El arca (39 page)

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Authors: Boyd Morrison

Tags: #Intriga, arqueología.

BOOK: El arca
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—Otros veinte minutos, señor.

—¿Cómo? ¿Por qué estamos tardando tanto?

—Aún tenemos que trasladar equipo crucial para nuestras operaciones.

Oasis estaba equipado con escotillas presurizadas y trajes de guerra bacteriológica para llevar a cabo salidas en caso de emergencia, pero Ulric no quería utilizarlos si no era estrictamente necesario. La alimentación eléctrica del búnker la proporcionaban dos potentes generadores, y un enorme tanque de combustible enterrado junto a él, con suficiente combustible diesel para la estancia de tres meses. El agua de la planta desalinizadora aseguraba un suministro esterilizado y las reservas de alimentos habían alcanzado el doble de la cantidad que necesitarían.

—De acuerdo —dijo Ulric—. Pero cuando todo el equipo esté dentro, cerrad. Que corra la voz para que nadie se quede fuera.

—Sí, señor.

Devolvió la radio al escritorio. Llamaron a la puerta.

—¡Adelante!

Alguien asomó por el hueco. Era David Deal, el reemplazo que había encontrado para el puesto de farmacólogo.

—¿Qué sucede, David?

El farmacólogo entró, pero se detuvo en el umbral. Parecía nervioso.

—Lamento tener que molestarlo, señor, pero… —Titubeó.

—Vamos, David. Estamos ocupados intentando cerrar.

—Lo sé, señor. Por eso estoy aquí. Me han dicho que necesito su permiso.

—¿Para qué?

—Bueno, con todas las prisas, después de haber obtenido mi nivel diez hace unos días, y luego con todo este traslado apresurado, pues… me dejé algunas cosas en el pabellón que necesito para mi trabajo.

—¿Cómo?

—Son algunos cuadernos muy importantes. Con las prisas, se quedaron allí. Me dijeron que si quería ir a recuperarlos, necesitaría su permiso.

—¿Cuánto tardarás?

—Unos minutos. Creo que sé dónde están.

—¿Sólo lo crees?

—Son muy importantes.

Ulric lo pensó unos instantes. Para mantener contenta a su gente había que asegurarse de que se implicaran en las cosas, y Deal era una incorporación de última hora.

—Muy bien. Pero date prisa.

—Sí, señor.

Ulric llamó por radio al guardia de la entrada para que dejase salir a David Deal.

Capítulo 47

Había anochecido, y la noche cerrada proporcionó al grupo de asalto la cobertura necesaria. Un cabo encendió un sofisticado ordenador portátil. La principal diferencia con uno normal era el par de palancas de mando situadas en la base del teclado. Pilotaría el vehículo no tripulado desde esa terminal.

El capitán Ramsey asintió, y el soldado que había preparado el vehículo no tripulado se apartó de él. El cabo presionó un botón y el helicóptero cobró vida. El sonido no superaba al de un secador de pelo a baja potencia.

El vehículo no tripulado alzó el vuelo y pronto dejaron de oírlo. El piloto lo mantuvo en una trayectoria ascendente, hasta que hubo superado las copas de los árboles. El único motivo de que Tyler pudiera verlo era que, de vez en cuando, tapaba la luz de una estrella. Mientras volase alto nadie repararía en su presencia.

Tyler, Ramsey y Grant se mantuvieron atentos a la señal de vídeo que retransmitía la cámara de a bordo. La mira telescópica mostró al helicóptero superando la verja antes de alcanzar la siguiente arboleda. Al cabo de dos minutos, sobrevoló las primeras luces de la zona central de la finca.

El vehículo no tripulado voló sobre el hangar más alejado de la mansión y luego viró para hacerlo de nuevo. No se percibía actividad. Hizo lo mismo con el segundo hangar. Las farolas iluminaban el complejo.

En el último hangar, el más próximo a la mansión y al edificio que parecía un hotel, pudieron ver una docena de hombres descargando equipo de un camión para introducirlo por una puerta de servicio. El vehículo no tripulado maniobró con objeto de disponer de mejor ángulo para ver lo que había en el interior, pero la altitud no era la adecuada.

—¿Hago que descienda? —preguntó el piloto.

—No —respondió Ramsey—. Con la de gente que hay, es imposible que pase desapercibido. Sigamos mirando.

Junto al camión vieron dos guardias armados, ambos con gorra y ropa negras, de pie junto a un todoterreno Ford. Llevaban el rifle colgado del hombro. Otro todoterreno aparcó al lado, y uno de los guardias se acercó para hablar con el conductor.

El vehículo no tripulado recorrió la finca en busca de más guardias. Vieron otros tres todoterrenos y también cinco guardias que iban a pie. Hasta ese momento habían localizado a quince hombres. Probablemente habría más en el interior de uno de los edificios. En la mansión no había una sola luz encendida. En el mayor de los edificios había algunas luces. Aparte de los guardias y los hombres que trabajaban junto al camión, la finca parecía desierta. Tyler supuso que la mayoría de los residentes ya se había trasladado al interior del bunker. No disponían de mucho tiempo.

El vehículo no tripulado sobrevoló de nuevo el centro de la finca, donde vieron a un hombre que salía del hangar por una puerta lateral.

—¿Otro guardia? —preguntó Ramsey.

—No parece que vaya armado —dijo Grant—. Ni que lleve gorra.

—Lleva pantalón caqui —dijo Tyler—. Es uno de los civiles.

—¿Qué hace ahí?

—Se dirige al edificio que parece un hotel. Tal vez esto sea lo que estábamos esperando.

—¿A qué se refiere?

—Si intentamos capturar vivo a cualquiera de esos guardias, no nos ayudarán, por mucho que los amenacemos. He visto a dos de ellos suicidarse antes de soltar prenda. Pero un civil podría ver las cosas de otro modo. Si nos damos prisa y lo apresamos enseguida, quizá logremos averiguar cómo entrar en ese búnker.

—Entonces supongo que ha llegado la hora de actuar. ¿De veras piensa que funcionará?

—Depende de quién sea. Si se trata de Cutter, estaremos jodidos. Pero si es cualquier otro, tal vez tengamos una oportunidad.

—De acuerdo —aceptó Ramsey—. Veamos adonde nos lleva la treta.

Justin Harding, un ex Ranger que había sido reclutado por Dan Cutter, estaba recostado en el asiento del pasajero del todoterreno cuando oyó un fuerte crujido procedente del extremo septentrional de la finca, seguido rápidamente por un estampido que reverberó en los bosques.

Miró al conductor, Burns, y se disponía a informar de lo sucedido cuando recibieron una llamada por radio de Cutter.

—Patrulla Eco, aquí base. Acabamos de detectar una brecha en la verja norte. Id a ver qué encontráis. La patrulla Bravo se reunirá allí con vosotros. Informad de inmediato. Si hay elementos hostiles, trabad combate.

Cutter les dio la ubicación exacta de la brecha.

—Aquí patrulla Eco. Afirmativo. Corto y fuera.

Burns puso en marcha el motor y abandonó derrapando la zona central de la finca. El todoterreno recorrió entre botes el espacio que separaba los árboles.

Cuando se encontraron a un centenar de metros, el vehículo frenó y ambos bajaron. Si había elementos hostiles, Harding no quería meterse de lleno en una emboscada.

Burns, que también había servido en los Rangers, y él, avanzaron cubriéndose mutuamente. Cuando alcanzaron la linde de la arboleda, observó la verja a través de la mira infrarroja. No había nadie, humano o animal, en las inmediaciones. Encendió la linterna e inmediatamente descubrió cuál era el problema. Se incorporó y bajó el cañón del arma.

—Ahí va otro —dijo a Burns—. Y éste ha caído justo sobre la verja.

Llamó por radio a Jones, conductor del otro todoterreno de patrulla que se dirigía hacia la zona.

—Patrulla Bravo, acercaos a la verja e iluminadla con las luces delanteras.

El vehículo aceleró y la verja quedó iluminada.

—¡Maldita sea! —dijo Jones al salir del coche—. ¡De lleno!

Un enorme pino se había precipitado al suelo desde la linde del bosque, y había causado graves desperfectos en un tramo de seis metros de verja.

—Justo lo que necesitábamos para redondear la noche. —Dos días atrás, durante la tormenta, un árbol había caído disparando las alarmas, aunque eso había pasado en el interior del bosque y no hizo más que causar un terrible estruendo. Ese árbol constituía un problema más grave.

—Base —comentó por radio—. Hemos encontrado otro árbol caído.

—¿Dónde?

—Sobre la verja. Eso es lo que disparó los sensores.

—¿Podéis retirarlo?

—No. Ha aplastado la verja.

—Hasta mañana no podremos llevar a cabo las reparaciones necesarias. Burns y tú quedaos ahí y haced guardia. Enviad a la patrulla Bravo de vuelta al centro de la finca. Os relevarán dentro de un par de horas. Quiero que cada quince minutos comprobéis el perímetro.

—Recibido.

Harding devolvió la radio a su lugar.

—Ya lo habéis oído —dijo a los otros tres guardias, que aguardaban de pie frente al todoterreno, contemplando el enorme árbol—. Parece que esta noche vamos a tener que patrullar como cuando hacíamos la instrucción.

Harding oyó un leve ruido seco procedente de la linde opuesta del bosque. Burns volvió la vista atrás y Harding olió un instante la sangre que manaba de la herida mortal de su compañero antes de que su propio mundo se cubriera por un velo negro.

El conductor de la patrulla Eco fue el primero en caer a manos de los francotiradores del grupo de asalto. Tyler los vio ajustar los PSG-1 con silenciador y apuntar a los otros tres guardias. Todo había terminado en cuestión de meros segundos, un breve lapso de tiempo, tan corto que los guardias no pudieron reaccionar.

El grupo de asalto había interceptado las comunicaciones por radio, por lo que estaba al corriente de que había llegado la hora de actuar. Tal como esperaba Tyler, el plan había surtido efecto.

El terreno estaba tan húmedo que las raíces tenían dificultades para mantener en pie el árbol. Recordó el vendaval que sacudió Seattle en su ausencia y los árboles que había arrancado por todo Puget Sound. Con el terreno empapado aún, no haría falta demasiada fuerza para derribar uno.

Había escogido un árbol que ya se inclinaba lo bastante en dirección a la verja para tener la certeza de dónde caería. Luego bastó con enterrar algunos de los explosivos que llevaba en la bolsa en un punto concreto al pie del árbol. A continuación puso varias cargas menores a su alrededor para que a lo lejos sonasen como el crujido de un tronco podrido. Utilizó el radar de penetración terrestre para localizar las raíces mayores. Las cargas fueron colocadas para concentrar la fuerza destructora en ellas.

El pino había caído justo sobre la verja. Con ese golpe de mano habían logrado abrirse paso. Tras eliminar a cuatro guardias, se apoderaron de dos vehículos. También habían burlado los sensores de movimiento.

El grupo de asalto cubrió rápidamente los quince metros que los separaban de la verja y la atravesaron.

Tyler vio los cuatro cadáveres de los guardias tendidos frente al todoterreno, las luces delanteras del cual permanecían encendidas, mostrando el cruento resultado de la emboscada. No sintió remordimiento alguno por haber orquestado aquel letal ataque sorpresa, y menos aún cuando recordaba por todo lo que había pasado durante la semana anterior.

—Ya oyó al tipo de la radio —dijo Tyler a Ramsey—. Tenemos quince minutos antes de que vengan a comprobar la zona.

—De acuerdo. Vamos allá.

Capítulo 48

Apenas había luces encendidas en el Albergue, tal como todo el mundo llamaba al hotel de la Iglesia de las Sagradas Aguas. Una vez interrumpido el suministro eléctrico, el lugar quedaría totalmente a oscuras. Teniendo en cuenta la de veces que había estado allí con anterioridad, David Deal pensó que se sentiría como en casa, pero lo vio tan vacío que esta circunstancia ejerció el efecto contrario. Tenía la inquietante sensación de que todas las visiones que había experimentado antes regresarían con ánimo de vengarse de él, y que en esa ocasión no se mostrarían tan benevolentes.

Cruzó el rellano y subió la escalera que llevaba a su cuarto de la tercera planta. Había contado al líder que se había dejado algunos documentos importantes para su trabajo, pero lo que se había dejado era mucho más importante para él. No se atrevió a revelar a Sebastian Ulric que el permiso especial le permitiría recuperar una carta que su hija le había escrito hacía mucho tiempo. Una carta que había ocultado bajo el colchón para evitar que pudiesen descubrirla.

Su esposa los había abandonado a su única hija y a él para irse con otro hombre, un camello que la arrastró a una vida de pecado y libertinaje. Deal se olvidó de ella. Él solo educaría a su hija. Pero al cabo de dos años, su hija sucumbió enferma de leucemia.

Su muerte lo dejó destrozado, y recurrió a la religión en busca de respuestas. Cuando su antigua Iglesia no pudo satisfacerle, halló el camino que lo condujo a la Iglesia de las Sagradas Aguas, la cual prometía un utópico Nuevo Mundo en un futuro cercano, algo que llegaría a ver en vida. Allí conoció a otros como él, intelectuales que necesitaban creer en algo mayor que sí mismos, gente para la que la ciencia no fuera el hombre del saco, sino la respuesta que andaban buscando.

Cuando empezó a tener visiones durante los ascensos de nivel, se convenció de que el diluvianismo era el camino para dotar de sentido al mundo.

Entonces, el líder digno de confianza, Sebastian Ulric, reveló que el Nuevo Mundo no tardaría en anunciarse y que David Deal era uno de los escogidos para formar parte de él. Deal no sabía bien a qué se refería, pero Ulric les prometió que al cabo de noventa días de reclusión en un retiro subterráneo, saldrían al Nuevo Mundo, un Edén terrenal al que Deal ayudaría a dar forma.

Tan sólo unos pocos miembros del círculo más próximo de Ulric sabían exactamente qué significa el Nuevo Mundo, y aunque Deal sentía curiosidad, había aceptado el hecho de que él no era uno de ellos. El líder les había contado que otros podían intentar arrebatarles su Oasis, lo que justificaba las extraordinarias medidas de seguridad, los guardias, las verjas, las armas, los santos y señas para entrar y salir de Oasis. Esa semana, el santo era «linterna» y la seña «cielo». Deal se sentía emocionado con toda aquella intriga y la inminente llegada de ese Nuevo Mundo.

Lo habían llevado a Oasis con tantas prisas que había olvidado la carta que guardaba debajo del colchón. Por lo general, la tenía en un bolsillo oculto de la maleta, pero la leía cada noche antes de dormirse, así que el colchón acabó convirtiéndose en un lugar más conveniente. Cuando llegó a su cuarto en Oasis, cayó en la cuenta de que se había olvidado la misiva. Si el pabellón ardía o era saqueado, tal vez perdería para siempre la última comunicación que había tenido con su hija, e incluso la utopía a la que aspiraban perdería entonces su importancia.

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