Cuando le informaron de que Sam Watson, uno de sus principales científicos, había descubierto sus planes, la primera prioridad consistió en asegurarse de que no comunicara esa información a nadie. Watson fue un miembro leal de la Iglesia de las Sagradas Aguas, pero no formó parte del círculo más próximo de Ulric, compuesto por las personas que conocían hasta el último detalle del plan. Debió de mostrarse suspicaz acerca de la naturaleza de su trabajo, y accedió a algunos archivos clave que contenían detalles de la operación. Seguridad descubrió la filtración, pero Watson logró huir, y, aunque no pudo llevarse ninguna prueba consigo, sabía lo bastante para constituir una amenaza. Puesto que su labor había concluido, a Ulric ya no le servía de nada y ordenó su eliminación.
Pero antes de que su equipo de seguridad pudiese ejecutar sus órdenes, Watson había llamado a alguien por teléfono. No averiguaron qué fue lo que dijo, pero Ulric estaba convencido de que no había llamado a la policía, o el científico habría acabado entre rejas en cuestión de unas horas. Pese a todo, debió de mencionar algún detalle crítico. No podían eliminarlo hasta descubrir con quién se había puesto en contacto, de modo que lo mantuvieron vigilado, a la espera de que ambos se encontraran.
El asesinato de Watson fue como la seda, pero logró transmitir algo a la mujer con quien se vio, Dilara Kenner, que consiguió huir después de que casi la matara el todoterreno. Perdieron su rastro hasta que una búsqueda en la base de datos de las compañías aéreas reveló que había sacado billete en la compañía Helicópteros Wolwerine, en Saint John, Terranova. Al principio, su vuelo a la plataforma petrolífera en mitad del Atlántico resultó de lo más enigmático. Al buscar los nombres de quienes trabajaban en la plataforma en el registro de la Guardia Costera canadiense, descubrieron con quién podía querer verse a bordo: Tyler Locke, que en el pasado había trabajado como contratista en un proyecto de Ulric y que causó más problemas de lo que su reputación hacía prever.
Todo cobró sentido en cuanto Ulric supo que Locke estaba involucrado. Tenían que detenerla antes de que pudiese hablar con él. Matarla sin más habría despertado demasiadas sospechas, sobre todo por parte de Locke, así que tenía que parecer un accidente.
—¿Sigue con vida? —preguntó Ulric. Cutter asintió.
—¿Qué ha pasado?
—El explosivo del helicóptero no era lo bastante potente. Mi gente del yate lo activó, pero sólo dañó el motor. Los pasajeros lograron abandonar el aparato antes de que se hundiera. El barco de pertrechos de la plataforma no estaba presente, pero según la comunicación por radio que interceptamos, Tyler Locke utilizó una de las barcas de salvamento para rescatarlos a todos. No hubieran sobrevivido el tiempo que iba a tardar la Guardia Costera en rescatarlos.
—Tyler Locke. Sigue siendo incapaz de mantenerse al margen. Bueno, ahora tenemos un problema mucho mayor. Daremos por sentado que ella le ha puesto al corriente de todo lo que sabe. ¿Sigue ese yate en posición?
—A la espera de mis órdenes.
—¿Qué opciones tenemos? —Cutter siempre tenía un plan alternativo, y no le decepcionó.
—Ya hemos puesto en marcha un plan. Mis hombres se disponen a asaltar la plataforma.
—Tiene que parecer un accidente —advirtió Ulric—. El asesinato de Tyler daría pie a muchas más preguntas.
—Parecerá un acto de negligencia por parte de la compañía petrolífera. Con cerca de doscientas muertes, la destrucción de una plataforma petrolífera de mil millones de dólares y el vertido de crudo en el Atlántico Norte, estarán desbordados. Una investigación exhaustiva les llevará semanas.
Ulric sonrió mientras contemplaba aquella niebla cargada de humo que pronto se convertiría en un recuerdo del pasado.
—Excelente —dijo—. Para cuando descubran lo sucedido realmente, será demasiado tarde para detenernos.
Mientras esperaban las hamburguesas, Tyler escuchó con atención el relato que hizo Dilara de la muerte de Sam Watson y el posterior ataque que sufrió ella en su coche en la autopista. Tan sólo la interrumpió para pedir que le aclarase detalles concretos. No mentía, de eso estaba seguro. De modo que… ¿qué le quedaba? O bien Dilara era víctima de una asombrosa serie de coincidencias, o bien él estaba relacionado con una vasta conspiración cuyo objetivo consistía en asesinar a aquella mujer. Ninguna de estas opciones parecía probable, así que por el momento decidió no sacar ninguna conclusión.
Las hamburguesas llegaron humeando, procedentes de la zona donde estaba instalada la parrilla. Ambos interrumpieron la conversación para hincarles el diente.
—Qué rica —dijo Dilara tras el primer mordisco—. ¿El frío me ha hecho perder la cabeza, o es la mejor hamburguesa que he comido en la vida?
—Hay que mantener a los operarios contentos, así que los ingredientes son de lo mejor. Se pasan tres semanas trabajando sin parar. La empresa afrontaría motines constantes si les sirvieran comida de tercera.
Dilara masticó en silencio. El café y la comida le devolvieron la luz a sus ojos.
—No has mordido el anzuelo cuando dije que el frío me había hecho perder la cabeza, pero crees que estoy loca, ¿no es así?
—Sinceramente, no sé qué pensar —admitió Tyler—. A mí no me parece que estés loca, pero después de todo no hace tanto que nos conocemos.
—¿Vas a ayudarme?
—No estoy seguro de qué quieres que haga.
—Yo tampoco, pero sé que hay gente dispuesta a matarme y que el secreto de toda esta historia saldrá a la luz si podemos encontrar el arca de Noé. De algún modo, tú también estás metido en esto. Sam estaba convencido de ello.
Tyler levantó la mano derecha.
—Juro no saber dónde está el arca de Noé. Palabra de explorador. —No pudo evitar mostrarse algo sarcástico; tal vez muy sarcástico. No se le daba bien juzgar el alcance de su propio sarcasmo.
—Créeme, hasta ahí llego. Pero quienquiera que intenta asesinarme, no quiere que hablemos. Tiene que haber un motivo.
Tyler lanzó un suspiro. Dilara no cedería hasta que le diera algo.
—Haré que mi gente investigue Coleman Engineering, pero tengo que terminar mi trabajo aquí, y en dos días debo estar en Europa para otro asunto.
—Tienes que cancelarlo.
—Escucha, me encantaría ayudarte, pero…
—¿Qué me dices del helicóptero? Tú mismo has dicho que el accidente te pareció muy extraño.
Tyler se encogió de hombros antes de responder.
—Pudo deberse a un artefacto explosivo, pero también pudo ser una fractura en una de las palas de la turbina u otro problema de naturaleza mecánica. Aquí el agua supera los trescientos metros de profundidad. Llevaría semanas, si no meses, recuperar el helicóptero.
—¡No disponemos de ese tiempo! Ya es sábado por la noche. Sea lo que sea lo que va a acabar con la vida de miles de millones de personas, este próximo viernes se pone en marcha.
—Mira, puedes quedarte aquí todo el tiempo que necesites. Ya lo he hablado con el jefe de la plataforma. Pero si no hay ninguna relación con Coleman, no hay nada más que yo pueda hacer. Tendrás que poner el asunto en manos de la policía.
Por primera vez, el desánimo se reflejó en la voz de la joven arqueóloga:
—Ya lo intenté en Los Ángeles. Dijeron que Sam murió de un infarto, y también que el todoterreno había invadido mi carril debido a que el conductor conducía borracho.
—Y puede que así fuera.
Había llegado el turno de Dilara de mostrar un sarcasmo de medio pelo:
—Veo morir a un hombre con quien tomaba un café, luego sufro un accidente de tráfico que podría haberme matado y más tarde apenas logro salir con vida de un helicóptero que acaba de estrellarse, todo ello en el transcurso de tres días. Vamos, por favor. No entiendo cómo eres capaz de creer en semejante cúmulo de coincidencias.
Tyler tuvo que admitir que la mujer era tenaz.
—Nunca he sido muy aficionado a las coincidencias, pero no sería la primera vez que se producen. Eso sí que es una racha de mala suerte.
—De momento no entra en mis planes jugar al
blackjack.
Sólo necesito ayuda.
Tyler dio el último mordisco a la hamburguesa y esperó a haberlo tragado antes de responder.
—De acuerdo, yo mismo haré las comprobaciones —propuso—, pero no puedo prometerte nada. Mañana hablaré con John Coleman. Puede que él sepa algo al respecto.
—Gracias —respondió Dilara, visiblemente aliviada al ver que alguien se ponía de su parte.
A Tyler le interesaba escuchar lo que pudiera contarle Coleman, pero no esperaba que éste supiera gran cosa. Supuso que Sam Watson se había equivocado respecto a Tyler. Tal vez era John Coleman quien estaba involucrado en todo aquello.
Cuando Dilara terminó la hamburguesa, empezó a acusar realmente el cansancio de la jornada. Él la acompañó de vuelta a la cabina y le aseguró que le haría saber de inmediato si averiguaba algo, pero que al ser sábado no esperaba obtener información hasta al menos la mañana siguiente. Luego se retiró a su cuarto. Tyler quería recabar información acerca de Coleman antes de ponerse en contacto con él, de modo que envió un correo electrónico a Aiden MacKenna, a la sede central que Gordian Engineering tenía en Seattle, cuya diferencia horaria era de cuatro horas y media por detrás de la hora de Terranova. Una vez enviado el mensaje, se quedó dormido, agotado por todo lo sucedido a lo largo del día.
A la una y cuarto de la madrugada, le despertó un campanilleo procedente del ordenador portátil. A pesar de que había dormido apenas unas horas, se sentía descansado, así que volvió hacia él la pantalla del ordenador y vio que tenía un mensaje en el
chat.
Era de Aiden, el mayor experto de Gordian en obtener información. A menudo Tyler recurría a sus servicios para recuperar datos electrónicos de lugares donde se habían producido accidentes; Aiden era un genio informático multidisciplinar y era capaz de encarar cualquier desafío que él le plantease. No le sorprendió ver que había comprobado el correo electrónico a las nueve menos cuarto de la noche del sábado.
«Tyler, amigo mío. Tengo una respuesta para ti. ¿Estás despierto?», rezaba el mensaje instantáneo.
«Ahora sí. ¿Dónde andas?», contestó Tyler.
«En casa, jugando a Halo y tomando Red Bull con algunos
frikis
de la oficina. Por cierto, los estoy fundiendo. Habría respondido antes, pero acabo de ver tu mensaje.»
«¿Qué has averiguado?»
«Hace tiempo que no sabes nada de John Coleman, ¿verdad?»
«Unos seis meses. ¿Por?»
«Murió. Un accidente rarísimo.»
¿Había muerto? John Coleman tenía unos cincuenta años y su estado de salud parecía perfecto.
«¿Qué le sucedió?», tecleó Tyler.
En lugar de la respuesta, la pantalla de ordenador mostró el mensaje: «Ha perdido la conexión». Menudo momento más oportuno. Justo cuando entraban en materia.
Tyler comprobó la conexión a la red inalámbrica de la Scotia One, que mostraba una potencia del cien por cien. Intentó hacer una búsqueda en Google, pero lo único que obtuvo fue una página de error, lo que suponía que la plataforma había perdido su conexión a Internet.
La Scotia One contaba con una antena de satélite que les proporcionaba contacto con el mundo exterior. Los operarios a bordo la utilizaban para navegar por la red y enviar correos electrónicos cuando no estaban trabajando. También servía para hacer la copia de respaldo de las transmisiones de radio de la plataforma. Tan sólo existían dos posibles explicaciones de la pérdida de la conexión. O bien existía un fallo técnico interno, o bien la propia antena estaba inutilizada.
Tyler miró por la ventana. La bruma era densa, y a través de una breve pausa en aquella negrura distinguió que reinaba una calma relativa en el mar. Las condiciones hacían improbable un fallo mecánico. Sin una tormenta que dañase el equipo, la antena tendría que estar intacta. Debía de tratarse de un problema eléctrico o de
software.
Descolgó el auricular del teléfono y se puso en contacto con la sala de control. Respondió Frank Hobson. Tyler lo tenía por un hombre tímido, con gafas de pasta negra, que siempre cubría en solitario el turno de madrugada.
—Hola, Tyler —lo saludó una voz de tono agudo—. ¿En qué puedo ayudarte?
—Frank, estoy teniendo problemas con Internet. ¿Cuándo volverá a funcionar?
—Ni siquiera me había enterado de que se hubiera caído. Probablemente seas el único que lo está utilizando a estas horas. Déjame echar un vistazo. —Tyler le oyó teclear—. Sí, yo tampoco tengo señal.
—¿Podrías localizar el problema? Estaba chateando con un amigo cuando se interrumpió.
Hobson permaneció en silencio y tecleó de nuevo.
—El sistema comprueba la conexión. Tal vez sea un problema mecánico. Podría tratarse del plato del satélite. Tendré que avisar a alguien para que vaya a comprobarlo.
—Yo mismo me encargaré. —Tyler se había desvelado y anhelaba escuchar el resto de la historia que le estaba contando Aiden, así que no le pareció tan mala idea salir a tomar un poco el aire.
—¿Sabes dónde está?
—Claro, Grant y yo estuvimos trabajando en la antena hará un par de días, cuando intentamos diagnosticar aquel problema eléctrico que surgió. Si resulta ser algo eléctrico, sacaré a Grant de la cama.
—Oye, gracias.
—De nada.
Tyler se levantó y se desperezó. Se puso unos vaqueros y la chaqueta, y salió del cuarto.
El aire nocturno era helado, y el omnipresente olor a petróleo lo inundó arrastrado por la brisa. A pesar de lo tarde que era, había operarios por todas partes, puesto que la producción de petróleo era una labor que se llevaba a cabo las veinticuatro horas del día. La visibilidad era limitada a nueve metros. El chirrido de una herramienta de corte le perforaba los oídos cada pocos segundos.
Tyler accedió al pasadizo que llevaba a la parte superior del módulo destinado a las habitaciones, que era donde estaba ubicado el plato del satélite. Al frente, visible apenas a través de la bruma, distinguió la silueta de un hombre vestido con mono negro que se fundió en la niebla, en dirección a la escalera que conducía a las barcas de salvamento. Llevaba algo colgado del hombro, pero antes de perderlo de vista Tyler no llegó a ver bien de qué se trataba. Tal vez ya hubieran reparado el plato. Lo llamó dos veces, pero el tipo no contestó. Seguramente no le habría oído debido al intermitente chirrido.