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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Déjame entrar (14 page)

BOOK: Déjame entrar
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Primero pensó que se trataba de su propia sudadera; él tenía una exactamente igual y la había llevado puesta hacía dos días, estaba en el cesto para lavar. ¿Había ido ella y se había comprado una igual sólo porque él la tenía?

—Hei.

Oskar abrió la boca para soltar el «hola» que llevaba preparado, pero la cerró. La volvió a abrir para decir «Hei», se arrepintió y dijo «Hola» de todas formas.

Eli frunció el ceño.

—¿Qué te ha pasado en la mejilla?

—Bueno, me he… caído.

Oskar siguió bajando hacia el parque, Eli lo seguía. Pasó por delante del tobogán, se sentó en un columpio. Eli se sentó en el de al lado. Se columpiaron en silencio un rato.

—Te lo ha hecho alguien, ¿verdad?

Oskar se columpió otro poco.

—Sí.

—¿Quién?

—Unos… compañeros.

—¿Compañeros?

—Unos de mi clase.

Oskar se impulsó con fuerza, cambió de tema.

—¿A qué escuela vas tú?

—Oskar.

—¿Sí?

—Para un poco.

Paró con los pies, se quedó mirando al suelo.

—Sí, ¿qué pasa?

—Tú…

Ella alargó el brazo, le cogió la mano, y él se paró del todo y miró a Eli. Su cara apenas era una silueta contra la ventana iluminada que había detrás de ella. Naturalmente no eran más que figuraciones suyas, pero le parecía que los ojos de Eli
lucían
. De todos modos eran lo único que podía ver claramente de su cara.

Con la otra mano le tocó la herida, y lo extraño ocurrió. Alguien, una persona mucho más mayor y más dura que ella se abrió paso desde su interior. Un escalofrío le recorrió a Oskar la espalda, como si hubiera mordido un helado de hielo.

—Oskar. No les dejes. ¿Me oyes? No les dejes.

—… No.

—Tienes que devolvérsela. Nunca se la has devuelto, ¿verdad?

—No.

—Empieza ahora. Devuélvesela. Fuerte.

—Son tres.

—Entonces tienes que darles más fuerte. Usa un arma.

—Sí.

—Piedras, palos. Dales más de lo que en realidad eres capaz. Entonces lo dejarán.

—¿Y si no lo dejan?

—Tienes un cuchillo.

Oskar tragó saliva. En ese momento, con la mano de Eli en la suya, con la cara de ella delante, todo parecía muy claro. Pero ¿y si empezaban a hacer cosa peores cuando él opusiera resistencia?, ¿y si ellos…?

—Sí. Pero si ellos…

—Entonces yo te ayudaré.

—¿Tú? Pero si eres…

—Puedo, Oskar. Eso… puedo.

Eli apretó la mano de Oskar. Él le devolvió el apretón, asintiendo. Pero el apretón de Eli se volvió más fuerte. Tan fuerte que hacía un poco de daño.

Qué fuerte es.

Eli aflojó la mano y él sacó el papel que había escrito en la escuela, alisó los dobleces y se lo dio. Eli levantó las cejas.

—¿Qué es?

—Ven, vamos a la luz.

—No, si veo. ¿Pero qué es?

—El alfabeto Morse.

—Sí, sí. Claro. Qué pasada.

Oskar contestó con una risita. Ella lo había dicho tan, tan… ¿cómo se dice?… forzada. Aquella palabra como que no pegaba en su boca.

—Pensé… así podemos… hablar más a través de la pared.

Eli asintió. Parecía como si estuviera pensando qué responder. Luego dijo:

—Es divertido.

—¿Muy divertido?

—Sí.
Muy divertido
. Muy divertido.

—Eres un poco rara, ¿lo sabes?

—¿Soy rara?

—Sí. Pero está bien.

—Entonces tendrás que enseñarme lo que tengo que hacer. Para no ser rara.

—Sí. ¿Quieres ver una cosa? Eli asintió.

Oskar hizo su número especial. Se sentó en el columpio donde había estado antes, se dio impulso con fuerza. Con cada vuelta, con cada milímetro que ganaba en altura, crecía en su pecho la sensación de libertad.

Las ventanas iluminadas pasaban ante sus ojos como trazos de colores brillantes y se columpiaba más y más alto. No siempre le salía su número especial, pero ahora lo iba a conseguir porque se sentía ligero como una pluma y casi podía volar.

Cuando el columpio había llegado ya tan arriba que las cadenas empezaban a aflojarse para volver a dar un tirón, tensó todo el cuerpo. El columpio fue hacia atrás una vez más y, en el punto más alto de la siguiente vuelta, soltó las cadenas e impulsó las piernas hacia arriba y hacia delante lo más fuerte que pudo. Las piernas dieron media vuelta en el aire y aterrizó con los pies, agachándose de manera que el columpio no le diera en la cabeza. Después se levantó y alzó los brazos. Perfecto.

Eli aplaudió, gritó:

—¡Bravo!

Oskar cogió el columpio, que aún se movía, lo paró y se sentó. Una vez más agradeció que la oscuridad ocultara una sonrisa de triunfo que no podía reprimir, aunque le dolía la herida. Eli dejó de aplaudir, pero la sonrisa permaneció.

Las cosas iban a cambiar a partir de ahora. Claro que no se puede matar gente dando cuchilladas a un árbol. Eso ya lo sabía él.

Jueves 29 de Octubre

Håkan estaba sentado en el estrecho pasillo con las rodillas flexionadas de manera que los talones le rozaban el culo y la barbilla quedaba apoyada en las rodillas, escuchando el chapoteo del agua en el cuarto de baño. Los celos eran una serpiente gorda y blanca en su pecho. Se revolvía despacio, limpia como la inocencia e infantilmente clara.

Prescindible. Él era… prescindible.

Ayer por la tarde se encontraba echado en su cama con la ventana entreabierta. Oyó cómo Eli se despedía de ese tal Oskar. Sus voces claras, sus risas. Una… ligereza que él nunca podría conseguir. Él era siempre la responsabilidad pesada, la exigencia, el deseo.

Había creído que su amada era igual. Se había asomado a los ojos de Eli y había visto la sabiduría de una persona anciana, y la indiferencia. Al principio eso le asustó. Los ojos de Samuel Beckett en la cara de Audrey Hepburn. Luego le había dado seguridad.

Era la mejor relación imaginable. El cuerpo joven y bello que aportaba belleza a su vida al mismo tiempo que le libraba del compromiso. No era él quien decidía. Y no tenía que sentirse culpable por su deseo: su amada era mayor que él. Ninguna niña. Eso creía.

Pero desde que empezó esto con Oskar había pasado algo. Una… regresión. Eli se comportaba cada vez más como la niña que parecía; había empezado a contonear el cuerpo, a utilizar expresiones infantiles, palabras. Quería
jugar
. Esconder la llave. La noche anterior habían estado jugando a esconder la llave. Eli se había enfadado porque Håkan no mostraba el entusiasmo que el juego exigía, después había intentado hacerle cosquillas para que se riera. Él había disfrutado del tocamiento.

Era atractiva, naturalmente. Aquella alegría, esa…
vida
. Al tiempo que le intimidaba, porque se alejaba de su manera de ser. Nunca había estado tan cachondo y asustado como desde que se conocieron.

La noche anterior, su amada se había encerrado en la habitación de Håkan para pasarse media hora echada en la cama dando golpecitos en la pared. Cuando éste pudo entrar de nuevo en el cuarto vio un papel lleno de signos sujeto con celo sobre su cama. El código Morse.

Al acostarse, tuvo la tentación de golpear él mismo un mensaje para Oskar. Algo acerca de lo que Eli realmente
era
. Pero en vez de eso copió el código en un papel, para poder descifrar lo que se dijeran en el futuro.

Håkan inclinó la cabeza, apoyó la frente en las rodillas. El chapoteo dentro del cuarto de baño había terminado. Aquello no podía seguir así. Estaba a punto de explotar. De ganas, de celos.

La cerradura del cuarto de baño se giró y se abrió la puerta. Eli apareció delante de él totalmente desnuda. Limpia.

—¿Estás aquí sentado?

—Sí. Estás muy guapa.

—Gracias.

—¿Puedes darte la vuelta?

—¿Por qué?

—Porque… yo quiero.

—Pero yo no. ¿Puedes apartarte un poco?

—A lo mejor digo algo… si lo haces.

Eli miró a Håkan, indecisa. Luego se dio media vuelta, se quedó de espaldas a él.

A Håkan se le agolpaba la saliva en la boca, tragó. Miró. Una sensación física de cómo los ojos
devoraban
lo que tenían ante sí. Lo más bello que había. A un brazo de distancia. Infinitamente lejos.

—¿Tienes… hambre?

Eli se volvió de nuevo.

—Sí.

—Lo voy a hacer. Pero quiero algo a cambio.

—Tú dirás.

—Una noche. Quiero una noche.

—Sí.

—¿La tendré?

—Sí.

—¿Acostarme contigo? ¿Tocarte?

—Sí.

—¿Puedo…?

—No. Sólo eso. Pero eso sí.

—Entonces lo hago. Esta noche.

Eli se agachó junto a él. A Håkan le ardían las palmas de las manos. Quería acariciarla. No podía. Esa noche. Eli, mirando fijamente al techo, dijo:

—Gracias. Pero piensa si alguien… ese retrato del periódico… hay personas que saben que vives aquí.

—He pensado en ello.

—Si viniera alguien aquí por el día… cuando yo descanso…

—Te digo que he pensado en ello.

—¿Y…?

Håkan cogió a Eli de la mano, se levantó y fue a la cocina, abrió la despensa, sacó un tarro de confitura con la tapa de cristal. Un líquido transparente llenaba la mitad del frasco. Le explicó lo que había pensado. Eli negó vehementemente con la cabeza.

—No puedes hacer eso.

—Claro que puedo. ¿Entiendes ahora cuánto… me preocupo por ti?

Cuando Håkan se preparó para salir, puso el tarro de confitura en la bolsa junto con los demás utensilios. Eli, mientras tanto, se había vestido y estaba esperando en la entrada cuando Håkan salió, se inclinó y le dio un beso en la mejilla. Håkan pestañeó y se quedó un rato mirando a Eli.

Estoy perdido.

Después se fue a su tarea.

Morgan se estaba zampando sus cuatro delicias de una en una sin mostrar apenas interés por el arroz que tenía al lado en un cuenco. Lacke, inclinándose hacia delante, le dijo en voz baja:

—Oye, ¿puedo coger el arroz?

—Joder. ¿Quieres también la salsa?

—No. Pongo un poco de soja, sólo.

Larry, que observaba por encima del periódico, hizo una mueca cuando Lacke cogió el cuenco de arroz y le puso soja del frasco con un glu, glu, glu y empezó a comer como si no hubiera visto comida antes. Larry hizo un gesto señalando el montón de gambas fritas del plato de Morgan.

—Podrías invitar.

—Sí, claro.
Sorry
. ¿Qué quieres, una gamba?

—No, tengo mal el estómago. Pero igual Lacke.

—¿Quieres una gamba, Lacke?

Lacke asintió y le alargó el cuenco del arroz. Morgan puso dos gambas fritas con ademán ostentoso. Como si insistiera. Lacke le dio las gracias y atacó las gambas.

Morgan refunfuñaba y meneaba la cabeza. Lacke no era el mismo desde que Jocke desapareció. Ya soplaba más de la cuenta antes, pero ahora bebía todavía más y no le quedaba ni un céntimo para comida. Era de veras raro lo de Jocke, pero tampoco como para hundirse totalmente en la miseria de esa manera. Jocke llevaba ya cuatro días desaparecido, pero ¿quién sabía? Podía haber encontrado a una tía y haberse largado a Tahití, cualquier cosa. Ya aparecería.

Larry dejó el periódico, se colocó las gafas de leer en la cabeza y restregándose los ojos dijo:


¿Vosotros
sabéis dónde hay refugios?

Morgan sonrió burlón.

—¿Qué pasa? ¿Estás pensando en hibernar, o qué?

—No, por lo del submarino. Por si se produjera una invasión a gran escala.

—Te puedes venir al nuestro. Estuve allí abajo mirando cuando vino un tipo de la defensa de no sé qué que tenía que hacer un inventario, hace dos años. Máscaras de gas, conservas, mesas de ping-pong y demás.

—¿Mesas de ping-pong?

—Pues claro, ¿no lo sabes? Cuando los rusos entren en el país no tenemos más que decir: «Alto ahí, chicos, deponed las kalashnikoffnas, esto lo vamos a zanjar mejor con un partido de ping-pong». Que se queden ahí los generales tirándose pelotas picadas los unos a los otros.

—¿Los rusos
juegan
al ping-pong?

—No. Los tenemos en un puño. A lo mejor recuperamos todo el Báltico.

Lacke se limpió con exagerada minuciosidad los labios con la servilleta y dijo:

—Es raro, de todas formas.

Morgan encendió un John Silver.

—¿El qué?

—Lo de Jocke. Siempre solía decirlo si se iba a alguna parte. Vosotros lo sabéis. Si se iba a ir a casa de su hermano, ahí en Väddö, lo contaba como una cosa grande. Empezaba a hablar de ello una semana antes. Lo que se iba a llevar, lo que iban a hacer.

Larry puso la mano en el hombro de Lacke.

—Hablas de él en pretérito.

—¿Qué? Sí. Es que creo realmente que le ha pasado algo. Eso creo yo.

Morgan dio un buen trago de cerveza, eructó.

—Tú crees que está muerto.

Lacke se encogió de hombros y miró buscando apoyo a Larry, que estaba observando el dibujo de las servilletas. Morgan negó con la cabeza.

—No. Nos habríamos enterado. Eso fue lo que dijo la pasma cuando estuvieron allí abriendo la puerta, que te llamarían si sabían algo. No es que yo confíe en la pasma, pero… alguien debería de haber oído algo.

—Jocke habría llamado.

—Pero Dios mío, ¿estáis casados o qué? No te preocupes. Pronto aparecerá. Con flores y bombones y prometiendo no volver a hacerlo nuuunca más.

Lacke asintió resignado y dio un sorbito a la cerveza a la que le había invitado Larry con la promesa de hacer lo mismo cuando le vinieran mejores rachas. Dos días más, como mucho. Luego empezaría a buscar por su cuenta. Llamar al hospital, al depósito de cadáveres y todo lo que se pudiera hacer. Uno no abandona a su mejor amigo. Estuviera enfermo o muerto o lo que fuera. Uno no lo deja en la estacada.

Eran las siete y media y Håkan estaba empezando a ponerse nervioso. Había estado deambulando por los alrededores del instituto Nuevos Elementos y del polideportivo de Vällingby, por donde se movían los jóvenes. Era hora de entrenamientos y la piscina abría hasta tarde, así que no faltaban posibles víctimas. El problema estaba en que la mayoría iba en grupos. Había oído un comentario de una chica, que iba con otras dos, acerca de que su madre «todavía estaba totalmente histérica por lo del asesino».

Claro está que podía haber ido más lejos, a algún sitio donde sus anteriores actuaciones no estuvieran tan presentes, pero entonces corría el riesgo de que la sangre se estropeara antes de llegar a casa. Ya que iba a hacerlo, quería dar a su amada lo mejor. Y cuanto más fresca, cuanto más próxima a la fuente, más buena. Eso le había dicho.

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