Toby coge el lápiz y tacha el signo de interrogación. «Alucinación», dice ahora. Claro. Simple. No cabe duda.
Toby deja el lápiz, recoge el palo de la fregona, sus prismáticos y el rifle, y sube al tejado por la escalera para examinar su territorio. Todo está tranquilo esta mañana. No hay movimiento en el campo: no hay animales grandes, no hay cantantes desnudos teñidos de azul.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde ese Día de los Topos, el último antes de la muerte de Pilar? En el año 12 tuvo que ser.
Justo antes de eso se había producido el desastre de la detención de Burt. Después de que se lo llevaran los hombres de Corpsegur y después de que Veena y Bernice se marcharan del solar, Adán Uno había convocado a todos los Jardineros a una reunión de emergencia en el Jardín del Tejado. Les había contado la noticia,
y
los Jardineros se habían quedado de piedra al comprenderla. La revelación era demasiado dolorosa, demasiado bochornosa. ¿Cómo se las había arreglado Burt para tener una plantación en el Buenavista sin que nadie sospechara?
Gracias a la confianza, por supuesto, piensa Toby. Los Jardineros desconfiaban de todos en el mundo exfernal, pero confiaban en los suyos. Se habían unido a la larga lista de confesiones religiosas que se habían despertado una mañana para descubrir que el vicario se había largado con los fondos de la iglesia, dejando atrás un rastro de niños víctimas de abusos sexuales. Al menos, Burt no había abusado de los niños del coro, o nadie tenía noticia. Había cotilleos entre los niños —comentarios crudos de los que suelen hacer los niños—, pero no era respecto a niños. Sólo niñas, y sólo manoseos.
El único de los Jardineros al que no había sorprendido y al que no había horrorizado la plantación era a Philo
el Niebla,
aunque a él nunca le sorprendía ni le horrorizaba nada.
—Me gustaría probar esa hierba, a ver si es tan buena —fue todo cuanto tenía que decir.
Adán Uno había pedido voluntarios para que acogieran a las familias que se habían encontrado desplazadas tan de repente: no podían volver al Buenavista, había dicho, porque estaría plagado de hombres de Corpsegur, de manera que tenían que despedirse de sus posesiones materiales.
—Si el edificio estuviera en llamas no volveríais a entrar para rescatar unos pocos trastos y baratijas —dijo—. Es la forma que tiene Dios de poner a prueba nuestro apego al reino de la ilusión inútil.
Se suponía que a los Jardineros no tenía que importarles esta parte: cosechaban sus posesiones materiales en vertederos, de manera que siempre podían coger otras, en teoría. No obstante, hubo llantos por una copa de cristal perdida y una desconcertante disputa por una plancha para hacer gofres rota pero de gran valor sentimental.
Adán Uno pidió entonces a todos los presentes que no hablaran de Burt y el Buenavista, y menos de Corpsegur.
—Nuestros enemigos podrían estar escuchando —dijo.
Decía eso cada vez con más frecuencia. En ocasiones, Toby se preguntaba si no se estaba poniendo paranoico.
—Nuala, Toby —había dicho cuando los demás se estaban marchando—. Un momento. ¿Puedes pasarte por allí a ver qué pasa? —le dijo a Zeb—. No creo que haya nada que hacer.
—No —dijo Zeb—. Nada que valga una mierda, pero echaré un vistazo.
—Lleva tus ropas de plebilla —dijo Adán Uno.
Zeb asintió con la cabeza.
—El traje de motero solar. —Se alejó hacia la escalera de incendios.
—Nuala, querida —dijo Adán Uno—. ¿Puedes arrojar algo de luz sobre lo que ha dicho Veena sobre Burt y tú?
Nuala empezó a gimotear.
—No tengo ni idea —dijo—. ¡Es mentira! ¡Es muy irrespetuoso! ¡Es muy hiriente! ¿Cómo puede pensar una cosa así de mí y... Adán Trece?
«No cuesta tanto de imaginar —pensó Toby—, considerando la forma en que te frotas con cualquier pernera.» Nuala flirteaba con cualquier cosa de sexo masculino. Sin embargo, Veena había estado en barbecho durante el tiempo del flirteo, así pues ¿qué había levantado sus sospechas?
—Nadie de aquí lo cree, querida —dijo Adán Uno—. Veena ha debido estar escuchando algún rumor, quizás un
agent provocateur
enviado por nuestros enemigos para sembrar la disensión entre nosotros. Preguntaré a los porteros si Veena recibió alguna visita inusual en días recientes. Ahora, querida Nuala, deberías enjugar tus lágrimas e ir a de Costura. Los miembros desplazados de nuestra congregación necesitarán muchas prendas, como colchas, y sé que te gustará ser de utilidad.
—Gracias —dijo Nuala con sinceridad.
Puso su expresión que decía «sólo tú me entiendes» y se dirigió apresuradamente hacia la escalera de incendios.
—Toby, querida, ¿crees que podrás reunir ánimo suficiente para ocuparte de los deberes de Burt? —preguntó Adán Uno cuando Nuala se hubo marchado—. de Jardín, las Hierbas Comestibles. Te convertiríamos en Eva, por supuesto. Hace tiempo que pensaba hacerlo, pero Pilar ha valorado mucho tu papel de ayudante, y creo que estabas contenta con ese papel. No quería privarla de ti.
Toby reflexionó.
—Sería un honor —dijo al fin—, pero no puedo aceptar. Ser una Eva hecha y derecha... sería hipócrita.
Nunca había logrado repetir el momento de iluminación que había experimentado en su primer día con los Jardineros, aunque lo había intentado con frecuencia. Había acudido a los retiros, había observado una semana de aislamiento, había hecho vigilias, se había tomado los hongos y elixires requeridos, pero no había experimentado ninguna revelación especial. Visiones, sí, pero ninguna con significado. O ninguna con un significado que supiera descifrar.
—¿Hipócrita? —dijo Adán Uno, torciendo el gesto—. ¿En qué sentido?
Toby eligió cuidadosamente sus palabras: no quería herir sus sentimientos.
—No estoy segura de creer en todo. —Se quedó corta: creía en muy poco.
—En algunas religiones la fe precede a la acción —dijo Adán Uno—. En la nuestra, la acción precede a la fe. Has estado actuando como si creyeras, querida Toby. «Como si», estas palabras son muy importantes para nosotros. Continúa viviendo según ellas y la fe llegará con el tiempo.
—No es mucho para empezar —dijo Toby—. Seguramente una Eva debería estar...
Adán Uno suspiró.
—No deberíamos esperar demasiado de la fe —sentenció—. El conocimiento humano es falible, y vemos a través de un cristal oscuro. Cualquier religión es una sombra de Dios. Pero las sombras de Dios no son Dios.
—No me gustaría ser un ejemplo mediocre —dijo Toby—. Los niños detectan la impostura, verán que sólo estoy cumpliendo el expediente. Eso podría ser dañino para lo que estás tratando de lograr.
—Tus dudas me reafirman —insistió Adán Uno—. Muestran que eres de fiar. ¡Para cada no también hay un sí! ¿Harás una cosa por mí?
—¿Qué? —preguntó Toby con precaución.
No quería la responsabilidad de ser una Eva, no quería reducir sus opciones. Quería sentirse libre para dejarlo si tenía que hacerlo. Sólo he estado cumpliendo condena, pensó. Aprovechándome de su buena voluntad. Menudo fraude.
—Pide orientación, nada más —dijo Adán Uno—. Haz una vigilia de una noche. Reza para tener fuerzas para afrontar tus dudas y temores. Tengo confianza en que obtendrás una respuesta positiva. Tienes dones que no deberían desperdiciarse. Todos estaríamos encantados de recibirte como una Eva entre nosotros, te lo aseguro.
—De acuerdo —dijo Toby—. Eso puedo hacerlo. —Para cada sí, pensó, también hay un no.
Pilar era la encargada de los materiales de vigilia y el resto de sustancias de viaje extracorpóreo de los Jardineros. Toby no había hablado con ella en varios días por su enfermedad: un virus estomacal, decían. Sin embargo, en su conversación con Adán Uno, éste no había mencionado nada de la enfermedad, de modo que tal vez Pilar volvía a estar bien. Esos virus nunca duraban más de una semana.
Toby buscó el pequeño cubículo de Pilar en la parte posterior del edificio. Pilar estaba tumbada, apoyada en su futón; una vela de cera de abeja temblaba en una latita en el suelo, a su lado. El aire estaba cerrado y olía a vómito. Pero el bol que había al lado de Pilar estaba vacío, y limpio.
—Querida Toby —dijo Pilar—. Ven y siéntate a mi lado.
Su carita parecía más que nunca una nuez, aunque tenía la piel pálida, o tan pálida como podía ponerse una tez morena. Gris. Turbia.
—¿Te sientes mejor? —inquirió Toby, tomando la garra tendinosa de Pilar entre sus dos manos.
—Oh, sí. Mucho mejor —dijo Pilar, sonriendo con dulzura. Su voz no era fuerte.
—¿Qué era?
—Comí algo que me sentó mal —dijo Pilar—. Bueno, ¿qué puedo hacer por ti?
—Quería asegurarme de que estabas bien —dijo Toby, que acababa de descubrir que eso era verdad.
Pilar tenía un aspecto macilento, consumido. Toby reconoció el temor en su interior: ¿y si Pilar —que le había parecido eterna, que seguramente siempre estaría allí, o si no siempre, al menos durante un tiempo largo, como una roca o un tocón antiguo—, y si desaparecía de repente?
—Eres muy amable —dijo Pilar. Apretó la mano de Toby.
—Y Adán Uno me ha pedido que sea una Eva.
—¿Supongo que has dicho que no? —aventuró Pilar, sonriendo.
—Exacto —dijo Toby. Pilar normalmente podía adivinar lo que estaba pensando—. Pero quiere que haga una noche de vigilia. Para rezar en busca de orientación.
—Eso sería lo mejor —sentenció Pilar—. Ya sabes dónde guardo las cosas de la vigilia. Es el frasco marrón —dijo al tiempo que Toby levantaba la cortina de goma y cuerda que cubría los anaqueles—. El marrón de la derecha. Sólo cinco gotas, y dos del púrpura.
—¿He hecho esta mezcla antes? —preguntó Toby.
—No exactamente. Con ésta, obtendrás algún tipo de respuesta. Nunca falla. La naturaleza jamás nos traiciona. ¿Eso lo sabes?
Toby no lo sabía. Contó las gotas en una de las tazas de té astilladas de Pilar y volvió a guardar los frascos.
—¿Estás segura de que estás mejor? —preguntó.
—Estoy bien —dijo Pilar—, por ahora. Y el ahora es el único momento en que podemos estar bien. Bueno, querida Toby, vete y que tengas una buena vigilia. Hoy hay luna creciente. Disfrútala.
A veces, cuando repartía los viajes mentales, Pilar parecía el supervisor de una rúa infantil.
Toby eligió la sección de tomates del Jardín del Edén en el Tejado como ubicación para su vigilia. Anotó el lugar en la pizarra de Aviso de Vigilias cumpliendo con el requisito: los que estaban de vigilia en ocasiones se iban de paseo, y resultaba útil conocer su posición teórica para poder encontrarlos.
Adán Uno recientemente se había ocupado de apostar porteros en todas las plantas, al lado de los rellanos. Así que no puedo bajar del Jardín sin que alguien me vea, pensó Toby. A no ser que me caiga del tejado.
Aguardó hasta el anochecer, antes de tomarse las gotas con un té de flor de saúco y frambuesa para disimular el sabor: las pociones de vigilia de Pilar siempre tenían gusto a mantillo. Luego se sentó en posición de meditación, junto a una gran tomatera que a la luz de la luna parecía una bailarina contorsionada o un insecto grotesco.
La planta pronto empezó a brillar y a retorcer sus ramas, y los tomates empezaron a latir como corazones. Había grillos cerca, hablando en sus lenguas: quarkit, quarkit, ibbit, ibbit, arkit, arkit...
Gimnasia neuronal, pensó Toby. Cerró los ojos.
¿Por qué no puedo creer?, se preguntó en la oscuridad.
Detrás de sus párpados vio un animal. Tenía el pelaje dorado, con ojos verdes y amables, dientes caninos y una lana rizada en lugar de piel. El animal abrió la boca, pero no habló. Sólo bostezó.
La miró. Ella lo miró.
—Eres el efecto de una mezcla de toxinas vegetales cuidadosamente calibrada —le dijo, y se quedó dormida.
A la mañana siguiente, Adán Uno vino a interesarse por cómo había ido la vigilia de Toby.
—¿Obtuviste una respuesta? —preguntó.
—Vi un animal —dijo Toby.
Adán Uno estaba encantado.
—¡Qué fantástico resultado! ¿Qué animal? ¿Qué te dijo?
Pero antes de que Toby tuviera tiempo de responder, Adán Uno miró por encima del hombro de ella.
—Tenemos un mensajero —dijo.
En su neblinoso estado de posvigilia, Toby pensó que se refería a algún tipo de ángel de los hongos o a un espíritu botánico, pero era sólo Zeb, que respiraba con dificultad después de haber subido por la escalera de incendios. Todavía llevaba su disfraz de plebilla: chaleco negro de polipiel, tejanos sucios, botas de motero solar ajadas. Parecía resacoso.
—¿Has pasado la noche en vela? —preguntó Toby.
—Parece que tú también —dijo Zeb—. Me va a costar una buena, a Lucerne no le gusta que trabaje de noche. —No parecía demasiado preocupado por eso—. Quieres convocar una asamblea general —le dijo a Adán Uno— o prefieres conocer primero tú solo la mala noticia.
—Primero la mala noticia —dijo Adán Uno—. A lo mejor hemos de editarla para el consumo más amplio. —Hizo un gesto hacia Toby—. Ella no tiene pánico.
—Bueno —dijo Zeb—. Ésta es la historia.
Sus fuentes de información eran extraoficiales, dijo: se había visto obligado a sacrificarse en aras de la verdad, pasando una noche observando a las chicas danzando en el Scales and Tails, donde los tipos de Corpsegur pasaban el rato cuando no estaban de servicio. No le gustaba acercarse demasiado a los tipos de Corpsegur, dijo: tenía un historial, y podrían reconocerlo a pesar de las alteraciones que se había hecho. Pero conocía a algunas de las chicas, así que les había sonsacado rumores.
—¿Les pagaste? —dijo Adán Uno.
—Nada es gratis —dijo Zeb—. Pero no pagué demasiado.
Era verdad que Burt tenía una plantación en el Buenavista, explicó. Con el método habitual: apartamentos desocupados, ventanas ennegrecidas, electricidad pirateada. Luces de invernadero de pleno espectro, sistemas de riego automático, todo de primera. Pero no se trataba de la marihuana habitual, ni siquiera de la supermaría de Era un híbrido estratosférico, con algunos genes de peyote y psilocibina, e incluso un poco de ayahuasca: la parte buena de la ayahuasca, aunque no habían eliminado por completo la parte que te hace vomitar hasta la bilis. Mucha gente que la había probado mataría por volver a hacerlo, y todavía no habían fabricado mucha, lo cual disparaba el precio en el mercado.