—Date la vuelta, Doc. Ya sé que has estado llorando.
Harel se giró, frotándose los ojos enrojecidos.
—Qué tontería, ¿verdad? Una simple secreción de la glándula lacrimal, y qué embarazo te hace pasar.
—Más embarazosa es la mentira.
La doctora se fijó entonces en las ropas destrozadas de Andrea, algo que sin duda en su enfado Larsen había pasado por alto o no se había dignado a comentar.
—¿Qué te ha sucedido?
—Me he caído por las escaleras. No cambies de tema. Sé quién eres.
Harel la miró de frente, midiendo cada una de sus palabras.
—¿Qué es lo que sabes?
—Que la medicina de combate es una especialidad muy apreciada en el Mossad, por lo que parece. Y que esa sustitución que tuviste que hacer no fue tan casual como me contaste.
La doctora arrugó el gesto y se levantó, acercándose a Andrea, que rebuscaba en su maleta en busca de algo limpio que ponerse.
—Siento que hayas tenido que enterarte así, Andrea, de verdad. Yo sólo soy una analista de segunda fila, no una agente de campo. Mi gobierno quiere tener ojos y oídos en cada expedición arqueológica que anda tras el Arca de la Alianza. Ésta es la tercera en la que estoy en siete años.
—¿Eres médica? ¿O también eso era mentira? —dijo Andrea, embutiéndose en su camiseta.
—Soy médica.
—¿Y cómo es que te llevas tan bien con Fowler? Porque me he enterado que es un agente de la CIA, por si no lo sabías.
—Ella ya lo sabía, y usted me debe una explicación —dijo Fowler. Estaba junto a la puerta, con el ceño fruncido pero con evidente alivio en el rostro tras haberla buscado toda la tarde.
—Y una mierda —Andrea apuntó con el dedo al sacerdote, que se echó hacia atrás sorprendido—. Casi me muero de calor bajo la plataforma, y para colmo uno de los perros de Dekker ha intentado violarme hace diez minutos. No estoy de humor para hablar con ustedes. Al menos no todavía.
Fowler tomó a Andrea por los brazos, fijándose en las contusiones de las muñecas.
—¿Se encuentra bien?
—Mejor que nunca —dijo apartándole la mano. Lo último que deseaba la joven en aquel momento era el contacto con nadie del sexo masculino.
—Señorita Otero, oyó usted la conversación de los soldados cuando estaba bajo la plataforma, ¿me equivoco?
—¿Qué demonios hacías allí? —se asombró la doctora.
—Yo la mandé. Tenía que ayudarme a interferir con su escáner de frecuencias para poder contactar con mi enlace en Washington.
—Me hubiera gustado que me lo hubiese contado, padre.
Fowler bajó la voz hasta convertirla en un susurro.
—Necesitamos información, y no la vamos a conseguir encerrados en esta burbuja. ¿O cree que no sé cómo se escapa usted por las noches para enviar mensajes de texto a Tel Aviv?
—Touché
—reconoció Harel haciendo una mueca.
¿Era eso lo que hacías, Doc?,
se preguntó Andrea, mordiéndose el labio inferior y tratando de tomar decisiones.
Tal vez yo estuviera equivocada y tenga que confiar en ti, después de todo. Eso espero, porque no queda otro remedio.
—Está bien, padre. Les contaré lo que oí…
F
OWLER Y
H
AREL
—Tenemos que sacarla de aquí —susurró el sacerdote. Las sombras del cañón los rodeaban, y los únicos ruidos provenían de la tienda comedor, donde los miembros de la expedición comenzaban a cenar.
—No veo cómo, padre. Pensé en robar uno de los Hammer, pero hay que salvar la duna. No llegaríamos lejos. ¿Y si simplemente contásemos al grupo la verdad de lo que está pasando aquí?
—Suponiendo que lo consiguiésemos y de que nos creyeran… ¿de qué serviría?
Doc contuvo un suspiro angustiado en mitad de la oscuridad, un quejido de rabia e impotencia.
—Entonces lo único que se me ocurre es la misma respuesta que me dio usted ayer acerca del topo: esperar y ver.
—Hay un método —dijo Fowler, al cabo de un rato—. Será peligroso, y necesitaré su ayuda.
—Supongo que puede contar conmigo, padre. Pero antes necesito que me explique qué es un protocolo Ypsilon.
—Es un procedimiento por el que el destacamento de seguridad asesina a todos los miembros de la partida, los mismos a los que supuestamente protegía, cuando suena una palabra clave por la radio. A todos excepto al que le contrató y quienes él haya designado.
—No entiendo cómo algo como eso puede existir.
—Oficialmente no existe. Pero algunos operativos de las compañías de mercenarios que estuvieron en Operaciones Especiales, por ejemplo, importaron el concepto de países asiáticos.
Harel guardó silencio un momento.
—¿Hay alguna manera de saber quién está incluido?
—No —dijo el sacerdote, con un hilo de voz—. Y lo más irritante es que la persona que contrató al grupo suele ser alguien diferente a quien ostenta el mando de manera nominal.
—Entonces Kayn… —dijo Harel, abriendo mucho los ojos.
—Exacto, doctora. No es Kayn quien quiere vernos muertos, sino alguien muy distinto.
L
A
EXCAVACIÓN
Desierto de Al Mudawwara, Jordania
Sábado, 15 de julio de 2006. 02.34
Al principio, la quietud de la tienda enfermería era total. Con Kyra Larsen durmiendo con sus compañeros, la respiración profunda de las dos mujeres servía para enmarcar y definir el silencio.
Luego vino un ligero rasgueo, el de una cremallera Hawnvëiler, las más seguras y herméticas del mundo. Nada de polvo puede entrar cuando están cerradas, pero nada impide a un intruso acceder cuando se ha abierto un paso de unos cincuenta centímetros de alto.
Lo siguiente fue un conjunto de sonidos leves: unos pies enfundados en calcetines sobre la madera; el pop de una cajita de plástico al abrirse; y un ruido casi imperceptible pero tremendamente amenazador: el de veinticuatro patas de queratina agitándose nerviosas dentro de la cajita.
Después siguió una serie de silencios, porque los movimientos que los acompañaron no produjeron sonidos reconocibles por el ser humano: el extremo de un saco de dormir medio abierto levantándose, el ruido de las patitas aterrizando sobre la tela, el extremo del saco volviendo a su posición y cubriendo a los dueños de las patas.
Durante los siete segundos siguientes, las respiraciones volvieron a reinar en el silencio, porque el roce de los pies camino de la salida fue aún más leve que a la entrada, porque la cremallera ya no se cerró cuando se fue el intruso y porque el único movimiento que hizo Andrea bajo el saco fue tan breve que apenas produjo ningún ruido.
Fue también suficiente para darles a los visitantes del saco de Andrea una manera de descargar su furia y el desconcierto que les había producido el intruso agitando con fuerza la cajita de plástico antes de entrar en la tienda.
El primer aguijón se clavó y Andrea acabó a gritos con el silencio.
M
ANUAL
DE
ENTRENAMIENTO
DE
A
L
Q
AEDA
,
LOCALIZADO
EN
UN
PISO
FRANCO
POR
S
COTLAND
Y
ARD
,
PÁGINAS
131
Y
SIGUIENTES
. T
RADUCIDO
POR
WM
Y
SA.
[13]
Estudios militares de la jihad contra la tiranía
En el nombre de Alá, el piadoso y compasivo […]
Capítulo 14: Secuestros y asesinatos utilizando rifles y pistolas
Es preferible escoger un revólver, ya que aunque pueda llevar menos balas que una pistola automática, no se encasquilla y los casquillos vacíos quedan en el tambor, dificultando la acción de los investigadores.
[…]
Partes críticas del cuerpo
El pistolero debe conocer las partes letales del cuerpo o [dónde] herir seriamente para poder disparar a esos puntos sobre la persona que quiere asesinar. Éstos son:
1 - El círculo que comprende los dos ojos, la nariz y la boca es un área letal, y el pistolero no debe apuntar por debajo, a la izquierda o a la derecha o se arriesga a que el proyectil falle.
2 - La parte del cuello donde se juntan venas y arterias
3 - El corazón, ésta es una parte letal
4 - El estómago
5 - El hígado
6 - Los riñones
7 - La columna vertebral
Principios y reglas del disparo
La mayoría de los errores de puntería son debidos al estrés físico o los nervios, que pueden hacer que la mano se agite o tiemble. Esto puede ser causado por aplicar una presión excesiva en el gatillo y por tirar del gatillo en lugar de apretarlo, haciendo que la boca del cañón se desvíe del blanco.
Por tanto, los hermanos deben seguir las siguientes consideraciones al apuntar y disparar:
1 - Contrólate al apretar el gatillo para no agitar la pistola
2 - Aprieta el gatillo sin demasiada fuerza y sin tirar de él
3 - No dejes que el sonido del disparo te afecte y no te concentres en anticipar el sonido del disparo porque eso haría que tu mano temblase
4 - El cuerpo debe estar normal, no tenso, y las articulaciones relajadas; tampoco demasiado relajado
5 - Cuando dispares, alinea tu ojo derecho con el centro del blanco
6 - Cierra el ojo izquierdo si disparas con la derecha y viceversa
7 - No tardes demasiado en apuntar o tus nervios te traicionarán
8 - No sientas remordimiento al apretar el gatillo. Matas a un enemigo de tu Dios
U
N
SUBURBIO
DE
W
ASHINGTON
Viernes, 14 de julio de 2006. 20.34
Nazim dio un sorbo a la Coca-Cola y la dejó a un lado enseguida. Tenía demasiado azúcar, como todas las bebidas de los restaurantes en las que comprabas el vaso y lo podías llenar cuantas veces quisieras. El Mayur Kabab al que había ido a buscar la cena era uno de ésos.
—¿Sabes? Vi un documental el otro día. Era de un tío que solamente comió hamburguesas de McDonalds durante un mes.
—Qué asco —Kharouf tenía los ojos entrecerrados. Llevaba un rato intentando dormir sin conseguirlo. Había vuelto a echar hacia delante el respaldo del coche hacía diez minutos, desistiendo. Aquel Ford era demasiado incómodo.
—Dicen que el hígado se le convirtió en paté.
—Eso sólo puede pasar en Estados Unidos. El país con más gordos del mundo. El país que consume el 87% de los recursos mundiales.
Nazim se calló. Él había nacido norteamericano, aunque un norteamericano diferente. No había aprendido a odiar a su patria, aunque sus labios pronunciasen cosas distintas. Para él, el odio a los Estados Unidos de Kharouf era demasiado global. Prefería imaginarse al presidente arrodillándose de cara a la Meca en el Despacho Oval que ver la Casa Blanca arrasada por el fuego. Una vez le había contado algo así a Kharouf y éste le había enseñado un CD con fotos de una niña pequeña. Fotos de la escena de un crimen.
—Los soldados israelíes la violaron y la asesinaron en Nablus. No hay odio suficiente en el mundo para eso —le había dicho.
Recordando las imágenes, a Nazim también le ardía la sangre. Pero procuraba mantener fuera de su cabeza aquel pensamiento.
A diferencia de Kharouf, el odio no era su fuente de energía. Sus motivaciones egoístas y deformadas se centraban en conseguir algo para él. Su premio.
Cuando días atrás entraron en la sede de GlobalInfo, Nazim apenas había sido consciente de nada. En cierto sentido le apenaba, ya que los dos minutos que pasaron exterminando a los
kafirun
estaban casi borrados de su cabeza. Había intentado rememorar lo sucedido, pero era como el recuerdo de otra persona, como esos sueños absurdos que aparecen en las películas de chicas que le gustaban a su hermana en las que el protagonista se ve desde fuera. Nadie tiene sueños en los que se vea desde fuera.
—Kharouf.
—Dime.
—¿Recuerdas algo del martes pasado?
—¿Te refieres a la operación?
—Claro.
Kharouf le miró, se encogió de hombros y sonrió con tristeza.
—Cada detalle.
Nazim evitó su mirada porque le avergonzaba admitir lo que iba a decir.
—Yo… yo no me acuerdo muy bien ¿sabes?
—Chico, da gracias a Alá, bendito sea su nombre. La primera vez que maté a alguien no pude dormir en una semana.
—¿Tú? —Nazim abrió los ojos como platos.
Kharouf le rascó cariñosamente la cabeza.
—Claro, Nazim. Ahora ya eres un yihadista, ya somos iguales. No te asombres de que yo también pase por momentos malos. A veces es difícil asumir el papel de la espada de Dios. Pero a ti te ha bendecido con el olvido de los detalles desagradables. Ya sólo te queda el orgullo por lo que has hecho.
El joven se sintió mucho mejor de lo que se había sentido en los últimos días. Permaneció un rato en silencio, musitando una oración de agradecimiento y sintiendo como el sudor le empapaba la espalda. No se atrevían a encender el motor del coche para poner el aire acondicionado, y la espera comenzaba a hacérseles eterna.
—¿Seguro que está ahí dentro? Porque yo empiezo a dudarlo —dijo Nazim, señalando el muro que rodeaba la finca—. ¿No crees que deberíamos buscar en otro sitio?