El ascenso de Endymion (18 page)

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Authors: Dan Simmons

Tags: #ciencia ficción

BOOK: El ascenso de Endymion
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—Las naves tendrán un complemento de infantes y guardias suizos —continuó Lourdusamy—. Esperamos que sometan y/o destruyan a la criatura.

Mi madre me enseñó a no confiar en nadie que usara la expresión «y/o»
, pensó Mustafa.

—Desde luego —dijo—. Diré una misa con esa plegaria en mente.

Lourdusamy sonrió. El Santo Padre dejó de mirar el árbol diminuto.

—Precisamente —dijo Lourdusamy, y en esas sílabas Mustafa oyó el ruido del gato gordo saltando sobre el desdichado ratón—. Coincidimos en que este asunto concierne más a la fe que a la flota. El Alcaudón, tal como se le reveló al Santo Padre hace más de dos siglos, es realmente un demonio, tal vez el principal agente del Oscuro.

Mustafa sólo pudo asentir con un gesto.

—Entendemos que sólo el Santo Oficio está realmente instruido, equipado y preparado, tanto espiritual como materialmente, para investigar esta aparición y para salvar a los desdichados hombres, mujeres y niños de Marte.

Joder
, pensó el cardenal John Domenico Mustafa, gran inquisidor y prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, también conocida como Suprema Congregación de la Santa Inquisición del Error Herético. Automáticamente ofreció un acto de contrición mental por esta obscenidad.

—Entiendo —dijo en voz alta, sin entender nada pero admirando el ingenio de sus enemigos—. Nombraré de inmediato una comisión...

—No, no, Domenico —dijo Su Santidad, tocándole el brazo—. Debes ir de inmediato. Esta materialización del demonio amenaza todo el Cuerpo de Cristo.

—Ir... —repitió estúpidamente Mustafa.

—Hemos requisado una nave estelar arcángel de la flota de Pax, una de las más nuevas —dijo Lourdusamy—. Tendrá veintiocho tripulantes, pero puedes llevar hasta veintiún miembros de tu personal y servicio de seguridad... además de ti mismo, por cierto.

—Por supuesto —dijo el cardenal Mustafa, y sonrió—. Sí.

—La flota está batallando con los agentes corpóreos de Satán, los éxters, en este mismo instante —tronó Lourdusamy—. Pero esta amenaza demoníaca debe ser enfrentada, y derrotada, por el poder sagrado de la Iglesia misma.

—Sí —repitió el gran inquisidor.
Marte
, pensó.
El trasero del universo civilizado. Hace tres siglos habría podido usar la ultralínea, pero ahora estaré fuera de contacto mientras me retengan allá. Sin información. Sin modo de dirigir a los míos. Y el Alcaudón... si el monstruo aún es controlado por la blasfema Inteligencia Máxima del Núcleo, tal vez esté programado para matarme en cuanto llegue. Brillante
—. Por cierto, Santo Padre, ¿cuándo partiré? Si pudiera contar con algunos días o semanas para ordenar los asuntos del Santo Oficio en...

El papa sonrió y le estrujó el brazo.

—El arcángel aguarda para transportarte hoy mismo con el contingente que elijas, Domenico. Dicen que lo óptimo sería dentro de seis horas.

—Por supuesto —repitió el cardenal Mustafa por última vez. Se arrodilló para besar el anillo papal.

—Dios te acompañe y te proteja siempre —dijo el Santo Padre, tocando la cabeza inclinada del cardenal mientras pronunciaba una bendición más formal en latín.

Besando el anillo, saboreando la fría amargura de la piedra y el metal, el gran inquisidor admiró mentalmente la astucia de aquellos a quienes había querido vencer en ingenio.

El padre capitán De Soya no tuvo la oportunidad de hablar con el sargento Gregorius hasta los últimos minutos del primer salto del
Rafael
más allá del Confín.

Este primer salto era un ejercicio en un sistema inexplorado a veinte años-luz de la Gran Muralla. Como Epsilon Eridani, la estrella de este sistema era un sol tipo K; a diferencia de la enana naranja de Eridani, este sol tipo K era una estrella gigante tipo Arcturus.

El grupo de ataque GEDEÓN se trasladó sin incidentes, los nuevos nichos de resurrección de dos días funcionaron perfectamente y el tercer día encontró a los siete arcángeles desacelerando en el sistema de la gigante, realizando juegos de guerra tácticos con nueve naves-antorcha clase Hawking. Se había ordenado a las naves-antorcha que se ocultaran dentro del sistema. La misión de los arcángeles eran hallarlas y destruirlas.

Tres de las naves-antorcha estaban en el interior de la nube de Oort, flotando en medio de los protocometas de la región, los motores apagados, las comunicaciones silenciadas, los sistemas internos al mínimo. El
Uriel
las detectó a una distancia de 0,86 años-luz y lanzó tres Hawking virtuales hipercinéticos. De Soya estaba con los otros seis capitanes en el espacio táctico, con el sol del sistema a la altura del cinturón y las estelas de doscientos kilómetros de siete motores de fusión arcángel como diamantes sobre vidrio negro. Brumosos holos se formaban y desmaterializaban en la nube de Oort, rastreando teóricos proyectiles hipercinéticos mientras salían del espacio Hawking, buscaban las naves-antorcha y registraban dos bajas virtuales y un «graves averías seguras, alta probabilidad de destrucción» en el tablero táctico.

Este sistema no tenía planetas, pero cuatro de las naves-antorcha restantes acechaban en el disco de acreción planetaria, a lo largo del plano de la eclíptica. El
Remiel,
el
Gabriel
y el
Rafael
atacaron a larga distancia y registraron bajas antes que los sensores de las naves-antorcha pudieran detectar la presencia de los arcángeles intrusos.

Las dos últimas naves-antorcha se ocultaban en la heliosfera de la estrella tipo K, escudándose en campos de contención clase diez y expulsando calor por monofilamentos de medio millón de kilómetros de longitud. La flota de Pax no aprobaba este tipo de maniobra durante los enfrentamientos simulados, pero De Soya tuvo que admirar la audacia de los comandantes de las naves; era la clase de cosa que él habría hecho una década antes.

Estas últimas naves-antorcha salieron de la estrella K a toda velocidad, sus campos expulsando calor en el espectro visible, dos ardientes protoestrellas escupidas por su enorme madre, tratando de aproximarse al grupo de ataque que surcaba el sistema a tres cuartos de la velocidad de la luz. El arcángel más próximo, el
Sariel
, las destruyó sin reducir la potencia del campo Bussard que debía mantener a cien kilómetros de la proa para despejar el camino en el sistema abarrotado de moléculas. Esas terribles velocidades cobraban un terrible precio si los campos fallaban un instante.

Luego, mientras la almirante Aldikacti protestaba por ese resultado «probable» en la nube de Oort, la fuerza de ataque desaceleró en un gran arco alrededor de la gigante tipo K para que los capitanes y ejecutivos se reunieran en el espacio táctico y deliberasen sobre la simulación antes de que las naves de GEDEÓN se trasladaran al espacio éxter.

De Soya consideraba estas conferencias un estímulo para la soberbia: una treintena de hombres y mujeres con el uniforme de Pax, de pie como gigantes —en este caso, sentados como gigantes, pues usaban el plano de la eclíptica como mesa virtual—, comentando bajas, estrategias, errores del equipo y tasas de adquisición de blancos mientras el sol tipo K ardía en el centro del espacio y las naves magnificadas se desplazaban en sus lentas elipses newtonianas como rescoldos ardiendo en terciopelo negro.

Durante la conferencia de tres horas, se decidió que la «baja probable» era inaceptable y tenían que haber disparado un abanico de hipercinéticos pilotados por IAs contra blancos tan difíciles, recobrando los proyectiles no utilizados una vez que las tres bajas fueran seguras. Siguió una discusión sobre elementos desechables, tasas de fuego y ecuaciones de matanza, conservación y reserva en una misión como ésta, donde no habría reabastecimiento. Se decidió una estrategia por la cual uno de los arcángeles entraría en cada sistema treinta minutos-luz antes que los demás, sirviendo como «punta» para atraer la detección de sensores y ECM; otro seguiría media hora-luz detrás, barriendo todos los «probables».

Al cabo de un día de veintidós horas transcurrido principalmente en puestos de combate, y con todos los tripulantes luchando contra los conflictos emocionales posresurrección, el
Uriel
irradió las coordenadas de un sistema infestado de éxters. Los siete arcángeles aceleraron hacia el punto de traslación, y el padre capitán De Soya recorrió la nave para hablar con su nueva tripulación. Dejó al sargento Gregorius y sus cinco guardias suizos para el final.

Una vez, durante su larga persecución de la niña llamada Aenea, y tras compartir vanos meses en la vieja
Rafael
, el padre capitán De Soya se cansó de llamar «sargento Gregorius» al sargento Gregorius, y buscó los antecedentes del hombre para descubrir su nombre de pila. El sorprendido De Soya descubrió que el sargento no tenía nombre de pila. El corpulento suboficial se había criado en el continente septentrional del mundo pantanoso de Patawpha, en una cultura guerrera donde todos nacían con ocho nombres —siete de ellos «nombres de debilidad»— y donde sólo los supervivientes de las «siete pruebas» tenían el privilegio de desechar los nombres de debilidad para ser conocidos sólo por su «nombre de fuerza». La IA de la nave explicó que entre los guerreros que intentaban las «siete pruebas» sólo uno de cada tres mil sobrevivía y lograba desechar todos los nombres de debilidad. El ordenador no tenía información acerca de la naturaleza de las pruebas. Además, los registros mostraban que Gregorius era el primer escocés-maorí de Patawpha que había llegado a ser un infante condecorado en la flota, luego seleccionado para la Guardia Suiza. De Soya siempre había querido preguntar al sargento qué eran las «siete pruebas», pero nunca se había armado de coraje.

Ese día, cuando De Soya bajó por el pozo de cero g y pasó por la sala de recreo, el sargento Gregorius parecía tan feliz de verlo que parecía dispuesto a abrazar al padre capitán. En cambio, enganchó los pies descalzos bajo una barra, se cuadró y gritó:

—¡Oficial en cubierta!

Sus cinco soldados abandonaron sus ocupaciones —lectura, aseo o limpieza de campo— y trataron de plantarse en el piso. Pizarras, revistas, cuchillos, armaduras y rifles energéticos quedaron flotando en la sala.

De Soya saludó al sargento y pasó revista a los cinco comandos, tres varones, dos mujeres, todos muy jóvenes. Eran flacos, musculosos, diestros en cero g y obviamente aptos para la lucha. Todos eran veteranos. Todos se habían distinguido y por eso los habían escogido para esta misión. De Soya vio su ansia de combatir y eso lo entristeció.

Después de las presentaciones y las charlas, De Soya le indicó a Gregorius que lo siguiera y se elevó a la sala de lanzamiento. Cuando estuvieron a solas, el padre capitán extendió la mano.

—Maldición, sargento, qué gusto verle.

Gregorius le estrechó la mano y sonrió. La cara cuadrada y llena de cicatrices, el pelo al rape, eran iguales, y la sonrisa era tan ancha y brillante como la recordaba De Soya.

—El gusto es mío, padre capitán. ¿Y desde cuándo un sacerdote maldice, señor?

—Desde que está al mando de esta nave, sargento. ¿Cómo está usted?

—Bien, señor. Perfectamente.

—Usted luchó en la Incursión de San Antonio y Saliente de Sagitario. ¿Estaba con el cabo Kee cuando murió?

El sargento Gregorius se frotó la barbilla.

—Negativo, señor. Estuve en Saliente hace dos años, pero nunca vi a Kee. Supe que habían derribado su transporte. También tenía otro par de amigos a bordo de esa nave, señor.

—Lo lamento —dijo De Soya. Los dos flotaban cerca de un compartimiento de hipercinéticos. El padre capitán cogió un cabo y se reclinó para mirar a Gregorius a los ojos—. ¿Le fue bien con el interrogatorio, sargento?

Gregorius se encogió de hombros.

—Me retuvieron en Pacem unas semanas, señor. Repetían las mismas preguntas de varias maneras. No parecían creer mi versión de lo que pasó en Bosquecillo de Dios... la mujer demonio, el Alcaudón. Al fin se cansaron de hacerme preguntas, me degradaron a cabo y me embarcaron.

De Soya suspiró.

—Lo lamento, sargento. Yo lo había recomendado para un ascenso y una condecoración. —Rió con amargura—. No le sirvió de mucho. Tenemos suerte de que no nos excomulgaran y ejecutaran.

—Así es, señor —dijo Gregorius, mirando el campo estelar por la escotilla—. No estaban conformes con nosotros, sin duda. ¿Y usted, señor? Oí decir que le habían quitado el mando.

De Soya sonrió.

—Volví a ser cura de parroquia.

—En un mundo desértico, sucio y árido, oí decir. Un lugar donde la orina se vende a diez marcos la bota.

—Es verdad —dijo De Soya, sin dejar de sonreír—. Madre de Dios, mi mundo natal.

—Mierda, señor —dijo el sargento, cerrando las manazas con embarazo—. No quería faltarle el respeto, señor. Es decir... yo no...

De Soya le tocó el hombro.

—No se preocupe, sargento. Usted tiene razón. La orina se vende, pero no a diez marcos la bota sino a quince.

—Sí, señor —dijo Gregorius, ruborizándose.

—Otra cosa, sargento.

—Sí, señor.

—Serán quince avemarías y diez padrenuestros por ese exabrupto escatológico. Recuerde que todavía soy su confesor.

—Sí, señor.

La implantación de De Soya vibró al tiempo que los comunicadores de a bordo tintineaban.

—Treinta minutos para traslación —dijo el padre capitán—. Ponga a su gente en sus nichos, sargento. El próximo salto va en serio.

—A la orden, señor. —El sargento pateó para abrir pero se detuvo un instante—. ¿Padre capitán?

—Sí, sargento.

—Es sólo una sensación, señor —dijo el guardia suizo, frunciendo el ceño—, pero he aprendido a confiar en mi instinto.

—Yo también he aprendido a confiar en su instinto, sargento. ¿De qué se trata?

—Cuídese la espalda, señor —dijo Gregorius—. Es decir... nada concreto. Pero cuídese la espalda.

—De acuerdo —dijo el padre capitán. Esperó a que Gregorius estuviera de vuelta en la sala de recreo y cerrara la compuerta y se dirigió a su diván de muerte y nicho de resurrección.

El sistema de Pacem estaba congestionado: tráfico de Mercantilus, naves de Pax, hábitats enormes como el Torus Mercantilus, bases militares y puestos de escucha, asteroides desplazados y terraformados como Castel Gandolfo, ciudades orbitales de bajo alquiler para los millones ansiosos de estar cerca del centro del poder pero demasiado pobres para pagar las tarifas exorbitantes de Pacem, y la mayor concentración de naves privadas del universo conocido. Por eso, cuando M. Kenzo Isozaki, gerente general y presidente del Consejo Ejecutivo de la Liga Pancapitalista de Organizaciones Católicas Independientes de Comercio Transestelar deseaba estar totalmente a solas, tenía que pedir una nave particular y viajar treinta y dos horas en alta gravedad para alejarse de la estrella de Pacem.

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