Read El camino del guerrero Online
Authors: Chris Bradford
«No importa», pensó Jack. Pronto aprendería a usar el
bokken
y entonces podría darle a Yamato una lección o dos.
Cuando Jack dominó la forma de sujetar el arma, Yamato repitió el ataque. Esta vez, Jack consiguió no soltar el
bokken.
—Bien. Ahora inténtalo tú.
Al principio a Jack le pareció incómodo el movimiento del golpe. Era difícil conseguir suficiente fuerza tras la parada, pero Yamato le hizo repetir el movimiento hasta que empezó a dominar la técnica.
Continuaron practicando durante toda la tarde. Yamato le enseñó a Jack otros tres movimientos
kihon
: un tajo básico, una maniobra evasiva y un sencillo bloqueo defensivo. El entrenamiento de
kata
era sorprendentemente duro y, al cabo de un rato, Jack, que llevaba tres meses sin hacer prácticamente ejercicio físico, empezó a cansarse. El
bokken
parecía de plomo. Yamato estaba claramente encantado de verlo flaquear.
—¿Quieres intentar un poco de
randori
ahora? —le propuso Yamato desafiante.
—¿Qué es eso?—dijo Jack, respirando entrecortadamente.
—Entrenamiento libre. Tú intentas atacarme. Yo intento atacarte. ¿Al mejor de tres?
—Discúlpame, Yamato —interrumpió Akiko, esperando evitar el problema que preveía—. ¿Puedo sugerir que ambos os unáis a mí para el
sencha.
Habéis practicado mucho y deberíais descansar.
—No, gracias, Akiko. No tengo sed. Pero Jack parece que necesita descanso.
Jack sabía muy bien lo que Yamato pretendía. Lo había visto en el
Alexandria.
Los hombres que no aguantaban a pie firme la primera semana eran los últimos en la cola para comer, los que tenían que contentarse con las hamacas cercanas a los pantoques, los que acababan encargándose de los peores trabajos, como limpiar los imbornales donde la tripulación hacía sus necesidades. Si daba marcha atrás ahora, siempre estaría intentando recuperar terreno.
—No, gracias, Akiko. Yo tampoco estoy cansado.
—Pero ¿y tu brazo? —insistió ella—. No es aconsejable...
—Estaré bien —respondió Jack, cortándola amablemente antes de volverse hacia Yamato—.
Randori
, ¿eh? ¿Al mejor de tres? ¿Por qué no?
Se plantaron uno ante el otro con las
kissaki
tocándose.
Jack tenía las manos empapadas en sudor. Trató de recordar los movimientos: la colocación de los pies, la parada, el bloqueo, el golpe. Se preparó, pero Yamato golpeó primero. Apartó el
bokken
de Jack y golpeó con el suyo los dedos expuestos del muchacho. Jack dejó escapar un grito de sorpresa y dolor, y soltó su
bokken.
—Demasiado lento —dijo Yamato dejando que una sonrisa sádica se extendiera por su rostro—. Te he visto «pensar» el movimiento antes de ejecutarlo.
Jack se agachó para recoger su arma. Los dedos le latían de dolor y tuvo dificultades para cerrarlos en torno al
bokken.
Apretó los dientes y alineó su
kissaki.
Esta vez, vio el
bokken
de Yamato retorcerse y dio un paso atrás evadiendo el primer tajo. Yamato blandió su
bokken
por segunda vez y Jack, más por instinto que por intención, bloqueó su golpe. Yamato se enfureció y lanzó un golpe malicioso que Jack sólo pudo evitar girando sobre sí mismo. Yamato golpeó a Jack en la espalda. El golpe lo hizo caer de rodillas: los riñones le ardían de dolor y tenía la sensación de que los pulmones se le habían desplomado.
—Dos... a cero —se burló Yamato, mientras Jack se retorcía de agonía en el suelo—. Un pequeño consejo: nunca des la espalda a tu oponente.
—Basta, Yamato —interrumpió Akiko, inquieta por esa innecesaria crueldad—. Aún no sabe luchar con un
bokken.
¡No puede defenderse!
Sin aliento y con el cuerpo abotargado por el dolor, Jack se puso en pie usando el
bokken
como muleta. Se negó a darse por vencido. Era el momento en que tenía que demostrar su temple. Siempre supo que no podía ganar, pero era él quien tenía que trazar la línea donde detenerse, no Yamato. Con esfuerzo, alzó su espada.
Yamato parecía aturdido.
—No seas estúpido. El mejor de tres. He ganado.
—¿Qué? ¿Tienes miedo de que pueda derrotarte?
El desafío directo acicateó a Yamato a la acción e inmediatamente asumió la posición defensiva.
Consciente de que Yamato estaba esperando los signos delatores de su primer movimiento, Jack fingió golpear a la izquierda como había hecho el guerrero Godai con el
nodachi
en la playa. Yamato se dispuso a bloquear el golpe y Jack cambió la ofensiva, haciendo girar su
bokken
a la derecha.
Yamato fue pillado desprevenido y tuvo que bloquear torpemente el golpe, de modo que la espada de Jack rozó su mano derecha. Inflamado por el inesperado contacto, Yamato contraatacó con un aluvión de golpes. Jack consiguió evitar los dos primeros y milagrosamente bloqueó el tercero, pero el cuarto le alcanzó en la cara.
Fue como si alguien hubiera cortado la conexión entre su cerebro y el resto de su cuerpo. Las piernas dejaron de sostenerle y se desplomó en el suelo. La cabeza le resonaba de dolor y pequeños destellos de luz chisporroteaban en su visión. Se sintió mareado y su nariz empezó a sangrar, manchando su quimono.
Akiko acudió al instante a su lado, llamando a Chiro para que trajera agua y toallas. Jiro tiraba de la manga de Jack, asustado por la inesperada violencia. Incluso Taka-san había aparecido y estaba inclinado sobre Jack, con aspecto preocupado.
Jack pudo ver a Yamato allí solo, con una expresión contrariada en el rostro mientras todo el mundo despreciaba su victoria. Quizá Jack había sido derrotado en la lucha, pero había conseguido la auténtica victoria.
—¿Qué te ha pasado? —gimió el padre Lucius desde su lecho.
—Tuve una pelea —contestó Jack a la defensiva, incapaz de ocultar los cardenales que rodeaban sus ojos.
—Parece más bien que has perdido una. Te advertí que los samuráis podían ser implacables.
El padre Lucius se incorporó para toser en su pañuelo. En las últimas semanas el sacerdote había sucumbido cada vez más a la enfermedad. La tos y el esputo amarillo iban ahora acompañados de fiebre y temblores. El padre Lucius, consciente del edicto de Masamoto, todavía insistía en que Jack recibiera sus lecciones, pero después de sólo unas cuantas frases tuvieron que dejarlo.
—Jack, me temo que esta enfermedad me está derrotando a pesar de todos los tés, hierbas y ungüentos que puede administrar el médico local. Ni siquiera sus artes pueden con esto...
El sacerdote empezó a toser; el dolor asoló su rostro y se llevó la mano al pecho. Lentamente, la tos remitió para ser sustituida por una respiración entrecortada y silbante.
—Lo siento, padre —dijo Jack, sin saber qué más decir.
—No es necesario que me compadezcas, Jack. He cumplido con mi deber en esta tierra y pronto seré recompensando en el cielo —dijo el sacerdote persignándose—. Estaré mejor mañana, pero hoy debes practicar tú solo. Por favor, pásame mi libro.
Jack extendió la mano y cogió el grueso libro de notas que el sacerdote tenía encima de la mesa.
—Ésta es la obra de mi vida —dijo, acariciando cuidadosamente la suave encuadernación de cuero—. Un diccionario japonés-portugués. Es una guía para su lenguaje y su forma de pensar. Llevo recopilando información para este libro desde que llegué a Japón hace más de diez años. Es la clave para desentrañar su lenguaje para todos los portugueses. Luego podremos traer la Palabra del Señor a todas las islas de Japón.
El fervor religioso brillaba en los ojos reumáticos del padre Lucius.
—Es el único que existe, Jack —dijo, dirigiéndole una grave mirada.
Estudió al muchacho durante unos instantes y finalmente le ofreció el libro con mano temblorosa.
—¿Quieres cuidarlo por mí, y si muero, asegurarte de que llegue a manos de su Eminencia, el padre Diego Bobadilla, en Osaka?
—Sí, padre —prometió Jack, incapaz de negarse al deseo del moribundo—. Sería un honor.
—No, sería mío. Has sido un buen alumno, a pesar de tus creencias. Tu madre debe de haber sido una buena maestra. Con la ayuda continuada de Akiko, hablarás con la fluidez de cualquier japonés antes de que termine el año.
Le sonrió amablemente, y luego continuó hablando con tono desacostumbradamente almibarado.
—¿Serías quizá tan amable de dejarme echar un vistazo al diario de tu padre a cambio? Temo que mis días en esta tierra se acortan y me causaría gran placer leer las aventuras mundanas de otro.
Jack se envaró de inmediato. ¿Había sido el ofrecimiento del diccionario una treta?
Jack recordó el modo en que los ojos del jesuita brillaron al ver el cuaderno la primera vez que Masamoto lo presentó. Desde aquel día el padre había ido haciendo referencias ocasionales al diario de su padre durante las lecciones: ¿Estaba a salvo? ¿Le importaría ofrecerle una de las historias de su padre? ¿Le mostraría una página del diario? El padre Lucius quería ver el cuaderno de ruta, y no tanto por interés propio, sino por el de su Hermandad.
Jack se sintió ligeramente irritado por la petición del padre Lucius, y se preguntó si el cambio de actitud del sacerdote había sido auténtico, o respondía más bien a un plan para hacerse con el precioso cuaderno de ruta de su padre.
—Lo siento, padre Lucius —repuso Jack—, pero, como usted sabe, es privado y es la única posesión que me queda de mi amado padre.
—Lo sé, lo sé. No importa. —El padre parecía demasiado cansado para insistir en el tema—. ¿Volveré a verte mañana?
—Sí, padre. Por supuesto.
Esa tarde, bajo el cerezo, Jack hojeó las páginas del diccionario. El padre Lucius tenía razón al hablar tan orgullosamente de su obra. Contenía listas de palabras japonesas junto a sus traducciones al portugués, notas detalladas sobre gramática, indicaciones para pronunciar correctamente, y guías sobre la etiqueta adecuada. Era en efecto su
magnum opus.
—Discúlpame, Jack —dijo Akiko, acercándose por el puentecito—. Espero no molestarte.
—No, en absoluto —dijo Jack, soltando el diccionario—. Agradezco que vengas a verme, pero creía que hoy ibas a pescar perlas.
—No, hoy no —respondió Akiko, algo decepcionada.
—¿Por qué no? Sueles hacerlo, ¿no?
—Sí...
Akiko vaciló unos instantes, sopesando si era o no adecuado confiar en Jack. Luego, tras haberse decidido, se sentó a su lado.
—Mi madre dice que soy demasiado mayor para que se me asocie con esa gente. Dice que ser un
ama
no es adecuado para una dama de la casta samurái, y me lo prohíbe.
—¿No es adecuado? ¿Por qué dice eso?
—Pescar perlas puede ser peligroso, Jack. Los
ama
a veces quedan atrapados por las mareas o son presa de los tiburones. Por eso sólo los aldeanos de las castas inferiores se dedican a ese trabajo.
—¿Y entonces por qué lo haces también tú? —preguntó Jack, algo sorprendido por su confidencia.
—Me gusta —recalcó Akiko con la mirada iluminada—. Allí abajo se ven mariscos, pulpos, erizos y a veces tiburones. Bajo el agua, puedo ir donde quiero. Hacer lo que quiero. Soy libre... Y eso es una sensación gloriosa.
—Conozco exactamente lo que quieres decir —reconoció Jack—. A mí me pasaba lo mismo cuando el
Alexandria
surcaba el mar a toda vela y me permitían quedarme en la proa. ¡Era como si cabalgara en la cresta de las olas y pudiera conquistar el mundo!
Los dos guardaron silencio, contemplando las hojas marrones del cerezo mientras la luz del sol bañaba sus rostros.
—¿Te sientes mejor hoy? —preguntó Akiko al cabo de un rato.
—Estoy perfectamente, gracias. Yamato tampoco me golpeó tan fuerte —respondió él haciéndose el duro.
Akiko le dirigió una mirada perpleja.
—Bueno, la nariz me duele una barbaridad —admitió Jack finalmente—, y todavía me duele la cabeza, pero estoy mucho mejor.
—Yo soy responsable. No debería haberte permitido que te involucraras —dijo Akiko, inclinando la cabeza—. Pido disculpas con todo mi corazón por la conducta de ayer de Yamato. No debería haber actuado como lo hizo.
—¿Por qué te disculpas? Tú no hiciste nada.
—Porque sucedió en mi casa. Estoy segura de que Yamato no pretendía hacerte daño. Simplemente se dejó llevar por el calor del momento.
—¡Bueno, pues no me gustaría ver a Yamato luchando en serio! —exclamó Jack.
—Lo siento mucho. Debes comprender, Jack, que Yamato está sometido a una gran presión por parte de su padre. Desde que mataron a Tenno, Masamoto espera que Yamato sea un samurái tan hábil como lo era su hermano, a pesar de ser más joven. Pero eso no excusa sus acciones, ni tampoco que te llamase
gaijin.
Lo siento mucho.
—¿Quieres dejar de disculparte por él? —dijo Jack, algo exasperado—. ¿Y qué importa que me llamase
gaijin?
—
Gaijin
significa bárbaro. Es el nombre que damos a los extranjeros no civilizados. No es muy agradable, y ahora que eres miembro de su familia, Yamato no hace bien al usar un término tan irrespetuoso. Es un insulto hacia ti.
En ese momento, Yamato salió de la casa con el
bokken
guardado en el
obi.
Pasó junto al cerezo e inclinó la cabeza en dirección a Akiko, ignorando por completo la presencia de Jack.
Jack vio que Yamato iniciaba su rutina de
kata
y entonces decidió su propio curso de acción. Guardó el diccionario del padre Lucius y se levantó.
—¿Adónde vas? —preguntó Akiko, preocupada.
—A seguir practicando —dijo Jack acercándose a Yamato, que ya había comenzado su segunda
kata.
—¿Vuelves a por más? —preguntó Yamato algo perplejo sin interrumpir su entrenamiento.
—¿Por qué no? No puede irme peor que ayer.
—Desde luego, hay que reconocer que para ser
gaijin
tienes arrojo —dijo Yamato esbozando una sonrisa.
Jack insistió, decidido a no perder la oportunidad de aprender más de su rival.
Yamato llamó entonces a Jiro para que volviera a traer un
bokken
de la casa.
—Repite lo que yo hago. Exactamente —dijo Yamato, una vez Jack tuvo su propia arma.
Yamato se plantó en el suelo con los pies juntos. Había guardado el
bokken
en su
obi
sujetando el arma por la empuñadura y manteniéndolo firmemente en su sitio, junto a la cadera, en el lado izquierdo.