Evra y yo nos hicimos grandes amigos. Él era mayor que yo, pero era tímido (probablemente a causa de su desdichada infancia), así que formábamos un buen equipo.
Pasado el tercer día, al mirar el pequeño grupo de caravanas, coches y tiendas, me sentía como si hubiera formado parte de aquello durante años.
Empezaba a sufrir los efectos del largo tiempo de abstinencia de sangre humana. No era tan fuerte ni podía moverme tan rápido como antes. Mi visión no era tan aguda, y lo mismo ocurría con mi oído y mi olfato. Seguía siendo mucho más fuerte y veloz que cuando era humano, pero sentía que mis poderes mermaban día a día.
No me importaba. Prefería perder mis poderes antes que beber de un ser humano.
Me estaba tomando un descanso con Evra en los límites del campamento aquella tarde, cuando descubrimos una figura entre los arbustos.
—¿Quién es ése? —pregunté.
—Un chaval de una villa cercana —dijo Evra—. Ya le había visto otras veces haraganeando por aquí.
Observé al chico en los arbustos. Se esforzaba en permanecer oculto, pero para alguien con mis poderes (aunque estuvieran atenuados) era tan notorio como un elefante. Sentí curiosidad por saber qué estaba haciendo, así que me volví hacia Evra y le dije:
—Vamos a divertirnos.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
—Acércate y te lo diré.
Le susurré mi plan al oído. Él sonrió y asintió, y luego se levantó y fingió que bostezaba.
—Me voy, Darren —dijo—. Te veré más tarde.
—Hasta luego, Evra —respondí en voz alta. Esperé hasta que se hubo ido, y luego me puse en pie y eché a andar hacia el campamento.
Cuando estuve fuera de la vista del chico de los arbustos, di la vuelta, ocultándome tras las caravanas y las tiendas. Anduve unas cien yardas hacia la izquierda, y luego avancé con sigilo hasta que pude ver al chico, y me acerqué furtivamente a él.
Me detuve a unas diez yardas. Estaba a su espalda, así que no podía verme. Sus ojos no se apartaban del campamento. Por encima de su cabeza divisé a Evra, que estaba aún más cerca de él que yo. Me hizo una seña con el pulgar y el índice para indicarme que todo iba bien.
Me agaché y empecé a gemir.
—Ooooh... Woooooh...
El chico se quedó rígido y lanzó una nerviosa mirada por encima del hombro. Pero no podía verme.
—¿Quién anda ahí? —preguntó.
—¡Wraaargh! —gruñó Evra al otro lado.
La cabeza del chico giró en dirección contraria.
—¿Quién anda ahí? —gritó.
—¡Uh, uh, uh! —resoplé, como un gorila.
—¡No tengo miedo! —dijo el chico, a punto de echar a correr—. ¡Sólo sois gente que intenta asustarme!
—¡Eee-ee-ee-ee-ee! —chilló Evra.
Sacudí una rama, Evra un arbusto, y luego arrojé una piedra delante del chico. Su cabeza giraba frenéticamente de un lado a otro como la de una marioneta, mirando a todas partes. No sabía si sería más seguro echar a correr o quedarse quieto.
—¡Mirad, no sé quiénes sois —empezó a decir—, pero yo...!
Evra se le había acercado sigilosamente hasta quedar justo detrás de él, y cuando el chico habló, sacó su larguísima lengua y la hizo culebrear por el cuello del chico, emitiendo un siseo serpentino.
Eso fue demasiado para el chico. Dio un grito y huyó para salvar la vida.
Evra y yo le perseguimos, partiéndonos de risa, haciendo toda clase de ruidos. El chico atravesó arbustos llenos de espinas como si no estuvieran allí, pidiendo auxilio.
Nos cansamos de aquel juego a los pocos minutos y le habríamos dejado escapar, si no hubiera tropezado y desaparecido en medio de una parcela de hierba alta.
Nos detuvimos, intentando divisarle entre la hierba, pero no había ni rastro de él.
—¿Dónde está? —pregunté.
—No le veo —dijo Evra.
—¿Crees que estará bien?
—No lo sé. —Evra parecía preocupado—. Quizá se haya caído en un hoyo, o algo...
—¿Chaval? —grité—. ¿Estás bien?
No hubo respuesta.
—¡No tengas miedo! ¡No te haremos daño! ¡Sólo era una broma! ¡No te...!
Hubo un ruido susurrante detrás nuestro, y entonces sentí una mano en mi espalda, empujándome contra la hierba. Evra cayó conmigo. Cuando nos sentamos, balbuceando sorprendidos, escuchamos una risa a nuestra espalda.
Nos volvimos lentamente, y allí estaba el chaval, partiéndose de risa.
—¡Os he pillado! ¡Os he pillado! —canturreó—. ¡Os vi venir desde el principio! ¡Sólo fingía estar asustado! ¡Os tendí una emboscada, ja, ja, ja!
Se burlaba de nosotros, y, aunque nos sentíamos bastante estúpidos, cuando nos incorporamos y nos miramos, estallamos en carcajadas. Nos había lanzado a una parcela repleta de semillas verdes y pegajosas y estábamos cubiertos por ellas de la cabeza a los pies.
—Pareces una planta ambulante —bromeé.
—Pues
tú
te pareces a Jolly, el Gigante Verde —replicó Evra.
—Los dos parecéis estúpidos —dijo el chico. Clavamos los ojos en él y su sonrisa se debilitó—. Bueno, es que
lo parecéis
... —refunfuñó.
—Imagino que esto te parece divertido —mascullé. Él asintió en silencio—. Bien, pues tengo noticias para ti —dije, avanzando hacia él, componiendo una expresión lo más sombría posible. Hice una pausa amenazadora, y luego esbocé una sonrisa—: ¡Éstas!
Se echó a reír, contento y aliviado de que supiéramos apreciar el lado divertido de las cosas, y entonces nos tendió la mano.
—Hola —dijo, mientras se la estrechábamos—. Me llamo Sam Grest. Encantado de conoceros.
—Hola, Sam —dije, y mientras estrechaba su mano pensé “Creo que éste es mi amigo número dos. ¡Genial!”
Y Sam se convirtió en mi amigo. Pero para cuando el Cirque Du Freak se marchó, deseé con todo mi corazón no haber oído hablar de él jamás.
Sam vivía a una milla de distancia, con su padre y su madre, dos hermanos más pequeños y una hermanita bebé, tres perros, cinco gatos, una tortuga y un acuario lleno de peces tropicales.
—Es como vivir en el arca de Noé —dijo—. Intento quedarme fuera de casa todo lo que puedo. A mis padres no les importa. Ellos opinan que los niños deben sentirse libres para expresar su individualidad. Mientras vuelva a casa a la hora de dormir, están contentos. No les preocupa que me salte las clases de vez en cuando. Piensan que el colegio es un despótico sistema de adoctrinamiento, que tiene como fin aplastar el espíritu y erradicar la creatividad.
Sam hablaba así todo el tiempo. Era menor que yo, pero oyéndole hablar no lo creeríais.
—¿Así que vais con el circo? —preguntó, metiéndose un trozo de cebolla picada en la boca (le encantaba la cebolla picada y llevaba siempre consigo un tarrito de plástico lleno).
Habíamos vuelto al borde del claro. Evra estaba tumbado en la hierba, yo sentado en la rama baja de un árbol, y Sam por encima de mí.
—¿Qué clase de espectáculo es? —indagó, antes de que pudiéramos responder a su primera pregunta—. No hay carteles en vuestras caravanas. Al principio, pensé que erais turistas. Luego, tras observaros durante un rato, llegué a la conclusión de que debíais ser artistas de algún tipo.
—Somos maestros de lo macabro —dijo Evra—. Representantes de las mutaciones. Señores del surrealismo. —Hablaba así para demostrar que poseía un vocabulario tan extenso como el de Sam. Deseé poder soltar yo también alguna de esas frases ingeniosas, pero nunca se me habían dado bien las palabras.
—¿Es un espectáculo de magia? —inquirió Sam, excitado.
—Es un espectáculo freak —respondí.
—¿Un espectáculo
freak
? —Se quedó con la boca abierta, dejando caer un trocito de cebolla picada. Me aparté rápidamente y lo esquivé—. ¿Hombres con dos cabezas y rarezas así?
—Más o menos —dije—, pero nuestros artistas son mágicos y maravillosos, no sólo gente con un aspecto diferente.
—¡Qué guay! —Le echó un vistazo a Evra—. Claro, desde el principio me di cuenta de que tú eras todo un desafío dermatológico —se refería a la piel de Evra (busqué la palabra en un diccionario después) —, pero no tenía ni idea de que hubiera otros como tú en vuestra compañía.
Miró hacia el campamento, con los ojos brillantes de curiosidad.
—Esto es realmente fascinante —suspiró—. ¿Qué otros estrafalarios ejemplares de la forma humana están incluidos en la función?
—Si te refieres a qué otro tipo de artistas trabajan aquí, la respuesta es muchos —respondí—. Tenemos a la mujer barbuda, sin ir más lejos.
—Al hombre-lobo —agregó Evra.
—A un hombre con dos estómagos —añadí.
Mientras le recitábamos la lista completa, Evra mencionó a algunos que yo nunca había visto. El elenco del Cirque Du Freak cambiaba a menudo. Los artistas iban y venían, dependiendo de dónde se representara la función..
Sam estaba realmente impresionado, y por primera vez desde que nos conocimos, se había quedado sin palabras. Escuchaba en silencio, con los ojos muy abiertos, chupeteando sus trozos de cebolla picada, meneando la cabeza de vez en cuando como si no pudiera creer lo que oía.
—Pero qué guay —dijo, cuando terminamos—. Sois los chicos más afortunados del planeta. Vivir en un auténtico circo de freaks, viajando por el mundo, conocedores de solemnes y maravillosos secretos. Daría lo que fuera por estar en vuestro lugar...
Sonreí para mis adentros. No creía que a él le gustase estar en
mi
lugar si conociera toda la historia.
—¡Eh! —dijo—. ¿No podríais hacer algo para que me aceptaran aquí? Trabajo duro y soy muy listo. Os sería muy útil. ¿Puedo unirme a vosotros? ¿Como ayudante? ¡Por favor!
Evra y yo nos sonreímos.
—No lo creo, Sam —dijo Evra—. No suelen admitir a mucha gente de nuestra edad. Si fueras mayor, o si tus padres te permitieran unirte, sería diferente.
—¡Pero a ellos no les importaría! —insistió Sam—. Estarían encantados. Siempre dicen que viajar amplía la mente. Les entusiasmaría la idea de verme viajando por el mundo, viviendo aventuras, descubriendo maravillas y místicas visiones.
Evra meneó la cabeza.
—Lo siento. Quizá cuando seas mayor.
Sam hizo un puchero y lanzó una patada a las hojas de la rama más cercana. Cayeron flotando sobre mí, y unas cuantas quedaron adheridas a mi pelo.
—No es justo —rezongó—. Todo el mundo dice siempre ‘cuando seas mayor’. ¿Qué habría sido del mundo si Alejandro el Grande hubiera esperado a ser mayor? ¿O Juana de Arco? Si ella hubiera esperado a ser mayor, los ingleses habrían conquistado y colonizado Francia. ¿Quién decide cuándo alguien es lo suficientemente mayor para tomar decisiones por sí mismo? Eso debería ser cosa de cada individuo.
Siguió despotricando durante largo rato, quejándose de los adultos y de su ‘puñetero y corrupto sistema’, y alegando que había llegado la hora de una revolución infantil. Era como escuchar a un político loco en la tele.
—¡Si un niño quiere abrir una fábrica de caramelos, dejad que lo haga! —barbotaba—. ¡Si quiere ser una estrella del fútbol, perfecto! ¡Si quiere ser explorador y marcharse a alguna isla extraña y llena de caníbales, estupendo! ¡Somos esclavos de la civilización moderna! ¡Somos...!
—Sam —le interrumpió Evra—. ¿Quieres venir a ver mi serpiente?
Sam sonrió.
—¿Puedo? —exclamó—. ¡Pensaba que nunca ibas a preguntármelo! ¡Vamos, venga!
Saltó del árbol y echó a correr hacia el campamento tan rápido como podía, olvidando su discurso. Le seguimos despacio, entre risas, sintiéndonos mucho más mayores y sabios de lo que éramos.
Sam pensó que la serpiente era lo más fabuloso que había visto nunca. No le tenía ningún miedo y no dudó en enroscársela alrededor del cuello como si fuera una bufanda. Hizo muchas preguntas: cuánto medía, qué comía, de dónde procedía, lo rápido que podía moverse...
Evra respondió a todas las preguntas de Sam. Era un experto en serpientes. No había nada que no supiera sobre el mundo de las serpientes. ¡Incluso le pudo decir a Sam muy aproximadamente cuántas escamas tenía la serpiente!
Después ofrecimos a Sam un tour guiado por todo el campamento. Le llevamos a ver al hombre-lobo (Sam se quedó muy quieto ante la caravana del peludo hombre-lobo, completamente intimidado por la criatura que gruñía en su interior). Le presentamos a Hans
el Manos
. Luego nos topamos con Rhamus
Dostripas
ensayando su número. Evra le preguntó si podíamos mirar y Rhamus nos lo permitió. Los ojos de Sam casi se salían de sus órbitas mientras contemplaba a Rhamus masticando el cristal y reduciéndolo a pedacitos, tragándoselo, recomponiéndolo en su estómago, regurgitándolo y sacándolo nuevamente por la boca.
Pensé en ir en busca de Madam Octa para enseñarle a Sam algunos de los trucos que podía hacer con ella, pero no me sentía muy bien. La ausencia de sangre humana en mi dieta me estaba debilitando: me rugían las tripas por mucho que comiera, y a veces me sentía mareado o tenía que sentarme repentinamente. No quería desmayarme o marearme mientras la tarántula estuviera fuera de su jaula; sabía por experiencia lo mortífera que podía llegar a ser si perdía el control sobre ella aunque sólo fuera por un par de segundos.
Sam se habría quedado para siempre, pero estaba oscureciendo y yo sabía que Mr. Crepsley despertaría pronto. Evra y yo teníamos cosas que hacer, así que le dijimos que ya era hora de que regresara a casa.
—¿No puedo quedarme un poco más? —suplicó.
—Tu madre te estará esperando para cenar —dijo Evra.
—Podría comer con vosotros —repuso Sam.
—No hay bastante comida —mentí.
—Bueno, de todas formas no tengo hambre —replicó Sam—. Ya me he comido casi toda la cebolla picada.
—Quizá pueda quedarse —dijo Evra. Le miré, sorprendido, pero me hizo un guiño para hacerme ver que no hablaba en serio.
—¿Puedo? —preguntó Sam, con una sonrisa extasiada.
—Claro —dijo Evra—. Pero tendrás que ayudarnos con nuestras tareas.
—Haré lo que sea —aceptó Sam—. No me importa. ¿Qué hay que hacer?
—Hay que darle de comer al hombre-lobo, y luego bañarlo y cepillarlo —respondió Evra.
La sonrisa de Sam se desvaneció.
—¿Al ho-ho-hombre-lo-lo-lobo? —preguntó, nervioso.
—No pasa nada —dijo Evra—. Se queda muy tranquilo cuando ha comido. Casi nunca muerde a sus cuidadores. Si intenta
atacarte
, mantén la cabeza lejos de su boca, y métele un brazo hasta la garganta. Es mejor perder un brazo que la...