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Authors: Michael Burt

Tags: #Intriga, misterio, policial

El Caso De Las Trompetas Celestiales (28 page)

BOOK: El Caso De Las Trompetas Celestiales
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—Mi querido amigo, sería una locura proceder de otra manera —declaró tío Odo sin vacilar—. A pesar de ello, creo que no estaría mal que hablase unas palabras con Drinkwater un día de éstos, como propone Roger. En realidad, también yo quisiera conocerle.

—Iré a verle mañana —dijo Thrupp—. ¡Y si percibiese por casualidad el más leve olor a azufre mientras esté conversando con él —añadió con un humorismo macabro—, no vacilaré en llamar a Su Ilustrísima para que me rescate de sus garras infernales!

El Muy Reverendo Odo sonrió con aire tolerante.

—En verdad tendría mucho mayor significado que de pronto sintiese usted frío —observó, poniéndose de pie y estirando sus miembros—. Si la tradición es un elemento de juicio, el Diablo y sus demonios despiden emanaciones que recuerdan mucho la sensación sufrida al detenerse ante un frigorífico cuya puerta está abierta…

3

En aquel momento eran ya más de las diez. Conversamos durante una hora más, los tres, discutiendo, analizando, disecando, y rumiando una gran cantidad de hechos y posibilidades, sin llegar, empero, a extraer ninguna conclusión adicional de excepcional importancia. Por fin, con gran sensatez, según pienso, decidimos acostarnos.

Barbary y tío Piers habían estado jugando al ajedrez y salimos de nuestro despacho a tiempo como para ver a mi mujer tomarse el desquite por el vapuleo sufrido, con anterioridad, según nos enteramos, en manos del Mariscal de Campo. Tomamos la última copa todos y en seguida subimos al piso alto.

Un cuarto de hora más tarde, cuando me hube desvestido, y mientras buscaba mi pijama a tientas antes de acostarme junto a Barbary, oí un ruido breve procedente de la puerta principal en el piso bajo. Me aproximé a la ventana apropiada y llegué a tiempo para ver a Sir Piers salir sigilosamente, al parecer en otra excursión de medianoche, y moverse silenciosamente por el borde de césped del sendero, como hiciera la noche anterior. Levanté las cejas y tiré de mi barba, pero estaba demasiado cansado, mental y físicamente para hacer otra cosa. Que mi tío estuviese empeñado en alguna empresa misteriosa que sólo a él le interesaba, era tan evidente como que la naturaleza de dicha empresa debía ser bastante turbia. Pero no estaba yo en un estado de ánimo que me permitiese tomarme un interés más activo al respecto.

—Nadie podrá decir —dijo una voz agradable desde la cama— que he estado molestándote con mi curiosidad excesiva, Roger querido. Pero debo decir que daría bastante por saber qué diablos está ocurriendo aquí en este momento. Nadie me cuenta nada. Empiezo a sentirme como la Novia Martirizada… ¿o deberé decir la Novia Vendida?

—Querida mía —dije riendo—, tu halo será claramente visible cuando apague la luz —extendí la mano hasta la llave y la apagué—. Mira… ¿Qué te decía? ¿O será la punta de tu nariz? Algo luminoso…

—¡Cochino!

—Perdón, amor —me acosté y nos abrazamos en nuestra pose predilecta—. En realidad, también yo quisiera saber qué está ocurriendo en este lugar. Y Thrupp. Y tío Odo. Y también, aunque quizás en otra esfera, tío Piers. Desde ayer por la mañana la vida no ha hecho más que curvarse gradualmente hasta convertirse en un gran signo de interrogación. ¿Quieres que te cuente las últimas novedades? —añadí con gran nobleza de carácter, pues a decir verdad tenía el cerebro demasiado fatigado para resumir una vez más la marcha de los acontecimientos.

—Mañana por la mañana —repuso ella con el consiguiente alivio por mi parte—. Por supuesto que quiero saberlo todo, pero no podría soportar escalofríos en este momento, al menos de esa clase… ¡No te pido nada más que amor…!

Así, pues, nos dormimos: Barbary sin interrupción, yo con un breve intervalo durante el cual pude oír el zumbido ominoso de un avión volando a baja altura. Pero en el momento en que luchaba conmigo mismo sobre la posibilidad de levantarme y tratar de verlo, me dormí nuevamente, y no supe más nada hasta que Barbary me despertó con una taza de té solo, poco antes de las siete.

Mientras tomábamos nuestro té y fumábamos nuestros primeros cigarrillos, hice todo lo posible por ponerla al día acerca de lo ocurrido desde nuestra última conversación breve. Habían transcurrido más de ocho horas desde el más reciente de aquellos hechos, lo cual me permitía verlos con mayor perspectiva, según comprobé, y pude resumir con bastante concisión todo el asunto sin omitir nada esencial. Barbary escuchó atentamente pero en silencio.

No sólo en el sentido físico son el hombre y la mujer complementarios. Y en el caso de que algunos de mis lectores, los obsesionados por la exactitud y la precisión, me recuerden que menos de cien páginas atrás me dediqué a lamentar las diferencias psicológicas, en oposición a las anatómicas, entre los sexos, les responderé con el más profundo de los axiomas, a saber, que las circunstancias cambian los casos, como todos deben saber. Durante largos años, antes de casarme con Barbary, había estado habituado a acudir a ella con mis problemas más intrincados y con mis dificultades, y casi invariablemente había comprobado que su mentalidad femenina tenía una gran rapidez para captar alguna faceta del caso que yo personalmente había tendido a descuidar, y a menudo comprobaba que allí estaba el quid del asunto. De cualquier manera, no hay nada que perder y a menudo mucho que ganar, si nos aseguramos el punto de vista femenino acerca de cuestiones difíciles.

Y ahora, Barbary cayó certeramente sobre algo a lo cual yo había prestado muy poca atención. En efecto, dijo:

—No creo que llegues a ninguna parte, Roger, hasta que no hayas profundizado algo más sobre las relaciones entre Carmel y ese extraño individuo Drinkwater…

—Querrás decir Andrea —interrumpí.

—No, Carmel —insistió ella.

—Pero no tienen relación alguna, por lo menos establecida.

—Eso es precisamente lo que deberías investigar —dijo el oráculo—. El hecho interesante es que no han tenido relaciones que valga la pena mencionar, siempre que Carmel esté diciendo la verdad. ¿Por qué no las han tenido, cuando según Carmel, Drinkwater trató de mezclarla en un asunto turbio no hace mucho? ¿En qué consistía este asunto? ¿Y por qué opuso Carmel una resistencia tan obstinada, aun cuando su propia hermana trató de convencerla?

—Tienes razón…

—Carmel cae en la repetición para insistir que el asunto turbio no era lo que tú supusiste con toda razón…

Ello está corroborado por el hecho de que Andrea misma era ya la amante de Drinkwater y no podía desear que su hermana menor interviniese. ¿Entonces de qué diablos se trataba? Dices que Carmel tenía tanta resistencia a hablar de ello como si se hubiese tratado de la otra alternativa.

—Dios sabe —dije— que esto me intrigó cuando me lo dijo, sin duda, pero todavía no he llegado a descifrarlo. ¿Crees tú que se trata de algo criminal?

—Es posible. Pero no alcanzo a imaginar qué. Lo que creo es que es importante descubrirlo. Debes ver a Carmel nuevamente hoy y tratar de convencerla de que te lo cuente. Si fracasas, Bob Thrupp debe entrevistarla oficialmente y aplicar la presión correspondiente hasta que ceda. Verás, querido. Si descubres qué es eso tan misterioso, tendrás la clave de las actividades de Drinkwater, sean las que fueren. Por ahora, sólo es un hombre «misterioso», lo cual no nos lleva muy lejos. No sabemos si es simplemente un sensual con intensa inclinación por las muchachas livianas, o un canalla, o un mago, o el Diablo en persona. En cambio, si Carmel nos dijera qué pretendían él y Andrea que hiciera ella…

Asentí con lentitud. Como siempre, Barbary había localizado el punto esencial como sólo una mujer puede hacerlo.

—Creo que tienes razón —admití—. Como tú dices, es un obstáculo serio no saber cuál es el papel de Drinkwater en todo esto, si en verdad tiene alguno, lo cual desde luego no es seguro. Thrupp le verá hoy, de cualquier manera, con la remota esperanza de que pueda arrojar alguna luz sobre el misterio de Puella Stretton, pero no es probable que Drinkwater diga nada que pueda complicarlo, y estoy de acuerdo en que quizás averigüemos mucho más sobre él por intermedio de Carmel, siempre que logremos persuadirla de que hable. La cuestión es si tengo yo más probabilidades de que se explaye conmigo, o las tiene Thrupp en su calidad de representante de la ley. Dicho sea de paso, esta mañana tendrá lugar la investigación de la muerte, a la cual deberá asistir Thrupp.

Se produjo un breve silencio. Luego Barbary dijo:

—Roger, ¿crees que sería una buena idea que
yo
viera a Carmel? Es una buena chica, según creo, y si bien no nos conocemos mucho, siempre hemos simpatizado. Quiero decir, que puede muy bien tratarse de algo que ella prefiera contar a otra mujer más bien que a un hombre, aunque no se trate de algo… sexual. No quiero entrometerme donde no me han llamado, pero tal vez sea una buena idea…

Indudablemente era una buena idea. Barbary es una de esas mujeres que se entienden tan bien con personas de su mismo sexo como con los hombres. Las mujeres jóvenes confían en ella, como si supiesen instintivamente que es a la vez reservada y comprensiva. En aquel momento pasó por mí mente el recuerdo de cómo un año atrás, en esta misma casa, había conseguido ganarse la confianza de la pobrecita Bryony Hurst, quien, hasta entonces, se había negado obstinadamente a compartir el peso de su secreto con nadie, aun con sus amigos más íntimos. Es verdad que la revelación había tenido lugar demasiado tarde para salvar a Bryony de su tumba en el cementerio del otro lado de los prados, pero por lo menos había permitido poner en manos de la justicia a sus diabólicos perseguidores… Me estremecí, como me ocurre siempre cuando recuerdo aquel asunto horrible.

4

En cuanto terminé el desayuno transmití lo esencial de nuestra conversación a Thrupp, quien inmediatamente dio su consentimiento a la proposición.

—Además, los signos nos son propicios —añadió—. La investigación tendrá lugar a las diez y media y Andrea deberá estar presente, de modo que será fácil conversar con Carmel a solas. La investigación no durará mucho hoy, pues ya he arreglado las cosas con el médico forense, pero cuidaré que se retenga a Andrea hasta las once y cuarto como mínimo. Si no has logrado que Carmel hable para esa hora, Barbary, trata de alejarla de la Vicaría antes de que regrese Andrea. Esta no debe sospechar nada.

—Déjalo por mi cuenta —dijo Barbary.

Estábamos en la galería, y en aquel momento un muchacho montado en una bicicleta roja se aproximó por el sendero haciendo crujir la grava y extrajo un telegrama de su cartera. Estaba dirigido, sin reparar en gastos, evidentemente, al Muy Reverendo Señor Arzobispo-Obispo de Arundel.

Su Ilustrísima, llamado desde el interior de la casa, leyó el telegrama con un mohín de descontento en sus labios. Era de su vicario general y, aunque untuosamente zalamero en cuanto a su tono, exigía el regreso inmediato de Su Ilustrísima en términos que no daban lugar a dudas. Con su honesto mentón sajón y su expresión de terquedad más recalcitrantes, mi tío estudió el texto con la rebeldía reflejada en cada uno de sus rasgos.

Tío Piers, que apareció en aquel momento y había leído el telegrama por sobre el hombro de su hermano, resopló indignado.

—¡Un maldito escocés! —dijo bruscamente.

—¡Gales! —corrigió Su Ilustrísima con acritud.

—Es lo mismo —dijo el mariscal de campo muy enojado—. ¡Al diablo con todos estos condenados celtas, o Keltas, o comoquiera que se llamen a sí mismos! ¡Dile que se tire al río! Pero ¿cómo diablos se te ha ocurrido tener a un galés como vicario general? Me estás desilusionado, Odo, hermano…

—Lo heredé —repuso el otro tristemente—. En realidad es muy competente en sus funciones. Muy listo para las finanzas, lo cual es un mal necesario. Sospecho que lo que quiere en realidad es que revise algo relacionado con números. Tengo bastantes ganas de no ir. No tengo compromisos oficiales hasta el domingo próximo.

—¿Por qué no vas hasta allí en el automóvil y ves de qué se trata? —propuso Barbary—. La distancia se cubre en menos de una hora de ida y otra de vuelta, y hasta podrías estar de regreso para la hora del almuerzo, a menos que descubras que es algo importante. Deja tu equipaje aquí, lo cual significará que debes regresar esta noche, le guste o no al vicario general.

—¡Excelente idea! —dijo tío Odo—. Probablemente hago mal en quedarme tanto tiempo, pero no podría soportar perderme nada de lo que ocurre en este extremo. Además, con toda seriedad, si lo que está ocurriendo aquí estuviese en definitiva relacionado con… con lo que sospechamos que puede estar relacionado, considero mi deber como jefe de la Diócesis, estar presente. Al fin y al cabo —añadió Su Ilustrísima con inusitada vehemencia—,
soy
el obispo, y creo que el Diablo es bastante más importante que las tontas hojas de balance de Owen.

—¡Muy bien! ¡Muy bien! —dije yo, y todo quedó arreglado. Media hora más tarde la casa hubiera estado desierta de no ser por mi presencia, pues me quedé para despachar cierta correspondencia acumulada. Tío Piers, por algún motivo no revelado, insistió en acompañar a Thrupp a la investigación en el Ayuntamiento, no tanto, según sospechaba yo, porque le interesase en realidad el testimonio verdaderamente exiguo que se presentaría aquella mañana, sino porque buscaba una oportunidad para sostener una conversación a solas con el detective, relacionada con asuntos de su fuero privado. Simultáneamente con su partida, Barbary había emprendido a pie el camino hacia la Vicaría. El Muy Reverendo Odo había partido ya para Arundel, conduciendo su propio automóvil Talbot negro, de líneas elegantes y modernas.

Con una gran sensación del deber intenté concentrarme en el trabajo, en mi despacho, pero estaba en uno de aquellos estados de ánimo desastrosos, muy familiares a todo escritor profesional, en que se carece de la menor capacidad para hilvanar una sola oración. Tenía una bandeja de alambre llena de cartas que esperaban respuesta, pero carecía de la voluntad de concentración necesaria para ponerme a contestarlas. A continuación, examiné la gran caja verde llena de fichas que llevaba el rótulo «Notas y Bosquejos Varios», una especie de limbo al cual destino toda esa variedad de escritos, desde notas a lápiz en sobres usados hasta cuentos y comedias casi terminados, los cuales he sentido en algún momento el impulso de comenzar, pero posteriormente no he tenido energía o inspiración suficiente para terminarlos. De vez en cuando releo todo este material y a veces llego hasta tomar parte de él y completarlo, con el consiguiente enriquecimiento de nuestra literatura nacional y la disminución inevitable de dicho material. Esta mañana, en cambio, rechacé todo ello con disgusto, resistiendo con grandes dificultades el impulso de destruirlo definitivamente. Por último me recosté en mi sofá mágico y traté de ordenar mis ideas.

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