Read Definitivamente Muerta Online

Authors: Charlaine Harris

Definitivamente Muerta (6 page)

BOOK: Definitivamente Muerta
5.1Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Cuál? —preguntó, de repente, con un tono que sonaba más a poli que a enamorado.

—Cada uno debe seguir viviendo en su casa.

—¿Qué? —De nuevo había dejado pasmado a Andy.

—Siempre tuve la idea de que asumías que te quedarías en tu casa familiar, con tu abuela y tu hermana, incluso después de casarte. Es una casa antigua maravillosa, y tu abuela y Portia son dos mujeres extraordinarias.

Lo dijo con tacto. Bien por Halleigh.

—Pero me gustaría tener mi propia casa —añadió con dulzura, ganándose mi admiración.

Y entonces tuve que mover el trasero; había mesas que atender. Mientras rellenaba jarras de cerveza, quitaba platos vacíos y llevaba dinero a la caja registradora, no podía dejar de sentir el sobrecogimiento que me inspiraba la postura de Halleigh, dado que la mansión Bellefleur era la casa más notable de Bon Temps. La mayoría de las mujeres jóvenes darían uno o dos dedos por vivir allí, especialmente desde que la mansión había sido tan extensamente remodelada y renovada gracias al dinero facilitado por un misterioso forastero. Ese forastero era en realidad Bill, que había descubierto que los Bellefleur eran descendientes suyos. Sabía que no aceptarían dinero de un vampiro, así que organizó todo el tinglado de la «herencia misteriosa», y Caroline Bellefleur se lo gastó todo en la mansión con el mismo deleite que Andy lo habría hecho en una hamburguesa con queso.

Andy se me acercó unos minutos más tarde. Me interceptó cuando iba de camino a la mesa de Sid Matt Lancaster, por lo que el anciano abogado tuvo que esperar un poco más para recibir su hamburguesa con patatas.

—Sookie, tengo que saberlo —dijo con urgencia, pero en voz muy baja.

—¿El qué, Andy? —Me alarmaba su intensidad.

—¿Ella me quiere? —Su mente bordeaba la humillación por preguntarme eso. Andy era orgulloso y quería asegurarse de que Halleigh no quería agenciarse el nombre de su familia o su mansión, como había sido el caso de otras mujeres. Bueno, lo de la casa lo había descubierto por sí mismo. Halleigh no la quería, y tendría que mudarse con ella a alguna pequeña y humilde vivienda, si ella lo amaba de verdad.

Nunca antes me habían pedido nada parecido. Después de tantos años queriendo que la gente creyera en mí, que comprendiera mi extraño talento, había descubierto que no me gustaba que me tomaran en serio después de todo. Pero Andy esperaba una respuesta, y no podía negarme. Era uno de los hombres más testarudos que había conocido.

—Te quiere tanto como la quieres tú a ella —dije, y me soltó el brazo. Seguí mi camino hasta la mesa de Sid Matt. Cuando volví la cabeza, Andy seguía mirándome.

«Trágate eso, Andy Bellefleur», pensé. Luego me avergoncé un poco de mí misma. Pero, si no quería saber la respuesta, no debió preguntar.

Había algo en el bosque que rodeaba mi casa.

Me preparé para meterme en la cama en cuanto llegué, porque uno de mis momentos favoritos de cada veinticuatro horas es cuando me pongo el camisón. Hacía el calor suficiente como para no necesitar la bata, así que me movía por la casa con mi vieja camiseta azul, ésa que me llegaba hasta las rodillas. Estaba pensando en cerrar la ventana de la cocina, puesto que las noches de marzo eran un poco frescas. Había estado escuchando los sonidos de la noche mientras fregaba los platos; las ranas y los insectos habían llenado el aire con sus coros.

De repente, todos los sonidos que habían hecho la noche tan amigable y ocupada como el propio día se detuvieron, cortados de raíz.

Me quedé quieta, con las manos inmersas en el agua caliente y enjabonada. Otear en la oscuridad no sirvió de nada, y me di cuenta de lo visible que debía de ser en ese momento, en medio de una ventana abierta con las cortinas apartadas. El jardín estaba iluminado con la luz de seguridad, pero más allá de los árboles que marcaban el claro el bosque se mostraba oscuro y quieto.

Había algo ahí fuera. Cerré los ojos y traté de proyectar mi mente. Descubrí cierta actividad. Pero no era lo suficientemente clara como para definirla.

Pensé en llamar a Bill por teléfono, pero ya lo había hecho otras veces cuando había temido por mi seguridad. No podía convertirlo en una costumbre. Eh, quizá el vigilante del bosque era Bill. En ocasiones merodeaba por la noche y, de vez en cuando, se acercaba para ver cómo estaba. Miré ansiosamente el teléfono que había colgado de la pared al final de la encimera (bueno, donde estaría la encimera cuando todo estuviese acabado). El nuevo era inalámbrico. Podría cogerlo, meterme en el dormitorio y llamar a Bill en un abrir y cerrar de ojos, pues lo tenía en la lista de marcación rápida. Si respondía al teléfono, sabría si lo que rondaba el bosque sería algo de lo que preocuparse o no.

Y si se encontraba en casa, acudiría a la carrera. Oiría que le diría: «¡Oh, Bill, por favor, ven a salvarme! ¡No se me ocurre otra cosa que llamar a un vampiro grande y fuerte para venir en mi rescate!».

Me obligué a admitir que, fuese lo que fuese lo que rondaba por el bosque, no era Bill. Había recibido cierto tipo de señal cerebral. Si el merodeador hubiese sido un vampiro, yo no habría notado nada. Sólo había recibido atisbos de señales mentales vampíricas dos veces, y había sido como una descarga eléctrica.

Justo al lado del teléfono estaba la puerta trasera, que no estaba cerrada. Nada me podía mantener frente al fregadero después de caer en la cuenta de que no había echado el pestillo. Corrí. Salí al porche trasero, cerré con llave la puerta acristalada y volví de un salto a la cocina para hacer lo propio con la gran puerta de madera, que había equipado con pestillo y cerrojo. Me apoyé contra la puerta cuando la aseguré. Conocía mejor que nadie la futilidad de puertas y cerrojos. Para un vampiro, las barreras físicas no eran nada..., pero un vampiro tenía que recibir una invitación para entrar. Los licántropos tenían más problemas con las puertas, pero tampoco nada del otro mundo; dada su increíble fuerza, podían llegar adonde les viniera en gana. Y lo mismo podía decirse de otros cambiantes.

¿Por qué vivía en una casa tan accesible?

Aun así, me sentía infinitamente mejor con dos puertas bloqueadas entre mí y lo que fuera que hubiera en el bosque. Sabía que la puerta delantera tenía el pestillo echado porque hacía días que no la abría. No recibía tantas visitas, y solía entrar y salir por la puerta trasera. Cerré y bloqueé la ventana y eché las cortinas. Había hecho todo lo posible para aumentar mi seguridad. Volví a los platos. Había un círculo de humedad en mi camiseta de dormir porque había tenido que apoyarme contra el fregadero para contener mis temblorosas piernas. Pero me obligué a continuar hasta que los platos estuvieron a salvo en el escurridor y el fregadero quedó completamente despejado.

A continuación agudicé el oído. Por más que escuchara con cada sentido disponible, la débil señal no volvió a chocar con mi mente. Había desaparecido.

Me quedé sentada en la cocina un momento, con la mente aún a cien por hora, pero me obligué a seguir con mi rutina habitual. Mis palpitaciones habían vuelto a la normalidad para cuando me cepillé los dientes. Y cuando me metí en la cama, casi me había convencido de que no pasaba nada, allá en la silenciosa oscuridad. Pero procuro ser honesta conmigo misma. Sabía que algún tipo de criatura había estado merodeando por mis bosques, una criatura mayor y más aterradora que un mapache.

Poco después de apagar la lámpara de la mesilla, escuché cómo las ranas y los insectos reanudaban su concierto nocturno. Finalmente, cuando comprobé que no cesaba, me pude dormir.

4

Marqué el número del móvil de mi hermano nada más levantarme a la mañana siguiente. No había pasado muy buena noche, pero al menos había dormido un poco. Jason lo cogió al segundo tono. Parecía un poco preocupado cuando dijo:

—¿Diga?

—Hola, hermano. ¿Cómo te va?

—Escucha, tengo que hablar contigo. Ahora mismo no puedo. Estaré allí dentro de un par de horas.

Colgó sin decir adiós, y parecía muy preocupado por algo. Justo lo que necesitaba: otra complicación.

Miré al reloj. En un par de horas me daría tiempo a ducharme e ir al pueblo a hacer algunas compras. Jason llegaría a eso del mediodía, y si mal no lo conocía, esperaría que le diese de comer. Me recogí el pelo en una coleta con una doble vuelta de la goma del pelo, dando lugar a una especie de moño. Se me habían formado como unos abanicos de pelo en los extremos, en la parte superior de la cabeza. Aunque traté de no creérmelo demasiado, pensé que ese look despreocupado resultaba divertido y, en cierto modo, mono.

Era una de esas frescas y vivificantes mañanas de marzo, de esas que prometen una tarde cálida. El cielo estaba tan despejado y soleado que los ánimos se me redoblaron, y conduje hacia Bon Temps con la ventanilla bajada, cantando con todas mis fuerzas en compañía de la radio. Esa mañana habría cantado con Weird Al Yankovic.
[1]

Pasé los bosques, alguna casa ocasional y un prado lleno de vacas (y un par de búfalos; es increíble lo que llega a criar la gente).

En la radio ponían
Blue Hawaii
, un clásico imperecedero, y me dio por preguntarme dónde estaría Bubba (no mi hermano, sino el vampiro conocido a secas como Bubba). Hacía tres o cuatro semanas que no lo veía. Puede que los vampiros de Luisiana lo hubieran desplazado a otro escondite, o quizá se había marchado por su cuenta, como solía hacer de tanto en tanto. Es entonces cuando aparecen esos largos artículos en los periódicos que venden a la salida de los supermercados.

A pesar de disfrutar del alegre momento de sentirme feliz y contenta, me lastraba una de esas ideas que te atenazan en los momentos extraños. Pensé en lo maravilloso que sería que Eric estuviese conmigo en el coche. Tendría un aspecto estupendo, con el aire agitándole el pelo, y disfrutaría del momento. Bueno, sí; disfrutaría hasta que le diera por encenderse conmigo.

Pero me di cuenta de que pensaba en Eric porque era ese tipo de día que te apetece compartir con alguien que te importa, la persona en cuya compañía disfrutas más. Alguien como el Eric que se encontraba bajo la maldición de una bruja, el Eric que no había sido endurecido por siglos de política vampírica, el Eric que no despreciaba a los humanos y sus asuntos, el Eric que no estaba al mando de tantas empresas, y responsable de las vidas y los ingresos de no pocos humanos y vampiros. En otras palabras, el Eric que nunca volvería a ser.

Espabila. La bruja estaba muerta y Eric había recuperado su carácter. El Eric restaurado se había vuelto receloso de mí; puede ser que yo le gustara, pero no confiaba en mí (ni en sus sentimientos) ni un ápice.

Lancé un profundo suspiro, y la canción se desvaneció de mis labios. Fue sofocada en mi corazón cuando me dije que ya era hora de dejar de comportarme como una idiota melancólica. Era joven y sana. El día era precioso. Y tenía una cita de verdad para el viernes por la noche. Me prometí un gran regalo. En vez de ir directamente al supermercado, me dirigí a Prendas Tara, la tienda de mi amiga Tara Thornton y que ella misma regentaba.

Hacía bastante tiempo que no veía a Tara. Se había ido de vacaciones a visitar a una tía en el sur de Texas, y desde que regresó se había pasado trabajando en la tienda interminables horas. Al menos eso es lo que me dijo cuando la llamé para darle las gracias por el coche. Cuando se me quemó la cocina, el coche sufrió el mismo destino, y Tara me prestó su viejo vehículo, un Malibu de dos años.

Ella se había comprado uno nuevo (no me imagino cómo) y aún no se había molestado en vender el Malibu.

Para mi asombro, hacía cosa de un mes, Tara me había enviado por correo los papeles del coche y el contrato de venta, con una carta adjunta que decía que el coche era mío. Llamé para protestar, pero sólo recibí evasivas y tuve que aceptar agradecida el regalo.

Lo hizo a modo de pago, pues la había sacado de una terrible situación. Para ello, tuve que endeudarme con Eric. No me importó. Tara era mi amiga de toda la vida. Ahora estaría a salvo, si era lo suficientemente inteligente como para mantenerse al margen del mundo sobrenatural.

A pesar de sentirme agradecida y aliviada por contar con el coche más nuevo que jamás he poseído, lo habría estado más de contar con su ininterrumpida amistad. Me mantuve al margen desde que asumí que le recordaba demasiadas cosas malas. Pero estaba de humor para intentar apartar ese molesto velo. Quizá Tara había tenido ya bastante tiempo para reponerse.

Prendas Tara se encontraba en un pequeño centro comercial al sur de Bon Temps. Sólo había un coche aparcado frente a la tienda. Pensé que sería bueno que hubiese una tercera parte presente; despersonalizaría el encuentro.

Tara estaba atendiendo a Portia, la hermana de Andy Bellefleur, cuando entré, así que empecé a ojear las prendas de la talla 38 y, a continuación, las de la 36. Portia estaba sentada en la mesa de Isabelle, lo cual era muy interesante. Tara es la representante local de Isabelle's Bridal, una empresa a escala nacional que produce un catálogo que se ha convertido en la biblia de todo lo relacionado con las bodas. Puedes probarte muestras de vestidos de dama de honor en la tienda local y así poder encargar la talla adecuada. Además, cada vestido está disponible en unos veinte colores. Los vestidos de novia son igual de populares. Isabelle cuenta con veinticinco modelos. La empresa también ofrece invitaciones de boda, adornos, ligas, regalos para damas de honor y cualquier elemento de la parafernalia nupcial que uno se pueda imaginar. Aun así, Isabelle era un fenómeno de la clase media, y Portia era definitivamente una mujer de clase alta.

Dado que vivía con su abuela y su hermano en la mansión Bellefleur de Magnolia Street, Portia se crió envuelta en una especie de esplendor gótico decadente. Ahora que la mansión había sido reformada y que la abuela se distraía más, Portia parecía notablemente más contenta cuando la veía por el pueblo. No acudía mucho al Merlotte's, pero cuando lo hacía pasaba más tiempo con los demás que antes, y sonreía de vez en cuando. Recién entrada en la treintena, su mayor atractivo era un denso y brillante pelo castaño.

Portia pensaba en una boda, mientras que Tara lo hacía en el dinero.

—Tengo que hablar con Halleigh otra vez, pero creo que necesitaremos cuatrocientas invitaciones —estaba diciendo Portia, y por un momento creí que la mandíbula se me caería al suelo.

—Está bien, Portia, si no te importa pagar la tarifa por tenerlas antes, probablemente estén listas en diez días.

BOOK: Definitivamente Muerta
5.1Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Pagan Christmas by Christian Rätsch
Honor Thy Father by Talese, Gay
Closing the Ring by Winston S. Churchill
Un duende a rayas by María Puncel
Captured & Seduced by Shelley Munro
Phylogenesis by Alan Dean Foster
The Kite Runner by Khaled Hosseini