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Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

Corsarios Americanos (16 page)

BOOK: Corsarios Americanos
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Bolitho vio que el primer cadáver lanzado por la borda flotaba a la deriva con una mueca de liberación, casi feliz de poder huir de aquella escena.

—Creía que usted también tenía ganas de acción —dijo con amargura.

D'Esterre le clavó los dedos en el hombro:

—Sí, Dick. Yo cumplo mi obligación y lucho como el mejor. Pero el día que me vea usted babear de gozo sobre los muertos al estilo de nuestro enérgico segundo teniente, le autorizo para descerrajarme un tiro.

Más allá, alguien ayudaba a poner en pie al joven que Stockdale había dejado sin sentido. El muchacho se frotaba la cabeza y lloraba en silencio. Cuando vio que Stockdale se acercaba intentó atacarle de nuevo, pero Moffit le agarró sin dificultad y le acorraló contra la borda.

—Podía haberle matado, ¿se da cuenta? —le increpó Bolitho.

—¡Tanto mejor! —respondió entre sollozos el muchacho—. Los británicos matasteis a mi padre en el incendio de Norfolk! ¡Juré que le vengaría!

—¡Pues vuestra gente cubrió con alquitrán y plumas a mi hermano! —replicó indignado Moffit—. ¡Quedó ciego a causa de ello! —Empujó al joven hacia un soldado que esperaba—. O sea, que estamos igualados, ¿no?

—No —dijo Bolitho con suavidad—, son enemigos, desde mi punto de vista. —Hizo un gesto hacia Moffit—: No sabía lo de su hermano.

Moffit, al que el recuerdo de sus dramas había afectado y que temblaba con violencia, respondió:

—¡Oh, señor, hubo muchas más cosas!, ¡muchas más!

Frowd reapareció en cubierta y pasó junto al prisionero que lloraba sin prestarle ninguna atención.

—Esperaba, señor —dijo con voz pesarosa— que con la acción de hoy hubiéramos terminado. Por lo menos de momento.

Alzó la mirada para examinar el gallardete. A continuación bajó de nuevo los ojos y recorrió la cubierta del
cúter
amarrado al costado, donde hombres armados de cubos y cepillos limpiaban de sangre las planchas desgastadas.

—El nombre del cúter es
Thrush
, por lo que veo. —Su ojo profesional confirmó lo que Bolitho ya sospechaba—. Construido en Holanda. Es un velero excelente, capaz de barloventear a buen ángulo, incluso diría que mejor que nuestra goleta.

El guardiamarina Weston circulaba a poca distancia luciendo un cabello tan rojo como su cara. Sus gritos habían resonado con furia al principio de la pelea, aunque se le había visto retroceder cuando el enemigo intentó su ataque suicida.

—También contaba con que la balandra armada británica pudiese unirse a nosotros —estaba diciendo el señor Frowd con voz ansiosa—. El señor Sparke ha averiguado el nombre de la playa donde embarrancaron el bergantín apresado. Conozco el lugar, aunque no perfectamente.

—¿Cómo se las ha arreglado para arrancarles la información?

Frowd se acercó a la regala y escupió hacia el mar.

—Dinero, señor. En todos los ejércitos hay gente dispuesta a dejarse comprar. Basta con que el precio sea generoso.

Bolitho se esforzó por conservar la calma. Dejaba pasar la amargura de Frowd. Él se había temido que Sparke, en sus prisas por redondear la victoria, hubiese usado métodos más crueles para obtener la información. La expresión del teniente en el momento de matar a Ellas Haskett era casi inhumana.

¿Cuántos Sparkes había en la Armada?, se preguntó. ¿Cuántos iban a cruzarse en su camino?

El viento franco ayudó, un rato más tarde, a que ambos veleros se hicieran a la vela y salvasen las barras de arena y los bajos. A medida que se alejaban de la costa, la humareda del cúter incendiado les seguía como un recuerdo diabólico.

Restos de tablones carbonizados y cuerpos, mutilados que flotaban sobre el agua abrían paso a las proas, cuando los dos veleros iniciaron la bordada que les llevaba al primer tramo de mar abierto.

Sparke subió a cubierta para asistir a la maniobra. Ni por un momento dejó de observar a través de su catalejo las evoluciones del Thrush, donde se desenvolvía el guardiamarina Libby gracias a la valiosa ayuda del segundo contramaestre, Balleine y un puñado de marinos expertos. Cuando los dos buques se hallaban francos de la costa, el teniente agitó en el aire su nariz y ordenó:

—Ice el pabellón de Su Majestad, señor Bolitho, y ocúpese de que el señor Libby siga el ejemplo.

Más tarde, cuando los dos veleros navegaban en conserva y fuertemente escorados hacia el costado de estribor, Bolitho notó en el movimiento del casco la presencia de aguas profundas bajo la quilla. No era la primera vez que se sentía aliviado al alejarse de la costa.

Había que recorrer unas cien millas desde el lugar del encuentro, en que tan sanguinaria victoria habían conseguido, hasta el próximo objetivo. Éste era una playa cerrada, situada al norte del cabo Charles, que marcaba la entrada de la bahía de Chessapeake.

Sparke confiaba que el viento rolaría a favor, pero ocurrió lo contrario: a medida que avanzaban, se ponía más y más en contra. Aun cuando eso no impedía a los barcos navegar juntos, sí les obligaba a dar las bordadas más largas. Para cada milla de avance necesitaban navegar cuatro en una u otra bordada.

Jamás Sparke mostró la más mínima señal de desánimo o aprensión cuando subía a cubierta. Cada vez examinaba atentamente el Thrush mediante su catalejo, para luego observar el gallardete del
Faithful
. Bolitho oyó el murmullo de uno de los infantes de marina comentando a su compañero que Sparke se había erigido a sí mismo en almirante de un escuadrón.

El helado viento, unido a la constante actividad a que obligaba el reglaje de las velas de la goleta para ganar barlovento, expulsaron tensiones y amarguras de la mente de Bolitho. La misión, si nos ateníamos sólo a los resultados, había sido un éxito. Habían apresado un barco enemigo e incendiado un segundo. Gran cantidad de enemigos estaban muertos. Otros, heridos o prisioneros. En el caso opuesto, pensó, si el ataque hubiese fracasado y ellos hubiesen sido víctimas de la emboscada, los enemigos no hubiesen mostrado mucha más clemencia. Las tripulaciones de los dos cúteres unidas sumaban un número muy superior a los hombres de Sparke. Tras abordar la goleta, no les hubiese costado neutralizar la resistencia de Sparke antes de que el grueso cañón de nueve libras equilibrase las fuerzas.

Tres días tardaron en alcanzar el lugar donde debía de hallarse escondido el bergantín. La costa que apuntaba hacia el sur y conducía hacia la entrada de la bahía de Chessapeake era más escarpada y traicionera. Mucho más que la que acababan de dejar atrás.

Numerosas embarcaciones de cabotaje local, así como buques de mayor tamaño, hallaron su fin en esas aguas cuando buscaban, peleando con el mal tiempo, la estrecha entrada de la bahía. Una vez en su interior, cabía una flota entera, o aún más.

Pero conseguir alcanzar su refugio era algo completamente diferente, como Bunce había explicado en más de una ocasión.

Una vez más fue Moffit, con su cara melancólica y su conocimiento de la lengua y costumbres locales, quien se ofreció voluntario para bajar a tierra y espiar la región.

El bote de la
Faithful
ya le había llevado a la playa.

Los dos veleros quedaron a poca distancia de la orilla, fondeados y con la guardia dispuesta para rechazar cualquier ataque.

Bolitho temía que Moffit no regresara. El muchacho ya había hecho bastante por sus captores; debía de morirse de ganas de reencontrarse con su familia.

Pero no habían pasado cinco horas desde que el bote lo dejara en la minúscula playa, con el otro bote disimulado cerca de la arena esperando su regreso, cuando Moffit apareció nadando entre el oleaje ansioso por comunicar la información de que disponía.

No era un rumor. El buque de suministros, un bergantín militar de transporte, estaba varado en la arena del interior de la cala, tal como el informador de Sparke había descrito. Moffit también había podido leer su nombre: se trataba del Minstrel. En su opinión, el casco se hallaba en muy mal estado y no podría ser rescatado ni siquiera por un equipo de marinos expertos.

Vio también, según contó, algunas luces de linternas. Le había faltado poco para tropezar con el cuerpo de un centinela dormido.

—Me ocuparé de que le recompensen por su esfuerzo, Moffit —dijo Sparke. Con emoción en la voz, el teniente añadió—: El suyo es el tipo de coraje que nos mantendrá victoriosos.

Tras ordenar que se sirviese a Moffit una pinta de licor, ron o brandy, o ambos si el marino lo prefería, Sparke llamó a conciliábulo a todos sus oficiales y ayudantes. La pequeña cámara de la goleta apenas ofrecía espacio para respirar. Todos olvidaron la incomodidad, sin embargo, cuando Sparke planteó sin reservas su objetivo:

—Un ataque al alba. Usaremos nuestro bote junto con el del Thrush. Atacaremos por sorpresa con la primera luz del día, ¿les parece?

Les observó tratando de adivinar lo que pensaban antes de continuar:

—Capitán D'Esterre, usted y su contingente bajarán a tierra aprovechando la oscuridad de la noche, y encontrarán un lugar donde cubrirse por encima de la caleta. Deben quedarse ahí para proteger nuestro flanco, o nuestra retirada si alguna cosa va mal.

Sparke estudió el tosco mapa que había trazado con la ayuda de Moffit.

—Por supuesto, yo embarcaré en el bote que abra fuego. El señor Libby seguirá en el otro. —Se volvió hacia Bolitho—. Usted tomará el mando del
Thrush
; debe esperar a que hayamos reducido a los enemigos, pues pueden quedar muchos alrededor del bergantín; sólo entonces podrá conducir el barco hasta el interior de la cala, para transferir la carga de uno a otro. En ese momento, la infantería abandonará su posición en la colina y bajará a la playa para protegernos desde allí. —El teniente dio una palmada—. ¿Y bien?

El primero en hablar fue D'Esterre:

—Me gustaría ponerme en marcha de inmediato, si es posible, señor.

—Sí. Yo también necesitaré los botes muy pronto. —Se volvió hacia Bolitho—: ¿Usted iba a decir alguna cosa?

—Hemos tardado tres días en recorrer cien millas, señor. Al alba habrá transcurrido medio día más. Dudo mucho que nuestro ataque sea una sorpresa para ellos.

—¿Se está usted contagiando del señor Frowd? ¡Vaya con los pesimistas de a bordo!

Bolitho apretó los labios. Discutir no llevaba a ninguna parte y, al fin y al cabo, siempre que la infantería de marina les cubriese, podrían huir en caso de emboscada.

—Todo arreglado, pues —dijo Sparke—. Muy bien. El señor Frowd tomará el mando de la goleta en mi ausencia. El cañón de nueve libras dará su merecido a cualquier loco que pretenda atacarles. ¿No?

El guardiamarina Weston se humedeció los labios con la lengua. Su cara brillaba, perlada por el sudor.

—¿Cuál será mi misión, señor?

Sparke mostró una flaca sonrisa.

—Usted ayudará al cuarto teniente. Si obedece cuanto le ordene puede que llegue a aprender alguna cosa. Pero si no le obedece en todo, no dude que se encontrará muerto antes de que pueda meter en su cuerpo otro rancho de esa bazofia con que nos alimentan.

Subieron en tropel hacia cubierta. Les recibieron algunas estrellas que, pálidas, habían aparecido en el firmamento.

Moffit se presentó al capitán D'Esterre:

—Estoy listo, señor. Puedo mostrarles el camino.

El militar asintió:

—Puesto que a usted le gusta castigarse, vaya usted primero, y con mi bendición.

Los soldados embarcaban ya en los dos botes, que necesitarían hacer varios viajes para transportar a toda la tropa. Tan sólo quedaba disponible el
doris
, que con previsión alguien había mantenido amarrado a la borda de la goleta durante la pelea.

Stockdale observaba la escena recostado junto al coronamiento de popa. Su pantalón blanco se agitaba al ritmo del viento y recordaba una vela en miniatura.

—Me alegro de que no vaya usted esta vez, señor —rezongó en dirección a Bolitho.

Éste sintió un escalofrío.

—¿Por qué dice eso?

—Una intuición, señor. Nada más. Estaré mucho más tranquilo cuando hayamos salido de esa zona enemiga y volvamos a estar de nuevo con la verdadera Armada.

Bolitho estudió el movimiento de los botes que se separaban de la goleta. Los correajes blancos de sus uniformes destacaban sobre la oscuridad del agua.

El problema, con Stockdale, era que sus «intuiciones», o como él las llamase, se transformaban demasiado a menudo en realidades.

Bolitho se revolvía, agitado, dando vueltas alrededor de la mecha del timón del Thrush. Le obsesionaba la calma reinante, la atmósfera repleta de espera que se cernía sobre las dos embarcaciones.

El viento seguía soplando en la misma dirección, pero a cada minuto que pasaba amainaba un poco más, permitiendo que el calor sustituyese la fría atmósfera de la noche y que el sol traspasase las espesas nubes.

Orientó su catalejo hacia la ladera más cercana; dos minúsculas siluetas de color escarlata aparecían por encima de la masa enmarañada de aquel matorral tan extraño. Los soldados de D'Esterre ya se habían colocado en sus posiciones, con las lanzas listas. Debían dominar por completo la vista de la cala por más que, desde la cubierta del
Thrush
, no hubiese allí otra cosa que ver que troncos caídos y podridos junto a la entrada, más los remolinos de la contracorriente, que lamían unas rocas por allí esparcidas.

Oyó que el guardiamarina Weston, ayudado por algunos marinos, seleccionaba los remos todavía enteros y los separaba de los que la metralla de los morteros había destrozado. Oyó, asimismo, sus arcadas cuando halló algún fragmento repugnante que los hombres de Libby habían pasado por alto.

Stockdale se acercó al espejo, con la cara tiznada de mugre y paja, y se colocó a su lado.

—A esas horas ya deberían haber llegado, señor. No se ha oído ni siquiera un disparo.

Bolitho asintió. Eso ocupaba por completo su mente. El viento amainaba, lo cual dificultaría cualquier movimiento de los veleros si una urgencia lo requería.

No tendría más remedio que propulsar el Thrush a golpe de remos. A más lentitud, más posibilidades de caer en una emboscada.

Maldijo la avidez de Sparke y su ciega obsesión por hacer acopio de todos los honores. Durante el día era más fácil que pasara cerca de la costa una fragata; la ayuda de su artillería y sus hombres podía ser decisiva, por más que significase compartir el honor de la victoria.

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