siguió.
—Después, sabía que Gitta estaba perdida. Pero podía salvar a Cahuella. Sus heridas no eran tan graves. Así que los mantuve a los dos con soporte vital hasta que regresé a la Casa de los Reptiles.
Asentí sin querer, recordaba el infernal camino de vuelta a través de la jungla y cómo intentaba reprimir el dolor de mi pie amputado. Salvo que nunca me pasó a mí… le pasó a Tanner y yo solo lo sabía gracias a sus recuerdos…
—Cuando regresé me recibieron otros miembros del personal de Cahuella. Se llevaron los cuerpos e hicieron lo que pudieron por Gitta, aunque sabían que no tenía remedio. Cahuella estuvo en coma unos días, pero acabó despertando. No recordaba mucho de lo que había pasado.