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Authors: Charlaine Harris

Definitivamente Muerta (11 page)

BOOK: Definitivamente Muerta
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Después de todo, lo descubriría tarde o temprano. Uno no puede ocultar cómo es en realidad; al menos no a mí, no si es un ser humano normal. Trato de no escuchar, pero me es imposible bloquearlo todo. Mientras estuve con Bill, él me enseñó a bloquear la mente. Desde entonces, la vida ha sido más sencilla; más agradable y relajada.

Tanya era una mujer de fácil sonrisa, tenía que admitirlo. Nos sonreía a Sam, a mí y a los clientes. No era una sonrisa nerviosa, como la mía, que transmite «estoy escuchando un clamor en mi cabeza y trato de parecer normal por fuera». La suya era más del tipo «soy muy mona y alegre, y me voy a hacer querer por todo el mundo». Antes de coger una bandeja y ponerse a trabajar, Tanya formuló una lista de preguntas sensatas. Sí que tenía experiencia.

—¿Qué pasa? —preguntó Sam.

—Nada —dije—. Es sólo que...

—Parece muy maja —dijo Sam—. ¿Crees que hay algo malo en ella?

—Nada que yo sepa —contesté, tratando de sonar enérgica y alegre. Sabía que tenía puesta mi típica sonrisa—. Mira, Jane Bodehouse está pidiendo otra ronda. Vamos a tener que llamar a su hijo otra vez.

Tanya se volvió y se me quedó mirando justo entonces, como si hubiera sentido mis ojos en su nuca. Mi sonrisa se borró al instante, sustituida por una mirada tan plana que mi estimación de su capacidad de emprender acciones serias ganó muchos puntos. Por un momento, nos quedamos mirándonos mutuamente. Finalmente me lanzó una última mirada y prosiguió hacia la siguiente mesa, preguntando al hombre que la ocupaba si quería otra cerveza.

«Me pregunto si Tanya estará interesada en Sam», pensé de repente. No me gustó la forma en que me sentí al pensarlo. Decidí que el día había sido lo suficientemente agotador como para inventarme otra preocupación. Y aún no tenía noticias de Jason.

Después del trabajo me fui a casa con la cabeza cargada de ideas: el padre Riordan, los Pelt, Cody, el aborto de Crystal.

Recorrí el camino de entrada a mi casa a través del bosque, y cuando accedí al claro y rodeé el edificio para aparcar en la parte trasera, el aislamiento volvió a golpearme. Vivir en la ciudad unas pocas semanas había hecho que la casa pareciese incluso más solitaria, y aunque me alegraba mucho de regresar al viejo hogar, no era lo mismo que antes del incendio.

Casi nunca me había preocupado vivir sola en un sitio tan aislado, pero durante los últimos meses se habían encargado de recalcarme mi vulnerabilidad. En un par de ocasiones me había salvado por los pelos, y en otras tantas unos intrusos me habían estado esperando en casa. Ahora había instalado unos cerrojos muy buenos, tenía mirillas en las puertas de delante y detrás, y mi hermano me había dado su escopeta Benelli.

Había dispuesto también grandes focos en las esquinas de la casa, pero no me gustaba dejarlos encendidos toda la noche. Estaba meditando la compra de uno de esos detectores de movimiento. El inconveniente era que, dado que vivo en un gran claro en medio del bosque, no era raro que los animales lo cruzaran de noche, y las luces se encenderían cada vez que la menor de las criaturas se arrastrara por la hierba.

El segundo problema es que se encenderían las luces, sí, pero ¿y qué?

Las cosas que me asustaban no se dejaban intimidar por una luz. Lo único que conseguiría sería verlas mejor antes de que me comieran. Además, no tenía vecinos a los que una luz pudiera sorprender o alertar. Resultaba extraño, reflexioné, que apenas hubiera tenido momentos aterradores mientras mi abuela estuvo viva. Por muy dura que fuera a sus setenta y muchos años, nunca habría podido defenderme ni de una mosca. Supongo que, de alguna manera, el mero hecho de no estar sola era lo que me hacía sentir más segura.

Después de darle tantas vueltas al asunto del peligro, me encontré sumida en un estado de tensión cuando me bajé del coche. Pasé junto a una camioneta que había aparcada en la parte delantera, abrí la puerta trasera y atravesé la casa para desbloquear la delantera con la triste sensación de que me aguardaba una escenita. El tranquilo interludio de estar sentada apaciblemente en mi porche mientras contemplaba las abejas del peral parecía haberse producido hacía semanas, en vez de horas.

Calvin Norris, líder de los hombres pantera de Hotshot, salió de su camioneta y ascendió los peldaños. Era un hombre barbudo que acababa de estrenar la cuarentena, y parecía alguien serio cuyas responsabilidades reposaban francas sobre sus hombros. Era evidente que Calvin acababa de salir de trabajar. Lucía la camiseta azul y los vaqueros que todos los capataces de Norcross llevaban.

—Sookie —me dijo con un gesto de la cabeza.

—Pasa, por favor —respondí, aunque no tenía muchas ganas. Lo cierto era que Calvin siempre había sido muy agradable conmigo, y me había ayudado a rescatar a mi hermano hacía dos meses, cuando Jason fue hecho rehén. Como mínimo le debía algo de cortesía.

—Mi sobrina me llamó cuando pasó el peligro —dijo apesadumbrado, tomando asiento en el sofá después de que le invitara a ello con un gesto de la mano—. Creo que le has salvado la vida.

—Me alegro un montón de que Crystal se encuentre mejor, pero yo sólo hice una llamada. —Me senté en mi vieja silla favorita y me di cuenta de que me sentía repentinamente fatigada. Estiré los hombros hacia atrás—. ¿Consiguió la doctora Ludwig que dejara de sangrar?

Calvin asintió. Me miró sostenidamente con una grave solemnidad prendida en sus extraños ojos.

—Se pondrá bien. Nuestras mujeres abortan mucho. Por eso esperábamos que... Bueno.

Me sobrecogí ante el peso de las esperanzas de Calvin de que me apareara con él. No sabía por qué me sentía culpable; supongo que por su decepción. Después de todo, no era culpa mía que la idea no me atrajera.

—Supongo que Crystal y Jason seguirán juntos —añadió, como si lo diera por hecho—. He de decir que tu hermano no me cae de fábula, pero no soy yo quien se va a casar con él.

Me quedé perpleja. No sabía que Jason tuviera una boda en mente, ni Calvin, ni Crystal. Estaba segura de que Jason no pensaba en casarse cuando lo vi esa mañana, a menos que fuese algo que no mencionara en el ajetreo y en su preocupación por el estado de Crystal.

—Bueno —dije—, para ser sincera, a mí tampoco es que me entusiasme Crystal. Pero no soy yo quien va a casarse con ella —inspiré profundamente—. Haré todo lo que esté en mi mano para ayudarles si deciden... hacerlo. Jason es prácticamente todo lo que tengo, como ya sabes.

—Sookie —dijo, y de repente su voz parecía mucho menos segura—. También quería hablar de otra cosa.

Claro que quería. No sabía cómo iba a esquivar esa bala.

—Sé que, cuando saliste de la casa, te dijeron algo que te alejó de mí. Me gustaría saber qué fue. No puedo reparar algo si no sé qué se ha roto.

Lancé un profundo suspiro mientras meditaba profundamente cuáles serían mis próximas palabras.

—Calvin, sé que Terry es tu hija. —Cuando fui a ver a Calvin al salir del hospital, después de que le dispararan, conocí a Terry y a su madre, Mary Elizabeth, en su casa. A pesar de que era evidente que no vivían allí, estaba igualmente claro que trataban el lugar como una extensión de su propia casa. Entonces Terry me preguntó si me casaría con su padre.

—Sí —dijo Calvin—. Te lo habría dicho si me lo hubieras preguntado.

—¿Tienes más hijos?

—Sí, tengo otros tres.

—¿De madres diferentes?

—De tres madres diferentes.

Tenía yo razón.

—¿Por qué? —pregunté para asegurarme.

—Porque soy un purasangre —dijo, como si fuese algo obvio—. Como sólo el primogénito de una pareja purasangre acaba siendo una pantera completa, a veces tenemos que cambiar de pareja.

Me sentí profundamente aliviada por no haber meditado seriamente lo de casarme con Calvin. De haberlo hecho, habría vomitado justo en ese momento. Lo que había sospechado después de ver el ritual de sucesión de líder de la manada era cierto.

—Entonces no es el primer hijo de una mujer el que resulta ser un cambiante purasangre..., sino el primer hijo con un hombre específico.

—Claro. —Calvin parecía sorprendido de que no supiera eso—. El primogénito de cualquier pareja purasangre. Así que, si nuestra población se reduce demasiado, el macho purasangre tiene que aparearse con tantas mujeres purasangre como pueda para ampliar la manada.

—Vale —aguardé un momento para recomponerme—. ¿Y pensabas que no me importaría que dejaras embarazadas a otras mujeres si nos casábamos?

—No, no esperaría eso de una forastera —respondió con el mismo tono impasible—. Pensaba que había llegado la hora de sentar la cabeza. Ya he cumplido mi deber como líder.

Intenté no poner los ojos en blanco. De haber sido otro, me habría reído con disimulo, pero Calvin era un hombre honorable y no se merecía esa reacción.

—Ahora quiero aparearme de por vida, y sería bueno para la manada que pudiera introducir sangre nueva en la comunidad. No cabe duda de que llevamos demasiado tiempo siendo endogámicos. Mis ojos apenas pasan por los de un humano, y a Crystal le hace falta una eternidad para cambiar. Tenemos que aportar novedad a nuestra reserva genética, como dicen los científicos. Si tú y yo tuviéramos un bebé, que era mi esperanza, nunca sería un cambiante puro, pero podría aparearse en la comunidad, traer nueva sangre y nuevas habilidades.

—¿Por qué yo?

—Me gustas —contestó, casi avergonzado—. Y eres muy guapa. —Entonces me sonrió, con una extraña y bella expresión—. Te he visto en el bar durante cuatro años. Eres agradable con todo el mundo y eres toda una trabajadora, y no tienes a nadie que cuidar que te guste y que te merezca. Además, sabes de nuestra existencia. No sería ningún trauma.

—¿Otros cambiantes hacen lo mismo? —pregunté en voz tan baja que apenas me escuché a mí misma. Me miré las manos, que estaban aferradas una a la otra sobre mi regazo. Apenas respiraba mientras aguardaba la respuesta. Los verdes ojos de Alcide llenaron mis pensamientos.

—Cuando la manada se reduce demasiado, es su deber —dijo con lentitud—. ¿En qué estás pensando, Sookie?

—Cuando acudí a la competición por el liderazgo de la manada de Shreveport, Patrick Furnan, el ganador, se acostó con una joven cambiante a pesar de que estaba casado. Empecé a hacerme preguntas.

—¿Alguna vez he tenido alguna posibilidad contigo? —preguntó Calvin. Parecía haber llegado a sus propias conclusiones.

No se le podía criticar por querer preservar su modo de vida. Si los métodos me resultaban de mal gusto, ése era mi problema.

—Claro que me interesaste —dije—, pero soy demasiado humana como para aceptar sentirme rodeada de todos los hijos de mi marido. Estaría demasiado... Sencillamente no podría aceptar la idea de que mi marido se hubiera acostado con todas las mujeres que viera en mi día a día. —En realidad, ahora que lo pensaba, Jason encajaría perfectamente en la comunidad de Hotshot. Hice una breve pausa, pero él permaneció callado—. Espero que mi hermano sea bienvenido en tu comunidad independientemente de mi respuesta.

—No sé si comprende lo que hacemos —dijo Calvin—. Pero Crystal ya ha abortado otra vez, con un purasangre. Ahora ha abortado el hijo de tu hermano. Eso me hace pensar que sería mejor que dejara de intentar tener una pantera. Puede que sea incapaz de tener un hijo de tu hermano. ¿Te sientes obligada a hablar con él de ello?

—No debería ser yo quien hablara de eso con Jason... Debería hacerlo Crystal. —Me encontré con la mirada de Calvin. Abrí la boca para constatar que si lo que Jason quería eran hijos, no tendría por qué casarse, pero me di cuenta de que era un asunto muy sensible, y me mordí la lengua.

Calvin me estrechó la mano de una manera extraña y formal antes de marcharse. Supuse que aquello marcaba el fin de su cortejo. Nunca me sentí muy atraída por Calvin Norris, y nunca pensé seriamente en aceptar su oferta. Pero mentiría si dijese que nunca había fantaseado con un marido estable, con un buen trabajo y un buen sueldo; un marido que volviese directamente a casa después de su turno y arreglase las cosas rotas en los días libres. Existían hombres así, que no cambiaban de forma, que estaban vivos veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Lo sabía por las mentes que leía en el bar.

Me temo que lo que de verdad me afectó de la confesión de Calvin (o su explicación) era lo que me daba a entender sobre Alcide.

Alcide había encendido mi afecto y mi lujuria. Cuando pensaba en él, no podía evitar preguntarme cómo sería estar casados, y lo hacía de una forma muy personal, en contraposición a mi fría especulación sobre el seguro sanitario de Calvin. Prácticamente había abandonado ya la esperanza secreta que Alcide me había inspirado, después de verme obligada a dispararle a su ex novia; pero algo en mí se había aferrado a su pensamiento, algo que me había mantenido en secreto incluso a mí misma, incluso después de descubrir que se veía con María Estrella. Hasta ese mismo día, me había esforzado en negar a los Pelt que Alcide tuviera ningún interés en mí. Pero una sombra solitaria que habitaba en mi interior había alimentado esa esperanza.

Me levanté lentamente, sintiéndome como si tuviese el doble de mi edad, y me dirigí a la cocina para sacar algo de la nevera y preparar la cena. No tenía hambre, pero si no preparaba algo, comería mal más tarde, me dije a mí misma severamente.

Pero no llegué a cocinar nada esa noche.

En vez de ello, me apoyé contra la nevera y lloré.

7

El día siguiente era viernes. No sólo era mi día libre de la semana, sino que también tenía una cita, por lo que figuraba con letras rojas en mi calendario. Me negué a arruinarlo con melancolía. Aunque aún hacía frío para ello, hice una de mis cosas favoritas: ponerme un bikini, embadurnarme de loción y tumbarme bajo el sol en una hamaca ajustable que había comprado en las rebajas de Wal-Mart a finales del verano pasado. Me llevé un libro, una radio y un sombrero al jardín delantero, donde había menos árboles y plantas en flor que atrajeran a los bichos que picaban. Leí, tarareé las canciones de la radio y me pinté las uñas de las manos y los pies. Aunque al principio tenía la piel en carne de gallina, pronto me calenté al sol, dado que no soplaba brisa que me pudiera enfriar.

Sé que tomar el sol es malo y pecaminoso, y que pagaré por ello más tarde, etcétera, etcétera, pero es uno de los pocos placeres gratuitos que me quedan.

No vino nadie de visita, no podía escuchar el teléfono y como había sol, no había vampiros. Me lo pasé fenomenal yo sola. A eso de la una del mediodía decidí acercarme al pueblo para hacer algunas compras y buscar un sujetador nuevo. De paso, me detuve en el buzón a la salida de Hummingbird Road para comprobar si había pasado el cartero. Sí. Las facturas de la televisión por cable y la luz estaban dentro, lo cual no me animó precisamente. Pero buscando detrás del panfleto de las rebajas de Sears encontré una invitación para la despedida de soltera de Halleigh. Vaya... Dios. Me sorprendió, aunque gratamente. Claro que, en realidad, había vivido junto a Halleigh en uno de los dúplex de Sam durante varias semanas, mientras reparaban los daños causados por el incendio en mi casa, y durante ese tiempo nos vimos al menos una vez al día. Así que tampoco me sorprendió del todo que me incluyera entre sus invitadas. Además, cabía la posibilidad de que se sintiera aliviada por que la desaparición de Cody se solucionara tan rápidamente.

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