Authors: Jeff Grubb Ed Greenwood
—Y quienes han negado cualquier relación con la conspiración saben que están vigilados —intervino Cat—. Creo que durante los próximos años se mostrarán tan leales y dispuestos a servir a su soberano, como cualquier persona recién nombrada caballero.
—No serán los únicos —añadió Vangerdahast, tímidamente—. Me he encargado de agradecer personalmente su actitud a las familias que permanecieron cómodamente sentadas en su poltrona, sin decantarse por una u otra opción, mientras el reino se venía abajo a su alrededor. Sobre todo en lo concerniente a los supuestamente leales Huntsilver, Crownsilver y Truesilver. Estoy convencido de que pasarán varios años intentando probar fervientemente su lealtad a la corona.
—¿Y qué me decís de quienes no aprobaron vuestros métodos? —preguntó la princesa de la corona, que cruzó una mirada inquisitiva con el mago—. Quienes arriesgaron la vida, convencidos de que lord Vangerdahast era un traidor —Bajó la mirada hasta dar con el suelo, y añadió—: Como yo, sin ir más lejos.
Vangerdahast cogió la mano de la princesa con una de sus manos grandes y peludas.
—Alteza —dijo, con suavidad—, ¿cómo pudisteis pensar de otro modo? —El mago se levantó y adoptó la pose de un actor en pleno escenario—. Después de todo, aprendí a actuar gracias a los consejos de las mejores bailarinas de taberna de toda Suzail. Mi actuación, y está mal que yo lo diga, fue, simplemente, insuperable... ¡Insuperable!
Tanalasta hizo lo posible por no echarse a reír, pero soltó un bufido y después dio rienda suelta a su alegría. Vangerdahast pestañeó, fingiendo un afectado aire de inocencia, y Azoun se unió a las carcajadas de su hija.
—En serio, padre, ¿qué me decís de quienes se mostraron leales, como Marliir y Giogi? —preguntó Tanalasta cuando por fin fueron capaces de seguir hablando.
—Y los agentes de Vangerdahast, incluida la Arpista Emthrara, y ese vendedor de torres y chapiteles... —El rey chasqueó los dedos en el aire— Rhauligan. Supongo que bastará con un escrito real, en que se absuelva a todos ellos de cualquier acusación que pueda haber derivado de sus actividades. Sobre todo en lo referente a la Arpista y al mercader.
»Y además hay algunas ausencias y cuentas pendientes que cabe resolver —prosiguió el rey—. Por ejemplo, después de la muerte de mi primo el barón Thomdor, necesitaré un nuevo comandante militar para Arabel. Supongo que el candidato debería ser alguien con arrestos, leal e hijo de una familia de Arabel, de modo que la ciudad no tenga por qué rebelarse de nuevo. Joven Marliir, ¿qué le parecería si lo nombrara a usted para el cargo?
—¿A mí? —preguntó Marliir, atontado—. Yo... yo... —Se levantó del asiento e hincó una rodilla en tierra—. ¿Estáis seguro, señor?
—Ya habrá tiempo después para ceremonias, cuando estemos en presencia de la corte —dijo Azoun con una sonrisa, inclinándose hacia adelante para dar una palmada al joven en el hombro—, pero yo diría que será usted un excelente guardián de las marcas orientales. Me alegra comprobar que aún hay quienes se preocupan profundamente por Cormyr. Es más, su nombramiento para ostentar semejante responsabilidad servirá de mensaje para quienes no tienen muy claro aún qué lugar ocupan en mi reino. Respecto a usted, lord Giogi...
—Por favor, sire —dijo el señor Wyvernspur, levantando la mano—. Estoy plenamente satisfecho con la vida que llevo en Immersea. No deseo ningún cargo militar, ningún rango en el Ejército.
—Me alegra oírlo, porque no pensaba ofrecerle nada al respecto —repuso el rey, emocionado—. El puesto de Bhereu en Cuerno Alto debe recaer en alguien con espíritu de lucha. Quizás esa obispo de los Espadas Negras, Gwennath. No se ofenda, joven Wyvernspur, pero no creo que ni siquiera los cortesanos más capacitados sobrevivieran a su particular método de afrontar los problemas y pelear con ellos hasta que se rindan, sin ni siquiera comprenderlos.
De nuevo estallaron las risas. Giogi se puso colorado, y agachó la cabeza.
—Por los dioses, ya me gustaría a mí que la mitad de mis nobles fueran tan divertidos como usted —murmuró Azoun, antes de recuperarse y decir con su vozarrón—: No, mi buen Wyvernspur, yo le hago entrega de todas las tierras de los Cormaeril, que quintuplicarán sus ingresos y también sus responsabilidades. Espero que esté a la altura de la labor que le espera.
—No estará solo, sire —dijo Cat, cogiendo la mano de su marido. Giogi abrió la boca y después volvió a cerrarla sin decir palabra. Lo intentó de nuevo, varias veces, hasta que tocó a Cat con la yema del dedo.
»Verá, vuestra majestad —continuó, mirando cariñosamente a su esposo—, lord Wyvernspur se siente tan honrado, que ha perdido la facultad del habla... al menos por el momento.
Más risas. Azoun levantó su copa para saludar al noble impresionable y añadió:
—Espero poder jugar con usted al ajedrez, en un futuro no muy lejano.
Incluso Giogi logró reír ante aquellas palabras... Aunque fuera una risa ronca, forzada.
—Tengo una pregunta que hacer —dijo Tanalasta, al tiempo que entrecruzaba los pies y los levantaba—. Una vez supisteis que ibais a vivir, ¿hubo alguna otra persona a la que informasteis de ello?
—En fin, tuve que decírselo a tu madre —respondió Azoun—. No habría sido propio que descubriese que estaba vivo por los rumores que circulaban por la corte.
—Y yo ordené comunicárselo a Alusair —añadió Vangerdahast—, mis magos guerreros se encargaron de ello, para no preocuparla más, y para evitar que volviera al galope hacia Suzail, decidida a defender el trono con los cuarenta nobles, más o menos, junto a los que cabalgaba.
—Por lo que acabáis de contarme —dijo Tanalasta al mago, en un tono de voz firme—, yo era la única persona de la familia real que no sabía que mi propio padre seguía con vida, y que se suponía que debía seguir en Babia... que no tenía que hacerme cargo del trono ni nada por el estilo.
—En fin, podríais habérselo contado a Aunadar, y, veréis... —dijo el mago, antes de guardar silencio. Aquel silencio se extendió de pronto, como dotado con vida propia, por toda la estancia. La princesa de la corona se inclinó hacia adelante.
—¿Otra de sus lecciones sin importancia, verdad, mago? —insistió Tanalasta.
—Alteza, por mucho que pueda respetar vuestra persona —respondió Vangerdahast, aclarándose la garganta—, mi deber es para con la corona, y como tal debo protegerla lo mejor que pueda, por muy alto que sea el precio que haya que pagar.
—No puedo seguir siendo la hija devota y tímida de siempre —reflexionó la princesa en voz baja. Suspiró y entonces levantó la barbilla para añadir—: No puedo permitirme el lujo de ser una especie de florero real. He decidido que debo desarrollarme como persona, crecer, afianzar mis puntos fuertes y establecerme una serie de objetivos. —Contempló al mago a los ojos, y añadió—: De otra forma, siempre seré un peón, por mucho poder aparente que pueda ostentar y por muy visible que sea la corona que ciña.
—En fin, yo no hubiera podido decirlo mejor —replicó Vangerdahast, sonrojándose y haciendo caso omiso aposta de la sonrisa que empezaba a dibujarse en las facciones de Azoun.
—Pues ya ve usted —dijo la princesa, cruzándose de brazos—. Desde que empezó todo este asunto, me he sentido poco preparada, poco dispuesta para afrontar la adversidad. Poco preparada para enfrentarme a la enfermedad de mi padre y poco dispuesta para tratar con las riñas que estallaron entre la nobleza, por no mencionar mi escasa disposición por asumir la responsabilidad del trono. Tal cosa debe cambiar si quiero que Cormyr prevalezca. Y usted, mago, me ayudará.
—Cuando la princesa de la corona me lo ordene —respondió Vangerdahast, levantándose e inclinándose ante ella con formalidad—, yo haré todo cuanto esté en mi mano por acudir a su lado, aconsejarla y ayudarla.
—No, no pienso ser su peón de igual forma que no hubiera sido el de Bleth —dijo Tanalasta, haciendo un gesto de negación—. Quiero que me ayude de verdad. Hace tiempo usted acompañó a mi padre a visitar el reino a pie.
—Así es —reconoció el mago—. Fue necesario para que el príncipe entrase en contacto con el reino y las gentes que lo habitan.
—¿Y siendo una princesa? —preguntó directamente Tanalasta.
—Bueno, supongo que sí podríamos hacer algún que otro viaje —respondió Vangerdahast, encogiéndose de hombros—. Necesitará unas botas para caminar y ropa de invierno para resguardarse del frío... y debería saber de antemano que el agua de cualquier riachuelo acostumbra a ser algo más fría de lo que está acostumbrada. —Entonces pareció recordar algo, y añadió divertido—: Quizás encontremos mujeres tigre...
Azoun miró al techo, aunque a Tanalasta le pareció que sus labios se curvaban para dar forma a una sonrisa.
—Sin embargo, dicen que no ronco demasiado —continuó el mago—, y estos viejos huesos míos aún pueden llevarme por esos caminos de los dioses. Ya sabe a lo que tendrá que enfrentarse. Le enseñaré historia, relatos, genealogía y cosas por el estilo...
—Puede enseñarme magia —dijo Tanalasta.
En todos sus años desde que conocía a Vangerdahast, Azoun jamás lo había visto tartamudear. Los ojos del mago de la corte se abrieron como platos, y tartamudeó, sí, de tal modo que sus labios parecieron aletear sin rumbo, hasta dar con las siguientes palabras:
—¡Oh! ¡Ah! Oh... Bi... bien... verá, es que no ha habido antes ninguna Obarskyr que fuera mago...
—Se trata de un error que debemos corregir —dijo la princesa—, y usted fue quien dijo que el reino necesita tanto de hechizos como de aceros para mantenerse a flote. ¿Qué me dice, mago?
Vangerdahast observó indefenso a los demás. Dauneth Marliir lo miró fijamente, con una expresión en el rostro que hizo lo posible por mantener neutral, mientras sus ojos lo delataban al brillar febriles, urgiéndolo a aceptar la propuesta de la princesa. Ése en cuestión, sería un diplomático de primera, pensó el mago, antes de apartar la mirada.
Giogi dio una palmada en la mano a Cat, y levantó la copa para brindar por la idea.
—Es usted quien debe tomar esa decisión, mago real —dijo Azoun, extendiendo las manos a los lados y encogiéndose de hombros—. Como comprenderá, no puedo negarle nada a mi hija primogénita.
Vangerdahast exhaló un profundo suspiro, de esos que parecen salir de lo más profundo de uno mismo. Pestañeó una sola vez y, acto seguido, sonrió quedo.
—Muy bien, de acuerdo —dijo al tiempo que levantaba su propia copa—. De nuevo hacia la brecha, por la corona y la patria, por el rey y la reina, y, sobre todo y ante todo... por Cormyr.