—En el instituto no lo sabía nadie —dijo Joan—. Supongo que tenía miedo de suscitar reacciones en contra. A la gente de la ciudad le decía que Philip era su antiguo compañero de habitación de la facultad.
Otra víctima, de las que aún seguían con vida, era Natalie Zlenko. Había resultado herida en el costado, y habían tenido que extirparle parcialmente el hígado. Patrick creía recordar haber visto que era presidenta del GLAAD
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del Instituto Sterling. Era una de las primeras personas a las que habían disparado; McCabe había sido una de las últimas.
Quizá Peter Houghton era homófobo.
Patrick le entregó a Joan su tarjeta.
—Me gustaría mucho hablar con Philip —dijo.
Lacy Houghton depositó una tetera y un plato con apio delante de Selena.
—No tengo leche. Salí a comprar, pero… —Su voz se fue apagando, y Selena trató de completar la frase.
—Le agradezco de verdad que haya aceptado hablar conmigo —le dijo Selena—. Todo lo que pueda decirme lo usaremos para ayudar a Peter.
Lacy asintió moviendo la cabeza.
—Todo… —dijo—. Cualquier cosa que quiera saber…
—Bueno, empecemos por lo más sencillo. ¿Dónde nació?
—Aquí mismo, en la clínica Dartmouth-Hitchcock —dijo Lacy.
—¿Fue un parto normal?
—Totalmente normal. Sin ninguna complicación. —Esbozó una leve sonrisa—. Cuando estaba embarazada, caminaba casi cinco kilómetros todos los días. Lewis decía que acabaría pariendo en cualquier portal.
—¿Le dio el pecho? ¿Era de buen comer?
—Lo siento, no veo por qué…
—Porque tenemos que comprobar si podría existir algún tipo de desorden mental —dijo Selena sin rodeos—. Un problema somático.
—Oh —dijo Lacy con voz débil—. Sí, le di el pecho. Siempre fue un niño muy sano. Quizá un poco más pequeño de talla que otros chicos de su edad, pero tampoco Lewis ni yo somos personas muy corpulentas.
—¿Qué puede decirme del desarrollo de sus habilidades sociales cuando era pequeño?
—Nunca tuvo muchos amigos —dijo Lacy—. No tantos como Joey.
—¿Joey?
—El hermano mayor de Peter. Dos años mayor. Peter siempre fue menos movido. Se burlaban de él por su talla y porque no era tan buen deportista como Joey…
—¿Cómo es la relación entre Peter y Joey?
Lacy bajó los ojos, mirándose las nudosas manos.
—Joey murió hace un año. En un accidente de tráfico, por culpa de un conductor borracho.
Selena dejó de escribir.
—Cuánto lo siento.
—Sí —dijo Lacy—. Yo también.
Selena se inclinó ligeramente hacia atrás en su silla. Sabía muy bien que era una tontería, pero por si la desgracia fuera un mal contagioso, no quería acercarse mucho. Pensó en Sam, al que había dejado durmiendo aquella mañana en su cuna. Durante la noche se había quitado un calcetín a patadas; tenía los dedos de los pies gorditos como arvejas tempranas; a Selena le daban ganas de comérselo a besos. Así era gran parte de la terminología del lenguaje del amor: devorar a alguien con los ojos, beber los vientos por alguien, comérselo a besos. El amor era sustento que se deshacía y circulaba por el torrente sanguíneo.
Se volvió hacia Lacy.
—¿Peter se llevaba bien con Joey?
—Oh, Peter adoraba a su hermano mayor.
—¿Eso se lo dijo él?
Lacy se encogió de hombros.
—No tenía que decírmelo. Iba a ver todos los partidos de fútbol de Joey, y gritaba y animaba igual que nosotros. Cuando entró en el instituto, todos esperaban grandes cosas de él, porque era el hermano pequeño de Joey.
Lo cual, como sabía Selena, podía constituir tanto un motivo de orgullo como de frustración.
—¿Cómo reaccionó Peter a la muerte de Joey?
—Se quedó destrozado, como nosotros. Lloró mucho. No salía de su habitación.
—¿Cambió su relación con Peter después de que Joey muriera?
—Yo creo que se hizo más estrecha —dijo Lacy—. Yo estaba tan abrumada… Peter… dejó que nos apoyáramos en él.
—¿Y él? ¿Buscó apoyarse en otra persona? ¿Tenía una relación íntima con alguien?
—¿Se refiere a si salía con chicas?
—O con chicos —dijo Selena.
—Bueno, estaba en la edad difícil, ya sabe. Sé que le pidió para salir a algunas chicas, pero no creo que nunca consiguiera nada.
—¿Qué notas tenía?
—No era un alumno de sobresalientes, como su hermano —dijo Lacy—, pero sacaba notables, y a veces suficientes. Nosotros siempre le decíamos que lo hiciera lo mejor que pudiera.
—¿Tenía problemas de aprendizaje?
—No.
—¿Y fuera de la escuela? ¿Qué le gustaba hacer? —preguntó Selena.
—Le gustaba oír música. Jugar a videojuegos. Como cualquier otro adolescente.
—¿Alguna vez escuchaba usted su música, o jugaba a sus juegos?
Lacy esbozó un atisbo de sonrisa.
—Procuraba expresamente no hacerlo.
—¿Vigilaba el uso que hacía de Internet?
—Se supone que sólo lo debía utilizar para sus trabajos escolares. Habíamos hablado largo y tendido sobre los chats y sobre lo inseguro que podía ser Internet, pero Peter tenía la cabeza muy bien puesta en su sitio. Yo… —Calló unos instantes, apartando la mirada—. Nosotros confiábamos en él.
—¿Sabían las cosas que él se descargaba de Internet?
—No.
—¿Qué sabe de las armas? ¿Tiene idea de dónde las sacó?
Lacy respiró hondo.
—Lewis es aficionado a la caza. Una vez se llevó a Peter a cazar con él, pero a Peter no le gustó mucho. Los rifles de caza estaban siempre guardados en un armero, bajo llave…
—Cuyo paradero Peter conocía.
—Sí —dijo Lacy en un murmullo.
—¿Y las pistolas?
—Nunca las tuvimos en casa. No tengo ni idea de dónde las obtuvo.
—¿Alguna vez registraron su habitación? ¿Nunca miraron debajo de su cama, en los armarios… ?
Lacy la miró a los ojos.
—Siempre respetamos su intimidad. Creo que para un chico es importante tener su espacio personal propio, y… —Apretó los labios con fuerza.
—¿Y… ?
—Y a veces, si te pones a mirar —dijo Lacy con suavidad—, es posible que encuentres cosas que hubieras preferido no ver.
Selena se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.
—¿Cuándo sucedió tal cosa, Lacy?
Lacy dio unos pasos hasta la ventana, descorriendo la cortina.
—Tendría que haber conocido a Joey para entenderlo. Era estudiante de último curso, de los mejores, y deportista. Y entonces, una semana antes de la graduación, un borracho lo mató. —Acariciaba el borde de la cortina con la mano—. Alguien tenía que entrar en su habitación… empaquetar sus cosas, tirar las que no quisiéramos conservar. Me costó decidirme, pero al final lo hice yo. Estaba vaciando los cajones cuando encontré la droga. Apenas un poco de polvo blanco en un envoltorio de plástico, una cucharilla y una aguja. No supe que era heroína hasta que lo busqué en Internet. La tiré por el inodoro, y me deshice de la aguja hipodérmica en el trabajo. —Se volvió hacia Selena, con la cara roja—. No puedo creer que esté contándole esto. No se lo había contado a nadie, ni siquiera a Lewis. No quería que él, ni nadie, pensara nada malo de Joey.
Lacy volvió a sentarse en el sillón.
—Si no me metía en la habitación de Peter era a propósito, porque tenía miedo de lo que pudiera encontrar —confesó—. No imaginaba que pudiera ser aún peor.
—¿Nunca le interrumpió cuando estaba en su habitación? ¿Llamando a la puerta, asomando la cabeza?
—Sí, claro. Entraba a darle las buenas noches.
—¿Qué solía estar haciendo?
—Estaba en la computadora —contestó Lacy—. Casi siempre.
—¿Veía lo que había en la pantalla?
—No, él cerraba el archivo.
—¿Cómo reaccionaba si lo interrumpía de forma inesperada? ¿Se ponía nervioso? ¿Le molestaba? ¿Parecía culpable?
—¿Por qué parece como si lo estuviera juzgando? —dijo Lacy—. ¿No se supone que está de su lado?
Selena la miró a los ojos con seguridad.
—La única forma en que puedo investigar a fondo este caso es preguntándole por los hechos, señora Houghton. Eso es lo único que hago.
—Era como cualquier otro adolescente —dijo Lacy—. Se aguantaba mientras le daba un beso de buenas noches. No parecía incomodado. No reaccionaba como si estuviera ocultándome algo. ¿Era eso lo que quería saber?
Selena dejó el bolígrafo a un lado. Cuando el sujeto se ponía a la defensiva, había llegado el momento de concluir la entrevista. Pero Lacy siguió hablando de forma espontánea.
—Nunca pensé que hubiera ningún problema —reconoció—. No sabía que hubiera algo que perturbara a Peter. Ni que hubiera querido suicidarse. No sabía nada de todo eso. —Se echó a llorar—. Y todas esas familias… Yo no sé qué decirles. Quisiera poder decirles que yo también he perdido a mi hijo… que lo perdí hace mucho tiempo en realidad.
Selena estrechó a la menuda mujer entre sus brazos.
—Usted no tiene la culpa de nada —le dijo.
Unas palabras que sabía que Lacy Houghton necesitaba escuchar.
En un gesto de ironía institucional, el director del Instituto Sterling había colocado la Asociación de Estudios Bíblicos en el aula contigua a la de la Alianza de Gays y Lesbianas. Ambos grupos se reunían los martes, a las tres y media, en las aulas 233 y 234 del instituto. El aula 233 era, durante el día, la clase de Ed McCabe. Uno de los miembros de la Asociación de Estudios Bíblicos era la hija de un ministro de la iglesia local, llamada Grace Murtaugh. Había muerto, abatida por los disparos, en el pasillo que llevaba hasta el gimnasio, delante de un dispensador de agua. La presidenta de la Alianza de Gays y Lesbianas seguía en el hospital: Natalie Zlenko, fotógrafa del anuario escolar, había revelado su condición de lesbiana después de su primer año en el instituto, cuando había asistido a una reunión del GLAAD, en el aula 233, con el fin de comprobar si había alguien como ella en este planeta.
—No podemos dar nombres.
La voz de Natalie era tan débil que Patrick se veía obligado a inclinarse sobre la cama del hospital para poder oírla. La madre de Natalie lo vigilaba por encima del hombro. Cuando había entrado en la habitación para hacerle a Natalie algunas preguntas, la madre le había dicho que sería mejor que se largara si no quería que llamara a la policía. Él le había recordado que él era la policía.
—No te estoy pidiendo que me des ningún nombre —le dijo Patrick—, sólo te pido que me ayudes para que yo pueda ayudar a un jurado a entender lo que pasó.
Natalie asintió con la cabeza. Cerró los ojos.
—Peter Houghton —dijo Patrick—. ¿Asistió alguna vez a alguna de sus reuniones?
—Una vez —dijo Natalie.
—¿Dijo o hizo algo que se te quedara grabado en la memoria?
—No dijo ni hizo nada en absoluto. Se presentó esa vez y no volvió más.
—¿Es algo que suceda con frecuencia?
—A veces pasa —dijo Natalie—. La gente no está preparada para reconocerse como gay públicamente. Y otras veces vienen idiotas que sólo quieren saber quién lo es para luego hacernos la vida imposible en el instituto.
—En tu opinión, ¿Peter entraba en alguna de esas dos categorías?
Se quedó pensativa largo rato, con los ojos cerrados. Patrick se retiró, creyendo que la chica se había quedado dormida.
—Gracias —le dijo a su madre, justo en el momento en que Natalie hablaba de nuevo.
—La gente ya se metía con Peter mucho antes de que se dejara ver en la reunión de aquel día —dijo.
Mientras Selena entrevistaba a Lacy Houghton, Jordan estaba cambiando a Sam e intentando dormirlo. Pero éste no se mostró nada dispuesto a colaborar. Una vueltecita en coche de diez minutos solía dejar al niño K.O., de modo que Jordan abrigó al bebé, lo ató en la sillita del asiento del coche y puso el vehículo en marcha. Al arrancar el Saab marcha atrás se dio cuenta de que las llantas chirriaban contra el pavimento del camino de entrada. Tenía las cuatro ruedas reventadas.
—Mierda —exclamó Jordan, mientras Sam comenzaba a gimotear de nuevo en el asiento trasero.
Sacó al bebé de un tirón, lo llevó de nuevo dentro de casa y se lo sujetó a la mochila portabebés que Selena solía ponerse para moverse por la casa. Luego llamó a la policía para denunciar la gamberrada.
Jordan comprendió que tenía un problema cuando el agente no le pidió que deletreara su apellido: ya lo conocía.
—Nos ocuparemos de ello —le dijo—. Pero antes tenemos que ayudar a bajar a una ardilla que se ha subido hasta lo más alto de un árbol. —Y colgó.
¿Podías denunciar a un poli por comportarse como un cretino sin entrañas?
Por algún milagro, o probablemente por las feromonas generadas por el estrés, Sam se había quedado dormido, pero se despertó sobresaltado y empezó a berrear al sonar el timbre. Jordan abrió la puerta de un tirón. Era Selena.
—Has despertado al bebé —la acusó, mientras ella agarraba a Sam de la mochilita.
—Pues no hubieras cerrado por dentro. Oh, hola, mi bebé —lo arrulló Selena—. ¿Papá se ha portado como un monstruo todo el tiempo que he estado fuera?
—Alguien me ha reventado las ruedas del coche.
Selena lo miró por encima de la cabeza del bebé.
—Bueno, yo sé que tú sabes cómo hacer amigos e influir sobre las personas. Déjame que lo adivine… ¿La poli ha pasado bastante de la denuncia?
—Por completo.
—Gajes del oficio, supongo —dijo Selena—. Tú aceptaste el caso.
—¿Dónde está la esposa dulce y comprensiva?
Selena se encogió de hombros.
—Eso no estaba en los votos. Si quieres un festival de autocompasión, pon cubiertos para uno.
Jordan se pasó la mano por el pelo.
—Bueno, ¿has conseguido algo interesante de la madre al menos? ¿Como por ejemplo que Peter tiene ya un diagnóstico de algún psiquiatra?
Ella se despojó del abrigo mientras hacía juegos malabares para sostener a Sam con una mano y luego con la otra. Se desabrochó la blusa y se sentó en el sillón para darle el pecho.
—No. Pero resulta que tenía un hermano.
—Ah, ¿sí?
—Pues sí. Un hermano mayor que murió… y que, antes de que lo matara un conductor borracho, había sido el modelo de hijo del sueño americano.
Jordan se dejó caer junto a ella.
—Eso podría usarlo…
Selena puso los ojos en blanco.
—Aunque sólo fuera por una vez, ¿no podrías dejar de ser un abogado y comportarte como un ser humano? Jordan, esa familia estaba metida en tal agujero que no tenían dónde agarrarse. Ese chico era un polvorín que podía estallar por cualquier parte. Sus padres bastante tenían con su pena. Peter no tenía a quién recurrir.