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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

El bokor (57 page)

BOOK: El bokor
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—No quiero tus hijos.

—Me deseas, Adam, sabes que me deseas, vuelve a mí. No me hagas esperar más. Mojo mis labios a la espera de los tuyos, mi piel está encendida de solo pensar en ti. Vuelve Adam, dame lo que necesito y toma lo que es tuyo.

—Basta —dijo Adam deteniendo su carrera. Jadeaba y sentía que el corazón se le iba a salir por la boca. La vena de su sien parecía apunto de estallar. Apoyó sus manos sobre las rodillas. Un sudor frio le cubría la piel a pesar de que el calor era insoportable. Debió haber corrido kilómetros, una maratón tratando de escapar de Lilitú encarnada en Amanda Strout. Suspiró con fuerza intentando que el oxígeno volviera a su cerebro. Las pulsaciones de su corazón superaban las ciento ochenta, pero comenzaba a sentir un poco de paz. Quizá se había alejado lo suficiente de Amanda para estar seguro. Cerró sus ojos y aun podía ver a los hombres con sus dientes amarillos riéndose de él y sintió vergüenza.

—¿Qué te pasa, Adam? —dijo en voz alta. —Te estás volviendo loco. Al menos Amanda debe creer que lo estás. Huir así de una mujer, llamándola bestia infernal.

Su cara seguía enrojecida por el esfuerzo, pero su mente comenzaba a razonar.

—¿Qué me ha llevado a esto? ¿Todo ha sido mi imaginación? Podría jurar que era Amanda quien hablaba, la que me insinuaba cosas. ¿O fue mi imaginación?

—¿Será posible que todo esto lo haya imaginado tan solo? No, fue demasiado real, pero aun y cuando Amanda fuera un súcubo como dice Jean, ¿por qué elegirme? Para vengarse de Duvalier y la Mano. Ella misma lo había dicho. ¿O había sido el quien lo pensó?

Adam estaba más confundido que nunca antes en su vida cuando llegó a la casa. Mama Candau y Jean lo esperaban sentados en la choza de la mujer, al verlo llegar en aquel estado ambos se volvieron a ver y supieron que el sacerdote estaba en problemas.

Capítulo XXXIX

Bronson no dejaba de recriminarse el haber dejado ir a aquellos dos hombres que eran lo poco que tenía en el caso de al menos un triple asesinato, Johnson no le decía nada pero de seguro pensaba que su compañero había actuado negligentemente al no apresar a aquel tipo que dijo ser el abogado o al menos, retenerlo para saber más de él y ni que decir de que Kennedy se marchara en sus narices sin poner a alguien que lo siguiera como si fuera su sombra. Con Francis Bonticue desaparecido no había prácticamente ningún cabo del cual tirar para tratar de desenmarañar aquella madeja que tenían entre sus manos.

—Bien Johnson, creo que lo único que podemos hacer es revisar ese expediente de Haití, quizá nos diga algo respecto a este hombre que aún no conocemos.

—Lo único que dirá es que es un asesino que pasó la mayor parte de su estancia en la isla preso, eso ya él mismo te lo dijo.

—No lo quiso ocultar.

—Sabía que pronto lo sabríamos, no tenía caso negar algo que era cuestión de tiempo.

—Puede que tengas razón.

—La tengo, ese hombre debe haber vivido un infierno en prisión y ahora está vengándose, tal vez de hombres similares a los que lo ultrajaron en prisión.

—Fiel a tu estilo comienzas a fantasear, será mejor que veamos ese informe y luego hagamos conjeturas.

—¿Quieres apostar?

—Prefiero no hacerlo.

—Lástima, era un dinero que tendría fácil.

Ambos detectives se encerraron en el cuarto de interrogatorios con copia del informe que había llegado de la isla. El parte, era firmado por el jefe de la policía de Puerto Príncipe y en la nota de remisión daba cuenta de que todo lo registrado era de la época de Duvalier y que por tanto tenía que verse con cierta reserva.

—¿Acaso está diciendo que todo es falso? —farfulló Johnson.

—Me parece que el tipo sabe bien que en aquellos años nada de lo que pasaba en la isla podía ser considerado verdad absoluta.

—En ningún sitio puede darse por sentado nada.

—Pero no negarás que Haití, al igual que muchos países latinoamericanos para aquellos años, era un caos en materia judicial.

—Veamos qué dice el informe para que este tipo quiera desacreditarlo.

—Llevas muy lejos sus intenciones.

—Ya veremos.

Por unos minutos ambos detectives se quedaron leyendo las más de quince páginas de datos que hablaban de la situación de Adam Kennedy en la isla y muchísimos anexos. Al parecer el tipo de Haití se había esmerado en la organización y descripción del expediente. Un informe prolijo, detallado, con una ambientación histórica de lo que era Haití para inicios de la década de los setenta y pormenorizado en el delito por el que fue sentenciado Adam Kennedy. La vida de su víctima, Amanda Strout, también había sido ampliamente descrita, dando cuenta de que era una importante empleada del gobierno de Baby Doc.

—¿Llegaste a la víctima?

—Si, estoy acabando esa sección. Al parecer era una mujer hermosa y se dice que tuvo una especie de romance con el sacerdote.

—Así es, da a entender que un embarazo de la mujer pudo haber conducido al cura a matarla.

—Pero no habla de un asesinato doble.

—Quizá no lo consideraban como tal en Haití.

—Si fue así este tipo no es solo un asesino, sino que mató a su propio hijo nonato.

—Es solo una presunción. No hay reseña de exámenes forenses ni mucho menos.

—Es algo que no se pasaría por alto.

—Quizá fue agregado al expediente tiempo después.

—¿A qué te refieres?

—A que no he visto en nada del juicio que se hable del estado de gravidez de la mujer y luego se deja ver como si importara poco. De haber estado embarazada el juicio contra Kennedy habría sido más sencillo. ¿Por qué un fiscal no utilizaría un arma como esa contra un hombre al que su religión le prohibía tener relaciones con una mujer, cuanto más tener hijos?

—Viste los testigos que se presentaron.

—Me da la impresión de que es algo orquestado.

—A mi no me lo parece.

—Las citas parecen más bien el guión de una obra de teatro, nada es redundante, parece como si alguien hubiese planteado una historia y luego cuatro o cinco sujetos la contaron por partes.

—Un militar, dos empleados del gobierno, un vecino de la mujer y un tipo al que no mencionan con su nombre sino con su apodo, la Mano de los Muertos.

—Será de alguna pandilla.

—Aún así, esperaría que en un juicio se le mencionara con su nombre de pila.

—Creo que en Haití le daban mucha importancia a su condición de babalao, creo que por algún sitio lei que así se le describía.

—Un brujo en un juicio por asesinato.

—Donde un sacerdote es el acusado. De seguro lo verías más normal de tratarse de la situación inversa, un brujo acusado de asesinato y un siervo de Dios testificando.

—Puede que tengas razón y esté sesgado por eso.

—¿Has visto la descripción del exorcismo?

—Espero que ya no se den tales cosas.

—Por lo que sé aun se practican, aunque claro, no se les da mucha publicidad.

—¿Por qué Kennedy le practicaría un exorcismo a su amante?

—Quizá por haberlo inducido al pecado. Además, no olvides que en caso de que la mujer estuviera embarazada, de alguna manera tenía que sacarla del libreto.

—No sería el primer cura con hijos.

—O tal vez pensara que el hijo que ella esperaba no era suyo. ¿Has visto unas líneas dónde se dice que la mujer esta… Strout, era probablemente amante del mismo Duvalier?

—Eso no es parte del relato del juicio sino una valoración del jefe de policía, quizá inventada.

—Puede que sea otra leyenda en torno a este chico Duvalier, pero tampoco podemos darlo por descartado.

—No doy nada por descartado, es solo que la idea de un sacerdote asesinando a una mujer no es nada grata.

—Sé que eres católico, pero debes reconocer que la iglesia está llena de rufianes.

—Es verdad, así ha sido desde muy temprana edad, pero también hay gente honorable en ella.

—¿Qué hay de Ryan?

—Limpio. El sujeto era un sacerdote ejemplar, querido por todos en la comunidad.

—¿Y el tipo de Haití?

—Acabo de leer que fue un testigo a favor de Kennedy en el juicio, él y una anciana de apellido Candau. Al parecer el abogado de oficio que le asignaron no sacó mucho tiempo para elegir posibles testigos de más peso.

—¿La iglesia no le asignó un abogado? —preguntó Johnson sabiendo de antemano la respuesta.

—Creo que prefirieron no involucrarse en un caso de asesinato y menos tratándose de uno producido en un rito al que ellos no habían dado autorización.

—Al parecer un sacerdote de apellido Pietri viajó a la isla para acompañar a Kennedy.

—Pero no hizo oficial su visita.

—No, es un amigo, una especie de mentor según se dice.

—Aquí lo veo, Angelo Pietri —dijo Bronson leyendo el reporte.

—Así es. Además se nombra a dos sacerdotes más, Barragán y Casas.

—Johnson, mira unos renglones más abajo, Barragán también tiene su propia historia.

—Otra mujer asesinada en un rito de exorcismo.

—Solo que esta vez en Cuba.

—Esto se pone bueno, un testigo llamado a declarar en el juicio de Barragán era ese tipo Jean Renaud, el amigo de Kennedy.

—¿Crees que estuviera implicado?

—¿No se te hace extraño que el mismo sujeto apareciera en ambos juicios en defensa de los sacerdotes?

—¿Sabes lo que es un sucubo?

—¿Un qué? —dijo Bronson levantando la mirada del expediente.

—Un su cu bo.

—Ah, te refieres a un súcubo, entiendo que es una figura mítica, algo de los hebreos, una especie de demonio femenino.

—Pues aquí dice que mucho de la defensa del sacerdote se basó en que Amanda Strout era un súcubo.

—De ahí la necesidad de realizarle un exorcismo.

—También lo era Jazmín —dijo Johnson pasando las páginas con cierta avidez.

—¿Quién?

—La mujer a la que asesinó Barragán, al parecer también dijo que era un súcubo.

—¿Qué hay de Casas?

—No se le nombra, aunque si a un tipo apellidado Rulfo. Al parecer murió también en el exorcismo en Cuba.

—Otro cura muerto. ¿Notas las semejanzas?

—Aquí no han acusado a ninguna mujer de ser un súcubo y menos han realizado un exorcismo.

—Pero la forma de asesinar a esos sujetos parece todo un ritual.

—Si. Pero no de algo que aprobaría la iglesia.

—Sigo pensando en la muerte de Ryan.

—Fue de un infarto.

—Sabes bien que puede haber sido inducido.

—El forense no parece estar de acuerdo contigo.

—Quizá porque no tiene motivos para dudar de la muerte de este tipo, pero si lo analizara bajo otra óptica, puede que encuentre algo en la sangre o algún pinchazo que le haya pasado desapercibido.

—Puedes llamarlo y solicitar nuevos análisis.

—Lo haré, tengo la impresión de que Ryan fue asesinado porque sabía algo inconveniente.

—¿Has encontrado la declaración de Kennedy?

—No hasta ahora, al parecer el tipo no era de mucho hablar en el juicio.

—¿Se sabía culpable?

—O tal vez sabía que era inútil cualquier defensa en aquellas condiciones.

—El tipo del apodo, la Mano de los Muertos, ¿Se dice algo de él en la actualidad?

—¿Por qué lo preguntas?

—Por qué toda esta historia del vudú puede que Kennedy la haya aprendido de este sujeto.

—No creo que fueran amigos ni mucho menos.

—No dije que lo fueran, solo que Kennedy puede haber aprendido el arte de ese tipo y puede que incluso haya pensado en algún momento que la religión de la Mano de los Muertos era más poderosa que la del suyo.

—Eso que dices es herético.

—No temo que me manden a quemar a la hoguera.

—Tienes suerte de haber nacido en esta época.

—Piénsalo bien, Bronson, este tipo Kennedy orando en creole, con aquel salmo que hablaba de venganza, todos estos tipos muertos en una especie de rito, su amigo Ryan muere de un infarto, el cadáver del chico de los McIntire desaparecido, el chico Bonticue afirmando que su amigo volvería de la tumba, creencias que el mismo Kennedy se encargó de ponerle en la cabeza. Además, el fetiche en la casa del sacerdote, no es algo que un sacerdote tendría en una vitrina ¿o sí?

—No, creo que no, al menos si fue algo que se encargó de destruir su vida.

—Cuando salía del apartamento de Kennedy… pensarás que estoy loco, pero te juro que sentí que el muñeco hablaba.

—No es motivo de broma, Johnson.

—No lo es, escuché una especie de susurro, como un siseo que venía de aquel pedazo de madera tallada.

—Sabes bien que eso es imposible.

—Si, tienes razón, mi mente debe estar prejuiciada con todo esto del vudú, pero al menos me gustaría saber el origen de ese objeto.

—Ya se lo preguntaremos a Kennedy cuando lo veamos.

—Si es que vuelve a aparecer, tal vez ya el tipo misterioso y el sacerdote están camino a salir del país.

—Hemos dado la alerta, aunque no podamos retenerlos, al menos sabremos si piensan escapar.

—Bronson, ¿has visto a Candy? —dijo Johnson señalando a la mujer al otro lado de la ventana.

—¿Qué pasa con ella?

—La noto extraña.

—Se sentirá mal por haber dejado marchar a Kennedy.

—No. No es eso. La veo como desubicada, vamos, como una autómata.

—Puede que tengas razón, aunque nunca la he visto particularmente atenta.

—No, no es su natural despiste, es algo más que eso, me parece que la chica está dispersa, poco concentrada. ¿Crees que el hablar con ese sujeto la haya afectado?

—¿Te refieres a si puede haberla hipnotizado o algo por el estilo?

—Ni Candy sería tan boba de comer o beber algo que ese hombre le ofreciera.

—No, de hecho el sujeto le causó rechazo, no creo que le aceptara nada.

—¿Y si la hizo inhalar algo? Una especie de droga, o polvo de muerto…

—No digas tonterías.

—No lo son. Recuerda que el vudú se encarga de esas cosas, de crear muertos vivientes. Tal vez Candy actuó como lo hizo, víctima de alguna droga.

—Al menos no has dicho hechizo.

—Piénsalo bien, es el chico que se desvanece en el aire, el que la chica del apartamento de Kennedy no vio a pesar de que debió haberse cruzado en su camino en las escaleras.

—¿Piensas que también le dio algo?

—Puede que alguna droga que se esparce en el aire.

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