—¡Alerta! ¡Alerta! —decía.
Viana se quedó paralizada de terror. ¿La habría delatado Robian, a pesar de haberle dicho que no lo haría?
—¿Qué pasa? ¡Habla! —ordenó uno de los guardias.
—¡La cámara real está ardiendo! —dijo. Los dos se incorporaron inmediatamente.
—¡La cámara! ¡Los barriles!
Viana se retiró a un segundo plano y contempló cómo los guardias discutían si debían informar o no a Harak, ya que habían recibido órdenes de no interrumpir el banquete bajo ningún concepto. Finalmente optaron por entrar en el salón. La joven escuchó con regocijo el alboroto que se formó en el interior cuando los guardias transmitieron la noticia. No cabía duda de que Lobo había logrado llegar hasta la cámara donde guardaban los barriles y les había prendido fuego.
Cuando los bárbaros salieron corriendo del salón, encabezados por un Harak furioso que no dejaba de vociferar órdenes a todo el mundo, Viana se pegó a la pared, con el corazón latiéndole con fuerza. Pero estaban demasiado ocupados para fijarse en una simple criada.
Parecía claro que el banquete había tocado a su fin. Viana suspiró, aliviada, porque un verdadero rey de Nortia habría enviado a sus sirvientes a apagar el fuego. Los bárbaros, en cambio, pensaban que las cosas importantes debían hacerlas ellos mismos, ya que un criado o un esclavo podrían estropearlas. Además, Harak no era un necio, y sin duda sospechaba que aquel incendio no se había producido por accidente: probablemente se debía a un ataque y, en tal caso, tendría que luchar.
Poco después, el corredor quedó en silencio. El rey bárbaro y los suyos habían bajado a los sótanos del castillo, y Viana no había visto a Uri con ellos. Respiró hondo y se atrevió a entrar en el salón.
Para su desencanto, descubrió que no todos habían abandonado el salón. Dos de los jefes bárbaros seguían allí, sentados a la mesa, bebiendo y acabando con los restos de comida que quedaban en las fuentes. Viana comprobó que uri permanecía encadenado a las pata del trono de Harak, en la misma posición que cuando lo había visto desde el pasadizo. Quizá estuviese herido o inconsciente; a Viana se le encogió el corazón.
No podía dejarlo allí. Avanzó hacia los dos hombres y supo que no tenía tiempo de repetir la pantomima del vino real.
—¿Qué buscas aquí, mujer? —preuntó uno de los bárbaros, con la voz pastosa y la mirada enturbiada por el alcohol.
Viana no respondió. Alzó la jarra con las dos manos y la rompió en la cabeza del bárbaro. Este se tambaleó, sorprendido, pero no cayó. Viana agarró una de las fuentes y volvió a golpearle una y otra vez hasta que se derrumbó por completo.
El otro tardó unos instantes en reaccionar.
—¡Eh! —dijo por fin, levantándose. Se llevó la mano al cinto y avanzó hacia Viana, que retrocedió, aterrada. Se había quedado sin ideas.
Pero el bárbaro tropezó con algo y cayó de bruces al suelo. Viana descubrió entonces que se trataba de la cadena de Uri: el muchacho no estaba tan inerte como aparentaba y la había usado para rodear los pies de su enemigo. Después, con un veloz movimiento, la pasó por el cuello del bárbaro y tiró para ahogarlo.
El bárbaro intentó resistirse. Viana se acordó entonces del puñal que guardaba en su faltriquera.
Dudó un momento; pero a Uri le empezaba a fallar las fuerzas, y al joven estaba convencida de que, si lograba liberarse, el bárbaro no vacilaríoa en matarlos a los dos. De modo que hundió el puñal en su pecho y no lo retiró hasta que, tras un par de sacudidas, el cuerpo del hombrre sayó al suelo.
Viana se esforzó por contener las lágrimas. Se abrazó a Uri, temblando, y cerró los ojos.
—Uri… Uri, menos mal que estás bien… —murmuró—. ¿Por qué te han hecho esto?
El muchacho señaló su propio pecho.
—Él quiere esto —respondió.
Viana se acordó de las palabras del brujo.
—¿De verdad quiere tu corazón? —preguntó, horrorizada—. ¡No puede ser tan salvaje!
Pero, por si acaso, no debía perder un instante más. Examinó la cadena que ataba a Uri al enorme trono de Harak.
—Tengo que sacarte de aquí —murmuró. Echó un vistazo al hacha de uno de los bárbaros caídos, pero enseguida comprendió que era demasiado pesada para levantarla.
«No es posible», pensó, tratando de luchar contra la oleada de angustia y desánimo que amenazaba con apoderarse de su corazón. «No puedo haber llegado tan lejos para detenerme aquí. Tiene que haber alguna manera de soltar esta cadena».
La observó desde todos los ángulos, pero no encontró en ella ningún eslabón débil. Ni siquiera parecía tener cerradura. Era como si Harak lo hubiera encadenado para siempre, como si no tuviese la intención de soltarlo nunca más.
—Quizá —dijo con voz temblorosa— podamos arrastrar el trono entre los dos.
—Lo dudo mucho, mi estimada muchacha —dijo una voz tras ellos—. Fue necesaria la colaboración de cuatro de mis hombres para desplazarlo desde la tribuna hasta la mesa.
Viana se volvió, aterrorizada. En la puerta de la sala, caminando lentamente hacia ellos como un león que acechase a su presa, estaba Harak, el rey bárbaro de Nortia.
—Otra vez tú —comentó—. He perdido la cuenta de las veces que has escapado de mi poder. Pero no habrá ninguna más.
Viana empuñó su cuchillo, lamentando no poder contar con su arco. Sin embargo, sabía que estaban perdidos. Aunque el salón era grande y tal vez podría escapar si echaba a correr con la suficiente rapidez, no podía dejar a Uri allí, encadenado al trono.
—Déjalo marchar, por favor —suplicó.
Harak sacudió la cabeza.
—¿Todavía no comprandes quién es?
—Sé lo que es —respondió ella con un estremecimiento—. Pero ya has arrasado a muchos de los suyos en el Gran Bosque. No necesitas a otro más.
Harak rio suavemente.
—Te equivocas, querida muchacha. Precisamente ahora que tus rebeldes han acabado con mis existencias de savia, tu amigo del bosque es más importante que nunca.
Avanzó unos pasos. Viana trató de proteger a Uri y este, a su vez, intentó interponerse entre ella y el rey bárbaro, que sonrió con desdén.
—La savia mágica —prosiguió— protege nuestra piel de golpes y heridas, pero no nos hace inmunes a cosas como el veneno, la vejez o la enfermedad. Si pudiéramos beberla, en cambio… nos otorgaría la inmortalidad. Lamentablemente, todo el que lo hace termina muriendo entre violentos espasmos —volvió a centrar su mirada en Uri—. Pero resulta que uno de los árboles mágicos se ha transformado en humano… con savia en las venas. ¿No lo entiendes? —añadió, sonriendo a Viana de una forma que ella encontró muy desagradable—. Su sangre no es un veneno para nosotros. Su sangre sí se puede beber.
Viana se quedó mirándolo, horrorizada, incapaz de pronunciar palabra.
—Mediante un antiguo ritual, que nuestro brujo está preparando con gran esmero —prosiguió Harak—, arrancaremos el corazón, todavía palpitante, de la criatura a la que tratas de proteger —sonrió de nuevo—. Será mi próxima cena.
—¡No puedes estar hablando en serio! —gritó Viana, blanca como la cera.
—¿Por qué no? —replicó harak sin dejar de sonreír—. ¿Cómo puede echar de menos su corazón alguien que hasta hace poco jamás había tenido uno?
—Pero, pero… —balbuceó ella—. Ahora es un muchacho…
—¿De veras? ¿Por cuánto tiempo? Dime, ¿cuánto crees que tardará ese monstruo en volver a echar raíces?
Viana no se lo había planteado, pero tampoco quería hacerlo ahora.
—¡Tú eres el monstruo! —lo acusó ella, llena de rabia—. ¿Cómo puedes hablar siquiera de arrancarle el corazón a sangre fría… como un salvaje?
—Oh, pero eso es lo que somos los Pueblos de las Estepas para vosotros, las buenas gentes de Nortia, ¿no es así? Salvajes, incivilizados… bárbaros. Pero te diré una cosa, muchacha necia e impertinente: cualquier guerrero «bárbaro» es mucho más fuerte y poderoso que el más clamado caballero de Nortia.
Entonces una sombra se deslizó por detrás de Harak y algo brilló a la luz de las antorchas. Se oyó un chapoteo y Harak se encontró de pronto completamente empapado en agua, de los pies a la cabeza. Se volvió con un rugido de rabia, hacia la persona que acababa de sorprenderlo por la espalda. Era Lobo, que áun sostenía un balde vacío entre las manos.
—Puede que un guerrero bárbaro sea más fuerte que un caballero de Noria —replicó con una sonrisa socarrona—, pero este siempre será más ingenioso.
Viana lanzó una exclamación de alegría. Lobo se llevó la mano al cinto y desenvainó la espada.
—Ahora estamos en igualdad de condiciones —lo desafió—. O quizá el poderoso rey bárbaro tema enfrentarse a un humilde y viejo caballero de Nortia sin la protección de su mágico bálsamo.
Harak entornó los ojos, pero luego asintió.
Desenvainó una de sus armas, un enorme espadón de doble filo. Viana contuvo el aliento.
Harak lanzó un poderoso grito de guerra y arremetió contra Lobo. Este se puso en guardia.
El choque entre ambos fue terrible. Lobo tembló; su espada parecía espantosamente frágil comparada con la del rey bárbaro y, por un momento, parecía que este iba a ganar la partida. Pero Lobo empujó a su oponente con todas su fuerzas y logró echarlo atrás.
La lucha continuó durante un buen rato. Harak era más furte, y sus golpes resultaban devastadores. Pero Lobo era más ágil y rápido, a pesar de que también lo aventajaba en años. Era evidente que el caballero sabía esgrima; fintaba, golpeaba y trataba de alcanzar a Harak con docenas de movimientos diferentes, mientras que este se limitaba a asestar golpes a diestro y siniestro. Sin embargo, la superioridad técnica de Lobo no le valdría de nada si llegaba a alcanzarlo uno solo de los espadazos del bárbaro. Viana se percató de que su amigo estaba peleando sin armadura; hacia mucho tiempo, de hecho, que había dejado de usarla.
La joven contuvo el aliento cuando uno de los golpes de Harak pasó rozando la cabeza de Lobo.
—Eso sí que no —gruñó el caballero—. No pienso permitir que te lleves mi oreja buena por delante.
—De nada le va a servir a tu cadáver, nortiano —replicó el bárbaro.
Hizo un giro de cintura y lanzó la espada hacia delante. Lobo fintó para esquivarla…
… Pero no lo bastante rápido.
Y la punta del espadón del bárbaro se hundió profundamente en el pecho del antiguo conde de Monteferro, que se desplomó sobre las baldosas de la sala del trono.
Viana dejó escapar un grito de angustia; hasta el último momento había esperado que Lobo resultase vencedor en una lucha que a priori parecía tan desigual. Una parte de ella no podía creer que Harak lo hubiese matado, que la historia del duro y cínico caballero hubiese encontrado su final de aquella manera… Quiso correr a ayudarlo, pero Uri la retuvo en sus brazos.
—Déjame… —sollozó Viana debatiéndose, sin ser capaz de apartar la mirada del rostro sin vida de Lobo—. Tengo que ir… Lobo…
—Estabas muy unida a este viejo, ¿verdad? —dijo Harak con indiferencia, limpiando la sangre de su espada en su pantalón de cuero—. Sé quién es: él y los suyos nos combatieros al pie de las Montañas Blancas, y ahora lidera ese grupo de rebeldes que ha acabado con mis reservas de savia.
Viana no lo escuchaba. Seguía con la vista fija en el cuerpo de Lobo, y por eso fue la primera en advertir que sus párpados temblaban. Reprimió una exclamación de sorpresa.
—Pero se acabó —concluyó Harak, dándole la espalda a Lobo—. Acéptalo, muchacha. Has perdido la…
No terminó la frase. Tras él, Lobo se había alzado de nuevo, silencioso y letal, y había clavado su arma entre sus omóplatos.
Viana jamás olvidaría el gesto de sorpresa y dolor en los duros rasgos del rey bárbaro. Aún pudo darse la vuelta, desconcertado, cuando Lobo sacó la espada de su cuerpo.
—Cómo. . —balbuceó, tambaleándose, mientras la vida se le escapaba. Lobo sacudió la cabeza.
—Te dije que un caballero de Nortia siempre sería más ingenioso que cualquier bárbaro —dijo—. ¿O es que creías que iba a prender fuego a tus barriles de savia sin untarme con ella primero?
Y, con un ágil movimiento, volvió a ensartar a Harak con su espada.
El usurpador se estremeció una vez más. Después, cayó al suelo como un árbol derribado.
Y ya no se movió.
Viana pudo respirar al fin.
—Lobo… oh, Lobo… ¿cómo lo has hecho…? Yo creí… habías dicho… que sería un combate en igualdad de condiciones…
Lobo le mostró una sonrisa llena de dientes que le recordó a Viana, más que nunca, el animal del que tomaba su apodo.
—Mentí —se limitó a responder—. Veinte años en el exilio luchando contra bárbaros, rufianes y bandoleros me enseñaron algunas cosas que el código de caballería suele pasar por alto.
Viana todavía no podía creer lo que estaba sucediendo.
—Entonces… estás vivo… y él está muerto…
Lobo asintió con gravedad.
—Y eso significa, Viana, que Nortia va a ser liberada.
Ella no pudo responder. Abrazó a Uri y, esta vez sí, lloró de emoción y de alegría.
De los herederos de Rocagrís.
Y Nortia fue liberada.
El ejército rebelde llegó a Normont mucho antes de lo que Lobo había previsto. Airic les había mostrado a sus generales las propiedades de la savia mágica que portaba en su cantimplora, y todos ellos acordaron que no podían esperar a los bárbaros en los límites meridionales del reino: había que salirles al paso cuanto antes.
Por ello, apenas unos días después de la muerte del rey Harak, y cuando sus fuerzas todavía se hallaban inmersas en el caos de una lucha de poder entre los jefes de los clanes, los rebeldes atacaron.
Lo hacían en nombre de la reina Analisa, a quien, pese a haber sido coronada por el caudillo rebelde, todos reconocían como legítima señora, quizá debido a la euforia que les produjo saber que había sido rescatada y se encontraba a salvo. Pero también evocaban los hombres y mujeres de Nortia que habían padecido bajo el yugo de los invasores.
Viana no participó en aquellas luchas. Reunió un grupo de voluntarios, liderados por Airic, y siguió la senda abierta por los bárbaros hasta el corazón del Gran Bosque. Allí atacaron el campamento y expulsaron a sus ocupantes. Salvaron cuantos árboles pudieron, aunque ni Viana ni Airic, ni mucho menos Uri, contaron a nadie por qué eran tan importantes ni cuáles eran las extraordinarias propiedades de la savia que fluía por sus troncos.