—Vale. Cuéntame algo acerca de ti.
Tyler esbozó una sonrisa torcida.
—¿Como por ejemplo?
—¿Quién era tu héroe cuando eras pequeño?
—Ah, ésa es fácil. Scotty, de
Star Trek.
—¿El ingeniero? —Ella rompió a reír, una risa agradable, algo ronca, que Tyler encontró contagiosa.
—¿Qué quieres que te diga? Yo soy así de raro. Tal vez Kirk fuese el héroe, pero Scotty siempre le estaba salvando el pellejo. ¿Y tú? No me digas que Indiana Jones.
Dilara negó con la cabeza.
—La princesa Diana. De joven fui una chica muy femenina. Me encantaban los vestidos. Pero mi padre me arrastró por todo el mundo hasta que la arqueología se convirtió en mi pasión.
—¿Y el arca de Noé?
—La pasión de mi padre.
—Sam Watson aseguró que tu padre la había encontrado.
—Tú no lo crees.
—Soy escéptico por naturaleza. Por tanto, no, no lo creo.
—¿Qué parte? ¿Que el arca existió o que mi padre la encontró?
—Que una embarcación de cuatrocientos cincuenta pies de eslora llevase a todos los animales del mundo por las aguas que anegaron el mundo.
—Mucha gente cree en la historia literal de la Biblia.
—Y estoy seguro de que sabrás, por muchas razones, que eso es sencillamente imposible —continuó Tyler—. Al menos sin que obre de por medio un milagro tras otro. El relato del arca tuvo lugar hace seis mil años. En esa época, la madera era el único material empleado en la construcción de barcos. La embarcación de madera más larga que se construyó, una fragata de los tiempos de la Guerra de Secesión llamada
Dunderberg,
medía trescientos setenta y siete pies de eslora.
Dilara entornó los ojos, suspicaz.
—¿Y tú cómo lo sabes? ¿Qué pasa?, ¿eres una enciclopedia andante?
—A riesgo de perjudicar mi aura de omnipotencia, admito que indagué un poco cuando recuperamos en la plataforma la conexión a Internet.
—Según tú, el arca de Noé no pudo medir más de trescientos setenta y siete pies de eslora.
—Desde el punto de vista de la ingeniería, una nave hecha de madera de mayores dimensiones se desintegraría. Sin armazón de hierro y los refuerzos con que contaban las embarcaciones del siglo diecinueve, un barco de las dimensiones del arca de Noé se habría colapsado, lo que habría provocado un millar de vías de agua. Por no mencionar que, con una tormenta de la violencia del diluvio, las oscilaciones del oleaje habrían partido el casco como si de una ramita se tratara. El arca se habría hundido en cuestión de minutos. Adiós a la raza humana.
—Puede que fuera de menor tamaño de lo que aseguraba la Biblia.
—El tamaño no supone más que el primero de sus problemas —aseguró Tyler—. ¿Sabes cuánto tarda la madera en pudrirse completamente?
—En un clima desértico como el egipcio, miles de años. Continuamente hallamos objetos de madera en tumbas egipcias.
—¿Y en un clima lluvioso?
—Varios centenares de años si no se cuida la madera —respondió Dilara—. En todo caso, menos de mil años, incluso en las condiciones que imperan en paisajes alpinos.
—Exacto. Se supone que el arca de Noé se posó en el monte Ararat, un lugar donde se registran importantes precipitaciones. Sólo tienes que mirar la de graneros que se vinieron abajo hace cien años. Si esos graneros ya se están pudriendo, cualquier resto del arca habría desaparecido hace miles de años.
—Créeme, conozco todos los argumentos que puedan esgrimirse en contra. Mi padre creía en la existencia del arca, pero no suscribía la interpretación literal debido a los problemas lógicos del relato, tal como figura en la Biblia. Por ejemplo: hay treinta millones de especies animales en el mundo, lo que supone que Noé tuvo que cargar cincuenta parejas de animales por segundo para hacerlo en siete días, eso sin entrar en si cabían todas en una embarcación de esas dimensiones.
—Lo que no habría podido hacer por mucho que la nave fuese diez veces mayor.
Habían empezado a encontrar en la conversación un punto de encuentro en que uno terminaba las frases del otro.
—Luego está el problema de la cantidad de comida y agua que tendría que haber llevado el arca —continuó Dilara—. Éste es uno de mis obstáculos favoritos. Un solo elefante consume setenta kilos de comida a diario. Así que si llevas cuatro elefantes, dos asiáticos y dos africanos, durante pongamos cuarenta días, supone un total de once mil doscientos kilos de comida, que por cierto también deben ser expulsados de sus organismos. Ahora añádele rinocerontes, hipopótamos, caballos, vacas y un millar de otros animales. Es impensable que ocho personas pudiesen alimentar a todos esos animales y limpiar sus excrementos.
—Por no mencionar el olor. Y no olvidemos el hecho de que sería necesaria cinco veces la cantidad de agua que hay en la tierra para cubrir todos los continentes. Fundir los casquetes polares podría sumergir Florida, pero de ninguna manera los océanos cubrirían las montañas.
Dilara se mostró impresionada.
—Veo que estás muy puesto en algunos de los argumentos que abogan contra la interpretación literal.
—En realidad, no —confesó Tyler—. Pero algo sé de ciencia.
—No todo el mundo se toma la Biblia en sentido literal. Hay quienes ven en esa historia una especie de alegoría. Pero incluso las alegorías se fundamentan en los hechos, por lo que se han propuesto teorías alternativas que sirven para explicar la historia del diluvio. ¿Sabías que el relato que aparece en la Biblia no fue el primero?
—Sé que muchas culturas comparten el relato de una gran inundación.
—Pero el que figura en la Biblia proviene específicamente de una historia contada mil años antes de que se escribiera la propia Biblia. En 1847, los arqueólogos descubrieron tabletas cuneiformes que narraban la historia épica de Gilgamesh. El relato que figura en ellas del diluvio es muy parecido al que aparece en la Biblia, así que hay historiadores que piensan que los sabios judíos que escribieron el Antiguo Testamento se inspiraron en Gilgameshu para su relato de Noé.
—Eso no soluciona el problema de que, científicamente, es imposible.
—No literalmente, tal como aparece escrito en la Biblia. Pero en 1961, Bill Ryan, un oceanógrafo del Instituto Oceanográfico Woods Hole, descubrió que el Mediterráneo se abrió paso a través de una presa en el estrecho del Bósforo alrededor del año 5600 antes de Cristo. Hasta ese momento, el mar Negro fue un lago de agua dulce situado a ciento veinte metros bajo el nivel del mar. Cuando la presa cedió, una tromba de agua cincuenta veces mayor que la que se precipita por las cataratas del Niágara cubrió todo el mar Negro en cuestión de unos meses. Ahora supón qué haría un granjero que reside a orillas del mar Negro en ese momento.
—Supongo que tendría que reunir a toda la familia, los animales y pertenencias y salir pitando de ahí.
—Posiblemente en barco —puntualizó Dilara—. Si añades un poco de literatura y algún que otro milagro, tal vez su historia acabase siendo la de Noé.
—Eso me lo trago. Sin embargo, no explica cómo encontró tu padre el arca, cómo supo siquiera que se trataba del arca, cómo sobrevivió estos miles de años, o, lo más importante, qué tiene que ver con la muerte inminente de miles de millones de personas, tal como aseguró tu amigo Sam Watson.
Dilara se recostó en el asiento y miró por la ventanilla. Mientras pensaba se acariciaba el pelo sin darse cuenta. Tyler se sorprendió contemplándola, pero apartó la mirada cuando ella se dio la vuelta.
—Eres un auténtico optimista —dijo Dilara—. ¿Siempre ves el vaso medio vacío?
—Lo que pasa es que a mi modo de ver este vaso es demasiado grande. Intento dar de lleno con la respuesta. Es así como trabajo.
—¿Cómo vamos a dar con esas respuestas?
—Sam mencionó el nombre de Hayden. Debe de tener algo que ver con el accidente aéreo de Rex Hayden. Me he encargado de que podamos echar un vistazo de cerca al lugar del accidente. Supongo que el avión fue derribado intencionadamente.
—¿Otra bomba? —Dilara abrió los ojos como platos, tanto como cuando encontró la bomba en la plataforma.
—No, se quedó sin combustible y finalmente se estrelló. Aún no tengo muchos detalles de lo sucedido, pero siempre empiezo por visitar el lugar del accidente, antes de escuchar el contenido de la caja negra e iniciar los análisis de laboratorio. Después viajaremos a Seattle.
—¿Por qué?
—Ahí es donde se encuentra la sede de la compañía de Coleman. En su oficina podríamos encontrar algo que arroje luz en todo lo sucedido. Pasaremos por la sede central de Gordian. Tengo que hablar con mi jefe y ponerlo al corriente. Allí conocerás también al tipo de la empresa que se encarga de recuperar datos de ordenadores, es el mejor que conozco. Él nos ayudará en nuestra investigación.
—Te veo muy implicado.
—Después de haber estado a punto de morir, sería raro que no lo estuviera.
—Puesto que he sobrevivido al intento de sabotaje de la plataforma, ¿crees que cejarán en su empeño de asesinarme? —preguntó Dilara con un tono de voz más bien frustrado, tal vez porque Tyler y ella no tenían ni idea de a quiénes se referían.
Él negó con la cabeza.
—Lo siento, pero no parece que sean de los que tiran la toalla. Por eso no vas a separarte de mí por el momento.
—¿No crees que pueda cuidar de mí misma?
—Ah, no me cabe la menor duda de ello. Pero si vamos a resolver este asunto, tendremos que hacerlo juntos. Recuerda que ahora también me tienen en su punto de mira. Quizás incluso quieran asesinar a Grant, aunque más les conviene no planteárselo siquiera.
—¿Por qué?
—Si se meten con Grant, no tardarán en arrepentirse. No se anda con chiquitas. Es cinturón negro de Krav Maga y experto en cualquier arma concebible.
—Por no mencionar lo enorme que es. ¿Krav Maga?
—Es un arte marcial israelí. La combinación de los movimientos de lucha de Grant y el Krav Maga es letal.
—Apuesto a que sirvió en las Fuerzas Especiales. ¿En qué servicio, exactamente? ¿En la Fuerza Delta?
—Si respondiera a eso, él me mataría.
—Recuerdo que una vez lo vi en televisión. Era impresionante. En persona tiene un rostro amable.
—En circunstancias normales. Pero cuando se cabrea, se convierte en el hijo de puta más aterrador que he visto.
Ella se inclinó hacia él.
—¿Y qué me dices de ti? ¿Qué tal se te da el Krav Maga?
—Grant me dio alguna que otra clase. Me las apaño.
—Ya me he dado cuenta. —Le sostuvo la mirada un instante más para después recostar de nuevo la espalda en el asiento—. Entonces será mejor que no me separe de ti.
—Mientras intentamos averiguar más detalles acerca de lo sucedido, ¿hay alguien con quien debamos hablar? Me refiero a alguien a quien debamos comunicar que te encuentras a salvo.
Ella hizo un gesto de negación con la cabeza.
—No, nadie.
—¿Y el señor Kenner? —Tyler miró de reojo el dedo anular. No vio ningún anillo, ni siquiera la franja blanca de la piel menos bronceada.
Ella siguió el recorrido de su mirada y extendió los dedos.
—Cierto. Sabes que mi apellido de soltera es Arvadi.
—No me ha parecido importante hasta ahora.
—Me divorcié hace dos años —explicó ella—. Es arqueólogo. Ya sabes lo que pasa cuando dos personas no se ven mucho y andan por el mundo viajando por separado. No pasábamos juntos el tiempo necesario. Decidí conservar el apellido, puesto que ya me había establecido profesionalmente con él. —Hizo una pausa—. ¿Qué me cuentas de ti? ¿Tienes familia?
—Una hermana menor. Somos hijos de un oficial de las Fuerza Aérea. Mi padre aún no se ha retirado, ahora es general. Es quien dirige la Agencia para la Reducción de Amenazas de Defensa. No nos vemos mucho. No me apoya demasiado en mi carrera. Parece que tu padre y tú os llevabais mucho mejor que nosotros.
—¿Casado? —preguntó Dilara. Lo hizo con un tono de curiosidad, carente de otras inflexiones.
—Viudo —respondió él sin entrar en más detalles. El silencio se espesó.
—Creo que me viene bien tratar de dormir —sugirió la chica.
—Puedes aprovechar mi asiento —dijo una voz grave a espaldas de Tyler.
Al volver la cabeza vio a Grant de pie.
—Está mullidito y calentito. Tyler me contó que querías que te hablara de algunos de los movimientos característicos de La Quemadura. Cuando despiertes, te hablaré de El Detonador. Ése lo utilicé para ganar mi primer combate.
—No veo el momento de hablar de ello —replicó ella, riendo mientras se dirigía al fondo del avión.
Grant tomó el asiento que ella había dejado vacío.
—Me gusta. —Bajó la voz—. Así que… Bueno, daba la impresión de que estabais ligando. —Guiñó un ojo. A veces, Grant se excedía en su empeño de empujar a Tyler a encontrar a alguien después de la muerte de su mujer.
—Sólo estábamos charlando —dijo el ingeniero. Volvió la vista hacia Dilara, que ya se había arrebujado en el asiento, los ojos cerrados, cubierta por una manta. Era la primera vez que la veía tan vulnerable, y de pronto experimentó la necesidad de protegerla. Cuando se dio la vuelta, Grant tenía una sonrisa boba en el rostro.
—¿Sabes lo de mi novia?
—¿La mujer que conociste hace dos semanas en Seattle es tu novia?
—Tiffany —dijo Grant—. Es perfecta.
—¿Cuántas veces habéis salido juntos? ¿Dos?
—Sé que es pronto, pero posee todas las cualidades de la futura señora Westfield. ¿Sabes cómo nos conocimos? Tyler sonrió.
—¿En un club de estriptís?
—No, en el gimnasio. El local de estriptís es donde ella trabaja.
—¿De bailarina?
—No, de camarera —replicó Grant, fingiendo que la insinuación de Tyler lo irritaba—. Para pagarse la escuela de enfermería. Es menuda, pero fuerte.
—Espero que no sea demasiado menuda. Podrías aplastarla.
—Tendrías que verla levantando pesas. ¡Guau! Yo la miré. Ella me miró. Durante unos días no cruzamos palabra, tan sólo nos miramos. Pero al final trabamos contacto. Un buen día. ¿Sabes cómo?
—¿Cómo?
—Pues charlando.
Tyler volvió a mirar a Dilara. Se había quedado dormida.
—No hay nada entre nosotros —dijo.
—Claro. —Grant no sonó muy convencido.
—Vas a darme la tabarra con esto sin parar, ¿verdad?
—Claro —repitió Grant.