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Authors: Michael Burt

Tags: #Intriga, misterio, policial

El Caso De Las Trompetas Celestiales (27 page)

BOOK: El Caso De Las Trompetas Celestiales
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—En otros términos —observó Thrupp perspicazmente—, ¿usted afirma que porque una cosa es posible para Dios, también lo es para el Diablo?

—¡No, por favor! —dijo tío Odo, levantando una mano con un gesto de protesta—. ¡Mi querido amigo, semejante «argumento» haría que cualquier teólogo que se respete se arrancase los cabellos de raíz! Comprendo qué quiere decir, desde luego, pero sus términos son demasiado categóricos y simplistas. La omnipotencia de Dios es y debe ser siempre suprema, y nunca podrá ponerla en duda ninguna de sus criaturas, y no olvidemos que Dios creó a Satanás de la misma manera que creó a Miguel, Gabriel, ustedes o a mí. En nombre de todo lo que es sagrado, no nos volvamos todos gnósticos y comencemos a engañarnos con herejías insensatas sobre la igualdad de los principios del Bien y del Mal. No caigamos en el error, tan de moda actualmente, de subestimar el poder del Diablo, al opuesto, pero igualmente peligroso, de sobreestimarlo. El Príncipe de este Mundo puede tener poder, puede tener poder mucho mayor que cualquier ser humano, pero su poder es completamente infinitesimal y completamente despreciable comparado con la omnipotencia del Rey de los Cielos… No. Lo que quiero decir es lo siguiente: que el Diablo, por el hecho de ser «espíritu puro» y hasta cierto punto participar de la omnipotencia de Dios, tiene decididamente ciertos poderes ocultos que pueden permitirle en un grado reducido falsificar los milagros realizados por su Creador. Después de todo, los fenómenos de la Levitación y Bilocación pueden parecernos enteramente sorprendentes a nosotros, sólo porque desvirtúan lo que conocemos acerca de las leyes de la naturaleza. Pero no creo que haya nada que menoscabe la gloria de Dios o la santidad de sus místicos en el hecho de que tales milagros le cuestan a El, en su omnipotencia, considerablemente menos esfuerzo que a nosotros doblar el dedo meñique. Para citar un término vulgar, diría yo que son bagatelas. Dios sabe muy bien que no quiero ser irreverente al describir sus actos con este término. No veo ningún desafío a su omnipotencia en el hecho de admitir que Satanás puede conferir a algunas de
sus
criaturas el poder «sobrenatural» de elevarse del suelo o transportarse por el espacio de una manera inexplicable para la ciencia humana. ¿Qué piensan ustedes?

Ambos estábamos de acuerdo con él.

—Lo único que me preocupa un poco —prosiguió tío Odo— es, ¿por qué la escoba? ¡Parece tan innecesario! A menos que se mantenga que es la escoba la que posee la facultad mágica del vuelo, y no la bruja que cabalga sobre ella. Cuando examinamos los anales, vemos que no tiene que ser necesariamente una escoba. Se puede utilizar cualquier objeto adecuado, y se afirma que muchas brujas acostumbraban trasladarse a sus orgías del
sabbat
en diversos animales, gatos, perros, murciélagos y otros animales que eran, además, según se creía, el genio o demonio familiar de la bruja. Pero en cuanto a este notable caso local en el cual la escoba aparece sin lugar a dudas, yo diría que no es más que un detalle pintoresco que atrae la imaginación del público, pero en realidad no tiene ninguna relación concreta con el problema general de la transvección de las brujas. Diré de paso que este mismo caso local presenta otro aspecto sumamente interesante que, de ser verdad, parece desvirtuar los argumentos de una numerosa escuela de pensamiento que trata de explicar el problema de los vuelos de brujas mediante la teoría de las alucinaciones.

—Creo entender lo que quieres decir —dije—. Quieres decir que estos vuelos no tienen lugar en la realidad, en el sentido físico, sino que el Diablo hace que sus víctimas tengan sueños tan vividos y reales que en verdad creen haber sido transportadas por el espacio y haber tomado parte en las orgías del sábado.

—Exactamente. La teoría es una contemporización entre calificar todos los casos de hechicería como inventos, y aceptarlos como auténticos. Es muy plausible, por otra parte, y de gran valor como argucia para salvar la dignidad tanto de quienes sostienen la antigua creencia en los fenómenos ocultos como de quienes pretenden explicarlos en términos científicos y psicológicos. Pero si como tú afirmas, Roger, esta joven Carmel Gilchrist puede prestar testimonio concreto del hecho de que su hermana estaba físicamente ausente de su cama durante las horas señaladas… pues… ello da que pensar, ¿no creen ustedes?

—Carmel fue muy categórica respecto a ese punto, tío Odo. Yo la acusé de ser víctima de una ilusión óptica y le dije que si hubiera tenido el sentido común de mirar en la habitación de su hermana la habría hallado bien arropada en su cama, profundamente dormida. Carmel se indignó muchísimo de que la supusiera tan tonta de no haber adoptado esta medida elemental. Y naturalmente, cuando dije aquello, no recordé que sus habitaciones se comunicaban entre sí, y son en realidad, compartimientos separados de la misma habitación.

—Es muy interesante —dijo mi tío pensativamente.

—Todo el caso da mucho que pensar —gruñó Thrupp.

—En cuanto a esta cuestión de los «familiares» —dije, en medio de la pausa que siguió— quisiera decir algo.

A continuación, conté a mi tío todo lo que no había mencionado anteriormente, a saber, los hechos relativamente siniestros en que había intervenido la gata Grimalkin, su aparición inesperada y misteriosa, el lazo inexplicable entre el animal y Andrea, y finalmente, su ataque devastador contra mis trompetas de los ángeles y su asalto salvaje a las reverendas posaderas del señor obispo de Bramber.

Tío Odo rió de buena gana cuando describí este último ultraje, no por odium theologicum, ni mucho menos —bien sabía yo que ambos prelados, a pesar de su cisma doctrinario, estaban en excelentes relaciones personales—, sino simplemente porque tiene una apreciación anglosajona en cuanto al sentido ridículo de las cosas.

—De todos modos, yo no atribuiría demasiada importancia a este formidable animal —nos advirtió poco después, con tono algo más serio—. Como dice Roger, mucha gente llama Satanás a su perro, y en verdad, cuando yo estuve en la India tuve un caballo que, lamento decir, se llamaba Lucifer. No, yo no le di ese nombre, pero cuando luego de haberlo comprado propuse cambiarle el nombre por uno más decoroso, todos mis subalternos me pidieron que se lo dejara, y accedí a ello. No digo que el gato de Miss Gilchrist no sea un genio o demonio familiar, pero creo que debemos ser muy cautelosos respecto a inferencias de esa clase sin contar con mayores pruebas.

—¿Cuál es la teoría general respecto a los «familiares»? —preguntó Thrupp—. Tengo una idea más bien vaga…

—Es muy sencilla, y hasta lógica. Como verá usted, Satanás no es un Príncipe sin súbditos. No cayó del Cielo solo. Un gran número de ángeles cayeron con él, pues se calcula que no menos de un tercio de los ejércitos celestiales estuvieron complicados en la revuelta y fueron expulsados luego de ser derrotados por Miguel. Se trata de una hipótesis, en realidad; pero como he dicho ya, es razonable que haya habido un gran número de rebeldes, puesto que fue necesaria una «gran batalla» para vencerlos. Y estos ángeles caídos, no menos que Satanás mismo, deben existir en algún punto. Son espíritus, y, por lo tanto, inmortales e indestructibles, y en un punto o en otro aguardan su destino de «fuego eterno». Entretanto, es plausible suponer que Satanás no les permite permanecer ociosos, y la teoría es que cuando un ser humano hace un pacto con el Diablo, se destina a la «bruja» o «brujo» uno o más de estos demonios, como una especie de contrapeso diabólico del «ángel de la guarda». La tradición dice que estos demonios, o espíritus familiares, adoptan a menudo formas de carne y hueso, o
aparentan adoptarlas
; habitualmente es la de un pequeño animal doméstico. A cambio de los servicios que prestan a la bruja humana, se dice que estos familiares tienen ciertos privilegios repugnantes, de los cuales no me ocuparé ahora. En términos más generales, su función parece consistir, principalmente, en actuar como «oficiales de enlace» entre la bruja y Satanás… Lo repito, no veo nada intrínsecamente imposible en esta teoría, pero decididamente no me aventuraría a afirmar que la tradición es verídica en todos sus detalles.

Thrupp suspiró profundamente.

—En eso reside toda la dificultad —se quejó—. Mucho de todo esto depende de tradiciones y leyendas que nos han llegado de épocas en que la gente era mucho más crédula y supersticiosa que la de hoy en día, tanto que no nos es posible efectuar una apreciación más o menos exacta sobre cuánto es literalmente exacto y cuánto invenciones absurdas. ¿No encuentra Su Ilustrísima notable, por no decir más, que los casos de hechicería sean tanto menos frecuentes hoy que hace dos o tres siglos? ¿Cuál es la razón? ¿Acaso el Diablo trabaja ahora con desgana, por así decir? ¿O bien, es más probable que la gran mayoría de los casos de lo que pasaba por hechicería en otras épocas no soporta el análisis de la inteligencia moderna y de los medios de investigación actuales?

El Muy Reverendo Odo hizo un gesto afirmativo.

—Probablemente hay mucho de cierto en lo que usted dice —admitió—. Pero por otra parte, creo que no cabe la menor duda de que el Diablo ha disminuido sus actividades o por lo menos ha entrado en la actividad clandestina durante los últimos siglos. Es interesante preguntarse por qué, pero yo diría que es suficiente contemplar el mundo de hoy para ver que, lejos de haberse declarado en quiebra por completo, ha cambiado simplemente su estrategia de acuerdo con la modalidad más «liberal» de nuestros días. Ahora es menos crudo y más sutil, pero en conjunto, mucho más eficaz. Con todo, el caso que nos ocupa no es precisamente único en la época actual. Los casos de lo que podemos llamar hechicería «a la antigua» son raros hoy en día, pero no son del todo desconocidos.

—¿Por ejemplo? —pregunté.

—Por ejemplo, se registró un caso en apariencia perfectamente genuino en algún punto del norte de Francia hace dos o tres años. Creo que fue en los Vosgos. Y hace sólo un año o dos, hubo otro semejante en el norte de Italia. En cada caso se estableció que existía en forma secreta un verdadero «cónclave» formado, según es tradicional, por un hombre —conocido como el «diablo», con minúscula, para diferenciarlo del Diablo mismo— y por doce brujas. Nuestros diarios apenas mencionaron el caso de Francia, pero oí hablar mucho de ello al viejo Canónigo Flurry, quien estaba en Francia a la sazón. No recuerdo todos los detalles, pero hubo por lo menos doce testigos dignos de fe que declararon haber visto realmente a estas brujas que volaban por el espacio durante la noche, aunque no sabría decir si en escobas o no. Si es necesario, estoy seguro de que Scotland Yard podría obtener pormenores completos del caso de la Policía francesa; pero lo que puedo decir es que el diablo, cuyo nombre era, según recuerdo claramente, François Boileau —y ello se me quedó grabado porque conozco a una familia inglesa llamada Boileau, a quienes gasté bromas suaves al respecto—, nunca pudo ser juzgado legalmente. Cuando la Policía marchaba a detenerlo, su casa se incendió y él desapareció en tales circunstancias que convencieron a todo el mundo de que poseía poderes sobrenaturales. Si los tenía o no, no puedo afirmarlo. Pero ¡si no los tenía, decididamente era un gran director teatral!

Más de una vez en la heroica historia de nuestra isla me he visto impulsado a consignar, en mi prosa inmortal, mi convicción de que el cerebro humano es un órgano notable, y en particular ese fragmento de cerebro que alberga lo que se conoce como la memoria subconsciente. No provocaré la indignación de mis lectores extendiéndome una vez más acerca de este tema, sino que me conformaré con decir que una cosa u otra de todo lo que mi tío había dicho durante los últimos segundos —no sé exactamente qué— tenía, por así decir, una relación insidiosa con alguna otra cosa, que también ignoraba, y que estaba guardada entre cápsulas de naftalina en alguna gaveta profunda de mi subconsciente. Para cambiar de metáfora, diré que algo de lo dicho por tío Odo debió tocar un timbre en la central telefónica de mi mente, como paso preliminar a la comunicación con algo que yo ya conocía, aunque por nada del mundo me fue posible en aquel momento descubrir qué era.

Entretanto, el Arzobispo seguía hablando:

—… cuando estaba en Roma, en mi última visita
ad limina
. Había allí un escenario muy semejante dentro de lo que pude apreciar. Estaban complicados en el asunto un hombre y doce mujeres, y una vez más había testigos fidedignos para prestar declaración acerca de los vuelos de brujas. Sé que el caso había provocado cierta agitación en el Santo Oficio, el cual, por si ustedes lo ignoran, es el equivalente moderno de la Santa Inquisición; pero tampoco llegaron a arrestar al «diablo», y a pesar de que algunas de las mujeres fueron interrogadas por la policía y por las autoridades eclesiásticas locales, no revelaron mucho, salvo el nombre del hombre en cuestión, nombre que escapa a mi memoria en este momento. No tiene mayor importancia… Menciono tan solo estos dos casos para demostrar que el tipo tradicional de hechicería no ha desaparecido del todo aún hoy, a pesar de que no oímos hablar de ello con mucha frecuencia.

—¡Asombroso! —dijo Thrupp, frunciendo el ceño con un gesto de intensa perplejidad—. Además, debo admitirlo, es bastante sugestivo. Desde luego, sería fatal extraer conclusiones apresuradas, pero diré que me agradaría conocer algo más acerca de este individuo Drinkwater. No tenemos nada sólido sobre lo cual apoyarnos. Pero si es verdad que Andrea Gilchrist cabalga sobre escobas, y si tiene relaciones con Drinkwater… ¿Por casualidad, estás enterado, Roger, de si Puella Stretton era también amiga de él?

—He dado por descontado que lo era —repuse—. Quiero decir que al parecer, era muy amiga de Andrea, y Andrea está evidentemente en términos de gran intimidad con Drinkwater. Comprendo que ello no prueba nada, pero no sería difícil averiguarlo con certeza. De cualquier manera, si quieres saber algo más acerca de él, ¿no tienes acaso una excusa perfecta para ir a visitarle? La infortunada señora Stretton ha muerto en las circunstancias más misteriosas, y yo diría que tienes amplio justificativo para interrogar a cualquiera del distrito que la haya conocido…

—Sin duda me gustaría conocerlo y ver qué impresión me causa —convino Thrupp—. No diré que me comprometo a afirmar que Puella Stretton murió como resultado de un fenómeno de hechicería, a pesar de todo lo que he oído esta noche. Estoy sumamente agradecido a Su Ilustrísima, y a ti también, Roger, por todo lo que me habéis contado, y no puedo por menos de reconocer que me ha causado profunda impresión. Les ruego que no interpreten mal, no obstante, el hecho de que insista en agotar completamente la teoría del aeroplano antes de abandonar una solución material en favor de una sobrenatural.

BOOK: El Caso De Las Trompetas Celestiales
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