—¡Cuatro minutos! —anunció Hobson—. ¡Me dirijo al área de seguridad!
Tyler empezó a pensar que quizá su plan estuviese condenado. Vio botellines de amoniaco, benceno, ácido clorhídrico, glicol de etileno, pero ni rastro de la acetona. Alguno de esos productos químicos podía funcionar, pero el único del que estaba seguro era la acetona, y no podía localizarla en aquel caos. Había visto restos de accidentes aéreos más ordenados que aquel almacén.
Si oía la voz de Hobson anunciar que faltaban tres minutos antes de encontrar la acetona, tendría que arriesgarse con el benceno o el amoniaco.
Tyler empezó a apartar a empujón limpio los contenedores, buscando en las filas del fondo. Tenía que haber acetona. Entonces vio la A mayúscula escrita en una botella de medio litro. La giró y leyó claramente en la etiqueta que se trataba de acetona. A partir de entonces respiró con mayor tranquilidad.
—¡Quedan tres minutos!
Tyler se guardó la botella en el bolsillo y subió la escalera. Sus fuertes pisadas crearon un eco metálico.
La cubierta de las barcas de salvamento se encontraba cinco plantas por debajo del área de seguridad. Llegó justo cuando Hobson anunciaba por el
walkie-talkie
que quedaban dos minutos. Grant y Finn lo estaban esperando.
—Me alegra que lo hayas conseguido —dijo Grant, alegre, a pesar de lo cual Tyler distinguió las imperceptibles arrugas de tensión que tenía alrededor de los ojos.
Por mucho que Finn estuviera lívido, no había perdido su carácter bravucón.
—¿Dónde coño te habías metido?
—En tu sala de almacenaje de productos químicos, lugar de cuyo orden parece haberse encargado un chimpancé —replicó Tyler mientras depositaba el tercer explosivo en la maleta de paredes acolchadas. Grant la cerró con un chasquido metálico.
—Y ahora, ¿qué? —preguntó el ex luchador.
—Vamos a poner las bombas en una de las barcas que lanzaremos al agua.
Era posible lanzar las embarcaciones de salvamento tanto desde el interior de las mismas como desde el exterior. Tendió a Grant el martillo y sacó del bolsillo la botella de acetona.
—¿En una de las barcas? —protestó Finn—. Pero si las puertas de accesoestán cerradas. ¿Cómo vamos a meter esa maleta dentro?
—A través de la ventanilla que tienen en la cúpula.
—¡Un minuto! —exclamó Hobson. Mucho menos tiempo de lo que Tyler hubiera deseado.
—Las ventanillas están hechas de policarbonato, genio —dijo Finn—. Son irrompibles.
Tyler se sacó del cinto la multiusos Leatherman, una especie de navaja suiza mucho más versátil. Desplegó el serrucho, que arrastró por la ventanilla para marcar la superficie.
—Normalmente es irrompible —dijo mientras destapaba la botella de acetona y vertía con cuidado el contenido en la parte superior de la ventanilla que la cúpula tenía a babor—. Pero cuando aplicas acetona, el policarbonato cristaliza.
Soltó la botella y, con la mano, extendió la acetona por la superficie de la ventanilla, para asegurarse de cubrirla con el líquido. Tomó el martillo de manos de Grant y contó hasta diez para proporcionar tiempo a la acetona de ser absorbida por el surco que había dibujado con la Leatherman.
—¿A qué esperas? —preguntó Finn con brusquedad.
Tyler ignoró la pregunta y siguió contando. Al llegar a uno, levantó el martillo y descargó sobre la ventanilla un golpe con todas sus fuerzas. La hoja de policarbonato se hizo añicos como cristal, y los restos cayeron en el interior de la embarcación.
—Voilá
—dijo Tyler, más calmado de lo que se sentía. Luego introdujo la maleta por la ventanilla.
—¡Treinta segundos!
Tyler asió una de las palancas de lanzamiento situadas en el exterior de la barca. Grant se encargó de la otra. Inclinó levemente la cabeza ante su socio.
—Preparados… Listos… ¡Ya!
Ambos accionaron al mismo tiempo las respectivas palancas. Las abrazaderas se abrieron y la barca de salvamento inició su descenso por los raíles. Aceleró y, después, se precipitó al vacío. Después de caer con elegancia por espacio de dos segundos, alcanzó el agua con un tremendo chapoteo.
La embarcación desapareció completamente bajo el agua. Por un instante, Tyler fue incapaz de verla mientras aguzaba la vista a través de un claro de la bruma. La barca ganó de nuevo la superficie a unos cien metros del lugar donde se había sumergido, y Tyler respiró más tranquilo. Había escogido específicamente esa ventanilla por tratarse de la más pequeña. Sin duda el vehículo habría embarcado agua, pero no bastó para sumergirlo. La inercia del descenso por los raíles siguió alejándola a diez nudos de velocidad de la plataforma.
—¡Detrás de la barca! —voceó Tyler. En cuanto se retiraron a cubierto de la enorme embarcación, un tremendo estampido sacudió el ambiente. La plataforma se vio iluminada un instante por una llamarada que se alzó más de diez metros en el aire. Una lluvia de restos anaranjados cayó a su alrededor.
Cuando cesó la lluvia de los restos del casco, Tyler se levantó y echó un vistazo por la borda. Fragmentos de fibra de vidrio candente y de metal alfombraban el mar, pero no quedaba ningún resto grande de la embarcación. No quedó ni rastro cuando la bruma cayó de nuevo sobre ellos.
El intruso sabía lo que se hacía. Cualquiera de esos explosivos era lo bastante potente para hacer saltar la plataforma por los aires y provocar tal incendio que hubieran sido incapaces de apagar.
—Bueno, ha sido interesante —dijo Tyler cuando la adrenalina dejó de surtir efecto. Exhausto, recostó la espalda en la barandilla.
—Tal vez sea el mayor eufemismo que he oído jamás —dijo Finn—. Debes de tener hielo en las venas. Yo he estado a punto de cagarme en los pantalones. —Señaló el cadáver que yacía despatarrado en el suelo de metal—. ¿Quién es ese tipo? ¿Un terrorista?
Tyler contempló el cadáver.
—No lo creo —respondió—. Alguien quiere asegurarse de que la doctora Kenner muera. A partir de ahora, imagino que también a mí querrán matarme.
—¿Por qué? —quiso saber Grant.
—Eso es lo que vamos a averiguar.
—Pues nos ha ido de un pelo. Ese tipo sabía lo que se llevaba entre manos.
—Cierto, aunque cometió dos errores.
—¿Cuáles?
—En primer lugar, nunca debió intentar asesinarme —explicó Tyler—. Eso me implica personalmente en los problemas de la doctora Kenner. Además me toca mucho los huevos.
—Si hace que te sientas mejor, no terminó el trabajo —apuntó Grant—. Después de todo sigues con vida.
—Ése, amigo mío, fue su segundo error.
Fueron necesarias dos horas para que uno de los electricistas de la plataforma reparase el cableado de la antena de radio, pero debido a la rotura de la caja de conexiones, no podrían disfrutar de recepción satélite hasta la noche del domingo, que era cuando supuestamente se despejaría la niebla. Con la ayuda de Grant, Tyler aprovechó el tiempo para completar la labor de consultoría de Gordian que los había llevado a trabajar allí. El trabajo lo mantuvo distraído, ya que no podía reanudar su conversación con Aiden MacKenna y averiguar más detalles acerca de Coleman hasta que recuperase la conexión a Internet. Mientras Tyler y Grant trabajaban, Dilara no pudo hacer más que esperar, preocupada, en su cabina.
A las diez de la noche recuperaron por fin la conexión satélite, lo que permitió a Tyler rehacer sus planes de viaje. Al mismo tiempo, la niebla se dispersó, y un helicóptero partió de Saint John con rumbo a la Scotia One. Cuando despegase de la plataforma petrolífera, Tyler planeaba que Grant, Dilara y él estuviesen a bordo para regresar a Terranova. El reactor privado de Gordian se hallaba de camino desde Nueva York, y los recogería en Saint John para llevarlos de vuelta a la sede central de la empresa en Seattle, donde podría investigar lo sucedido los últimos días. Puesto que la plataforma se encontraba en aguas internacionales, la compañía petrolera sería responsable de poner en marcha su propia investigación. Entretanto, la dirección se había apresurado a suministrar escotillas nuevas para las barcas de salvamento, de modo que pasasen el menor tiempo posible fuera de servicio.
Concluida su labor en la plataforma, Tyler se concentró en los sorprendentes sucesos del día anterior. Invitó a Grant y Dilara a esperar en su cabina la llegada del helicóptero. Tenía que averiguar por qué la apacible arqueóloga Dilara Kenner había sido objeto de dos intentos de asesinato en un periodo de doce horas.
Tal como esperaba Tyler, el intruso no llevaba documentación. Llevaron el cadáver a la cámara de refrigeración, después de que él tomase fotografías de la cara del tipo y muestras de huellas dactilares. La conexión
wi-fi
había vuelto a funcionar, así como los teléfonos. Guardó las fotografías en el portátil y se las envió a Aiden MacKenna por correo electrónico, para que empezara a investigar su identidad. Tyler habló con él por teléfono mientras Dilara, convencida por fin de que Grant era de confianza, lo ponía al día de la historia que le había contado a su socio el día anterior.
—Te he enviado una fotografía y algunas muestras de huellas dactilares —dijo Tyler al teléfono—. Mira a ver si puedes averiguar de quién se trata.
Hubo una breve pausa antes de que le llegara la respuesta del experto en información, que cinco años atrás se había quedado sordo por culpa de una meningitis. Aiden vio a Tyler en una conferencia sobre ingeniería y se presentó sin más. El ingeniero terminó reclutando al irlandés para la empresa Gordian. Uno de los juguetes que tenía Aiden, cortesía de la compañía, era un traductor de voz a texto. Puesto que su sordera no había afectado su habilidad para hablar, podía conversar por teléfono con cualquiera. La única pega eran los milisegundos que tardaba el programa en traducir las palabras del teléfono en letra escrita en la pantalla del ordenador.
—Estoy abriendo el adjunto que contiene la foto —respondió Aiden con fuerte acento irlandés—. ¡Dios mío! Juraría que se ha tomado un par de pintas de cerveza de más.
—Está muerto. Intentó asarnos vivos. —Tyler le hizo un resumen rápido de lo acontecido el día anterior.
—Pues menudo aburrimiento estaréis pasando allí —sentenció Aiden, impasible.
—Sí, no hemos hecho más que bostezar todo el tiempo. —Supongo que ese aspirante a
ninja
tuyo no llevaría encima la cartera.
—No, pero me huelo que era ex militar. Yo empezaría a indagar por ahí.
Gracias a la colaboración de Gordian con el FBI y las fuerzas armadas durante la investigación de accidentes aéreos, la evaluación de nuevo armamento y la valoración de posibles amenazas terroristas en blancos potenciales, la compañía tenía acceso a bases de datos confidenciales que no estaban disponibles para muchas otras compañías. Como Tyler, Aiden tenía acreditación militar para acceder a esa información.
—Y mira a ver si puedes averiguar si hubo un Lürssen o un Westport en la zona hoy. Un yate de ochenta pies de eslora. Tiene que estar relacionado.
—No creo que haya muchos así de crucero por el Atlántico Norte.
—Bueno, continúa con lo que estabas contándome acerca de Coleman. Me dejaste a medias.
—Cierto. Estaba a punto de revelarte una verdad explosiva, cuando te acordaste de que tenías un par de bombas que desactivar.
—Dijiste que había muerto. ¿Cuándo sucedió?
—Hace tres semanas.
—¿Cómo? —Al igual que Gordian, la compañía de Coleman tenía su sede en Seattle. Tyler estaba seguro de que allí la noticia habría sido publicada en primera plana, pero él llevaba un mes de viaje y no había leído la prensa.
—Esto te va a encantar —aseguró Aiden—. Fue una explosión. Parece que él y tres de sus ingenieros jefe tenían el encargo de supervisar un proyecto de demolición. Hubo una detonación prematura debida a un fallo eléctrico. Los cuatro se convirtieron en hamburguesas.
Otra coincidencia. A Tyler no le gustó nada el cariz que tomaba la situación.
—Pide a Jenny que me concierte cita mañana en la compañía de Coleman con alguien que siga vivo. Cuando esté en Seattle, quiero obtener más detalles acerca de ese supuesto «accidente».
—¿Así que no vas a trabajar en el accidente aéreo de Rex Hayden?
Tyler arrugó el entrecejo ante la mención de la estrella de cine.
—¿Qué accidente?
—Había olvidado que estabas incomunicado. El avión de Hayden se dio un buen chapuzón de arena del desierto a las afueras de las Vegas. No hubo supervivientes.
—¿Cuándo?
—Ayer tarde. Fue muy raro. Por lo visto el avión dio la vuelta cuando llevaba rumbo a Hawai, sobrevoló Los Ángeles y se quedó sin combustible sobre el Mojave. Es la comidilla de la prensa. Cualquiera diría que se trata del avión del presidente. Claro que Hayden debía de ser más famoso que el presidente.
No podía tratarse de una coincidencia que Hayden fuese uno de los nombres que Sam Watson había mencionado a Dilara antes de morir.
—Gordian ganó el concurso que propuso la Junta Nacional de Seguridad del Transporte para la investigación —explicó Aiden—. Judy Hodge llegó aquí ayer con su equipo, pero supuse que Miles te querría en el caso, ya que se trata de uno de los gordos.
A Tyler no le sorprendió que se hubiesen puesto en contacto con Miles Benson, presidente de Gordian y el tipo más inteligente que había conocido, para echar una mano con la investigación de lo sucedido. Gordian había asesorado a la Junta Nacional de Seguridad del Transporte en muchos de los accidentes aéreos más sonados de los últimos diez años: el Vuelo 800 de la TWA, el accidente sobre Brooklyn de un avión de American Airlines un año después de lo sucedido el Once de Septiembre, y el accidente de Cory Lidle,
pitcher
de los Yankees, en un rascacielos de Manhattan. Gordian era la compañía más capacitada para ayudar en la investigación de un accidente aéreo que tuviese por protagonista a una estrella del calibre de Rex Hayden.
Los cadáveres se amontonaban sin cesar. Primero Coleman, ahora Hayden. Ambos mencionados por Sam, ambos criando malvas. A Tyler no le gustó aquella pauta, porque su nombre también figuraba en esa lista. Las pruebas de la muerte de Hayden eran las más recientes, así que el accidente aéreo se convirtió en la nueva prioridad de Tyler.
—Di a Judy que nos reuniremos con ellos en el lugar del accidente —pidió a Aiden—. Haremos escala en Las Vegas, antes de volver a Seattle.