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Authors: Jeff Grubb Ed Greenwood

Cormyr (32 page)

BOOK: Cormyr
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—Tú serás mi mago, ¿lo sabías? —le dijo una tarde, durante el estudio, Azoun, volviéndose hacia ella.

Amedahast se sorprendió al oírlo.

—Baerauble es el mago del rey. Yo tan sólo soy un aprendiz.

—Ese viejo espantapájaros es el mago de mi padre y ha sido el mago de la corte de Cormyr desde el inicio de los tiempos —admitió Azoun—. Pero jamás había tenido un aprendiz. Creo que empieza a acusar el peso de la vejez. Diría que está a punto de retirarse o de morir, o de hacer lo que hagan los magos ancianos. Tú serás mi mago.

La idea de convertirse en el mago real de Cormyr inquietó un tanto a Amedahast. Sí, pensó, probablemente disfrutaría al alcanzar semejante posición y ser objeto de tanto respeto. Pero Baerauble había sobrevivido a todos, a excepción de los elfos más ancianos, gracias a los poderes que le confería la magia. Incluso pese a estar tan frágil, parecía invulnerable, eterno.

Aquella noche, mientras cenaban, intentó sacar el tema a colación.

—Cormyr siempre ha tenido un rey, desde el principio —dijo el mago, asintiendo de forma imperceptible—. Pero también ha contado con un mago dispuesto a aconsejar, corregir y ayudar al soberano. Sin su mago, Cormyr no hubiera sido nunca una verdadera nación. Con el tiempo tú asumirás esa posición, aunque no será hasta dentro de un tiempo. Aún tienes mucho que aprender.

El mes terminó y empezó la estación de los nobles en Suzail, un breve lapso de celebraciones en la capital, antes de que la nobleza se enfrentara al veraneo. Amedahast fue presentada al rey Anglond y a la reina Eleriel, y juró lealtad a la corona sobre Symylazarr, la espada también conocida como Fuente de Honor. También fue presentada a la nobleza. Allí de pie, después de pronunciar el juramento, vio que tanto Baerauble como Azoun le dirigían una sonrisa, el primero con aprobación y seriedad, y el segundo con una sonrisa de oreja a oreja y cierto orgullo en la mirada.

Los festejos y diversiones eran más simplones que en la elegante corte de Myth Drannor, aunque disfrutaban de una vitalidad de la que carecían los elfos. Las danzas eran muy vivaces, y todo el desorden quedaba compensado por el entusiasmo. La misteriosa mago, alumna de Baerauble, estaba preciosa vestida de verde y con la melena pelirroja recogida en una trenza adornada de oro, y fue objeto de todas las miradas mientras bailaba con los vástagos nobles y charlaba con las hijas de la nobleza. Cuando toda aquella gente la observaba, sus miradas reflejaban ante todo curiosidad, pero también respeto e incluso miedo.

No le disgustaba en absoluto ni la atención ni el respeto. Una parte de su persona estaba convencida de que desaparecería con el tiempo, cuando ya no fuera esa maravilla llegada del norte, cuando asumiera el fardo de la responsabilidad. Pero de momento, su corazón surcaba los cielos con alas concedidas tanto por la alabanza como por la adoración de los presentes.

Entonces se percató de que Azoun no estaba.

Se le ocurrió pensar que el príncipe querría bailar con ella. Las demás testas coronadas estaban allí, así como el mago de la corte, por lo que su ausencia no se debía a un asunto de Estado. Se libró de un joven de los Turcassan que alardeaba de sus virtudes a la hora de matar osos, y salió en busca del atractivo príncipe.

Lo encontró en el jardín, junto a los árboles, pero no estaba solo.

Ellos no la vieron, pero Amedahast se acercó lo suficiente para ver a la pareja, ella con la cabeza apoyada en su regazo, él depositando uvas en la boca de ella, ya roja. Pertenecía a una de las familias nobles de menor categoría, quizá fuera una joven debutante de los Bleth. Lucía un vestido de corte sureño, con un escote demasiado atrevido, tanto que parecía algo indecente, y ajustado en las caderas. Por su mayor altura, Azoun podía disfrutar de una magnífica perspectiva de sus encantos.

Amedahast estaba también lo bastante cerca como para escucharlos, tanto la risita de la muchacha como las palabras del príncipe. Él recitaba poesía, y al final de cada estrofa la recompensaba con una uva.

Era poesía élfica. La poesía que Amedahast le había enseñado. Se dio cuenta de que estaba temblando, aunque aquella noche no fuera precisamente fría.

Amedahast giró sobre sus talones y regresó al castillo, donde parpadeaban las luces cálidas y el bullicio de fiesta animaba la brisa nocturna. Se detuvo en el umbral para llevarse ambas manos a la cara. No lloraba; eso ya era bastante.

Sin embargo, su rostro reflejaba sentimientos cuando entró en el recibidor. Estuvo a punto de tropezar con una noble anciana; a juzgar por las lecciones impartidas por el traidor de Azoun, pertenecía a la familia Merendil. Azoun la había descrito como una matrona vengativa, mezquina y anciana, y Amedahast creyó recordar que había sorprendido a Azoun de pequeño, mientras robaba manzanas.

Volvió a pensar en aquella historia. Lady Merendil tenía tres hijas. Lo más probable era que a Azoun lo sorprendieran con algo más que unas simples manzanas en las manos.

Lady Merendil observó de pronto a Amedahast con una mirada inquisitiva, que a continuación dirigió al jardín al tiempo que esbozaba una sonrisa:

—Ah, ya veo, el joven príncipe golpea de nuevo.

—Sinceramente —masculló Amedahast—, me tiene sin cuidado qué pueda estar golpeando el príncipe por ahí, y a quién.

Lady Merendil apoyó una mano en el hombro de Amedahast.

—No eres la primera en caer en sus redes, querida. ¿Acaso te hizo pensar eso? Me temo que es como los demás Obarskyr. En cuanto se entrometen sus pasiones, se desvanece la poca decencia que tienen.

Amedahast no respondió, y la señora la condujo hacia una alcoba lateral. Al hablar, lo hizo en susurros.

—Entiendo que te sientas herida, pero comprende que no eres la primera que se ha sentido así. Azoun y los de su estirpe continuarán actuando de esa forma hasta que alguien les dé una lección, igual que el perro al que golpean en el hocico se lo piensa dos veces antes de volver a meterlo en la cesta de los dulces.

—Hace que me sienta tan... —Amedahast buscó la palabra adecuada— enfadada. Yo confiaba en él. —Empezaba a sentir que sus lágrimas pugnaban por abandonar sus ojos, pero las contuvo al igual que contuvo la desesperación.

—Pobrecilla —dijo la señora—. Conozco la manera de devolverle el golpe. ¿Te interesa?

Amedahast consideró un momento su proposición, antes de asentir con la cabeza. ¡Se había servido de su poesía para una conquista del tres al cuarto!

—Conozco a un grupo de mercaderes extranjeros. Llamémoslos los Señores del Acero —sugirió con una sonrisa—. Se sienten dolidos por algunos de los impuestos del rey Anglond, y quieren forzar unas nuevas negociaciones. Estos Señores del Acero creen que el rey necesita una especie de lección, y yo personalmente creo que el joven Azoun necesita que le den una lección. Quizá podamos matar dos pájaros de un tiro.

—¿Matar? —preguntó Amedahast—. No, yo no...

—Discúlpame, querida... he elegido mal mis palabras —repuso lady Merendil, cuya sonrisa adquirió un tinte beatífico—. Aquí en Cormyr no somos ningunos salvajes. El plan consiste en capturar al príncipe, y retenerlo simplemente durante unos días, y liberarlo cuando los Señores del Acero hayan conseguido lo que tanto ansían. Si resulta que el rey se entera de que el príncipe ha sido secuestrado por andar mariposeando por ahí, quizá lo vigile un poco más en el futuro.

Amedahast guardó silencio. Tal vez fuera una buena idea darle una lección antes de que arruinara el buen nombre de los Obarskyr.

—¿Hay algún momento en que esté a solas? ¿Un lugar donde haya pocos guardias que lo acompañen, pocos testigos? —preguntó lady Merendil, acercando su cara a la de Amedahast.

La joven consideró aquellas preguntas. Cuando se reunían en el jardín no había guardias por ninguna parte. Lo cual significaba que...

Lo cual significaba que el muy idiota lo había planeado todo de antemano. El encuentro de hacía un mes no fue fruto de la casualidad. Ella sólo era un entretenimiento hasta el momento en que empezara la estación de los nobles.

No hay coincidencias. Primera ley de Baerauble, ¿cómo no?

—Nos vemos en el jardín —balbuceó—, en la parte trasera, junto a los árboles. Cuando vuelve de cabalgar. Aunque no sé si volverá a hacerlo ahora.

—Excelente —siseó lady Merendil sonriendo como un gato a punto de saltar sobre el canario.

—Supongo que no le harán daño —dijo Amedahast.

—Querida niña —respondió lady Merendil—, ¿qué gracia tendría en ese caso? —Y se levantó para reincorporarse a la fiesta.

Al cabo de unos minutos, en los que hizo lo posible por recuperarse, Amedahast se unió también a la fiesta. La mayoría de los jóvenes nobles se habían emparejado, y tan sólo algunos daban vueltas en la sala de baile. La mayoría había formado corrillos, repartidos a lo largo del perímetro, enfrascados en conversaciones de diversa índole.

Encontró a Baerauble sentado en una silla, conversando animadamente con uno de los Crownsilver, de cuerpo contundente y veterano. Su rostro se iluminó al ver a su alumna.

—Le ruego me disculpe —dijo a la Crownsilver—, pero mi alumna debe llevarme a casa.

La Crownsilver inclinó la cabeza y se retiró. Amedahast ayudó a Baerauble a levantarse. El mago se sentía débil, como si se hubiera quedado sin fuerzas.

—Te doy las gracias por rescatarme —dijo Baerauble en cuanto salieron al pasillo—. De haber tenido que escuchar de nuevo el ensayo épico de lord Crownsilver acerca de la reconstrucción de Marsember, creo que habría enloquecido. —El mago se inclinó un poco, y Amedahast creyó oler a licor en su aliento.

—¿Mi señor? —aventuró.

—¿Sí? —respondió él.

—¿Alguna vez ha tenido que servir a un rey malvado? —preguntó ella—. Es decir, a un hombre realmente malvado y estúpido.

—Dos preguntas distintas —dijo Baerauble—. Cormyr cuenta con la bendición de no haber tenido jamás un solo rey malvado de verdad. Uno loco, sí; otro insuficiente, también. Avaricioso, malo, violento, pusilánime, sí, sí, sí, sí. Y a un soberano dominado por la lujuria... oh, pues claro que sí. Pero los Obarskyr disfrutan de la bendición de no haber dado nunca a Cormyr un rey malvado. Los elfos hicieron bien al permitir que los Obarskyr se quedaran en sus tierras.

—Pero si eran locos, violentos y... la lujuria regía sus actos, entonces, ¿por qué les sirvió usted?

—Yo sirvo a la corona, no a la cabeza que la ciñe —respondió el mago volviéndose hacia ella y mirándola fijamente—. He vivido cuatrocientos años, y en ese tiempo he visto crecer a esta nación, desde un campamento hasta algo que merecía la pena conservar. Y si con tal de mantener los frutos de mi trabajo debo poner buena cara ante la adversidad, así lo haré. Nosotros no somos aquí quienes regimos, mi querida alumna. Pero protegemos, y eso significa proteger a quienes, por otro lado, probablemente juzguemos débiles y estúpidos, porque siempre hay una nueva esperanza puesta en la siguiente generación. «Haz lo que puedas», he dicho siempre, «y con eso bastará».

Llegaron a los aposentos de Baerauble, y el anciano le dio las buenas noches. Amedahast permaneció en el pasillo durante algunos minutos. En otra parte del torreón, el baile aún continuaba, y la música alta y animada recorría los salones como una serpiente sinuosa. Escuchó durante un momento, mientras pensaba en los hombres estúpidos, y también, cómo no, en las mujeres débiles.

Entonces se dirigió a sus aposentos y desempolvó los antiguos libros y tratados de hechizos que había traído consigo de Myth Drannor.

A la tarde siguiente, Azoun se retrasó y lucía un aspecto desaliñado, pero allí estaba, vestido como siempre para montar. Subió las escaleras de dos en dos.

Amedahast levantó la mirada del tomo que consultaba en aquel momento, sin reflejar emoción alguna en su rostro.

—Llegáis más tarde de lo habitual.

—Los reyes escogen la arena que más les interesa para sus relojes —repuso alegremente, para después añadir—: El de anoche fue un baile magnífico. Te eché de menos al final.

—Claro —dijo tranquilamente—. Lord Baerauble necesitaba mi ayuda, y algunos de nosotros aún tenemos deberes, aunque sea la fiesta de la estación. Me gustaría hablar con vos, de cara a una posible repoblación de Marsember.

—¡Oh, oh! Según parece Crownsilver habló contigo —dijo el príncipe, con una sonrisa que ella no pudo considerar sino molesta—. Él saldría ganando porque todas las tierras colindantes le pertenecen. Y sus primos, los Truesilver, también se beneficiarían si nos libráramos de una vez por todas de esos piratas y contrabandistas.

Continuó con los pros y los contras del asunto Marsember, aunque Amedahast tan sólo lo escuchaba a medias. Paseó la mirada por el jardín colindante. Los lechos de rosas, ahora en plena floración, le parecieron amenazadores, y todas y cada una de las estatuas podía servir de escondrijo a un posible asesino.

De pronto lo vio, un simple rizo de luz a lo largo de un lado del jardín-laberinto. Un temblor de hojas, como si éstas fueran víctima de las caricias de una brisa que no existía. El movimiento pudo pasar desapercibido para cualquiera que no mirara con intención de descubrirlo.

Sin embargo, Amedahast lo estaba buscando y sabía lo que significaba. Capas élficas, sacadas de contrabando de Cormanthor. Doblegaban la luz a su alrededor, de modo que quien las llevara casi era invisible siempre y cuando permaneciera inmóvil, camuflado contra el fondo. Con aquellas capas, a los secuestradores no les costaría mucho caer sobre su presa.

No, no eran secuestradores. Distinguió el fulgor característico del acero, de la punta de flecha de una ballesta, quizá. Tenían intención de darle una lección, pero sin duda se trataba de una lección mucho más dura de lo convenido.

Azoun repasaba en aquel momento la miríada de facciones que ejercían presión, a favor y en contra, de la repoblación de Marsember.

—De modo que las familias Silver no están dispuestas a dar marcha atrás, pero necesitan el apoyo de los Dracohorn, los Bleth y los Turcassan, que no quieren ver cómo éstos se fortalecen aún más. Están además las casas nobles más jóvenes, como los Cormaeril, quienes apoyan a... ¡Eh!

Amedahast dio un salto en cuanto vio que levantaban un arma, al tiempo que se abalanzaba hacia el atacante con la velocidad del rayo.

Era mucho más ligera que Azoun, pero el príncipe no esperaba ser atacado y, sin embargo, ambos abandonaron el banco casi al mismo tiempo. La flecha de una ballesta se hundió en la madera donde hacía apenas un instante Azoun apoyaba la cabeza. Otra fue a dar contra la posición ocupada por Amedahast.

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