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Authors: Margaret Atwood

Tags: #Ciencia Ficción

El Año del Diluvio (34 page)

BOOK: El Año del Diluvio
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En aquel momento, viajando en ese tren bala, había pasado ya mucho tiempo desde que había estado enamorada de Jimmy. No: había pasado mucho tiempo desde que Jimmy había estado enamorado de mí; cuando era honesta y no sólo estaba enfadada y triste, sabía que continuaba enamorada de Jimmy. Me había acostado con otros chicos, pero sólo por seguir el guión. Iba a en parte para alejarme de Lucerne, pero también tenía que hacer algo para obtener una educación. Así es como hablaban, como si una educación fuera algo que podías obtener, como un vestido. No me importaba lo que me ocurriera, me sentía gris.

Ésa no era en absoluto la manera de pensar de los Jardineros. Los Jardineros decían que la única educación real era la educación del Espíritu, pero había olvidado qué significaba eso.

era una escuela de arte bautizada así por una famosa bailarina antigua, así que había cursos de danza. Como tenía que elegir algo, elegí Danza Calisténica y Expresión Dramática: no te exigían conocimientos previos ni matemáticas para eso. Supuse que podría conseguir trabajo dirigiendo los programas de ejercicios de mediodía que ofrecían las mejores corporaciones. Tonificación Musical, Yoga para Mandos Intermedios, alguno de ésos.

El campus de era como el Buenavista Condos: había tenido clase en algún momento, pero se estaba cayendo a pedazos. Había problemas de humedad y los techos goteaban. No podía comer en la cafetería porque a saber lo que contendrían aquellos platos: todavía tenía muchos problemas con la proteína animal, sobre todo si podía tratarse de órganos. Aun así me sentía más a gusto allí que en el complejo HelthWyzer, porque al menos no tenía un aspecto tan brillante y falso ni olía a productos químicos de limpieza. De hecho, no olía a ningún producto de limpieza.

Los recién llegados a tenían que compartir una
suite.
El compañero de habitación que me tocó se llamaba Buddy Tercero; no lo veía mucho. Jugaba a fútbol americano, pero al equipo de lo machacaban siempre y como consecuencia Buddy Tercero se emborrachaba o se colocaba. Cerraba la puerta de mi lado del cuarto de baño compartido, porque los tipos del equipo de fútbol eran conocidos por las citas con violación y no creía que Buddy se molestara siquiera con la parte de la cita. Aun así lo oía vomitando por las mañanas.

Había una franquicia de Happicuppa en el campus y desayunaba allí porque tenían magdalenas vegetales. Así no tenía que escuchar a Buddy vomitando y podía usar el lavabo, que apestaba menos que el mío. Un día me estaba acercando al Happicuppa y me encontré a Bernice. La reconocí de inmediato. Me sobresalté al verla. Fue un impacto, como una descarga de electricidad. Toda la culpa que había sentido por ella, pero que más o menos había olvidado, volvió a salir a flote.

Llevaba una camiseta verde con una gran G y sostenía un cartel que decía: H
appicuppa
es
una
mierda
. Había otros dos chicos con la misma camiseta pero con eslóganes distintos: M
aldad
molida
,
no
tomes
muerte
. Vi por la ropa y las expresiones faciales que eran fanáticos extremistas ultraverdes, y estaban montando un piquete. Ése fue el año en que hubo todos los disturbios en los Happicuppa; los había visto en pantalla.

Bernice no era más guapa que como la recordaba. Si acaso estaba más fornida y su entrecejo tenía un aspecto más amenazador. Ella no me vio, así que tenía elección: podía haber pasado a su lado y entrado en el Happicuppa, simulando que no la había visto, o podía darme la vuelta y escabullirme. Pero me di cuenta de que estaba volviendo al modo Jardinero, recordando todas esas lecciones sobre aceptar la responsabilidad y que si matabas algo, tenías que comértelo. Y yo había matado a Burt, en cierto modo. O eso sentía.

Así que no me agaché, sino que fui derecha hacia ella.

—Bernice —dije—. Soy yo, Ren.

Ella saltó como si le hubiera dado una patada. Entonces se concentró en mí.

—Ya lo veo —dijo con voz agria.

—Deja que te invite a un café —dije.

Tenía que estar muy nerviosa para decir eso, porque ¿a cuento de qué iba a querer Bernice un café de un sitio donde estaba montando un piquete?

Debió de pensar que me estaba burlando de ella porque me soltó:

—Lárgate.

—Lo siento —dije—. No quería decir eso. ¿Y un agua? Podemos bebería aquí, junto a la estatua.

La estatua de Martha Graham era una especie de mascota; la representaba en el papel de Judith, sosteniendo la cabeza de su enemigo Holofernes, y los estudiantes habían pintado la base del cuello de rojo y habían metido un estropajo de níquel bajo las axilas de Martha.

Había una base plana justo debajo de la cabeza de Holofernes donde podías sentarte.

Bernice volvió a torcer el gesto.

—Estás reincidiendo —dijo ella—. El agua embotellada es el mal. ¿Es que no sabes nada?

Podría haberle llamado zorra y haberme largado. Pero aquélla era mi única ocasión de arreglar las cosas, al menos conmigo misma.

—Bernice —dije—, quiero pedirte disculpas. Así que dime qué puedes beber, y te lo iré a buscar y podemos ir a algún sitio a tomarlo.

Todavía estaba malhumorada —nadie aguantaba tanto tiempo enfadada como ella—, pero después de que yo dijera que teníamos que echar luz sobre el problema, lo cual debió de sacar a flote la mejor parte Jardinera de ella, me contó que en el supermercado del campus vendían una infusión orgánica de hojas de kudzu machacadas en un recipiente de cartón reciclable y que ella aún tenía que quedarse un rato en el piquete, pero que cuando volviera con las infusiones podía tomarse un descanso.

Nos sentamos bajo la cabeza de Holofernes con las dos cajas de mantillo líquido que había comprado, y el sabor me devolvió a mis primeros días con los Jardineros. Recordé lo infeliz que había sido al principio y cómo Bernice había dado la cara por mí entonces.

—¿No fuiste a ? —le pregunté—. Después de que...

—Sí —dijo ella—. Bueno, he vuelto.

Me explicó que Veena había reincidido y se había unido a una religión completamente distinta llamada Frutos Conocidos, que afirmaba que ser rico era una señal del favor de Dios porque, «por sus frutos los conoceréis», y frutos significaba cuentas bancarias. Veena había adquirido una franquicia de complementos vitamínicos de HelthWyzer y enseguida se había extendido a cinco
outlets,
y le iba muy bien. Bernice dijo que era perfecta para eso, porque aunque todos hacían cosas como yoga, y decían que eso era espiritual, en realidad sólo eran materialistas retorcidos que comían pescado, rendían culto al cuerpo, con
liftings,
silicona y manipulaciones genéticas, y tenían valores completamente degenerados.

Veena había querido que Bernice estudiara Económicas en la universidad, pero Bernice había permanecido fiel a la fe de los Jardineros, así que discutieron por eso; y era una solución de compromiso porque tenía cursos como Aplicaciones Productivas de Que era el que estaba cursando Bernice.

No podía imaginarme a Bernice sanando nada, porque no podía imaginármela deseando sanar nada. Ponerte tierra en un corte era más su estilo. Aun así, dije que era muy interesante.

Le conté lo que iba a estudiar yo, pero vi que no le importaba. Así que le hablé de mi compañero de habitación Buddy Tercero, y me dijo que toda estaba llena de tipos como ése: exfernales que desperdiciaban su tiempo en sin ninguna idea seria en sus cabezas salvo beber y follar. Ella al principio había tenido un compañero de habitación así, que además había sido un asesino de animales porque llevaba sandalias de cuero. Bueno, eran de cuero falso, pero parecía auténtico. Así que se las quemó. Y gracias a Dios que no tenía que compartir cuarto de baño con él más, porque lo oía haciendo cosas sexuales con chicas prácticamente todas las noches, como si fuera algún tipo de híbrido degenerado de bonobo y conejo.

—Jimmy —dijo—. ¡Qué aliento de carne!

Cuando oí el nombre de Jimmy pensé que no podía ser el mismo. Pero luego pensé: sí, sí que puede ser el mismo. Mientras le daba vueltas a todo ello, Bernice dijo que por qué no me trasladaba a la habitación contigua a la suya, porque ahora que Jimmy se había marchado estaba vacía.

Quería arreglarme con ella, pero no tanto. Así que me lancé a lo que tenía que decirle:

—Siento mucho lo de Burt —dije—. Tu papá. Que muriera así. Me sentí muy responsable.

Ella me miró como si estuviera loca.

—¿De qué estás hablando? —dijo.

—Esa vez que te conté que se estaba tirando a Nuala y tú se lo dijiste a Veena, y ella se puso hecha una furia y llamó a Corpsegur. Bueno, no creo que tuviera sexo con Nuala. Amanda y yo, bueno, más o menos nos lo inventamos porque queríamos ser malas. Me siento fatal por eso y lo lamento mucho. No creo que hiciera nunca nada peor que lo de los sobacos de las niñas.

—Al menos Nuala era adulta —dijo Bernice—. Pero él no paraba con los sobacos. Con las niñas. Era un degenerado, como decía mi madre. El me decía que yo era su niña favorita, pero ni siquiera eso era verdad. Se lo conté a Veena. Por eso lo delató. O sea que ya puedes dejar de darte tono. —Me dedicó otra vez esa vieja mirada, aunque esta vez con ojos rojos y llorosos—. Tienes suerte de que nunca te tocara a ti.

—Oh —dije—. Bernice, lo siento mucho.

—No quiero volver a hablar de esto más —dijo Bernice—. Prefiero usar mi tiempo de maneras más productivas.

Me preguntó si quería ir a pintar carteles de protesta contra Happicuppa con ella, y le dije que ya me había saltado una clase ese día, pero que tal vez en otra ocasión. Bernice me dedicó esa mirada de ojos entrecerrados que decía que sabía que estaba escurriendo el bulto. Entonces le pregunté qué aspecto tenía su antiguo compañero de habitación Jimmy, y ella dijo que no me importaba.

Había vuelto a su modo mandón, y yo sabía que si me quedaba mucho tiempo más con ella volvería a tener nueve años, y ella tendría el mismo poder sobre mí, o peor aún porque, por más cosas horribles que me deparara la vida, la suya siempre sería peor, y ella me inmovilizaría con esa llave de víctima. Le dije que de verdad tenía que irme, y ella dijo:

—Sí, claro.

Y luego me soltó que no había cambiado nada, que seguía siendo la misma pánfila de siempre.

Años después —cuando ya estaba trabajando en el Scales and Tails— vi en la tele que a Bernice la habían matado en una incursión en un piso franco de los Jardineros. Eso fue después de que ¿legalizaran a los Jardineros. El hecho de que la ¿legalizaran no iba a parar a Bernice; era una persona de valor y convicciones. Tenía que admirarla por eso —por las convicciones, y también por el coraje—, porque yo nunca había tenido ni una cosa ni la otra.

Mostraron un primer plano de su rostro, con aspecto más suave y pacífico en la muerte del que nunca le había visto en vida. Quizás ésa era la verdadera Bernice, pensé: amable e inocente. Quizás era así por dentro, y todas las batallas que habíamos tenido y todas sus maneras desagradables eran su forma de pelear por salir de la dura coraza que se había formado en torno a su cuerpo como el élitro de un escarabajo. Y por más que arremetiera y se debatiera, Bernice estaba atrapada en su coraza. Esa idea me hizo sentir tanta lástima por ella que me eché a llorar.

52

Antes de esa conversación con Bernice en la que ella había hablado de su antiguo compañero de habitación, yo casi había estado esperando ver a Jimmy: en una clase, en el Happicuppa, o sólo caminando por ahí. Sin embargo, ahora sentía que tenía que estar muy cerca. Estaría al doblar la esquina o al otro lado de la ventana; o me despertaría una mañana y lo encontraría a mi lado, sosteniéndome la mano y mirándome como me solía mirar la primera vez que estuvimos juntos. Era como si me persiguiera.

Quizás estaba marcada por Jimmy, pensé. Como un patito que al salir de un huevo lo primero que ve es una comadreja, y por eso la sigue durante el resto de su vida. Que probablemente sea corta. ¿Por qué tenía que ser Jimmy la primera persona de la que se había enamorado? ¿Por qué no podía ser alguien con mejor carácter? O al menos una persona menos veleidosa. Una persona más seria, alguien no tan dado a hacerse el tonto.

Lo peor de todo era que no me podía interesar por nadie más. Había un agujero en mi corazón que sólo Jimmy podía llenar. Sé que es una idea muy manida —por entonces ya había oído bastante de esa música mundana en mi Sea/H/Ear Candy—, pero es la única forma en que puedo explicarlo. Y no es que no fuera consciente de los defectos de Jimmy, porque lo era.

Por supuesto, al final vi a Jimmy. El campus no era enorme, así que tenía que ocurrir antes o después. Lo vi en la distancia, y él me vio, pero no vino corriendo. Se quedó en la distancia. Ni siquiera me saludó, hizo como si no me hubiera visto. Así que si había estado esperando la respuesta a la pregunta que siempre me había planteado —¿todavía me quiere?— ya la tenía.

Entonces en Danza Calisténica conocí a una chica que había estado un tiempo con Jimmy, Shayluba algo. Dijo que al principio era genial, pero que luego empezó a decirle lo malo que era para ella, que era incapaz de comprometerse por la novia que había tenido en el instituto. Eran demasiado jóvenes y terminó mal, y había sido un vertedero emocional desde entonces, aunque quizás era destructivo por naturaleza porque la cagaba con cada chica que tocaba.

—¿Se llamaba Wakulla Price? —pregunté.

—La verdad es que no —dijo Shayluba—. Eras tú.

Jimmy, qué farsante y mentiroso eres, pensé. Pero luego pensé: ¿y si es verdad? ¿Y si yo había jodido la vida de Jimmy igual que él había jodido la mía?

Traté de olvidarlo todo de él. Pero no pude. Fustigarme por Jimmy se había convertido en un vicio para mí, como morderse las uñas. De vez en cuando lo veía pasar en la distancia, y eso era como fumarte un cigarrillo cuando estás tratando de dejarlo: vuelta a empezar. Aunque yo no había fumado nunca.

Llevaba casi dos años en cuando recibí una noticia terrible. Lucerne me llamó y me dijo que mi padre biológico, Frank, había sido secuestrado por una corporación rival que se lo había llevado al este de Europa. A las corporaciones de allí siempre les había gustado ir de caza furtiva en nuestras corporaciones: sus matones encubiertos eran aún más asesinos que los nuestros, y contaban con una ventaja porque eran mejores con los idiomas y podían simular que eran inmigrantes. Nosotros no podíamos hacerles eso, porque ¿para qué íbamos a emigrar nosotros a allí?

BOOK: El Año del Diluvio
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