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Authors: Jeff Grubb Ed Greenwood

Cormyr (27 page)

BOOK: Cormyr
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—¿Cómo van las cosas con Iltharl, nuestro joven rey? —preguntó el mago.

—Tan mal como siempre —respondió Sagrast, resoplando y sentándose frente al mago—. No toma decisiones y ni permite que otros las tomen. Prefiere estar entre sus esculturas y pinturas, o escuchar el laúd y la poesía, cuando no organizar fiestas y festines. El elfo se está convirtiendo en el idioma de la corte, puesto que sólo hace caso a quienes lo hablan.

—Ha habido otros monarcas estudiosos en el pasado —señaló Baerauble—. Rhiiman el Glorioso, el primero en recuperar los territorios del bosque, y Elder Tharyann, padre de Boldovar, quien asistió a la despedida de las últimas familias de elfos.

—Así es, y Rhiiman mató al último gran dragón rojo de la laguna del Wyvern, y Tharyann aplacó la primera rebelión de Arabel. Pero este Iltharl es un rey vago, pálido, que se deja manipular por sus cortesanos y consortes. La gente se está volviendo muy ociosa, y quienes nos encargamos del mantenimiento del reino estamos... muy preocupados.

—Convénzame —dijo suavemente el mago—. ¿Por qué están tan mal las cosas?

Sagrast se humedeció los labios. Aún había una oportunidad de que el mago se aliara con él y sus secuaces.

—Hay trasgos y orcos en camino. Los bandidos y los ladrones se unen a ellos, y cada día que pasa se vuelven más y más osados, mientras que la guardia del rey se aferra a la torre como un puñado de críos temerosos de las sombras. Arabel está de nuevo en plena rebelión, e Iltharl no ha movido un dedo por impedirlo. Hay escasez en los mercados, algunas matronas lucen dagas en sus cintos cuando salen a la calle o van de compras. Y al Dragón Púrpura lo han visto en las ruinas de la ciudad abandonada de Marsember.

—Siempre que alguien necesita de un mal augurio, aparece el Dragón Púrpura —dijo el mago, tosiendo forzadamente—. Por regla general es un dragón rojo al que alguien ha espiado bajo la luz de la luna, o un dragón pequeño, de los negros, visto de lejos. La gente ve toda suerte de cosas en Marsember, azotada por las plagas como está. Los demás detalles son ciertos; no es necesario adornarlos con fantasías.

—Muchos de los nobles de menor peso en la corte se están tomando muchas libertades, y algunos de ellos incluso se niegan a pagar sus contribuciones, y llevan a cabo una leva de tropas por cuenta propia. El trío formado por las familias Silver (los Huntsilver, los Crownsilver y los Truesilver), todas ellas ligadas tradicionalmente a la corona, están demasiado cerca del rey como para reconocer el peligro. Son sicofantes de profesión, y alimentan el ego de Iltharl a cambio de sus favores, dando gracias a los dioses de que Iltharl no sea otro Boldovar el Loco. Pero incluso el rey loco agarró con fuerza las riendas del Estado, cuando se encontraba bien. ¡Los Silver son incapaces de reconocer que la estabilidad del reino tiembla bajo sus pies!

—En cambio, usted sí.

—Represento a un modesto grupo de nobles de... mediana importancia —dijo Sagrast—, en su mayor parte familias que han progresado desde los tiempos de Faerlthann. Hemos llegado a compartir un mismo punto de vista, porque lo que vemos, por muy negra que esté la situación, es la verdad sin tapujos. Un rey loco atentó contra la salud del reino, y ahora un rey débil lo rematará. Los nobles más ancianos sirven a la tradición, pero algunos buscan debilitar la estabilidad del reino y apropiarse de sus propios territorios. Nuestras familias, modestas, se verían arrastradas en tal situación y, sin embargo, no podemos hacer ver a la corona los peligros que la acechan.

—Y su solución es el regicidio —dijo el mago, con una voz fría como la hoja de una daga.

—No, señor mago... ¡no si podemos evitarlo! —respondió Sagrast, extendiendo los brazos, como si quisiera protegerse de un golpe—. He servido lealmente a Iltharl, no es un hombre malo, pero sí es un mal rey. No queremos perjudicarlo, pero sí un líder capaz de tomar decisiones.

—Y usted ya tiene uno en mente —dijo el mago, mirando al joven noble con una expresión impenetrable. Sagrast deseó que el mago pestañeara, y no por primera vez se preguntó si el mago no lo estaría poniendo a prueba, sólo para hacer un gesto con la mano y transportarlo mágicamente al interior de un calabozo. Sagrast respiró profundamente.

—Iltharl tiene una hermana... Gantharla.

—Una mujer fuerte y preciosa —reconoció Baerauble—. La sangre de los Obarskyr corre con fuerza por sus venas. Y algunos temen que sea la verdadera hija de Boldovar, impulsiva y valiente. Se ha empleado a fondo patrullando las Marcas Occidentales con sus exploradores, y no crea que no he advertido que las marcas no figuran en su lista de peticiones. Pero el Trono Dragón se rige por la ley del primogénito. La corona de Cormyr siempre la ha heredado el hijo varón de mayor edad.

—Sí, pero ella tiene sangre Obarskyr, y en caso de casarse y dar a luz un heredero, al menos la monarquía tendría una oportunidad —respondió Sagrast, levantando la mano, para dar mayor énfasis a sus palabras—. Iltharl no es fértil... al menos con su esposa y sus consortes. Si Gantharla diera a luz un hijo varón, entonces Iltharl podría abdicar en favor de un sucesor legítimo.

—No recuerdo que Gantharla haya mencionado su intención de dar a luz nada, al menos por el momento —dijo Baerauble secamente.

—Sí, bueno, ya. Habíamos pensado que... quizás ese Kallimar Bleth sería un buen partido para ella.

—¿Lo había pensado usted o Kallimar? —preguntó el mago—. ¿O ni siquiera Bleth conoce sus planes?

—En fin, yo... —Sagrast volvió a pensar en el calabozo. Prefería no tener que compartirlo con ningún otro compañero de intrigas—. No me siento muy cómodo hablando de las demás personas que conocen este asunto.

—Kallimar es otro Mondar, grandote, de pelo negro, y orgulloso —dijo el mago, obsequiando a Sagrast con una sonrisa—. Y como Mondar, es violento, rudo y tiene mal genio. Recuerde que yo conocí al primer Bleth que caminó por las tierras de Cormyr hace dos siglos y medio. ¿De veras cree que a Gantharla, que se siente como en casa sobre una silla de montar liderando a una pandilla de exploradores, le interesaría alguien así?

—Bueno, estábamos pensando... o yo estaba pensando... —respondió Sagrast aclarándose la garganta.

—Que yo gesticularía con las manos y me encargaría de hacer algún hechizo sobre ella, ¿verdad? —preguntó el mago—. No, no, por supuesto que no, pero sí deseaba usted que yo pensara que era así. —Sus ojos eran como dos dagas, clavadas en lo más profundo de la mirada del joven—. Ha sobrevivido a Boldovar, e incluso ha servido bien a Iltharl, Dracohorn. ¿Qué esperaba?

—Esperaba... Esperábamos... que podríamos convencerlo de que se mantuviera al margen en este asunto. —Sagrast torció el gesto, consciente de que podría haberlo expuesto mejor, y esperando que el mago no se ofendiera.

—Y al no hacer nada —dijo Baerauble, haciendo un gesto de asentimiento—, pretende usted que yo me limite a observar cómo impone a Kallimar a Gantharla, quizás incluso que la convenza de que sería bueno para el reino disponer su matrimonio, y convencer solapadamente a su majestad de que lo mejor sería que abdicara.

Sagrast asintió con énfasis.

—Obviamente aceptaríamos cualquier tipo de ayuda que pudiera proporcionar... —Su excitado torrente de palabras tocó a su fin cuando el mago se echó a reír.

La suya fue una risa macabra, seca, el tipo de risa que utilizan los titiriteros al mover los hilos de un espectro o de un liche. Era un rumor de huesos que hacía temblar toda la osamenta de Baerauble. Sagrast nunca la había oído hasta entonces, y esperaba no volver a oírla.

—Bien, bien, la suya es la primera propuesta que he oído y que no guarda relación con el envenenamiento inmediato del rey, o con la infiltración de una doncella experta en el manejo de la daga de Thay, una de las opciones favoritas, por cierto. Quizá, después de todo, la nobleza esté a punto de civilizarse.

Baerauble se inclinó hacia adelante en la mesa y Sagrast se sintió asimismo atraído hacia él.

—¿De veras cree —preguntó el mago, cuya voz dejaba traslucir su enfado— que de haber podido sustituir de forma honesta al rey de Cormyr no lo hubiera hecho cuando el reino tuvo que capear a ese viejo loco de Boldovar?

Sagrast tartamudeó una respuesta rápida.

—Me encargaron proteger la testa que ciñera la corona de Cormyr —prosiguió Baerauble, sin prestar atención a su respuesta—, aunque la mente que hubiera en su interior fuera malvada, chiflada o inútil. Los elfos me encargaron ese propósito y confiaron en mí para llevarlo a buen puerto. Es un buen ejemplo de la pasión elfa por los planes a largo plazo. Son un pueblo magnífico, pero incapaz de contemplar sólo lo que suceda durante el período por el que discurran sus vidas. Cuando Tharyann sobrevivió a la mayor parte de sus hijos y quedó sólo el pobre chiflado de Boldovar como heredero, yo protegí al nuevo rey y me las apañé para tratar su locura lo mejor que pude, mediante hechizos y pócimas. Duró mucho más de lo que le correspondía, hasta que cayó víctima de sus propias rabietas, de sus humores.

Sagrast asintió. Boldovar había perecido hacía tres veranos, después de destripar a una de sus consortes. Al cogerse en los últimos estertores a su asesino, la moribunda lo arrastró por las almenas del torreón de Faerlthann. Baerauble estaba de viaje en ese momento.

—Boldovar dejó al morir a Iltharl —prosiguió el anciano mago—, un muchacho zanquivano, y a Gantharla, que a ojos de muchos ha redimido el linaje de los Obarskyr y que, por otra parte, ha hecho que otros tantos se plantearan si realmente es hija de su padre. Sé que es más popular en los asentamientos occidentales que el propio rey. Creo que los... ejem, las cabezas pensantes de nuestra nobleza esperaban que Iltharl considerase adecuado tener un heredero, y que acto seguido tuviera a bien contraer la gripe de Marsember y diñarla, antes de tener que ceñir la corona. Pero el destino no se lo ha permitido, y mi propio juramento me impide actuar contra él.

El rostro del anciano se nubló de repente.

—Tal y como dice, Iltharl no es mala persona. No es malo en el sentido que lo era Boldovar. Si acaso, Boldovar es más descendiente de Ondeth y Faerlthann que el propio Iltharl. Quizás algunos de nosotros, yo incluido, nos enfrascamos demasiado en proteger a Boldovar de su propia locura, y también en proteger a su hijo de ella. Y de tanto protegerlo lo hemos convertido en una persona incapaz de ejercer el liderazgo. Somos nosotros quienes hemos moldeado un rey insuficiente. —El mago suspiró antes de continuar—: Sin embargo, encuentro muy divertido que tanta gente, y en particular la de sangre noble, respete más a Boldovar que a su hijo. Boldovar era un asesino, un salvaje, una carroña y un loco, pero poseía una fuerza y resolución envidiables, y por todo ello se perdonan sus faltas. Iltharl es reflexivo, templado y cariñoso, probablemente sea el más estudioso de todos los reyes que haya tenido Cormyr, pero se lo desprecia por su debilidad, por su timidez. Durante el reinado de Boldovar tuve que desenmascarar cinco intentos de asesinato. Sólo en lo que va de año he tenido que frustrar ese mismo número.

El mago taladró con la mirada al joven noble de ojos de dragón.

—Pero el suyo es el primero que no incluye el asesinato del rey. Si decidiera ahorcarse usted con su propia lengua, se la arrancaría para que los clérigos torturaran su espíritu eterno hasta arrancarle el nombre de todos los conspiradores. Seguro que ha sopesado el peligro que corría hablando conmigo... en tal caso, la opinión que me merece la nobleza de Cormyr ha aumentado.

—Sólo pretendíamos procurar el bien del reino... —respondió Sagrast, cuyo rostro adquirió la tonalidad del queso rancio.

—Ustedes lo único que quieren es su propio bien —rugió Baerauble, cuya mirada brilló febril al otro lado de la mesa—. No veo a ninguno de los Silver, familia que siempre ha sido la mano derecha de la monarquía. Tampoco veo a ningún Rayburton o Muscalian sentados alrededor de esta mesa. Oh, claro, sé qué nobles han estado muy ocupados contratando mercenarios, adiestrando milicianos y comprando espadas de acero impilturiano. ¿A qué fin sirven? ¿Y quién, cuando ya no estén satisfechos con los resultados, será el primero en decidirse a colocar en el trono al sucesor de Iltharl, empujando al reino a una guerra civil? ¿Un joven noble perteneciente a un linaje sin mucho peso, que ha labrado una reputación sirviendo no a la corona, sino a la testa coronada?

Sagrast guardó silencio. Después de lo que parecieron horas, tragó saliva ruidosamente.

—Tendrá lo que ha pedido, joven —dijo Baerauble, sonriendo—. Yo me haré a un lado y no interferiré en sus esfuerzos por conseguir un rey «adecuado» para Cormyr. ¿Cuánto tiempo cree que necesitará?

—Creo que necesitaré un año para que Gantharla y lord Bleth se conozcan, si todos nosotros ejercemos presión —respondió Sagrast, quien parecía temblar de alivio al saber que, después de todo, su vida no iba a terminar de forma horrible en aquel lugar, en aquel momento.

—Es usted joven y optimista —replicó el mago, momento en que Sagrast temió verse expuesto de nuevo a otra risotada del mago—. Y si logra que esos dos individuos se fijen uno en el otro, ¿qué? ¿De qué se encargará entonces Sagrast Dracohorn?

—De que se lleve a cabo el cortejo adecuado —respondió Sagrast, cuya voz pareció ganar en confianza—, un período decente pasada la boda, dando por hecho que el primer hijo sea varón, y después asegurar que el heredero sobreviva a la batería de enfermedades infantiles y disfrute de una enseñanza adecuada para ejercer el gobierno.

—Impartida por los cariñosos nobles, amigos de lord Bleth —apuntó el mago.

—Y el mago de confianza de la familia —añadió Sagrast—. Supongo que hablamos de unos doce años.

—¿De veras cree que Cormyr aguantará doce años más con el amable y manso Iltharl? —preguntó Baerauble, esbozando una imperceptible sonrisa.

—Así es —respondió Sagrast, humedeciendo sus labios nervioso—, siempre que exista la promesa de sentar un heredero en el trono.

El mago guardó silencio durante algunos minutos, mientras en la ciudad, más allá de las contraventanas, Sagrast oyó el rumor de un altercado. Gritos, el entrechocar del acero. ¿Aventureros enzarzados en una pelea? ¿O habría estallado alguna revuelta en Suzail?

El mago parecía sordo al rumor del combate.

—Entonces lo mejor será que empecemos cuanto antes, ¿no? —Y extendió una mano esquelética a lo largo de la mesa para que el joven la estrechara.

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