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Authors: Jens Lapidus

Dinero fácil (18 page)

BOOK: Dinero fácil
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Hacía cuatro años, un policía le había dicho las probabilidades a la familia de JW:

—Lamentablemente, lo normal es que si no encontramos a la persona desaparecida en una semana la persona esté muerta. El riesgo es de nueve sobre diez —siguió explicando el policía—. Por lo general, la persona no es víctima de un crimen violento sino que se trata de accidentes como ahogamientos, ataques al corazón, accidentes desgraciados. El cuerpo se suele encontrar. Si no sucede, eso puede indicar que son otras las circunstancias que han causado la muerte.

El recuerdo de la conversación con el policía le dio ideas a JW. Sabía que las últimas noticias que se tenían de Camilla eran de la tarde del 21 de abril del año de su desaparición. Cuando llamó a una amiga, Susanne Pettersson, que por lo demás era la única conocida de Camilla que la policía había localizado en Estocolmo. Le dijo a la policía que no sabía nada. Su único contacto era que estudiaban juntas en la Komvux. Quizá por eso no se había preocupado de ella antes.

Según JW, la policía no podía haber hecho un trabajo muy meticuloso, porque seguro que habían visto las fotos de Camilla en el Ferrari. Sin embargo, no se mencionaba en los informes a los que la familia de JW había tenido acceso. También podían haber pasado otras cosas por alto.

JW se aferró a las escasas probabilidades: uno de cada diez desaparecidos no estaba muerto.

Quizá Camilla vivía.

Estaba obligado a saber más, una obligación hacia su hermana. Una semana después de enterarse de lo del administrador muerto de Dolphin Finans AB, llamó a Susanne Pettersson. Charlaron un rato. No había llegado a terminar en la Komvux. Ahora trabajaba como dependienta en el H&M del centro comercial Kista Galleria. Cuando él sugirió que se vieran, ella le preguntó si no bastaba con esa llamada. Era evidente que no tenía interés en profundizar en la historia de Camilla.

De todas formas, JW fue hasta Kista. Vagó por las calles interiores anchas y bien iluminadas hasta encontrar la tienda de H&M y pudo preguntó quién era Susanne. Se presentó. Se quedaron de pie en medio del local. Había pocos clientes en la tienda a mitad del día. JW se preguntó cómo podía ser rentable.

Susanne tenía el pelo teñido de rubio pero el color oscuro real se le veía en las raíces. Estaba vestida con vaqueros estrechos que llevaba remetidos en un par de botas altas y un top rosa con este texto sobre el pecho:
Cleveland Indians.
Todo su lenguaje corporal decía: No quiero hablar contigo. Los brazos cruzados, la mirada fija en cualquier sitio salvo en JW.

JW intentó presionarla amablemente:

—¿Qué asignaturas estudiabais juntas?

—Volví a coger casi todas las asignaturas. Matemáticas, sueco, inglés, sociales, historia, francés. Pero el colegio nunca fue lo mío. Yo quería ser abogada.

—Aún puedes serlo.

—No, ahora tengo dos niños.

JW puso voz de franca alegría:

—Qué estupendo. ¿Cuántos años tienen?

—Uno y tres años, y no es estupendo, mi chico me dejó cinco meses antes de que naciera el pequeño. Me quedaré en esta tienda hasta que me devore la celulitis.

—Qué pena. No digas eso. Todo es posible.

—Probablemente.

—Lo es, te lo aseguro. ¿No podrías contarme algo más sobre Camilla?

—Pero ¿por qué? La policía me preguntó todo lo que necesitaba saber hace cuatro años. Yo no sé nada.

—No pasa nada. Es sólo que tengo curiosidad. Verás, yo apenas conocía a mi propia hermana. Me preguntaba qué asignaturas estudiasteis juntas y eso.

—Yo habría sido una buena abogada, ¿sabes? Sé argumentar bien si hace falta, y entonces apareció Pierre y lo fastidió todo. Y ahora estoy aquí. ¿Sabes lo que gana una dependienta?

JW pensó: Esta chica jamás podría haber sido una buena abogada. Era incapaz de centrarse.

—¿No recuerdas qué asignaturas estudiaste con Camilla?

—Déjame pensar. Creo que estudiamos juntas sueco e inglés. Solíamos hacer los deberes juntas, estudiar antes de los exámenes. Ella sacó buenas notas, aunque hacíamos bastantes pellas. Yo tuve unas notas de mierda. Nunca terminé de entender cómo lo había conseguido Camilla. Pero tampoco la conocía demasiado bien.

—¿Sabes de alguien con quien se relacionara?

Susanne se quedó callada durante un rato demasiado largo.

—En realidad no.

JW la miró a los ojos.

—Por favor, Susanne. Me preocupo por mi hermana. ¿No tengo derecho a saber lo que le ha pasado? ¿No tengo derecho a hacerte estas preguntas? Sólo quiero saber más sobre la vida de Camilla. Por favor.

Susanne se dio la vuelta, miró hacia las cajas vacías como si tuviera que atender a algún cliente invisible. Claramente molesta.

—No creo que tuviera amigos fuera de las clases de la Komvux. Camilla iba por libre. Pero pregúntale al profesor de sueco, Jan Brunéus. Puede saber algo.

—Genial. ¿Sabes si sigue en la Komvux?

—Ni idea. Algunos lo consiguieron, otros no. Yo nunca terminé. No he vuelto a poner un pie allí desde entonces y tampoco pienso hacerlo. No sé nada de Jan. Pero hay muchas dependientas que han ganado mucho dinero. Han ganado en
reality shows
y cosas así. Es posible que a Camilla le haya pasado algo así.

Susanne dijo que tenía que seguir trabajando. JW captó la indirecta, se fue a casa. Le daba vueltas al último comentario de Susanne:
reality shows
y Camilla. ¿Cuál era la conexión?

Pensó que tenía que concentrarse en los estudios y en el negocio de la coca, no podía dedicar más tiempo a jugar a los detectives. La pista de Susanne Pettersson no le había llevado a ningún sitio. Si hubiera sabido algo, la chica se lo habría contado.

JW estaba estudiando en casa cuando le llamó al móvil Abdulkarim. El árabe quería verle, preferentemente ese día. Decidieron comer en el Hotel Anglais, en la calle Sturegatan.

JW siguió estudiando. No podía quedarse atrás en los estudios. Se lo había prometido a sí mismo: encantado de meterse, vender, ganar millones y ser feliz, pero no debía dejar la universidad. Lo veía con los chicos. Había dos tipos de personas a las que pagan sus padres. La certeza de que nunca iban a tener que preocuparse económicamente convertía a uno de los tipos en vagos, faltos de compromiso, caprichosos, memos. Pasaban de los estudios, cateaban los exámenes, se metían con los que eran ambiciosos. Querían establecerse por su cuenta, fingían ser empresarios, visionarios. De todas formas, al final todo se solucionaba. Para el otro tipo, la certeza de que jamás tendrían que levantar un dedo para conseguirse el sustento les causaba angustia. Querían demostrárselo a sí mismos, tenían que demostrárselo a sí mismos, para conseguir éxitos propios, hacerse merecedores de las fortunas que de todas formas iban a heredar. Estudiaban en la Escuela de Comercio, derecho, en Londres. Se quedaban hasta la una de la madrugada haciendo trabajos en grupo cuando iban a tener parciales, exámenes, pruebas orales. Si tenían tiempo trabajaban además en bufetes de abogados, bancos o con papá. Obtenían logros, llegaban a algo por su cuenta.

JW no era del todo amante de los atajos. Sin duda podría vivir de la coca algunos años, pero de todas formas quería asegurarse su situación: estudiar bien, no abandonar la carrera.

Guardó los libros. Se desnudó y se metió en la ducha.

Cogió el teléfono de la ducha con la acostumbrada meticulosidad, el chorro en dirección opuesta a él, e intentó conseguir la temperatura adecuada. ¿Cómo era posible que independientemente de lo que uno manipulara el grifo fuera tan difícil acertar? Demasiado caliente. Un nanomilímetro hacia la izquierda: demasiado fría.

Empezó echándose agua por las piernas. El vello rubio en la misma dirección que el chorro de agua que lo mojaba. Puso la alcachofa en el soporte, dejó que el agua le mojara el pelo, la cabeza y el cuerpo. Abrió más el agua caliente.

Intentó dejar a Camilla a un lado. Se puso a pensar en Sophie. ¿Qué estaba haciendo mal? En la fiesta de Lövhälla Gård pensó que lo iba a conseguir. En cambio fue Anna, su mejor amiga. Anna estaba bien pero le faltaba ese algo especial. Qué torpeza había sido tirarse a Anna. El cotilleo sobre la fiesta fue tan grande que casi escriben sobre el evento en
Se & Hör
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. Sophie podría haberse enterado. Quizá se había rebotado.

Sophie a ojos de JW: guapa de la hostia, cuerpo de modelo de trajes de baño, sexi como una tía de
Playboy,
encantadora como una presentadora de televisión inteligente. Además tenía cerebro. Luchaba verbalmente con él cada vez que conversaban. Destacaba con razonamientos inteligentes cada vez que abría la boca. Superaba sus chistes con brillo en los ojos. Pero no era sólo eso; también parecía buena persona, pese a haber pasado de él como una chica de Lundsberg cualquiera. Tenía la nota máxima, diez sobre diez. Tenía que quedar con ella pero sin los chicos, solo.

JW abrió aún más el agua caliente. Pensó en mearse en la ducha pero optó por no hacerlo. No era su estilo.

Quizá no estaba jugando lo suficientemente bien. Quizá debería pasar de Sophie. No estar tan evidentemente colgado. No parecer tan contento cuando se veían. Hablar menos con ella y ligar más con sus amigas. JW odiaba ese juego con las chicas. Sin embargo era un experto en su propio juego delante de los chicos. Pero cuando se trataba de Sophie, cuando estaba cerca sólo quería estrecharla en sus brazos. Abrazarla, besarla y todo eso. ¿Cómo iba a poder ser frío? Se las arreglaba para traerse a casa ligues del bar. Soltar algunas frases. Llevárselas a la cama. Follar. Presumir delante de los chicos. Pero lo serio era más complicado. El juego en serio era complicado.

Abrió más el agua caliente. Siempre lo hacía así, empezaba con una temperatura difícil de conseguir que resultaba agradable, pero tras unos minutos estaba demasiado fría. Abría el agua caliente. Al final el agua estaba casi hirviendo. El espejo se empañaba, el baño se convertía en una sauna.

Hora de almorzar con Abdulkarim. JW salió de la ducha y se arregló en el baño. Se puso Happy de Clinique en las axilas e hidratante Biotherm en la cara. La cera del pelo era lo último que, se ponía; el pringue era difícil de quitar de los dedos. Se miró en el espejo y pensó: Soy guapo.

Salió. Tiritaba. Se vistió. Se puso el abrigo de cachemira; un chaval con clase. Se metió en el bolsillo su mp3 recién comprado, un Sony minúsculo, y se puso los auriculares en las orejas. No encajaban demasiado bien y tenían tendencia a caérsele. Puso una canción de Coldplay y se dirigió hacia Sturegatan. Era un día claro. Ya eran las tres y veinte.

El Hotel Anglais estaba medio vacío. En una mesa había dos camareras sentadas doblando servilletas para la noche. Detrás de la barra había un chico con vaqueros y camiseta colocando las botellas de alcohol. En los altavoces ocultos sonaba Sly and the Family Stone. Los únicos dos clientes estaban sentados en una mesa. Abdulkarim no parecía haber llegado aún.

Una de las chicas que doblaban servilletas le recibió.

Él dijo: «Hola».

Ella contestó: «Baberiba». Ocurrente.

JW se sentó en una mesa junto a la ventana, lejos de los otros clientes, y pidió un café. Miró por la ventana, que iba del suelo al techo. Daba a Sturegatan, Humlegården estaba justamente enfrente. Pensó en la primera vez que invitó a Sophie y Anna a un tirito en el parque. La puerta de entrada a la red de contactos. Apenas habían pasado cinco semanas. Había conocido a más personas nuevas en ese tiempo que en toda su vida. Grupos de colegas controlados por la cocaína.

Casi no había gente en la calle a las tres y media de un día de diario. Algunos agentes de Bolsa estresados con trajes azul oscuro pasaban de largo medio corriendo. Dos madres, cada una con su cochecito en una mano y el móvil en la otra iban paseando hacia Humlegården. Una estaba embarazada, otra vez. JW pensó en Susanne Pettersson. Él también estaría amargado en su situación. Pasó una señora con un perrito con correa. JW se inclinó hacia atrás en la silla y sacó su móvil. Escribió un SMS a Nippe preguntándole lo que iban a hacer esa noche: «¿Quizá una copa en el Plaza
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?».


Salam aleicum.
¿Qué tal los estudios? —la voz suave de Ab-dulkarim, casi sin acento. JW levantó la mirada del SMS.

Abdul estaba junto a su mesa. Por lo menos la misma cantidad de cera en el pelo que JW pero con otro corte. Un peinado a lo paje. Abdulkarim siempre llevaba un traje con el cuello de la camisa por fuera de la chaqueta. Como si fuera un honrado trabajador de la Bolsa o un abogado. Lo que le delataba eran los pantalones. Eran como tres veces más anchos que la moda actual, con pinzas en la parte superior. En 1996 el mundo de los pantalones había continuado adelante sin que Abdulkarim lo siguiera. Lo único que conseguía llevar bien era un bonito pañuelo de seda que le sobresalía del bolsillo de la chaqueta. Abdulkarim caminaba con movimientos estudiados, tenía siempre en la cara una sombra de barba sin afeitar y ojos oscuros y brillantes.

JW contestó:

—Los estudios van bien.

—¿No es un poco gay eso de estudiar? ¿Cuándo vas a ver que hay caminos más rápidos al éxito, amiguete? Yo creí que ya lo habías comprendido.

JW se rió. Abdulkarim se sentó. Hizo una seña con todo el brazo para llamar a la camarera. Abdul en estado puro. Hacía gestos demasiado exagerados, un descaro nada sueco.

Abdulkarim pidió tiras de solomillo de buey marinado en sésamo y tallarines. Moderno. Le dio tiempo a decir que quería el número de teléfono de la camarera, que debería cambiar la música que sonaba en el local y que quería saber si el buey lo habían colgado bien. Se partió de risa con esto último.

JW pidió sopa de pescado con alioli.

—Qué bien vernos aquí. Ya empezaba a cansarme de hablar por teléfono contigo todo el tiempo.

—Tienes razón. Tenemos que vernos para celebrar. Es un momento glorioso, Abdulkarim. Y si puedes conseguirla, necesito más, ya lo sabes.

—Te va muy bien. ¿Has cambiado eso que te he dicho? —Abdulkarim señaló el móvil de JW.

—No, aún no. Perdona. Voy a comprar uno nuevo esta semana. El último de Sony Ericsson. ¿Lo has visto? Tiene una cámara que está a la altura de las cámaras digitales normales. O sea, una pasada.

—O sea, una pasada —Abdulkarim le imitó—. Ya conozco tu historia. Deja de decir «o sea» como si siempre hubieras vivido en Östermalm. Además, quiero que te compres un móvil nuevo hoy. Joder, hay que tener cuidado. Hacemos buenos negocios, tú y yo. Demasiado bueno para joderlo por unos teléfonos malos, ya me entiendes.

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