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Authors: Michael Burt

Tags: #Intriga, misterio, policial

El Caso De Las Trompetas Celestiales (26 page)

BOOK: El Caso De Las Trompetas Celestiales
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Thrupp y yo gruñimos en señal de aceptar este punto.

—En cuanto al
propósito
de Satanás, es demasiado conocido por todos para que nos ocupemos de él extensamente —prosiguió tío Odo—. Es aún el rebelde contra Dios. Y así como logró arrastrar a innumerables ángeles en su caída del Cielo, como que debía haber una gran cantidad de ellos para sostener una «gran batalla» contra Miguel y sus ejércitos, su objeto ha sido desde entonces apoderarse de las almas de los hombres, arrancándoselas a Dios y convertirlas en sus propios vasallos, en el Infierno eterno. Busca privarnos de nuestro derecho innato como «hijos de Dios»… ¿Y cómo encara este objeto? Es evidente que mediante el uso de sus poderes, y recordemos que estos poderes son los que nosotros denominamos habitualmente «sobrenaturales», para tentarnos hacia el pecado. Pecado es simplemente otra palabra de rebelión contra Dios. Estos poderes sobrenaturales suyos, esta eterna participación en «la omnisciencia» de Dios, le permiten ofrecernos bienes materiales y beneficios que nunca nos tocarían en el curso «natural» de los acontecimientos. Como espíritu, sabe más que nosotros. Puede hacer que ocurran cosas imposibles para nosotros. No es omnipotente ni mucho menos, pero es «un poder en la tierra», y, en verdad, la Biblia le llama el «Príncipe de este Mundo». Es más bien como un alto funcionario muy corrompido que puede mover «influencias» y obtener «favores» para quienes se han colocado ya bajo su poder. La consecuencia de ello es, según pienso, que no hay nada ilógico ni fantástico, por decirlo con cierta medida, en la idea de que un hombre o una mujer pueda hacer un pacto con Satanás por el cual, a cambio de ciertos favores especificados, de beneficios materiales en este mundo, el Diablo obtiene su alma en el próximo.

—Todo parece muy razonable —admitió Thrupp, aunque de mala gana—. Teóricamente, por lo menos. Pero ¿qué hay acerca de las dificultades prácticas? ¿Qué haría un hombre que desease hacer un pacto con el Diablo para establecer el contacto inicial? Usted afirma que es «espíritu puro», de lo cual infiero que es invisible a los ojos humanos e inapreciable por los otros sentidos.

—¡Ah! Ahora entramos en el dominio de lo que generalmente se llama Magia —repuso tío Odo—. Diré de inmediato que la verdadera Magia no es nada divertida ni entretenida, y no tiene ninguna conexión con el tipo de «mago» que extrae conejos de su sombrero de copa en las fiestas infantiles. La verdadera Magia es un asunto realmente sombrío y siniestro. Comprende algunas de las prácticas más repugnantes y… sí, aterradoras, que puedan imaginar ustedes. No interesan los detalles. El punto esencial relacionado con la Magia es que su objeto fundamental consiste en establecer contacto entre los seres humanos y el mundo de los espíritus sobrenaturales. Y por contacto diré que entiendo el verdadero contacto sensual o mejor dicho,
sensorial
. Lo que es más…

—Perdona que te interrumpa —dije—, pero ¿incluirías tú la obsesión actual de lo que llamamos espiritismo bajo la clasificación general de Magia?

—Decididamente, sí. Es simplemente el antiguo arte negro de la Necromancia, es decir, la adivinación mediante la comunicación con los espíritus de los muertos, que es una de las ramas reconocidas de la Magia. El espiritismo moderno es, en verdad, el recrudecimiento algo debilitado y no muy eficaz de la antigua Necromancia, pero en principio se trata de la misma cosa. Me alegro, sin embargo, de que hayas mencionado este punto, Roger, porque quizás ayude a Mr. Thrupp a comprender lo que voy a decir a continuación. Ustedes saben, desde luego, que hasta los espiritistas modernos afirman a veces que son capaces de lograr la «materialización» de los espíritus. Yo nunca he asistido ni de lejos a una sesión de espiritismo, pero no tengo el menor motivo para dudar que en ocasiones ello sea verdad, y que a pesar de cierta proporción de fraude, el fenómeno conocido como ectoplasma puede producirse en realidad.

—Yo diría que ello está fuera de toda controversia —dijo Thrupp—. Hubo un caso… Perdone. Le ruego que prosiga, Ilustrísima.

—Bien, el ectoplasma es lo que podríamos llamar la materialización embrionaria de un espíritu, y el punto que quiero que observen es que este efecto puede ser producido por personas que en verdad no conocen ni las nociones elementales de la verdadera Magia. Deben creerme cuando les digo que la Magia de la materialización ectoplásmica se encuentra en la misma relación frente a la Magia propiamente dicha que un refresco barato al Tokay Imperial. Y no hay la menor duda de que un auténtico adepto de la Magia es capaz de invocar la presencia de espíritus y lograr su materialización con un grado de perfección totalmente insospechado por el espiritista vulgar. Esa es una manera por la cual un ser humano puede establecer contacto con el Diablo o con uno de sus demonios, como paso preliminar a uno de los pactos que mencionara con anterioridad. Pero aparte de ello, no veo razón alguna por la cual el Diablo no pueda materializarse por su propia iniciativa, si así lo desea, sin necesidad de recurrir a los servicios del mago. Como dije, Satanás participa hasta cierto punto de la omnisciencia divina, y si llega a advertir que un hombre o una mujer tiene la predisposición necesaria para este tipo de cosa, no creo que nada se oponga a que el Diablo se transforme o
aparente transformarse
en una criatura de carne y hueso a fin de establecer relaciones personales con su presunto cliente. Han llegado hasta nosotros virtualmente millares de leyendas y tradiciones que señalaban este fenómeno como realidad, y es el mayor error del mundo confundir la tradición con el mito y descartar ambas cosas como absurdas. Además, no es cuestión solamente de leyenda y tradición. Existen innumerables crónicas escritas de puño y letra por testigos cuya veracidad y exactitud están aparentemente fuera de toda duda. Y aun cuando fuese posible probar la falsedad de todos estos elementos de juicio, yo no aceptaría la proposición de que la idea de relaciones personales entre el Diablo y los seres humanos es necesariamente contraria a la razón, a la lógica o al sentido común. ¡Sin duda es lo más natural en el mundo que Satanás haga todo lo posible por entablar contacto con los hombres y las mujeres inclinados al mal! Tal es, después de todo, su único objeto en la tierra, y sería enteramente ilógico que no lo intentase. Para mí lo sorprendente, más aún, lo milagroso, diría, es no que ocasionalmente trate de hacer esto, sino que en apariencia logre tan poco éxito. Sólo podemos atribuir nuestra relativa inmunidad a sus atenciones a la gracia protectora del Espíritu Santo y a la incesante y, según temo, a menudo inmerecida y poco apreciada vigilancia de nuestro Ángel de la Guarda… Creo que estoy hablando con exceso —dijo de pronto Su Ilustrísima con tono de disculpa. —Por favor, no se detenga —dijo Thrupp—. Encuentro todo esto sumamente interesante, y creo que tendrá gran utilidad, asimismo.

Tío Odo bebió de nuevo y encendió un cigarrillo.

—Creo que ahora estamos en situación de comenzar a definir nuestros términos —dijo—. ¿Qué es una bruja? De paso diré que las palabras apropiadas son «brujo o bruja», por cuanto puede tratarse de un hombre o de una mujer. En su acepción corriente, el término significa un hombre o mujer que practica la brujería, la hechicería o la Magia. Además, la cualidad esencial de un brujo o de una bruja es haber hecho un pacto con el Diablo. Con toda esta evidencia a nuestra disposición, podemos inferir que las condiciones de estos pactos varían considerablemente, según los dones específicos o favores que el Diablo accede a conferir sobre su cliente a cambio del alma de este último. Ello es razonable. Cada persona desea cosas diferentes. Tenemos la leyenda de Fausto, en la cual Satanás se compromete a devolver la juventud a un anciano. Otros hombres prefieren las riquezas, el éxito o el poder temporal. Otros quieren simplemente vengarse de sus enemigos. Algunos pueden aspirar a compartir la propia participación del Diablo en la omnisciencia de Dios, a fin de escudriñar los secretos del universo y alcanzar límites de conocimiento científico insuperados hasta ahora. La búsqueda legendaria del Elixir de la Vida y de los secretos de la transmutación de los metales tiene relación directa con este tipo de ambición. La mayoría de estas aspiraciones son motivadas, al parecer, por uno o más de los que llamamos los Siete Pecados Mortales: el orgullo, la avaricia, la intemperancia, la lujuria, la ira, la pereza y la envidia. Pero el punto que deseo destacar es que la recompensa que ofrece el Diablo a cambio del alma de su cliente puede incluir, aunque no siempre, ciertos poderes «mágicos» o sobrenaturales para beneficio de éste. Todo depende de lo que quiera. Algunos favores pueden concederse por medios aparentemente naturales, es decir, que puede provocarse la situación deseada sin la intervención de ningún proceso «mágico» o sobrenatural. Pero en otros casos es necesario dotar al cliente humano de ciertos poderes «mágicos», es decir, de la facultad de provocar ciertos fenómenos contrarios a las leyes aceptadas de la naturaleza y de la experiencia humana. En la esfera opuesta, o esa en lo que llamaré la esfera de la santidad, estos fenómenos son los milagros. ¿Comprenden a qué me refiero?

Hicimos un gesto afirmativo.

—Este es un tema sumamente profundo, y si hablara toda la noche no llegaría a traspasar su envoltura externa —dijo tío Odo, jugando con su crucifijo—. Pero será quizás una ayuda el detenerme algo en el tema de los milagros. Probablemente Mr. Thrupp no me creerá y pensará que estoy tan sumergido en las supersticiones dictadas por Roma que…

—Le aseguro a Su Ilustrísima… —interrumpió el detective.

Tío Odo rió.

—Agradezco su cortesía, mi querido Inspector-Jefe, pero no debe despojarse de su escepticismo natural con demasiada facilidad, pues de hacerlo así, puede encontrarse al poco tiempo en la misma situación dolorosa que Simón Pedro cuando cantó el gallo…

—De todos modos, desde mi propio punto de vista, lo más milagroso de los milagros es que se producen ocasionalmente, y en especial, que siguen ocurriendo hoy en día como en el pasado. En realidad, me referiré a un determinado tipo de hecho milagroso, y ello con un objeto muy definido. No mencionaré siquiera temas sujetos a tanta controversia como las curas milagrosas de Lourdes, o los casos bastante frecuentes de «stigmata» que se observan de tiempo en tiempo. En verdad, no me será necesario alejarme de los límites de mi propia diócesis para ilustrar el tipo de cosa que sucede en realidad, aunque el mundo en general no se entere de ello. Normalmente, no hablamos de esas cosas, porque en el mundo racionalista de hoy en día su revelación sólo da lugar a escándalos, a sospechas de fraude, a una publicidad indeseable de tipo poco edificante. A pesar de ello, puedo asegurarle, Mr. Thrupp, que aquí, en mi propia diócesis de Arundel, en cierto convento que no nombraré, pero que se encuentra, digamos, a treinta millas de esta casa, hay una monja de cierta edad que es una mística auténtica. Y no una vez, sino muchas, se ha visto a esta santa mujer, mientras está entregada a la plegaria, caer en un éxtasis tan intenso y total que su cuerpo arrodillado ha sido levantado por una fuerza invisible hasta quedar separado del suelo, a una altura de tres o cuatro pies…

—¡No! —exclamé, silbando luego involuntariamente.

—¡Dios mío! —exclamó Thrupp a su vez, muy agitado.

—Se trata de un fenómeno sumamente conocido en la historia de la santidad y del misticismo —dijo tío Odo—. Lean ustedes cualquier obra sobre hagiología, y hallarán gran número de casos tan probados que no es posible no creer en ellos, y mucho menos explicarlos mediante ninguna teoría de charlatanismo como hipnosis colectiva, o algo semejante. Es el fenómeno conocido como Levitación. No se produce, con frecuencia, pero sí lo suficientemente a menudo como para dar a los científicos y racionalistas un perpetuo dolor de cabeza. No pueden explicarlo, lo cual no es nada sorprendente si observan ustedes que se trata, en el sentido más estricto de la palabra, de un milagro, es decir, de una manifestación o hecho que, por definición, no es posible explicar por mucho que se expriman las leyes naturales. Les he referido este caso de la monja porque es el único del cual yo tengo conocimiento directo, pero puedo asegurarles que lo mismo está ocurriendo en muchas partes del mundo… Tenemos, luego, ese otro fenómeno milagroso que a menudo se ha manifestado en los místicos y los santos, lo que llamamos Bilocación, o sea la facultad de estar, o aparentar estar, en dos lugares al mismo tiempo. Existen asimismo innumerables casos probados de este fenómeno, de que un hombre o una mujer aparezcan de improviso, pero según parece realmente y con forma física, en un lugar a decenas o centenas de millas del punto donde se ha observado que se encuentra su cuerpo a la misma hora. Se supone que la aparición más distante es en realidad alguna forma de materialización espiritual en una forma humana, mientras el verdadero cuerpo se encuentra en otra parte, o viceversa. Lo único que sé es que esto y otros fenómenos semejantes suceden efectivamente hoy, como resultado del éxtasis místico. Están fuera de la naturaleza, o bien «contra la naturaleza», si lo prefieren, y no es posible hallar ninguna explicación física. A pesar de ello, suceden. Bien, espero que adviertan adónde me dirijo.

—¿Quieres decir —sugerí pensativamente—, que si estas manifestaciones místicas o milagros pueden ocurrir mediante la intervención de Dios y la santidad de sus santos, no debemos sorprendernos de que ocurran cosas por igual inexplicables, mediante el poder del Diablo?

—Has comprendido perfectamente mi idea —repuso tío Odo con gravedad.

2

—Verán ustedes —prosiguió unos instantes más tarde—. Esta es la respuesta más aproximada que puedo dar a la pregunta inicial de Thrupp sobre la posibilidad de que las brujas vuelen por los aires montadas sobre escobas, y demás. Mi idea es, a grandes rasgos, que si acepto esto como verdad, como estoy en la obligación de hacerlo, la posibilidad de existencia de fenómenos místicos tales como la Levitación y la Bilocación, debo admitir asimismo que no veo nada absolutamente
imposible
en la proposición de que las brujas pueden ser capaces de recorrer el espacio sobre escobas. No

si pueden hacerlo, pero a juzgar por lo que sucede en los dominios sobrenaturales del misticismo cristiano, vacilaría mucho antes de afirmar que no pueden ocurrir fenómenos comparables en el mundo misterioso de la hechicería y de la
Demonolatría
.

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