—Pero Uri… —pronunció, todavía confusa.
—Diablos, Viana, ¿es que no eres capaz de mantener la boca cerrada ni siquiera en un momento como este? —gruñó Lobo, exasperado.
La joven no tuvo ocasión de replicar porque él se la llevó a rastras del cadalso. La muchedumbre les abrió paso y se cerró tras ellos para cubrir su huida, hasta que encontraron un refugio en un callejón alejado del bullicio. Viana se detuvo para recuperar el aliento.
—Lobo —pudo decir, aún perpleja—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Salvarte el pellejo una vez más. Y de nada, por cierto.
—No, no… Quiero decir… que te lo agradezco mucho… Pero es que no te esperaba. ¿Cómo has podido llegar tan rápido? Dorea dijo que os fuisteis del campamento hace casi dos semanas. ¿Cómo ha podido alcanzaros Airic?
—¿Airic? —repitió Lobo—. No he visto a ese muchacho desde que se empeñó en quedarse en el bosque a esperarte. Para alivio de su madre, debo decir. Ya se ha metido en demasiados líos por tu culpa.
Viana enrojeció.
—Yo no pretendía… —empezó a decir; se detuvo un momento al atar cabos—. Espera… Si no has venido porque Airic te ha dado mi mensaje…
—¿Qué mensaje?
Viana respiró hondo, tratando de poner en orden sus ideas. Era demasiada información para contársela de golpe. Además, Airic se había llevado consigo la cantimplora llena de savia mágica que probaría sus argumentos ante el Lobo.
—He descubierto… algo acerca de los bárbaros —empezó con prudencia—. Estuve en el Gran Bosque, con Uri. Y los vi. Ellos están allí también, y han conseguido algo… una especie de arma secreta que les dará ventaja en la guerra, incluso si contamos con el apoyo de los reyes del sur.
—¿Qué clase de arma?
Viana enrojeció todavía más.
—No lo tengo muy claro —respondió evasivamente—, pero sé que Harak ha reunido aquí a su ejército porque quiere compartirla con ellos.
Esperaba que Lobo le dedicara algún comentario sarcástico, pero, para su sorpresa, se quedó pensativo.
—He oído que ha convocado a los jefes de todas las tribus para un gran banquete esta noche —comentó frunciendo el ceño—. Podría ser algún tipo de costumbre bárbara: los jefes brindan por la victoria en una épica noche de borrachera. Después de todo, en los últimos días no han hecho otra cosa que meter en el castillo carros y más carros cargados de barriles. Pero puede que haya algo más. Por lo que sé, se trata de algo muy exclusivo. No habrá esclavos ni sirvientes, ni siquiera mujeres. Solo Harak y los jefes bárbaros. Y eso me dio mala espina desde el principio.
Viana sintió crecer su desasosiego.
—Tenemos que entrar en el castillo —urgió—. Han capturado a Uri. Quizá podamos rescatarlo mientras Harak y los suyos están en el banquete.
—¿Cuántas veces tendré que repetírtelo? —saltó Lobo—. No formamos un equipo. No perteneces a la rebelión. Llevo varios días planeando este asalto y tú no… espera un momento —se interrumpió—. ¿Te refieres a ese pequeño salvaje que te acompaña a todas partes? ¿Para qué querrían capturarlo los bárbaros?
Pero Viana estaba formulando una pregunta a su vez:
—¿Vas a entrar en el castillo? ¿Cómo es posible que lleves varios días planeando el asalto si nosotros llegamos ayer?
Ambos se detuvieron y se miraron, confusos.
—¿Qué te hace pensar que todo gira en torno a ti y a tu chico salvaje? —gruñó Lobo.
—Yo… —Viana se calló al escuchar fuertes voces procedentes de la calle principal.
—Te buscan —dijo Lobo entre dientes—. Vámonos.
De nuevo, Viana se dejó arrastrar por las callejuelas de la ciudad. Finalmente, Lobo la condujo hasta un sótano en las afueras en el que aguardaban Garrid y algunos otros hombres.
—Viana —saludó este sonriendo—. Me alegro de ver que el rescate ha tenido éxito.
—¿Qué hacéis todos aquí? —preguntó ella, aún desconcertada—. ¿Y cómo sabíais que me iban a ejecutar?
—Los pregoneros lo han anunciado a los cuatro vientos —dijo Lobo—. Está claro que Harak quería asegurarse de que todo el mundo se enteraba de que había capturado por fin a esa molesta chica de los bosques. Y nosotros, en realidad, estábamos aquí por otro motivo. Solo espero que el numerito de esta tarde no alerte a los bárbaros sobre nuestros planes. Se suponía que nuestra presencia en la ciudad era secreta —concluyó disparándole una mirada de pocos amigos.
Viana agachó la cabeza, algo avergonzada.
—Lo siento mucho —dijo—. Yo también debía estar aquí de incógnito. Pero nos topamos con el brujo, y él reconoció a Uri… —se le quebró la voz. De pronto, todo a su alrededor pareció derrumbarse. La tensión que había acumulado en las últimas horas dejó paso a un profundo cansancio. Ocultó la cara entre las manos, temblando. De nuevo deseaba llorar y tenía que luchar para contener las lágrimas. Lobo la ignoró deliberadamente.
—¿Y bien? — preguntó a sus hombres—. ¿Cómo han acabado las cosas en la plaza?
—La multitud se ha dispersado a tiempo —respondió Garrid—. Solo hemos de lamentar un par de narices rotas, un ojo a la funerala y un brazo dislocado. Ya tenemos avisado a los que participaron en la revuelta de que deben abandonar la ciudad unos días, por si los bárbaros toman represalias.
—Pero parece que están más preocupados por la reunión de esta noche —añadió otro de los rebeldes—. Además, Harak no puede mostrar al pueblo que está molesto por la fuga de Viana. Se ha forzado mucho en fingir que no es más que una mocosa inoportuna y no una verdadera amenaza.
—¿Soy una verdadera amenaza? —murmuró ella.
—Lo has desafiado varias veces, y además eres mujer —dijo Lobo—. No le has hecho verdadero daño, claro, pero para el pueblo eres un símbolo de la resistencia contra los bárbaros. Admiraron tu valor y tu descaro. No se puede esperar del pueblo que entienda de guerras y estrategias, claro —añadió desdeñosamente—. Cualquier cosa los impresiona.
Viana pensaba con rapidez.
—¿Quieres decir… que si yo iniciara una rebelión, la gente me seguiría?
—Es probable —admitió Lobo—. Y sería una masacre. No cometas más locuras, Viana. Prometí a tu padre que cuidaría de ti y no pienso permitir que te precipites hacia el desastre… otra vez.
Viana sonrió para sí. En su último encuentro, Lobo había dejado claro que no tenía intención de seguir manteniendo su promesa. Quizá el tiempo había templado su enfado.
Por si acaso, ella no insistió.
—Pero hay algo que no entiendo —murmuró—. Dorea dijo que ibais en dirección al sur para esperar al ejército de Harak al otro lado del Piedrafría. ¿Qué hacéis aquí?
—Hemos venido a rescatar a una dama —respondió Garrid con orgullo; Lobo le dirigió una mirada asesina.
—¿A una dama? —repitió Viana sin comprender.
—No se refiere a ti — se apresuró a aclarar Lobo—. Lo de esta tarde ha sido un imprevisto. En realidad…
—Vamos a salvar a Analisa de Belrosal de las zarpas del rey Hatak —concluyó Garrid, al parecer sin advertir que Lobo no tenía intención de compartir aquella información con Viana.
Pero ella lo entendió enseguida.
—Es la niña a la que casaron con Harak —murmuró—. La nueva reina de Nortia. Pero después de las bodas, la abandonasteis a su suerte. ¿Por qué queréis rescatarla ahora, después de todo este tiempo?
Garrid pareció algo confuso.
—Viana… —empezó Lobo, con un cierto tono de advertencia. Pero ella se enfadaba por momentos.
—¿Y por qué a ella y no a mí, o a Belicia? Es porque tiene sangre real, ¿verdad?
¿O es para darle a Harak en las narices? ¿Y qué pasa con todas las demás doncellas de Nortia que se ven obligadas todas las noches a compartir su lecho con un esposo bárbaro? ¿Por qué no habéis pensado antes en ellas?
—¡Viana, basta ya! —exclamó Lobo—. Luchamos por vosotras en la guerra. Peleamos hasta la muerte precisamente para evitar que los bárbaros os pusieran la mano encima. Muchos caballeros y soldados murieron entonces, mientras las damas bordaban y tañían sus laúdes, bien protegidas entre los muros de sus castillos. Pero, por si no lo recuerdas, perdimos esa guerra. Y no es tan sencillo volver a levantar un ejército con los despojos de la derrota.
—No es culpa nuestra si los hombres nos han obligado a mantenernos al margen de todos los asuntos importantes —se defendió Viana.
—¿Por qué crees que insistí en enseñarte a luchar? Y si no recuerdo mal, tú misma te sentiste ofendida ante la idea, por considerarlo impropio de una doncella.
Viana enrojeció.
—Es lo que me habían enseñado.
Lobo suspiró, cansado.
—Bien — dijo—. Como imagino que no vas a conformarte con haberte dejado rescatar, te informo de que esta noche entraremos en el castillo y sacaremos de allí a la joven reina. Y —añadió tras pensarlo un instante— tú vendrás conmigo; trataremos de buscar también a tu muchacho salvaje.
El corazón de Viana dio un salto de alegría.
—¿De verdad?
—Si no lo hacemos así —replicó Lobo—, seguro que te las arreglarás para seguirnos por tu cuenta y arruinar la expedición.
Viana abrió la boca para protestar, pero en el último momento decidió callar. Si hacía enfadar a Lobo, tal vez él cambiase de opinión y no le permitiese acompañarlo. Y la vida de Uri dependía de aquella incursión.
• • •
No tardaron en ponerse en marcha. Viana apenas tuvo tiempo de cenar algo y descansar un poco, porque ya había anochecido y la reunión de los bárbaros estaba a punto de comenzar. La joven se sintió un poco desconcertada cuándo descubrió que Lobo guiaba a los rebeldes hasta las afueras de la ciudad, dejando atrás el castillo real. Se detuvieron en el primer cruce de caminos. Allí los aguardaba otro de los rebeldes con un par de caballos ensillados.
—Esperadnos aquí — ordenó Lobo—. Volveremos antes del amanecer.
Viana tenía muchísimas preguntas, pero se obligó a sí misma a guardar silencio. Siguió a Lobo a través de un terreno abrupto que se alejaba de cualquier zona habitada. Sin embargo, cuando Lobo hizo un alto en medio de la nada, Viana no pudo evitar preguntar:
—¿Qué hacemos aquí? Se supone que tenemos que entrar en el castillo…
—Siempre tienes que cuestionarlo todo —gruñó Lobo—. Calla y observa, y a ver si aprendes algo de una vez.
Viana se sintió algo molesta, pero obedeció. Observó con curiosidad cómo Lobo miraba a su alrededor. Finalmente, pareció encontrar lo que buscaba, porque avanzó hasta el pie de un enorme roble y empezó a manipular algo en la base del tronco.
Viana acarició la corteza del gran árbol y se estremeció al recordar a Uri. Una parte de ella todavía se resistía a creer que la conclusión a la que había llegado fuera la acertada. Era demasiado fantástico, demasiado descabellado. Y, por otra parte… Contempló la silenciosa sombra del roble a la luz de la luna. No era posible que una persona se enamorase de un árbol. ¿O sí?
La voz de Lobo la sobresaltó y la hizo volver a la realidad.
—Parece que ya está.
Sonó un breve chirrido. Viana se acercó con curiosidad y descubrió con sorpresa que había una pequeña puerta disimulada entre las raíces del gran roble. Su imaginación se disparó y no pudo contener su emoción.
—¡Un pasadizo secreto!
Lobo le dirigió una breve mirada.
—Veo que tu padre no exageraba cuando decía que leías demasiadas novelas.
—¿No es un pasadizo secreto? —dijo Viana, decepcionada. Lobo dejó escapar una carcajada.
—Sí, lo es —admitió, agachándose para introducirse por el túnel—. Pero las jovencitas como tú no deberían saber estas cosas.
—¿Por qué? —quiso saber Viana, entrando tras él—. Los pasadizos secretos están en todas las historias emocionantes. Sirven para que los enamorados puedan encontrarse en secreto y para que los reyes y reinas puedan escapar del castillo en momentos de peligro.
Se detuvo un momento en la oscuridad, hasta que Lobo encendió una antorcha que iluminó el estrecho pasadizo que se abría ante ellos.
—Sí, bueno… También sirven para que los príncipes aburridos escapen de sus tediosas obligaciones y vayan al pueblo de incógnito a correrse juergas con sus amigotes.
—No creo que… vaya —se interrumpió Viana al comprender lo que Lobo quería decir—. ¿De modo que tú, mi padre y el rey Radis…?
—Cuando era el príncipe Radis —puntualizó Lobo—. En cualquier caso, esto lleva aquí desde tiempos de los primeros reyes de Nortia, de modo que seguramente ha tenido usos diversos.
Viana recordó entonces que Belicia le había contado que, el día de la invasión bárbara, la reina había tratado de salvar a su hijo menor sacándolo de la ciudad por un pasadizo secreto.
—Lobo, ¿sabes que el príncipe Elim intentó escapar por aquí?
—Lo había oído —asintió él—. Pero creo que lo interceptaron en el camino. Este pasaje sigue siendo seguro; de lo contrario, Harak lo habría hecho cerrar.
«Eso espero», se dijo Viana.
El túnel daba vueltas y más vueltas entre raíces retorcidas y enormes bloques de piedra. Más adelante lo cruzaba un hilillo de agua, como un riachuelo. Alguien — quizá el mismo rey Radis en su juventud— se había molestado en colocar un tablón a modo de puente para que los que hiciesen uso del pasadizo no tuviesen que mojarse las botas.
—Lobo —dijo entonces Viana para romper el denso silencio—, ¿qué hay detrás de este rescate? ¿Por qué vas a sacar a Analisa del palacio ahora? ¿Por qué no esperas hasta que los bárbaros partan a la guerra y todo esto esté más tranquilo?
Lobo tardó un poco en contestar.
—Hace ya tiempo —le llegó entonces su voz desde la penumbra— que estoy en contacto con la marquesa de Belrosal.
Viana asintió. Recordaba a la marquesa, la prima del rey Radis, que se había arrojado a los pies de Harak para suplicarle que la tomase a ella por esposa, en lugar de a su hija de diez años.
—Ella vive en la corte —prosiguió Lobo—. Le permitieron quedarse con la pequeña reina como dama de compañía. Y encontró el modo de ponerse en contacto conmigo porque se enteró de que estábamos preparando una rebelión.
»Durante todo ese tiempo, he estado recibiendo informes a través de un mensajero de confianza. La marquesa ha sido mi espía en la corte y ha prestado una ayuda inestimable a la rebelión. Pero hace una semana, me llegó un mensaje suyo en el que me pedía ayuda.
—Te suplicaba que rescatases a su hija, ¿verdad? —adivinó Viana.
—Analisa ya no es una niña —dijo solamente.