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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Déjame entrar (27 page)

BOOK: Déjame entrar
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Gösta acariciaba al perro invisible con mayor impaciencia, o intentaba apartarlo de él. Un poco de cubata se le cayó del vaso y acabó en la alfombra.

—No puede ser… yo ya no puedo… la cabeza sangrando…

Morgan dejó en el suelo el gato que tenía en las rodillas y se sacudió los pantalones.

—Eso no tiene nada que ver con esto. Tú sigue, Larry.

—Bueno, pues cuando lo subieron hasta la playa y comprendí que era él, entonces se vio que tenía una cuerda tal que así, ¿no? Atada. Y como una especie de piedras así. Entonces le entró una endemoniada prisa a la pasma. Empezaron a hablar por la radio y a acordonar con esas cintas y a echar a la gente y a actuar. Se mostraron interesados de cojones, de repente. Así que… bueno, a él le hundieron allí, así de sencillo.

Gösta se echó hacia atrás en el sofá, tenía la mano en los ojos. Virginia, que estaba sentada entre él y Lacke, le acarició la rodilla. Morgan, llenándose el vaso, dijo:

—La cosa es que han encontrado a Jocke, ¿no? ¿Quieres tónica? Aquí. Han encontrado a Jocke y ahora saben que fue asesinado. Y entonces las cosas se encuentran como si dijéramos en otra situación.

Karlsson carraspeó, adoptó un tono que imponía respeto:

—En el sistema judicial sueco hay algo que se denomina…

—Tú ahora te callas —le interrumpió Morgan—. ¿Se puede fumar aquí?

Gösta asintió débilmente. Mientras Morgan sacaba el tabaco y el encendedor, Lacke se echó hacia delante en el sofá de manera que pudo mirar a Gösta a los ojos.

—Gösta. Tú viste lo que pasó. Debería salir a la luz.

—¿Salir a la luz? ¿Cómo?

—Sí, que vayas a la policía y cuentes lo que viste, así de sencillo.

—No… no. Nadie dijo nada.

Lacke suspiró, se echó medio vaso de aguardiente y un chorrito de tónica, le pegó un buen trago y cerró los ojos cuando la nube ardiente le llenó el estómago. No quería forzarle.

En el chino, Karlsson había mencionado algo acerca de la obligación de declarar como testigo, pero por mucho que Lacke quisiera que el que hubiera hecho aquello fuera detenido, no pensaba mandar a la policía a casa de un colega como si fuera un chivato cualquiera.

Un gato con manchas de color gris le empujó con la cabeza en la espinilla. Se lo puso en las rodillas, le acarició el lomo, ausente.
¿Qué más da?
Jocke estaba muerto, ahora lo sabía con certeza. ¿Qué importancia tenía todo lo demás en realidad?

Morgan se levantó, se acercó a la ventana con el vaso en la mano.

—¿Era aquí donde estabas cuando lo viste?

—… Sí.

Morgan asintió y bebió del cubata.

—Sí, ahora lo entiendo. Se ve perfectamente desde aquí. Joder, qué apartamento más chulo, de verdad. Buena vista. Bueno, quitando lo de… Buena vista.

Una lágrima cayó silenciosa por la mejilla de Lacke. Virginia le cogió la mano y se la acarició. Lacke pegó otro buen lingotazo para aplacar el dolor que le desagarraba el pecho.

Larry, que había estado un rato sentado mirando a los gatos que se movían dando vueltas sin sentido por la habitación, tamborileó el vaso con los dedos y dijo:

—¿Y si uno sólo les diera una pista? ¿Sobre el sitio? A lo mejor pueden encontrar huellas dactilares o… lo que encuentren.

Karlsson sonrió.

—¿Y de qué manera vamos a decirles cómo lo hemos sabido? ¿Que nosotros lo
sabemos
, sin más? Es de suponer que estarán muy interesados en conocer… de
quién
nos ha venido la información.

—Se puede llamar de forma anónima. Nada más para que se sepa.

Gösta balbuceaba algo en el sofá. Virginia acercó la cabeza.

—¿Qué decías?

Gösta hablaba con muy, muy poca voz mirando su vaso.

—Perdonadme. Pero estoy demasiado asustado. No puedo.

Morgan se dio la vuelta desde la ventana, extendió la mano.

—Entonces ya está. No hay más que hablar —echó una mirada penetrante a Karlsson—. Ya se nos ocurrirá algo. Tendremos que solucionarlo de otra manera. Dibujando, llamando, cualquier cosa, joder. Ya se nos ocurrirá algo.

Se acercó a Gösta y le dio un golpecito en el pie.

—Vamos Gösta, anímate. Arreglaremos esto de todas formas. Tranquilo. ¿Gösta? ¿Estás oyendo lo que te digo? Nosotros lo vamos a arreglar. ¡Salud!

Morgan alzó su vaso, lo hizo tintinear con el de Gösta y dio un sorbo.

—Esto lo solucionamos nosotros. ¿No es así?

Se había separado de los otros al salir de la piscina y había emprendido el camino a casa cuando oyó su voz desde fuera de la escuela.

—Psst. ¡Oskar!

Bajó las escaleras y Eli salió de la sombra. Había estado allí esperando. Entonces seguramente habría oído cómo él se había despedido de los otros y ellos le habían contestado como si fuera una persona absolutamente normal.

El entrenamiento había ido bien. No era tan enclenque como creía, aguantaba más que otro par de chicos que ya habían ido varias veces. Su preocupación por que el maestro fuera a interrogarle por lo ocurrido en el hielo fue infundada. Sólo le había preguntado:

—¿Quieres hablar de ello?

Y cuando Oskar negó con la cabeza fue suficiente.

La piscina era otro mundo, distinto de la escuela. El maestro era menos exigente y los otros chicos no se metían con él. Lo cierto era que Micke no se había presentado. ¿Tendría Micke
miedo
de él ahora? El pensamiento le daba vueltas.

Fue al encuentro de Eli.

—Hola.

—Buenas.

Sin decir nada al respecto, habían cambiado la fórmula de saludo. Eli llevaba puesta una camisa a cuadros demasiado grande para ella y parecía como… encogida de nuevo. La piel seca y la cara más delgada. Ayer por la tarde ya había visto Oskar los primeros cabellos blancos, y hoy tenía más.

Cuando estaba sana, a Oskar le parecía que era la chica más bonita que había visto. Pero ahora… no se podía ni comparar. Nadie tenía ese aspecto. Los enanos. Pero los enanos no eran tan delgados, no había ninguno así. Daba las gracias porque ella no hubiera aparecido cuando estaban los otros chicos.

—¿Qué tal? —preguntó Oskar.

—Regular.

—¿Vamos a hacer algo?

—Pues claro.

Fueron hacia casa, hacia el patio, el uno al lado del otro. Oskar tenía un plan. Iban a sellar un pacto. Si se asociaban, Eli se pondría bien. Una idea sacada de la magia, inspirada en los libros que leía. Porque la magia… la magia
existe
, claro que sí. Aunque sólo sea un poco. Los que negaban la magia eran aquellos a quienes les iba mal.

Entraron en el patio. Oskar rozó con la mano el hombro de Eli.

—¿Vamos a mirar al cuarto de la basura?

—Vaaale.

Entraron por el portal de Eli y Oskar abrió la puerta del sótano.

—¿No tienes llaves del sótano? —preguntó él.

—No lo creo.

El sótano estaba totalmente a oscuras. La puerta golpeó con fuerza tras ellos. Se quedaron quietos el uno al lado del otro, respirando. Oskar susurró:

—Eli, ¿sabes? Hoy… Jonny y Micke intentaron tirarme al agua. En un agujero en el hielo.

—¡No! Tú…

—Espera. ¿Sabes lo que hice? Tenía una rama, una rama grande. Le di con ella a Jonny en la cabeza con tanta fuerza que sangró. Tuvo una conmoción cerebral, lo llevaron al hospital. Pero no me tiraron al agua. Yo… lo golpeé.

Se quedaron en silencio unos segundos. Luego Eli dijo:

—Oskar.

—¿Sí?

—¡Yupi!

Oskar se estiró hasta el interruptor de la luz, quería verle la cara. Encendió. Ella le miró directamente a los ojos y Oskar vio sus pupilas. Por unos instantes, antes de que se acostumbraran a la luz, eran como esos cristales con los que estaban trabajando en física, cómo se llamaban… elípticos.

Como los de los lagartos. No. Los de los gatos. Los gatos.

Eli parpadeó. Las pupilas estaban normales de nuevo.

—¿Qué pasa?

—Nada. Ven…

Oskar fue hasta el cuarto de la basura y abrió la puerta. El saco estaba casi lleno, hacía tiempo que no lo vaciaban. Eli se apretó a su lado y rebuscaron en la basura. Oskar encontró una bolsa con botellas vacías cuyos cascos podían dar algo de dinero. Eli encontró una espada de juguete de plástico, la blandió en el aire y dijo:

—¿Vamos a mirar en los otros?

—No, Tommy y los otros a lo mejor están allí.

—¿Quiénes son?

—Ah, unos chicos mayores que tienen un cuarto en el que… se reúnen por las tardes.

—¿Son muchos?

—No, tres. La mayoría de las veces sólo Tommy.

—Y son peligrosos.

Oskar se encogió de hombros.

—Entonces podríamos mirarlo.

Fueron juntos hasta la puerta de la escalera de Oskar, en el siguiente pasillo del sótano, por la puerta de Tommy. Cuando Oskar ya estaba con la llave en la mano, a punto de abrir la última puerta, dudó. ¿Y si estaban allí? ¿Si veían a Eli? Si… ocurría algo que él no fuera capaz de manejar. Eli blandía la espada de plástico delante de ella.

—¿Qué pasa?

—Nada.

Abrió. Nada más entrar en el pasillo oyeron la música que venía del trastero del sótano. Volviéndose, susurró:

—¡Están aquí! Vámonos. Eli se detuvo, olfateó.

—¿A qué huele?

Oskar comprobó que no se movía nadie al fondo del pasillo, olisqueó. No notó nada aparte de los olores normales del sótano. Eli dijo:

—A pintura. A pegamento.

Oskar olió de nuevo. Él no notaba nada, pero sabía de qué se trataba. Cuando se volvió hacia Eli para llevársela fuera de allí vio que ella estaba haciendo algo en la cerradura de la puerta.

—Venga, vámonos. ¿Qué haces?

—Yo sólo…

Mientras Oskar abría la puerta del siguiente pasillo del sótano, el camino de retirada, la puerta se cerró tras ellos. No sonó como de costumbre. No hizo clic. Sólo un suave sonido metálico. En el camino de vuelta hasta su sótano Oskar le contó a Eli lo de que esnifaban pegamento; y lo chiflados que se podían volver cuando esnifaban.

En su propio sótano se volvió a sentir seguro. Se puso de rodillas y empezó a contar las botellas vacías que había en la bolsa de plástico. Catorce cascos de cerveza y uno de alcohol que no se podía devolver.

Cuando alzó la vista para contarle a Eli el resultado, la muchacha estaba delante de él con la espada de plástico en alto a punto de golpear. Acostumbrado como estaba a golpes fortuitos se sobresaltó un poco, pero Eli farfulló algo y después bajó la espada hasta el hombro de Oskar, diciendo con la voz más profunda que fue capaz de poner:

—Con esto te nombro, vencedor de Jonny, caballero de Blackeberg y de todos los territorios limítrofes como Vällingby… mmm…

—Råcksta.

—Råcksta.

—¿Ängby, quizá?

—Ängby quizá.

Eli le iba dando un golpe suave en el hombro con la espada por cada nuevo sitio. Oskar sacó su cuchillo del bolso y, manteniéndolo en alto, se proclamó Caballero de Ängby Quizá. Quería que Eli fuera la Bella Dama a la que él pudiera salvar del Dragón.

Pero Eli era un monstruo terrible que devoraba bellas vírgenes para el almuerzo, y era ella contra quien tenía que combatir. Oskar dejó el cuchillo en la funda mientras luchaban, gritaban y corrían entre los pasillos. En medio del juego sonó una llave en la cerradura de la puerta del sótano.

Se escondieron rápidamente en una despensa donde apenas tenían espacio para sentarse cadera con cadera, respirando profunda y silenciosamente. Se oyó una voz de hombre.

—¿Qué estáis haciendo aquí abajo?

Oskar estaba sentado muy pegado a Eli. El pecho le borboteaba. El hombre dio unos pasos ya dentro del sótano.

Oskar y Eli contuvieron la respiración cuando el hombre se paró a escuchar. Luego dijo:

—Demonio de chicos —y se fue de allí. Se quedaron en la despensa hasta que estuvieron seguros de que el hombre había desaparecido, luego salieron arrastrándose y, apoyados en la pared de madera, echaron unas risitas. Tras un rato, Eli se tumbó en el suelo de cemento todo lo larga que era y se quedó mirando al techo. Oskar le dio en el pie.

—¿Estás cansada?

—Sí. Cansada.

Oskar sacó el cuchillo de la funda, lo miró. Era pesado, bonito. Pasó el dedo con cuidado por la punta del filo, lo retiró. Un pequeño punto rojo. Lo hizo de nuevo, más fuerte. Cuando apartó el cuchillo apareció una perla de sangre. Pero no era así como había que hacerlo.

—¿Eli? ¿Quieres hacer una cosa?

Ella seguía aún mirando al techo.

—¿El qué?

—¿Quieres… firmar un pacto conmigo?

—Sí.

Si ella hubiera preguntado que cómo, tal vez le hubiera explicado lo que había pensado hacer antes de hacerlo. Pero ella sólo dijo que sí. Que participaba, fuera lo que fuese. Oskar tragó fuerte, cogió la hoja del cuchillo con el filo contra la palma y, cerrando los ojos, lo deslizó por su mano. Un dolor punzante, intenso. Jadeó.

¿Lo he hecho?

Abrió los ojos, abrió la mano. Sí. Se podía ver una fina hendidura en la palma, la sangre manaba despacio; no, como él pensaba, en una estrecha línea, sino como una cinta de perlas que, mientras las miraba fascinado, se unieron en una línea más gruesa y más desigual.

Eli levantó la cabeza.

—¿Qué haces?

Oskar tenía aún su mano delante de la cara y mirándosela fijamente dijo:

—Esto es muy sencillo. Eli, no era nada…

Puso su mano sangrante delante de ella. Sus ojos se agrandaron. Eli meneó con fuerza la cabeza mientras se echaba para atrás, alejándose.

—No, Oskar…

—¿Qué te pasa?

—Oskar, no.

—No duele casi nada.

Eli dejó de echarse para atrás, clavando la vista en la palma de Oskar mientras seguía negando con la cabeza. Éste sujetaba con la otra mano la hoja del cuchillo, se lo tendió con el mango por delante.

—Tú sólo tienes que pincharte en el dedo o así. Y luego lo mezclamos. Así sellaremos el pacto.

Eli no tomó el cuchillo. Oskar lo dejó en el suelo entre ellos para poder recoger con la mano buena una gota de sangre que caía de la herida.

—Venga, vamos. ¿No quieres?

—Oskar… no puede ser. Te contagiaría, tú…

—No se nota nada, esto…

Un fantasma se adueñó de la cara de Eli, transformándola en algo tan diferente de la chica que él conocía que se olvidó de la gota de sangre que caía de su mano. Parecía como si ahora ella fuera el monstruo que había fingido ser cuando jugaban, y Oskar se echó para atrás al tiempo que el dolor de su mano aumentaba.

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