Read El camino del guerrero Online
Authors: Chris Bradford
—¿La Cascada del Sonido de las Plumas? —preguntó desesperado.
Un monje delgado y bronceado, sentado en posición de semiloto, señaló una puerta a su derecha. Jack inclinó brevemente la cabeza para mostrar su agradecimiento, atravesó la puerta y salió una vez más a la brillante luz del sol.
Se encontró en una gran plataforma de madera, el
butai
, que se asomaba unos diez metros a un profundo barranco repleto de vegetación y árboles. El sonido del agua atronaba sus oídos y, a través de una fina bruma de agua, Jack vio todo Kioto desplegado en el lejano suelo del valle. La ciudad titilaba con toda su gloria como un espejismo, y un leve arco iris se elevaba en su corazón, sobre el Palacio Imperial.
A la izquierda de Jack, la Cascada del Sonido de las Plumas caía por un acantilado pelado hasta estrellarse en una gran cuenca de roca, a unos quince metros de distancia. El agua se rebullía en una confusión de remolinos y espuma antes de remansarse y seguir deslizándose por el barranco hacia el valle de Kioto.
Jack alzó la cabeza y vio que Yamato ya estaba escalando por la cara rocosa, dirigiéndose al pequeño altar de piedra que había en el borde de la cascada.
Jack calculó que la cascada tenía la altura de la cofa del
Alexandria.
Yamato estaba un poco más arriba del
butai
, pero no había duda de que la ascensión no le resultaba fácil: incluso desde donde estaba, Jack veía que las piernas le temblaban, y que sus manos buscaban a tientas el siguiente asidero.
Tras pasar la barandilla del
butai
, Jack divisó un estrecho saliente desde donde empezar la ascensión. Había un salto de dos metros desde la seguridad del
butai
al acantilado. Bajo él, el agua embalsada proporcionaba su única red de seguridad. Jack tomó aire, y se lanzó hacia la cara de roca.
Aterrizó limpiamente en el saliente, pero perdió pie de inmediato en su resbaladiza superficie. Resbaló sin control por la cara del acantilado. Sus días como gaviero acudieron ahora en su ayuda y sus manos buscaron asidero por instinto, apoyándose en la superficie de roca y frenando su caída.
Jack controló la respiración y se calmó. Debería tener mucho más cuidado si quería sobrevivir a esa escalada.
Al alzar la mirada, vio que Yamato había hecho pocos progresos, así que comenzó su ascenso con renovado vigor. Todavía era posible alcanzar antes que él la Espada de Jade.
Una vez acostumbrado a la resbaladiza superficie del acantilado, empezó a aumentar el ritmo. Jack descubrió que escalar rocas no era muy diferente a escalar las jarcias del
Alexandria
, y como no le tenía miedo a las alturas, pronto alcanzó a Yamato.
—¿Estás bien? —preguntó Jack, ligeramente preocupado, mientras lo adelantaba.
Yamato no dijo nada. Se limitó a mirar Jack, con la tez pálida y los ojos petrificados de miedo.
—¿Necesitas mi ayuda? —dijo Jack, recordando el terror paralizante que había experimentado la primera vez que subió a las jarcias.
—¡No necesito ayuda de ningún
gaijin!
Con una vez ya tuve bastante —siseó Yamato con la voz quebrada por el miedo, mientras se aferraba tenazmente a la roca.
—Bien. Entonces cáete —replicó Jack, y siguió adelante.
Jack llegó al borde de la cascada sin más dificultad y, tras dirigirle una última mirada a Yamato, que seguía aferrado a la roca como una lapa, avanzó por varias grandes piedras redondas hasta alcanzar el pequeño altar levantado en medio de la cascada.
Entró y encontró la Espada de Jade dentro de un hueco, a la sombra.
La espada reposaba sobre una peana de color rubí y brillaba en la penumbra. Era una catana ceremonial, y su
saya
era una vaina de madera negra lacada en la que había grabado un dragón dorado. Un gran jade engarfiado en la madera era el ojo del dragón. A Jack se le heló la sangre en las venas.
Dokugan Ryu.
Ojo de Dragón.
Jack trató de agarrar la pesada espada con fuerza y la alzó del bastidor. Asió la empuñadura de cuero, sintiendo la textura de la piel de raya blanca, y desenvainó una brillante hoja de acero pulido tan afilada que dañaba la vista con sólo mirarla. La leve sombra de un segundo dragón había sido grabada en la superficie de metal y Jack rápidamente volvió a envainar la brillante hoja.
Guardó la Espada de Jade en su
obi
, atando cuidadosamente la
saya, y
salió del altar.
Al mirar hacia abajo, Jack vio que Yamato no se había movido todavía.
Descendió rápidamente y se puso a su altura una vez más. Yamato ni siquiera lo miró. Estaba agarrado a la pared y el cuerpo le temblaba como una hoja en la tormenta.
—Escucha, te has quedado paralizado —dijo Jack, tratando de llamar su atención.
Había visto esa misma reacción en muchos de los marineros a bordo del
Alexandria.
La mente se trababa por el miedo y el cuerpo se negaba a moverse. Una mareante sensación de vértigo se apoderaba del marinero, que acababa por soltarse y caer al océano, o, peor aún, a cubierta.
Jack, consciente de que a Yamato le quedaban pocas fuerzas, comprendió que tenía que hacerlo bajar enseguida.
—Déjame ayudarte. Saca el pie derecho...
—No puedo... —dijo Yamato con voz débil.
—Sí, sí puedes. Saca el pie y colócalo en ese pequeño saliente que tienes debajo.
—No, no puedo... Está demasiado lejos...
—No, no lo está. Confía en mí, puedes hacerlo.
—Además, ¿a ti qué te importa? ¡Me has robado a mi padre! —dijo Yamato dejando que su furia se abriera paso a través de su parálisis.
—¿Robarte a tu padre? —dijo Jack, perplejo.
—¡Sí, tú! Antes de que vinieras, todo iba bien. Mi padre finalmente empezaba a aceptarme. Ya no estaba a la sombra de Tenno. Luego me lo robaste...
—Yo no te robé a tu padre. ¡Él me adoptó! No es que yo tuviera ninguna opción.
—Sí que la tenías. ¡Podrías haber muerto con el resto de tu tripulación! —dijo Yamato, dando rienda suelta a su odio.
—¡Bueno, aquel ninja te habría matado si no hubiera sido por mí! —replicó Jack.
—De eso exactamente estoy hablando. Podría haber tenido una muerte honorable, como mi hermano. ¡Pero fuiste y me salvaste! ¡Quedé avergonzado por tu causa!
—¡Los japoneses y vuestro dichoso sentido del orgullo! —gritó Jack, lleno de frustración—. ¿Qué tontería es eso de la vergüenza? ¡Te salvé la vida! Éramos... amigos. Si yo hubiera querido a Masamoto por padre, te habría dejado morir entonces. No quiero a tu padre. ¡Quiero al mío, pero está muerto!
—¡Bueno, tal vez yo debería estar muerto también! —dijo Yamato ominosamente, mirando las rocas sumergidas que había abajo—. Tú tienes la espada. La gloria es toda tuya. Mi padre nunca me reconocerá ahora. Le he traicionado. ¡Quieras o no que Masamoto sea tu padre, es tuyo! Dicho esto, Yamato saltó.
—¡No! —gritó Jack, tratando de agarrarlo, pero Yamato desapareció en la blanca cortina de la cascada.
Jack bajó por la superficie de roca y saltó de vuelta al
butai.
Se abrió paso a empujones entre varios peregrinos que se habían congregado en la tarima de madera, intrigados por lo que pasaba.
—¿Puede verlo alguien? —preguntó Jack, asomándose por encima de la barandilla y mirando las aguas revueltas de abajo.
—No. Cayó bajo la cascada. No ha salido todavía —dijo uno de los peregrinos, mirando a Jack con recelo.
—Probablemente se habrá golpeado en las rocas —dijo otro.
Varias personas más salieron de la
Hondo
y se acercaron corriendo a mirar.
—¡Espera, allí está! —gritó un peregrino, señalando el estanque rocoso.
Yamato salió un instante a la superficie, jadeando en busca de agua, e inmediatamente quedó atrapado por la corriente y volvió a hundirse.
—¡Eh, ese muchacho tiene nuestra Espada de Jade! —gritó uno de los monjes que salían del santuario interior de la
Hondo
—. Detenedlo.
Jack se asomó al borde del precipicio. Calculó que el
butai
debía de estar a la misma altura que el peñol de la verga del
Alexandria
, unos quince metros, pero había visto caer a marineros al océano desde alturas superiores y sobrevivir. ¿Podría lograrlo?
—¡Que alguien lo detenga! ¡Tiene la espada! —instó el monje.
Sin pensárselo más, Jack saltó desde el
butai.
El aire pasó silbando y, durante un breve instante, Jack se sintió ingrávido, casi en paz. Vio fugazmente Kioto a través de los árboles y se zambulló en las aguas heladas.
El impacto lo dejó sin respiración y tragó grandes cantidades de agua. Debatiéndose contra el peso de la espada, llegó a la superficie y tuvo que vomitar varias veces antes de recuperar la compostura.
Buscó frenéticamente a Yamato, pero no lo vio por ninguna parte. Tomó aire y luego se zambulló bajo las aguas.
Nadó hacia la cascada, pero siguió sin encontrar rastro de Yamato. Las rocas asomaban en las aguas revueltas y los remolinos tiraban de Jack, amenazando con llevárselo al fondo para siempre.
Sus pulmones llegaron rápidamente al punto de ruptura y cuando estaba a punto de volver a la superficie, algo suave rozó contra su mano. Lo agarró a ciegas, atrayendo el objeto hacia él. Pasó el brazo alrededor del peso muerto de un cuerpo y se impulsó hacia arriba con ambas piernas.
Jack y Yamato llegaron juntos a la superficie, pero la corriente los arrastró hacia el borde de la cascada y cayeron al río por el barranco.
Jack oyó a la gente gritando mientras trataba de mantenerse a sí mismo, a Yamato y a la espada a flote en los rápidos. El agua seguía cayendo por el barranco, arrastrando implacablemente a Jack y Yamato consigo. Jack notó que le faltaban las fuerzas mientras nadaba desesperadamente hacia la orilla.
Estaban ya muy lejos de la
Hondo
, y la pagoda desapareció de su vista cuando doblaron un recodo del río. Afortunadamente, las aguas se calmaron y Jack consiguió llegar a la orilla. Con sus últimas fuerzas, arrastró a tierra la flácida forma de Yamato.
Se desplomó a su lado y permaneció tendido un momento, boqueando como un pez al calor del sol. Al recuperarse, Jack se preguntó si había llegado demasiado tarde para salvar a Yamato, pero entonces lo oyó toser, escupir y despertar.
—Déjame morir —gimió, apartándose el pelo mojado de los ojos.
—No si puedo salvarte —jadeó Jack.
—¿Por qué? Nunca he sido amable contigo.
—Se supone que somos hermanos. Al menos eso es lo que ordenó tu padre, ¿no? —dijo Jack, con una sonrisa sardónica—. Además, me enseñaste a usar el
bokken.
—¿Y qué?
—Gracias a ti, me di cuenta de que no era un
gaijin
indefenso —dijo Jack dejando que ese calificativo ofensivo flotara en el aire entre los dos.
Yamato lo miró con expresión perpleja.
—¿Cuándo has estado tú indefenso?
—Cuando mi padre murió, no pude salvarlo —reconoció Jack—. Ojo de Dragón se me rio en la cara cuando intenté atacarlo. Tú me enseñaste un modo. Me diste un motivo para vivir y por eso te estoy agradecido.
—No te comprendo,
gai...
Jack —empezó a decir Yamato, sentándose y llevándose las manos a la cabeza—. Te ignoré, te desprecié y te golpeé y, sin embargo, cuando ese ninja se dispuso a matarme, tú atacaste sin vacilación. Con honor y valor. Hiciste lo que yo no podría haber hecho. Actuaste como un hermano. Un samurái.
—Tú habrías hecho lo mismo.
—No... Yo no —dijo Yamato, deglutiendo con dificultad, como si sus palabras se hubieran convertido en piedras en su garganta—. Esa noche te debí la vida, y, sin embargo, cuando más me necesitabas, te fallé. Vi a Kazuki golpearte, pero tuve demasiado miedo para hacer nada. Supe que era mejor luchador que yo. Él lo supo también. No tuve valor para enfrentarme a él...
Yamato se volvió, pero Jack lo vio pasarse el dorso de la mano por los ojos, y estremecerse cada vez que hablaba.
—Luego, con los gemelos Seto... Una vez más, me sentí demasiado asustado para ayudarte. No quise que me consideraran un amante de
gaijins.
Y después de esa noche, me sentí demasiado avergonzado para ser tu amigo. No merecías el trato que te di. Ése es el verdadero motivo. Lo siento mucho.
Jack se inclinó hacia delante, confundido.
—No comprendo. ¿De qué te disculpas?
—Me mostraste mi verdadero yo, Jack, y no me gustó lo que vi. Mi padre tenía razón. No soy digno de ser un samurái, mucho menos un Masamoto. Eres más hijo suyo de lo que yo podré serlo jamás. No me robaste a mi padre. Lo perdí yo mismo.
—No seas idiota, Yamato. No lo has perdido. No está muerto, como el mío —recalcó Jack—. Masamoto puede estar furioso, pero no tiene ningún motivo para sentirse avergonzado de ti. Y aún menos después de como has combatido hoy. Y si es una cuestión de orgullo entre tú y yo, olvídalo. Kazuki no merece la pena. ¡Es un cerdo vanidoso con cara de culo de león!
Jack le sonrió a Yamato y Yamato le devolvió débilmente la sonrisa.
—Además, ahora te has disculpado ante mí. ¿Significa eso que has recuperado tu honor?
—Supongo, pero...
—Nada de peros, Yamato. ¡Yo me disculpo ante Akiko todos los días por una torpeza u otra! Ella me ha enseñado todo lo que hay que saber sobre el perdón japonés. Ella me perdona siempre, y yo te perdono a ti ahora. ¿Amigos? —dijo Jack, ofreciendo su mano.
—Gracias, Jack —dijo Yamato, estrechando incómodo la mano de Jack al estilo inglés—. Pero sigo sin comprender por qué me perdonas.
—Yamato, tienes todo el derecho a no apreciarme. Yo odié a Jessica en cuanto nació por haberme robado la atención de mi padre. ¡Y es mi hermana pequeña! ¡No quiero ni pensar cómo habría sido si mi padre hubiera adoptado a un chico francés! —exclamó Jack, haciendo una mueca de repugnancia—. Por eso no te reprocho que me trataras como lo hiciste. Pero no es a mí a quien hay que echar la culpa. Es Dokugan Ryu. ¡Si no hubiera matado a Tenno y a mi padre, no estaríamos ahora aquí sentados, medio ahogados, con una espada robada en nuestras manos!
La situación era tan absurda que los dos muchachos se echaron a reír. La tensión que los había separado se evaporó, como si la Cascada del Sonido de las Plumas se hubiera llevado el conflicto no expresado río abajo.
En cuanto sus risas cesaron, los dos se quedaron sentados en silencio, lanzando piedrecitas al río, sin saber qué decir o hacer a continuación.