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Authors: Chris Bradford

El camino del guerrero (25 page)

BOOK: El camino del guerrero
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Jack sospechaba que muchas de esas exageraciones tenían su origen en el locuaz Saburo, que, satisfecho de la atención que recibía, nunca se cansaba de contar la historia. Estaba permitiendo claramente que sus bravatas actuaran en su favor. Akiko y Jack, sin embargo, se mostraron más cautos en esta materia, ansiosos por lo que les aguardaba en los meses por venir.

Después de cenar, se dirigieron al Salón de Buda, donde el
sensei
Yamada iba a impartirles la primera lección preparatoria para la
Taryu-Jiai.
Cuando entraban en el patio, vieron venir de frente a Kazuki y Nobu. Se cruzaron en su camino, pero Kazuki y Nobu los ignoraron decididamente.

—¿Adónde van? —preguntó Jack, sorprendido de que Kazuki no escupiera su habitual «Gaijin Jack».

—Al
butokuden
—respondió Akiko.

—¿Qué? ¿También van a entrenarse?

—¡No! —rio Saburo—. ¿No te has enterado? Masamoto los ha castigado por deshonrar la escuela. Les ha ordenado que pulan el salón entero, del suelo al techo.

—¿De verdad? ¡Eso les va a llevar días! —dijo Jack, incapaz de contener una sonrisa de alegría.

—Pero no tantos como limpiar todos los ladrillos de este patio —dijo Saburo con igual alegría—. Y luego tienen que quitar las piedrecitas del jardín Zen del Sur, pero sólo pueden usar sus
hashi.
¡Tardarán semanas!

Eso mantendría a Kazuki apartado de su camino, pensó Jack con alegría. Teniendo en cuenta todo lo que se le venía encima, lo último que necesitaba era que Kazuki se pasara el día acosándolo.

Subieron las escaleras y entraron en el Salón de Buda. El
sensei
Yamada ya estaba sentado en los cojines de su estrado, rodeado de velas.

—Pasad. Pasad.
¡Seiza!
—dijo Yamada. Su voz resonó en la enorme extensión del salón.

Jack, Akiko y Saburo se sentaron en los tres cojines que había situados a los pies del
sensei.

—¿Así que vosotros sois los tres poderosos guerreros? —dijo Yamada retóricamente observándolos con picardía—. ¿Y mi honor es preparar vuestras mentes para la gran batalla? Humm.

El
sensei
Yamada encendió otra varita de incienso, una mezcla de cedro y resina roja que llamaba Sangre de Dragón. La extraían de palmeras
rattan
, y tenía un denso aroma a madera. Era tan potente que Jack se sintió mareado.

El
sensei
Yamada entornó los ojos y canturreó levemente para sí, sumiéndose en otro de sus trances. Todos estaban ya familiarizados con las clases del
sensei
y Jack, Akiko y Saburo se dedicaron cada uno a sus propias meditaciones.

—¿De qué tienes miedo, Jack? —preguntó el
sensei
Yamada después de varios minutos, sin romper su trance.

—Umm —murmuró Jack. La inesperada pregunta había interrumpido su meditación justo cuando se internaba en la quinta visión, la sabiduría natural, el estadio donde las cosas pueden verse a su verdadera luz.

—Vamos. Vamos. Dime exactamente lo que ves. ¿De qué tienes miedo?

La voz del
sensei
resonó en la cabeza de Jack. El incienso amplificaba sus sentidos, y del removido lodo de su mente se fueron materializando imágenes, flotaron rostros y aparecieron pensamientos.

—De ahogarme... Siempre he tenido miedo de ahogarme

—De ser arrastrado al fondo del océano —dijo Jack, vacilando como si expulsara sus palabras en un mal sueño.

—Bien. Bien. ¿Qué más ves?

—A mi madre... Tengo miedo... Me deja... Se muere... Sola —gimió Jack mientras se agitaba un poco en su trance—. Ginsel... Veo a Ginsel... Hay un cuchillo en su espalda...

Entonces, en la oscuridad de la mente de Jack, una bruma verde se condensó en un ojo único.

—Un ojo verde... Ahora veo un ojo verde... como el de un dragón.
El ojo de Dokugan Ryu...
Flotando sobre mi padre... No puedo ayudarle... Se está muriendo —gimió Jack, abriendo de pronto los ojos. Lágrimas calientes le corrían por la cara—. La muerte... ¡Tengo miedo de la muerte!

—La muerte es más universal que la vida —dijo Yamada. Su voz cálida acariciaba los oídos del muchacho—. Todo el mundo muere, pero no todo el mundo vive. Tu madre. Ginsel. Tu padre. Déjalos ir, Jack.

—Yo... No comprendo —tartamudeó Jack, abrumado por la magnitud de las palabras del
sensei
Yamada. Intentó reprimir sus lágrimas de angustia: no quería que los demás creyeran que era débil.

—La muerte no es el mayor miedo que debes tener. Tu mayor miedo es correr el riesgo de estar verdaderamente vivo. Así es como se vive, Jack, incluso en la muerte —explicó Yamada, con los ojos rebosantes de sabiduría—. Eso es lo más importante. Masamoto-sama me contó que tu padre vivió y murió protegiéndote. No hay otra causa más digna. No tienes que temer por él, pues vivió y todavía vive en ti.

Mientras las palabras del
sensei
reverberaban en la cabeza de Jack, un imparable flujo de lágrimas corrió por sus mejillas. Meses de soledad, dolor, sufrimiento, tristeza brotaron de él como un río que desborda sus riberas.

Había dejado de importarle lo que Akiko y Saburo pudieran pensar de él.

Poco a poco, los sollozos fueron remitiendo.

Jack se secó las lágrimas y descubrió que se sentía más ligero, más tranquilo y más cómodo, como si le hubieran quitado de encima un peso invisible y lo hubieran envuelto en una gran manta de paz.

Akiko y Saburo, a quienes el sufrimiento de Jack había sacado de sus meditaciones, lo observaron con compasión. El
sensei
Yamada se inclinó hacia delante con una expresión de triunfo sereno en los ojos y les dijo:

—No sé cómo derrotar a otros, sólo sé cómo ganarme a mí mismo —les susurró, atrayéndolos hacia él con sus palabras—. Los oponentes más reales y peligrosos a los que nos enfrentamos en la vida son el miedo, la ira, la confusión, la duda y la desesperación. Si vencemos a esos enemigos que pueden atacarnos desde dentro, podremos conseguir una verdadera victoria sobre cualquier ataque exterior.

El
sensei
Yamada los miró uno a uno, asegurándose de que habían entendido lo que quería decir.

—Conquistad vuestros miedos interiores y podréis conquistar el mundo. Ésa es vuestra lección para hoy.

El
sensei
inclinó ligeramente la cabeza y los despidió. Akiko y Saburo le devolvieron el saludo y se encaminaron hacia la puerta. Jack, en cambio, permaneció allí sentado.

—Tengo que preguntarle una cosa al
sensei
Yamada —dijo, en respuesta a sus miradas de preocupación—. Me reuniré con vosotros dentro de un momento.

—Te esperaremos en la escalinata —dijo Akiko, y se marchó con Saburo.

—Sí, Jack —reconoció el
sensei
Yamada—. ¿Hay algo que te preocupe?

—Más o menos. Ayer por la mañana, tuve una...

—¿Visión?

—Sí. ¿Cómo lo sabía?

—Suele suceder a esa hora. La mente, una vez liberada, es más potente de lo que puedes imaginar. Cuéntame. ¿Qué viste?

Jack describió su sueño del demonio rojo atacando furiosamente a la mariposa.

—Hay muchas maneras de interpretar ese tipo de revelaciones —dijo el
sensei
, después de reflexionar un momento—. Su verdadero significado quedará oculto bajo las muchas capas de tu mente, y sólo tú podrás descubrirlas todas. Tienes que encontrar la clave que abra el secreto.

Jack se sintió profundamente decepcionado. Había esperado que el viejo monje pudiera ayudarle con la respuesta, pero el
sensei
Yamada se mostraba tan obtuso como siempre. ¿Cómo podía una clave abrir su mente?

—Tal vez la clave sea la
chô—geri...
—murmuró Yamada, más para sí que para Jack.

—¿La chó-geri? —instó Jack, de repente lleno de esperanza.

—Sí, la
chô—geri.
A veces el camino para comprender la mente pasa a través del cuerpo. Tu visión contenía una mariposa. Sus movimientos eludieron al demonio. Tal vez la
chô—geri
te ilumine.

—¿Y dónde la encuentro?

—No es cuestión de «dónde», Jack. Es cuestión de «cómo». La
chó-geri
es una antigua técnica china de artes marciales perdida en el tiempo. Se llama «la patada de la mariposa» porque es una patada voladora donde todos los miembros se extienden en una postura similar a la de las alas de una mariposa en vuelo. Es una maniobra altamente avanzada que se abre paso a través de cualquier ataque. Dicen que no hay defensa contra la
chó-geri.

—¿Entonces qué sentido tiene hablarme de la clave, si nadie la conoce? —dijo Jack, frustrado con los continuos enigmas del
sensei.

—No he dicho nadie —respondió éste, y luego estudió a Jack durante largo rato. Jack se sintió enormemente incómodo, como si el
sensei
estuviera de algún modo asomándose a su alma.

—Podría enseñártela —dijo por fin—, pero puede que esté muy por encima de tus habilidades.

—¿Tú? Pero... —tartamudeó Jack, algo perplejo—. Perdona mi falta de respeto,
sensei
, pero ¿no eres demasiado viejo para las artes marciales?

—Oh, la ceguera de la juventud —dijo Yamada, poniéndose en pie con ayuda de su bastón.

Jack estaba a punto de pedirle profusamente disculpas cuando, sin advertencia, el
sensei
soltó el bastón y saltó al aire.

El torso del anciano se revolvió, sus brazos se abrieron en arco y ambas piernas se dispararon, pasando por encima de la cabeza de Jack. El
sensei
Yamada giró en el aire y aterrizó de nuevo en su estrado.

—¿Cómo demonios has hecho eso? ¿Cómo has podido? —tartamudeó Jack, anonadado ante la incomprensible agilidad del anciano.

—Nunca hay que juzgar a una espada por su
saya.
Soy monje, Jack. Pero ¿qué soy? —dijo crípticamente, antes de apagar las velas y fundirse en la oscuridad acompañado del eco del golpeteo de su bastón en el gran salón.

Las columnas de incienso restante trazaron en el aire espirales fantasmales y el
sensei
desapareció.

Jack salió del Salón de Buda aturdido, a la vez anonadado y perplejo: el anciano monje había volado por el aire con la gracia de una mariposa, y luego se había marchado dejándole un acertijo.

Encontró a Akiko y Saburo sentados en los escalones y se desplomó junto a ellos.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Akiko, preocupada por que la lección hubiera afectado demasiado a Jack.

—Sí, estoy bien. Pero no vais a creeros lo que acabo de ver —respondió Jack, y les comunicó a sus dos amigos las sorprendentes habilidades del
sensei
Yamada.

—¡En nombre de Buda, Jack! Incluso yo puedo resolver eso —dijo Saburo, anonadado—. ¡Es un
shoei!


¿Shoei?
¡Pero si yo creía que Nobunaga había matado a todos los monjes guerreros!

—Está claro que no a todos —dijo Saburo, mirando asombrado hacia el Salón de Buda—. ¡Te apuesto a que el
sensei
Yamada puede matar a un hombre usando sólo su
ki!

—Ahí viene Kiku —dijo Jack, al ver a la muchachita salir de la Sala de los Leones y cruzar el patio corriendo hacia ellos.


Sumimasen
—dijo Kiku, sin aliento, mientras subía corriendo los escalones de piedra.

—¿Qué pasa? —preguntó Akiko asustada por el tono exaltado de la voz de Kiku.

—¡Yamato se ha escapado!

35
El cambio

—¡Jack-kun! ¡Jack-kun! ¡Jack-kun!

Jack parpadeó ante la brillante luz del sol de verano. Iba a ser otro día caluroso, pensó, mientras dejaba atrás la fresca sombra de la Sala de los Leones para salir al tórrido patio arropado por los aplausos de los estudiantes allí congregados.

Los últimos tres meses habían supuesto para Jack, Akiko y Saburo un calendario agotador de entrenamientos implacables. La ausencia de Yamato, al principio muy sentida por todos, prácticamente había sido olvidada con la intensidad de los entrenamientos. Jack había perdido la cuenta del número de «cortes» que había practicado con su
bokken
para mejorar su
kenjutsu
y la cantidad de flechas que había perdido o roto en el
kyujutsu
, y no había ni una sola parte de su cuerpo que no hubiera sido lastimada durante el
taijutsu.

Jack había tenido además que encajar en su apretado día sesiones clandestinas de entrenamiento con el
sensei
Yamada con la tenue esperanza de aprender la
chó-geri
y descubrir el significado de su visión. Pero los entresijos de la compleja técnica seguían eludiéndole. Había hecho todo lo que le había indicado el
sensei
Yamada, pero simplemente no era lo bastante bueno. Al paso que iba, tardaría años en dominar la técnica.

—Nunca conseguiré hacer esto —había dicho desesperado tras caer de espaldas por enésima vez, a apenas una semana de la
Taryu-Jiai.

—Lo que tú creas será, Jack-kun —respondió sin rodeos el
sensei
Yamada—. No es la técnica lo que tienes que dominar, sino a ti mismo.

Ese fue todo el ánimo que ofreció. Jack se quedó más frustrado que nunca. ¿Acaso no podía ver el viejo monje que la técnica estaba más allá de sus capacidades? Sin embargo, el
sensei
Yamada le exigía la práctica diaria de la
chô—geri
, hasta que todo el cuerpo le dolía por el esfuerzo.

Allí, de pie en el caluroso patio, rodeado de un montón de estudiantes que se desgañitaban para darle ánimos, Jack esperaba que todo el dolor y el esfuerzo de las últimas semanas merecieran la pena. Pero no tenía sentido preocuparse por esas cosas ahora. Era demasiado tarde.

El día de la
Taryu-Jiai
había llegado.

—¡Jack-kun! ¡Jack-kun! ¡Jack-kun!

El cántico llenó sus oídos mientras cruzaba el patio camino del
Nanzen-niwa
, el jardín Zen del Sur. Akiko y Saburo estaban ya allí, esperándole junto a uno de los grandes pilares de piedra. Masamoto y Kamakura estaban sentados bajo un dosel en el extremo norte del jardín. A cada lado los flanqueaban los
sensei
de sus escuelas, todos ellos vestidos con quimonos ceremoniales. Los estudiantes estaban situados a ambos lados del jardín, en filas ordenadas y disciplinadas: los de la
Niten Ichi Ryû
ocupaban el lado este, los de la
Yagyu Ryû
, el lado oeste.

El corazón de Jack golpeteó en su pecho.

—Samuráis de la
Niten Ichi Ryû.
¡Os saludamos! —gritó un funcionario calvo vestido con un quimono blanco.

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