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Authors: Margaret Atwood

Tags: #Ciencia Ficción

El Año del Diluvio (37 page)

BOOK: El Año del Diluvio
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—¡Qué abdominales! —susurré—. Cariño, túmbate.

¿Odiaba hacerlo o me gustaba? ¿Por qué tenía que ser una cosa o la otra? Como Vilya siempre decía de sus tetas: «Llévate dos, están baratas.»

Jimmy trató de quitarme las escamas de la cara, así que tuve que cogerle las manos y ponérselas en otro sitio.

—¿Eres un pez? —estaba diciendo.

No parecía que lo supiera.

Oh, Jimmy, pensé. ¿Qué queda de ti?

Santa Dian, mártir
Santa Dian, mártir
Año 24

De la persecución

Narrado por Adán Uno

Queridos amigos, queridos compañeros fieles: El Jardín del Edén en el Tejado ya sólo florece en nuestro recuerdo. En este plano terrenal ya sólo hay desolación: un lago o un desierto, en función de la lluvia. ¡Cuánto ha cambiado nuestra situación desde nuestros antiguos días de verdura y ensalada! ¡Qué encogidas y menguadas están nuestras filas! Nos han llevado de un refugio a otro, nos acosan y nos persiguen. Algunos antiguos amigos han renunciado a nuestro credo, otros han presentado falso testimonio contra nosotros. Otros han elegido el extremismo y la violencia, y han sido asesinados en el curso de redadas llevadas a cabo contra ellos. Recordamos en este sentido a nuestra antigua y querida hija, Bernice. Pongamos luz a su alrededor.

Algunos han sido mutilados y arrojados en solares vacíos para sembrar el pánico entre nosotros. Aun hay otros que han desaparecido, secuestrados de sus lugares de refugio para desvanecerse en las prisiones de los poderes exfernales, privados de juicio, imposibilitados incluso de conocer los nombres de sus acusadores. Puede que sus mentes ya hayan sido destruidas mediante drogas y tortura, puede que sus cuerpos se hayan fundido en basuróleo. Leyes injustas nos impiden conocer el paradero de estos compañeros Jardineros. Sólo podemos esperar que mueran en fe inquebrantable.

Hoy es el Día de Santa Dian, consagrado a la empatía entre las especies. En esta jornada invocamos a san Jerónimo de Estridón de los Leones, san Robert Burns de los Ratones y san Christopher Smart de los Gatos; san Farley Mowat de los Lobos y también Ijwan al-Safa y sus
Cartas a los Animales.
Y por encima de todos, a santa Dian Fossey, que dio su vida mientras defendía a los gorilas de la explotación despiadada. Ella trabajó por un Reino Apacible, en el cual se respetara toda vida; sin embargo, las fuerzas malignas se combinaron para destruirla a ella y a sus educados compañeros primates. Su asesinato fue terrible; e igualmente horribles los rumores maliciosos que se divulgaron sobre ella, tanto durante su vida como después de ésta. Porque los poderes exfernales matan en palabra y en obra.

Santa Dian personifica un ideal que hemos de atesorar: amor y cuidado por todas las demás criaturas. Creía que éstas merecían la misma ternura que mostraríamos a nuestros queridos amigos y parientes, y en ello es para nosotros un modelo reverenciado. Santa Dian está enterrada entre sus amigos gorilas, en la montaña que trataba de proteger.

Como muchos mártires, santa Dian no vivió para ver el cumplimiento de sus labores. Al menos se salvó de saber que la especie por la que dio su vida ya no existe. Como muchas otras, ha sido barrida de la faz del planeta de Dios.

¿Qué tiene nuestra propia especie que nos deja tan vulnerables al impulso de la violencia? ¿Por qué somos tan adictos al derramamiento de sangre? Siempre que nos veamos tentados a enorgullecemos y a sentirnos superiores a los otros animales, deberíamos reflexionar sobre nuestra propia historia brutal.

Aliviaos en la idea de que esta historia pronto será barrida por el Diluvio Seco. No quedará nada del mundo exfernal salvo madera en descomposición y trozos de metal oxidado; y por encima de ellos treparán el kudzu y otras enredaderas; y las aves y los animales anidarán en ellos, como se nos cuenta en las Palabras Humanas de Dios: «Serán dejados juntamente a merced de las aves rapaces de los montes y de las bestias de la tierra; pasarán allí el verano las rapaces y toda bestia terrestre allí invernará.» Porque todas las obras de los hombres serán como palabras escritas en el agua.

Cuando nos agachamos juntos en esta bodega oscura, hablando en voz baja detrás de ventanas oscurecidas —preocupados por si hubiera infiltrados o hubiera cerca dispositivos de escucha o ciberinsectos—, cuando los vengativos funcionarios de Corpsegur podrían estar ahora mismo corriendo hacia nosotros, necesitaremos más que nunca de nuestra resolución. Recemos por que el espíritu de santa Dian nos inspire y nos ayude a mantenernos firmes en el momento del juicio. No temáis, dice ese espíritu, ni aunque ocurra lo peor: porque nos cobijamos bajo las alas de un Espíritu mayor.

Una hora antes del amanecer, hemos de salir de este lugar oculto, solos o en grupos de dos o de tres. Guardad silencio entonces, amigos; sed invisibles; fundíos con vuestras propias sombras. Y con prevaleceremos.

Ahora, no podemos cantar por temor a que nos oigan, pero:

Susurremos.

Hoy alabamos a santa Dian

Hoy alabamos a santa Dian,

su sangre derramó por la vida;

aunque su fe quiso interponer,

mataron a otra especie.

Por las colinas llenas de niebla,

siguió las bandadas de gorilas

y logró que en su amor confiaran

y que tomaran su mano.

Los fuertes y tímidos gigantes

ella agarró con manos valientes;

los protegió con grandes desvelos

para salvarlos del daño.

Amiga y pariente para ellos,

en torno a ella se divertían;

mas llegaron de noche asesinos

y allí mismo la mataron.

¡Eran muchas las manos violentas!

Muy pocos hay como tú, Dian.

Cuando una especie muere en la tierra,

también morimos un poco.

En las colinas llenas la niebla,

que habitaban tímidos gorilas,

sigue vagando tu dulce espíritu,

vigilante para siempre.

Del Libro Oral de Himnos

de los Jardineros de Dios

55
Ren

Año 25

Creas tu propio mundo con tu actitud interna, decían los Jardineros. Y yo no quería crear el mundo exterior: el mundo de los muertos y los moribundos. Así que cantaba viejos himnos de los Jardineros, sobre todo los alegres. O bailaba. O escuchaba las canciones en mi Sea/H/Ear Candy, aunque no podía evitar pensar que ya no habría música nueva.

Decid los nombres, nos pedía Adán Uno. Y entonábamos esas listas de animales: diplodocus, pterosauros y brontosaurios; trilobites, nautilus, ictiosaurio, ornitorrinco, mastodonte, dodo, alca gigante, dragón de Komodo. Veía todos los nombres, tan claro como páginas. Adán Uno explicaba que recitar los nombres era una forma de mantener vivos a esos animales. Así que los dije.

Dije también otros nombres. Adán Uno, Nuala, Zeb. Shackie, Croze y Oates. Y Glenn, simplemente no podía imaginar que alguien tan listo estuviera muerto.

Y Jimmy, a pesar de lo que había hecho.

Y Amanda.

Repetí esos nombres una y otra vez, para mantenerlos vivos.

Luego pensé en lo que había susurrado Mordis, al final. Tu nombre, había dicho. Tenía que ser importante.

Conté la comida que me quedaba. Para cuatro semanas, tres semanas, dos. Tachaba el tiempo con mi perfilador de cejas. Si comía menos, duraría más. Pero si Amanda no venía pronto, me encontraría muerta. No podía imaginarlo.

Glenn solía decir que la razón por la que no puedes realmente imaginarte muerta era porque en cuanto decías «Estaré muerta», usabas la primera persona, así que aún estabas viva en la frase. Y así es como la gente entendía la idea de la inmortalidad del alma, como una consecuencia de la gramática. Y lo mismo ocurría con Dios, porque en cuanto había un tiempo pasado, tenía que haber un pasado antes del pasado, y seguías yendo hacia atrás hasta que llegabas al no lo sé, y eso era Dios. Es lo que no conoces, lo oscuro, lo oculto, la otra cara de lo visible, y todo porque tenemos gramática, y la gramática sería imposible sin el gen FoxP2; de manera que Dios es una mutación cerebral, y ese gen es el mismo que necesitan los pájaros para cantar. Así que la música está incorporada, explicó Glenn: está tejida en nuestro ser. Sería muy duro amputarla, porque es parte esencial de nosotros, como el agua.

Yo dije, ¿en ese caso Dios también está tejido en nuestro ser? Y dijo que quizá sí, pero que eso no nos había hecho ningún bien.

Su explicación de Dios era muy diferente de la explicación de los Jardineros. Decía que «Dios es un espíritu» no tenía sentido, porque no podías medir un espíritu. También decía, «usa tu ordenador de carne» cuando quería decir «usa tu mente». Esa idea me resultaba repulsiva: detestaba la idea de que mi cabeza estuviera llena de carne.

No dejaba de pensar que podía oír a la gente caminando en torno al edificio, pero cuando examinaba las habitaciones no veía a nadie moviéndose. Al menos el módulo solar seguía funcionando.

Conté otra vez la comida. Quedaba para cinco días, como mucho.

56

Primero localicé a Amanda como una sombra en la videopantalla. Se acercó con precaución al Nido de Víboras, pegada a la pared: las luces aún estaban encendidas, así que no iba a tientas en la oscuridad. La música todavía atronaba y una vez que miró alrededor para cerciorarse de que el lugar estaba vacío, pasó detrás del escenario y la apagó.

—¿Ren? —la oí decir.

Luego desapareció de la pantalla. Tras una pausa, el micrófono de la videocámara recogió sus pisadas suaves, luego la vi. Y ella me vio. Yo estaba llorando de alivio, tanto que no podía hablar.

—Hola —dijo—. Hay un tipo muerto justo delante de la puerta. Es asqueroso. Ahora vuelvo.

Se refería a Mordis: no se lo habían llevado. Después me contó que lo metió en una cortina de ducha, lo arrastró por el vestíbulo y lo metió en un ascensor, lo que quedaba de él. Las ratas se habían dado un festín, dijo, no sólo en el Scales sino en cualquier sitio mínimamente urbano. Amanda se había puesto los guantes del integral de biofilm de alguien antes de tocarlo; aunque era valiente, Amanda no corría riesgos estúpidos.

Al cabo de un rato volvió a aparecer en mi pantalla.

—Bueno —dijo—, aquí estoy. Para de llorar, Ren.

—Pensaba que no ibas a llegar nunca —logré decir.

—Eso es lo mismo que pensaba yo —dijo—. Bueno, ¿cómo se abre la puerta?

—No tengo el código —dije.

Le expliqué lo de Mordis, le dije que era el único que conocía los números del Cuarto Pringoso.

—¿Nunca te lo dijo?

—Decía que para qué teníamos que conocer los códigos. Los cambiaba a diario, no quería que se filtraran porque podían entrar locos. Sólo quería protegernos.

Estaba esforzándome para no caer en el pánico: allí estaba Amanda en la puerta, pero ¿y si no podía hacer nada?

—¿Alguna pista? —dijo.

—Dijo algo sobre mi nombre —dije—. Justo antes de que, antes de que ellos lo... Quizás era eso lo que quería decir.

Amanda lo intentó.

—No —dijo ella—. Bueno, pues. Quizás es tu cumpleaños. ¿Mes y día? ¿Año?

La oí marcando números, blasfemando en voz baja. Después de lo que me pareció mucho tiempo, oí el sonido de la cerradura. La puerta se abrió y allí estaba Amanda, justo delante de mí.

—Oh, Amanda —dije.

Amanda estaba bronceada, con la ropa hecha jirones y mugrienta, pero era real. Estiré los brazos, pero ella retrocedió y se alejó.

—Era un código simple de A es igual a uno —dijo ella—. Era tu nombre, al fin y al cabo. Brenda, sólo que al revés. No me toques, podría tener gérmenes. He de ducharme.

Mientras Amanda se duchaba, aguanté la puerta abierta con una silla, porque no quería que se cerrara de golpe y nos dejara encerradas dentro. El aire de fuera del Cuarto Pringoso olía fatal en comparación con el aire filtrado que había estado respirando: carne podrida, y también humo y productos químicos quemados, porque había habido incendios y nadie para apagarlos. Tuve suerte de que no se hubiera prendido fuego en el Scales y se hubiera quemado conmigo dentro.

Después de que Amanda se duchara, yo también lo hice, así estaría tan limpia como ella. Luego nos pusimos vestidos verdes del Scales que Mordis guardaba para sus mejores chicas y nos sentamos a comernos unas Joltbar de la mininevera y unos ChickieNobs al microondas, y nos bebimos unas cervezas que encontramos en el piso de abajo, y nos contamos las historias de por qué aún estábamos vivas.

57
Toby. Santa Karen Silkwood

Año 25

Toby se despierta de repente, con la sangre zumbándole en la cabeza: katush, katush, katush. Sabe al momento que algo ha cambiado en su espacio. Alguien está compartiendo su oxígeno.

Respira, se dice. Muévete como si nadaras. No huelas a miedo.

Levanta la sábana rosa, la separa de su cuerpo húmedo lo más despacio que puede, se incorpora, mira con cuidado a su alrededor. Nada grande, no en este cubículo: no hay sitio. Entonces lo ve. Es sólo una abeja. Una abeja melífera, andando por el alféizar.

Una abeja en la casa significa un visitante, decía Pilar; y si la abeja muere, la visita no será buena. No he de matarla, piensa Toby. La coge con cuidado en una servilleta rosa.

—Envía un mensaje —le dice—. Cuéntales a los del mundo espiritual: «Por favor, enviad ayuda pronto.» Superstición, lo sabe; sin embargo, se siente extrañamente animada. Aunque quizá la abeja es una de las transgénicas que soltaron después de que el virus acabara con las abejas naturales; o quizás incluso una ciberespía que vaga sin que quede nadie para controlarla. En cuyo caso será una mala mensajera.

Se guarda la servilleta en el bolsillo del mono: llevará la abeja al tejado, la soltará allí, la vigilará en su encargo final para los muertos. Sin embargo, al colgarse el rifle al hombro por la correa debió de aplastar el bolsillo, porque cuando desenvuelve la servilleta la abeja no parece viva. Agita la tela por encima de la barandilla, esperando que la abeja vuele. La abeja se mueve en el aire, pero más como una semilla que como un insecto: la visita no será buena.

BOOK: El Año del Diluvio
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