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Authors: Megan Maxwell

Deseo concedido (51 page)

BOOK: Deseo concedido
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A pesar de lo furiosa que estaba, notaba cómo la indignación del hombre crecía por los resoplidos que le escuchaba.

—¡Me llamo Duncan! —insistió cada vez más enfadado. La conocía y sabía que ella le llamaba así para molestarlo.

—Lo sé —asintió levantando la palma de la mano para darle unos dulces golpecitos en el costado—. Tenéis un nombre muy bonito.

—Megan —murmuró con voz ronca, acariciándole la espalda por encima de la fina camisa de hilo mientras ella hacía grandes esfuerzos por no dejarse caer amorosamente entre sus brazos—. Siento haberte gritado, pero existen cosas que aún desconoces y que a mi vuelta te contaré.

—De acuerdo —respondió mordiéndose el labio inferior. Hablaba de Johanna y quizá de otras cosas más—. Ahora dormid, mi señor. Tenéis un largo viaje por delante.

—¡Cómo vuelvas a llamarme «mi señor»… —gruñó acercándose más a ella—, tendrás un grave problema!

—De acuerdo, esposo —añadió cerrando los ojos a la espera del bufido que él daría. Pero, en vez de eso, le oyó respirar con resignación cuando ella dijo—: Buenas noches.

—Buenas noches —respondió malhumorado. Durante un rato esperó, pero al ver que ella no se movía acercó su boca al oído de su mujer y susurró—: Te voy a añorar cada instante, cada momento del día, porque te has convertido en el sol que ilumina mi vida.

«Te quiero, mi amor», pensó ella. Pero, incapaz de decirlo, respondió:

—Yo también te voy a añorar —dijo dándose la vuelta para mirarlo con deseo al escuchar aquella maravillosa declaración de amor.

No eran las palabras que ella quería oír, pero en ese momento bastaban. Pegándose a él, le susurró mientras sentía cómo se estremecía—: Y por eso quiero besarte y que me beses, amarte y que me ames, porque necesitaré sentir tu recuerdo en mí hasta que vuelvas.

Una vez dichas aquellas dulces y tiernas palabras, se amaron con la pasión y el ansia de los enamorados que saben que se tienen que despedir.

Capítulo 35

Con las primeras luces del alba, Duncan despertó y sonrió cuando se encontró a Megan acurrucada junto a él, durmiendo plácidamente. Después de observarla unos instantes, maravillado por lo mucho que adoraba a aquella mujer, se levantó de la cama para vestirse. Más tarde, se acercó y la besó con dulzura, primero en la frente, luego en los labios y por último en el pelo. Quiso contemplarla una vez más antes de ir a reunirse con sus hombres.

Megan, que no había podido descansar mucho esa noche, se hizo la dormida cuando Duncan primero la observó y más tarde la besó. Pero, en cuanto la arcada se cerró y dejó de oír sus pasos, el estómago se le contrajo de tal manera por los nervios que estuvo a punto de ponerse a llorar. Pero, en vez de eso, se levantó. Oculta por las sombras del tapiz que colgaba en la ventana, observó cómo los hombres se reunían y bromeaban. Consumida por el dolor de la despedida, vio a su marido despedirse de Marlob para luego cruzar el puente de piedra con el ceño fruncido hasta que desapareció de su vista. En ese momento, la puerta se abrió y apareció Sarah, que al ver los ojos tristes de su señora corrió a abrazarla.

Durante varios días, Megan indagó y estudió las hierbas que contenía la taza de Marlob. Según iba descartando, se iba percatando de que el problema que se les presentaba era más grande de lo que ella en un principio creyó. Cuando estuvo segura de qué hierbas eran, casi se desmaya. ¡Margaret estaba envenenando poco a poco a Marlob! Pero ¿con qué fin? En un principio, decidió no decir nada hasta que Duncan y Niall regresaran. Pero ¿y si cuando volvieran era demasiado tarde para Marlob? Intentando serenarse, aquella mañana bajó al salón y encontró a Zac y a Marlob jugando a un extraño juego con piedras que el anciano le había enseñado.

Con desconfianza, miró a su alrededor y vio a varias personas del servicio limpiando el lugar, hasta que sus ojos encontraron lo que buscaba. Allí estaba Margaret, sentada junto al gran hogar del salón cosiendo tranquilamente. ¡Víbora! Le dieron ganas de gritar mientras la arrastraba de los pelos. ¿Cómo podía ser tan arpía? Y, sobre todo, ¿cómo podía estar haciéndole eso a Marlob? Dándose la vuelta rápidamente, controló sus instintos mientras volvía a mirar al anciano.

—Marlob —dijo acercándose a él—, ¿podemos hablar un momento a solas?

—Por supuesto —asintió y, mirando a Zac, dijo señalándole con el dedo—: Piénsate la jugada mientras hablo con tu hermana, amigo. —Siguió a Megan hacia la ventana izquierda del salón—. Tú dirás, jovencita. ¿Qué es eso que quieres hablar conmigo?

—Quería pedir tu aprobación para realizar unos cambios en el castillo.

—Tú eres la señora ahora —dijo mientras tosía. Megan observó cómo Margaret les vigilaba—. Todo lo que hagas me parecerá estupendo.

—Los cambios serán a todos los niveles —dijo al ver que el anciano dejaba de toser—. Tanto en el aspecto como en el servicio.

—¿Tienes pensado tirar algún muro, muchacha? —se mofó haciéndola reír—, porque, si es así, creo que será mejor que Duncan esté aquí. Adoro a mi nieto, pero cuando se enfada tiembla Escocia.

—No, tranquilo —respondió sonriendo—. Los cambios serán para mejorar el entorno. Aunque tengo que advertirte que quizá los cambios en cuanto al servicio no te lleguen a gustar. Por eso, me gustaría que escucharas lo que hablaré con los criados cuando los reúna, aunque sin ser visto por ninguno de ellos.

Aquello extrañó a Marlob.

—¿Ocurre algo, jovencita? —espetó mientras fruncía el ceño.

—He descubierto ciertas cosas que creo que no te gustarán, pero para que tú mismo lo puedas escuchar necesito que estés escondido mientras hablo con ellos —respondió a Marlob, que la miró intensamente durante unos instantes—. Necesito que confíes en mí. No quiero adelantarte nada hasta que tú mismo lo escuches. ¡Por favor!

El anciano, al intuir que aquello era importante, asintió.

—Quizá me arrepienta, pero… de acuerdo.

Megan estuvo a punto de saltar de alegría, pero no era el momento ni el lugar.

—Un último favor, Marlob —dijo mientras volvían a la mesa donde Zac miraba las piedras—. No le comentes absolutamente a nadie nuestra conversación.

El anciano asintió y de nuevo se sentó con Zac. Megan, decidida, dio la orden a Sarah de que difundiera la noticia de que ella, Megan McRae, la señora del castillo, quería hablar con todo el servicio aquella tarde después de comer. Sin decir nada a nadie, fue en busca del padre Gowan, que tras hablar con ella le aseguró que estaría sentado junto a Marlob.

Después de comer, el servicio fue llegando al salón, en un principio atemorizado, sin llegar a entender cuáles eran los cambios que la nueva señora quería hacer. Megan esperó con paciencia hasta que Sarah le confirmó que habían llegado casi todos.

—¿Estamos todos? ¿Queda alguien por llegar? —preguntó jovialmente Megan, que con una pluma apuntaba los nombres de todos ellos y sus responsabilidades.

—Todos los que trabajamos en el castillo sí, señora —asintió un hombre de mediana edad llamado íleon.

—No veo a Margaret —dijo Megan mientras advertía la sorpresa dibujada en la cara de todos—. ¿La avisasteis?

—Milady
, yo la vi en el salón y más tarde en el jardín y las cocinas —murmuró Edwina—, pero no sabía que vos desearais que la avisara.

—Ella también debe estar aquí —respondió Megan. Tras mirar a Sarah, que ya sabía lo que debía hacer, dijo—: Sarah, ¿serías tan amable de ir a buscar a Margaret para que asista a la reunión?

—Por supuesto,
milady
—asintió y salió en su busca mientras los demás hablaban y Megan, nerviosa, garabateaba encima del papel.

Instantes después, Sarah entraba con una media sonrisa, seguida por Margaret, que miró a todos con curiosidad.

—¿Qué ocurre aquí? —preguntó al ver reunido a todo el servicio del castillo.

—Quiero hacer unos cambios —respondió tranquilamente Megan, recostada en su silla—, e hice venir a todo el servicio.

—Oh…, qué idea —se limitó a decir Margaret, que con espontaneidad cogió una silla para sentarse junto a Megan—. Me parece estupendo. Unos cambios siempre vendrán bien al servicio.

Megan se quedó mirándola con fingida sorpresa.

—Si no te importa —dijo para indignación de la mujer—, preferiría que te sentaras con ellos frente a mí, así puedo miraros a todos.

—Claro,
milady
, por supuesto —comentó de no muy buena gana sentándose junto a Sarah.

En ese momento, Megan se levantó, se encaminó hacia la puerta y dijo:

—Oh…, disculpadme un momento. Olvidé algo. —Y mirándoles a todos, ordenó—: Que nadie se mueva de aquí hasta que yo regrese.

—No os preocupéis,
milady
—asintió Sarah, que era la única que sabía adonde iba.

Con rapidez, Megan bajó las escaleras y llegó a la habitación de Margaret. Tras buscar en el bolsillo de la bata, encontró la llave del arcón. Con seguridad, lo abrió para coger unas talegas con hierbas y el pañuelo donde estaba envuelto el broche roto. Después salió de la habitación y corrió rápidamente escaleras arriba hacia la habitación de Marlob. Una vez allí, se dirigió hacia el armario y, sacando el lienzo que descansaba tras él, abrió con mano temblorosa el pañuelo que contenía el broche. Angustiada, comprobó que se trataba del mismo.

«Oh, Dios mío», susurró con la boca seca.

Poco después, una pálida Megan volvió a entrar en el salón. Intentó mantener la tranquilidad, mientras en su mente bullían infinidad de preguntas sin respuesta. Sarah, al verla, comprobó la inquietud en sus ojos. Tras una significativa mirada entre ellas, Sarah se llevó la mano a la boca, incrédula por lo que aquella mirada significaba.

—Ahora que estamos todos —comenzó Megan después de aclararse la voz—, y a pesar de que ya nos conocemos, quiero presentarme de nuevo: mi nombre es Megan y, como bien sabréis, soy la mujer de vuestro
laird
Duncan McRae. Por lo tanto —miró a Margaret mientras inclinaba la cabeza—, soy la señora de este castillo y de los feudos que mi marido tiene. Antes de hacer los cambios, quería saber quiénes están dispuestos a continuar a mi lado y quiénes no, por lo que me veo en la obligación de aclararos ciertos asuntos. Ha llegado hasta mis oídos que circula el rumor de que soy una
sassenach
—dijo mirándoles a todos, que bajaron la vista al escucharla—. Mi madre era escocesa, del clan McDougall, y mi padre, efectivamente, era inglés. Durante años, viví en Dunhar, hasta que unos ingleses, supuestos amigos y familiares de mi padre, decidieron asesinarlo —explicó con firmeza mientras les observaba—. Primero asesinaron a mi padre y, posteriormente, envenenaron a mi madre. Mis hermanos y yo, gracias a John, un buen hombre, inglés para más señas, conseguimos llegar a Dunstaffnage. Allí, nuestro abuelo Angus, el herrero Mauled y nuestro
laird
nos aceptaron desde el primer momento como miembros de su clan. Os quiero informar de que, el tiempo que viví en Dunhar, todo el mundo nos llamaba despectivamente «los salvajes escoceses», y el tiempo que he vivido en Dunstaffnage cierta gente se ha empeñado en llamarnos los
sassenachs
. Hace unos meses, algunos ingleses nos localizaron y mataron a mi abuelo y a Mauled, pero su muerte, junto con la de mis padres, fue vengada.

—Milady
, siento todo vuestro sufrimiento —susurró Edwina con pesar—, pero creo que no tenéis por qué contarnos esto.

—Gracias, Edwina, pero por desgracia sí tengo que hacerlo —asintió con una triste sonrisa—, porque quiero que la gente que trabaje en mi casa y a mis órdenes sepa quién soy, y que no se deje influenciar por lo que escuche a los demás. Por lo tanto, ahora doy la oportunidad a quien no desee estar conmigo, porque me considere una
sassenach
, de que se levante y se vaya. Yo no haré nada en contra de esa persona. Lo entenderé. —Pasados unos instantes, y al ver que nadie se levantaba, dijo para finalizar aquella revelación—: De vosotros depende cómo me queráis llamar, pero os advierto una cosa: no consentiré que nadie me insulte, ni a mí ni a los míos.

—Delante de mí —afirmó Fiorna—, nadie os insultará,
milady
.

—Gracias —sonrió agradecida por aquel comentario—. El motivo de esta reunión es cambiar una serie de cosas que, a mi gusto, creo que estarían mejor si se hicieran de otra forma. En primer lugar, quiero hacer una limpieza general del castillo. Con esto no digo que esté sucio, sólo que creo que su estado se puede mejorar. Hasta ahora, Susan —dijo mirando a una mujer regordeta que la miraba con terror— era la única cocinera. El día que Susan no cocina, bien porque haya caído enferma o por cualquier otra circunstancia, la gente no come, o come restos fríos y a veces incomibles. Pero eso va a cambiar. Susan seguirá siendo la cocinera general, pero tanto Edwina como Fiorna estarán en las cocinas junto a ella. Por lo tanto, Susan, ahora estarás mejor, puesto que no seguirás tú sola a la hora de cocinar para todo el castillo, especialmente en las grandes celebraciones o fiestas. —La mujer sonrió aliviada—. Una cosa más, Susan: ¿con quién hablas respecto a los menús semanales?

—Con Margaret,
milady
—respondió la mujer, azorada y agradecida por que le conservara el trabajo.

—Muy bien —asintió tranquilamente Megan viendo fruncir los labios a Margaret—. A partir de ahora, para hablar del menú semanal, cualquiera de vosotras tres os tenéis que dirigir a mí, puesto que soy la única señora del castillo.

—Sí,
milady
—asintieron las tres al unísono, mientras la rabia de Margaret crecía por momentos.

—Quiero que todos los días se barra el suelo varias veces: cuando entramos del exterior, el barro pegado a nuestros pies lo mancha todo…

—¡Eso es imposible! —chilló Margaret levantándose para volverse a sentar—. No tenemos tanto personal como para que una persona se encargue de barrer continuamente el salón.

—Creo que redistribuyendo las tareas —respondió Megan con tranquilidad— habrá tiempo de sobra para todo.

—Lo dudo —siseó Margaret con superioridad.

—No lo dudes, Margaret —sonrió Megan, y señaló a Sarah para que se acercara—. A partir de hoy, Sarah será mi dama de compañía, por lo que no lavará, ni cocinará, ni fregará ni un suelo más.

—¡Eso es imposible! —volvió a gritar Margaret, ofendida por lo que estaba oyendo. Hasta el momento, la supuesta única dama de compañía que había en el castillo era ella—. ¡Una vulgar criada, sin clase ni saber estar! ¿Cómo puede ser dama de compañía de la mujer del
laird
?

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