—¿Él sabía que Mr. Tall te alojaría conmigo? —Yo asentí y él se echo a reír—. Nunca he conocido a un vampiro sin un extraño sentido del humor.
Se bajó de un salto de la hamaca, cruzó la tienda, cogió a la serpiente por la cabeza y comenzó a desenrollarla.
—No pasa nada —me aseguró—. En realidad, nunca has corrido peligro. La serpiente ha estado durmiendo todo el rato. Podías habértela quitado de encima y ella ni se habría dado cuenta. Tiene un sueño muy profundo.
—¿Está
dormida
? —exclamé—. Pero... ¿cómo vino y se enrolló en mí?
Él sonrió.
—Es que anda en sueños.
—¡
Anda en sueños
! —Miré al chico y luego a la serpiente, que seguía inmóvil mientras él la desenrollaba. Cuando se deshizo la última espiral, me hice a un lado. Sentía un hormigueo en mis piernas entumecidas.
—Una serpiente que anda en sueños —reí, inseguro—. ¡Gracias a Dios que no es una serpiente que come en sueños también!
El niño-serpiente dejó a su mascota en un rincón y acarició su cabeza amorosamente.
—No te hubiera comido aunque hubiese estado despierta —me informó—. Ayer se comió una cabra. Las serpientes de su tamaño no comen muy a menudo.
Dejó a su serpiente, levantó el faldón de la tienda y salió fuera. Le seguí rápidamente, para no quedarme solo con el reptil.
Le estudié más de cerca en el exterior. Era exactamente como recordaba: unos pocos años mayor que yo y muy delgado, con el cabello largo y verdiamarillo, los ojos sesgados, y con unos dedos extrañamente palmeados; su cuerpo estaba cubierto de escamas verdes, doradas, amarillas y azules. No llevaba puesto más que un pantaloncito corto.
—Por cierto —dijo—, me llamo Evra Von.
Me tendió la mano y se la estreché. La palma de su mano era resbaladiza, pero seca. Algunas escamas se desprendieron y se quedaron pegadas a mi mano cuando la retiré. Eran como trocitos coloreados de piel muerta.
—Evra Von ¿qué? —pregunté.
—Sólo Von —dijo, frotándose el estómago—. ¿Tienes hambre?
—Sí —contesté, y me fui con Evra a por algo de comer.
El campamento había recobrado la vida con la actividad. Como la noche anterior no había habido función, la mayoría de los freaks y sus ayudantes se habían acostado temprano, así que ahora se levantaban antes de lo habitual.
Me sentía fascinado por todo aquel ajetreo. No me imaginaba que hubiera tanta gente trabajando en el Cirque. Pensaba que sólo estaban los artistas y sus ayudantes, los que había visto la noche en que asistí a la función con Steve, pero ahora, al mirar a mi alrededor, me daba cuenta de que aquello era tan sólo la punta del iceberg. Había al menos dos docenas de personas caminando o hablando, limpiando o cocinando, y a ninguna la había visto antes.
—¿Quiénes son todos esos? —indagué.
—Los columna vertebral del Cirque Du Freak —respondió Evra—. Son los que conducen, montan las tiendas, hacen la colada, cocinan, arreglan nuestros trajes y limpian después del espectáculo. Es una gran labor.
—¿Son seres humanos corrientes? —pregunté.
—La mayoría de ellos, sí —dijo él.
—¿Cómo han acabado trabajando aquí?
—Algunos son parientes de los artistas. Otros son amigos de Mr. Tall. Y otros solo pasaban por aquí, les gusto lo que vieron, y se quedaron.
—¿La gente puede hacer eso? —pregunté.
—Si a Mr. Tall les gusta su aspecto, sí —dijo Evra—. Siempre hay trabajo que hacer en el Cirque Du Freak.
Evra se detuvo ante una gran fogata, y yo me paré a su lado. Hans
el Manos
(un hombre capaz de andar y correr sobre sus manos más rápido que el corredor más veloz del mundo) descansaba sobre un tronco, mientras Truska (la mujer barbuda, que hacía crecer su barba cuando quería) cocinaba unas salchichas ensartadas en una vara de madera. Algunos humanos estaban sentados o tumbados alrededor.
—Buenos días, Evra Von —saludó Hans
el Manos
.
—¿Qué tal, Hans? —respondió Evra.
—¿Quién es tu joven amigo? —preguntó Hans, observándome con suspicacia.
—Éste es Darren Shan —dijo Evra.
—¿Darren Shan
en persona
? —inquirió Hans, alzando las cejas.
—Ni más ni menos —sonrió Evra.
—¿Qué significa eso de ‘Darren Shan
en persona
’? —pregunté yo.
—Eres famoso por aquí —dijo Hans.
—¿Por qué? ¿Por qué soy —bajé la voz— un semi-vampiro?
Hans se echó a reír afablemente.
—Los semi-vampiros no son nada del otro jueves. Si tuviera un dólar de plata por cada semi-vampiro que he visto, tendría... —los rasgos de su rostro se fruncieron, pensativamente— veintinueve dólares. Pero un
niño
semi-vampiro es otra historia. Nunca había oído que nadie de tu edad figurase entre las filas de los muertos vivientes. Dime: ¿ya han venido a verte los Generales Vampiros?
—¿Quiénes son los Generales Vampiros? —pregunté.
—Son...
—¡Hans! —exclamó una señora que estaba lavando la ropa. Él dejó de hablar y miró alrededor con expresión culpable—. ¿Crees que a Larten le gustaría escucharte difundiendo rumores? —le espetó.
Hans hizo una mueca.
—Lo siento —dijo—. Es el aire de la mañana. No estoy acostumbrado a él. Me hace decir cosas que no debería.
Yo quería que me explicara quiénes eran esos Generales Vampiros, pero supuse que preguntar sería de mala educación.
Truska comprobó cómo estaban las salchichas, sacó un par de ellas de la varilla, y nos las ofreció. Sonrió al acercarse a mí, y me dijo algo en una extraña lengua extranjera.
Evra se echó a reír.
—Quiere saber si te gustan las salchichas o si eres vegetariano.
—¡Ésa es buena! —dijo Hans con una risita ahogada—. ¡Un vampiro vegetariano!
—¿Tú hablas su idioma? —le pregunté a Evra.
—Sí —afirmó con orgullo—. Aún lo estoy aprendiendo (es el lenguaje más difícil que me he encontrado), pero soy el único del campamento que entiende lo que dice. Se me dan muy bien los idiomas —presumió.
—¿Y qué idioma es? —pregunté.
—No lo sé —respondió, frunciendo el ceño—. No me lo ha dicho.
Eso me sonó un tanto extraño, pero no dije nada para no ofenderle. En vez de eso, tomé una de las salchichas y sonreí agradecido. Mordí un trozo y tuve que escupirlo de inmediato; ¡estaba ardiendo! Evra se echó a reír y me tendió un vaso de agua. Bebí hasta que el interior de mi boca recobró su temperatura normal, y luego soplé la salchicha para enfriarla.
Nos sentamos un rato junto a Hans, Truska y los demás, charlando y comiendo, bañados por el Sol de la mañana. El rocío humedecía la hierba, pero a ninguno nos importaba. Evra me presentó a todos los del grupo. Eran demasiados nombres para que los recordara todos a la vez, así que me limité a sonreír y a estrechar manos.
No tardó en aparecer Mr. Tall. Un minuto antes no estaba allí, y al siguiente estaba tras Evra, calentándose las manos en la hoguera.
—Se ha levantado pronto, señor Shan —comentó Mr. Tall.
—No podía dormir —respondí—. Estaba demasiado... —miré a Evra y sonreí— desvelado.
—Espero que eso no afecte a tu capacidad para trabajar —dijo Mr. Tall.
—Estoy bien —dije—. Listo para empezar a trabajar.
—¿Seguro?
—Seguro.
—Eso es lo que quería oír. —Sacó un gran cuaderno y hojeó las páginas—. Veamos qué podemos encontrar hoy para ti —dijo—. Dime: ¿sabes cocinar?
—Sé preparar un estofado. Mr. Crepsley me enseñó.
—¿Has cocinado alguna vez para treinta o cuarenta personas?
—No.
—Mala suerte. Pero ya aprenderás. —Hojeó otras dos páginas—. ¿Sabes coser?
—No.
—¿Alguna vez has lavado ropa?
—¿A mano?
—Sí.
—No.
—Hmmm. —Pasó algunas páginas más, y luego cerró el cuaderno bruscamente—. Está bien —dijo—, hasta que te encontremos un trabajo más permanente, te quedarás con Evra y le ayudarás en sus tareas. ¿Te parece justo?
—Eso me gusta —dije.
—¿Algún inconveniente, Evra? —le preguntó al niño-serpiente.
—En absoluto —respondió Evra.
—Muy bien. Decidido. Evra se ocupará de ti hasta nuevo aviso. Haz lo que él te diga. Cuando tu colega de sangre se levante —se refería a Mr. Crepsley—, podrás pasar la noche con él si así lo decide. Veremos cómo te portas, y luego decidiremos el modo en que mejor puedas emplear tus talentos.
—Gracias —dije.
—Es un placer —respondió.
Esperé que se esfumara repentinamente, pero en vez de eso se dio la vuelta y se alejó lentamente, silbando, disfrutando de la luz del Sol.
—Bien, Darren —dijo Evra, rodeándome los hombres con un brazo escamoso—, parece que desde ahora somos compañeros. ¿Qué te parece?
—Estupendo... compañero.
—¡Guay! —Me dio una palmada en el hombro y engulló su último pedazo de salchicha—. ¡Pues en marcha!
—¿Qué hacemos primero? —pregunté.
—Lo primero que haremos cada mañana —respondió Evra—. Ordeñar el veneno de los colmillos de mi serpiente.
—Oh —dije—. ¿No será peligroso?
—Sólo si te muerde antes de que acabemos —contestó Evra, se echó a reír al ver mi expresión y me empujó hacia la tienda.
Evra ordeñó él mismo a la serpiente (lo cual fue un gran alivio), y luego la sacamos fuera y la dejamos sobre la hierba. Trajimos unos cubos de agua y la frotamos a conciencia con unas esponjas muy suaves.
Después tuvimos que darle de comer al hombre-lobo. Su jaula estaba en los límites del campamento. Rugió al vernos venir. Parecía tan hambriento y peligroso como la noche en que acudí al Cirque con Steve. Sacudía los barrotes y nos lanzaba zarpazos que nos habrían destrozado si nos hubiéramos puesto a su alcance... ¡lo cual no hicimos!
—¿Por qué es tan feroz? —pregunté, lanzándole un gran pedazo de carne cruda, que atrapó al vuelo de un bocado.
—Porque es un auténtico hombre-lobo —dijo Evra—. No se trata de una persona muy peluda. Es medio humano y medio lobo.
—¿No es cruel mantenerle encadenado? —inquirí, lanzándole otro trozo de carne.
—Si no lo hiciéramos, se escaparía y mataría a la gente. La mezcla de sangre humana y lobuna le ha vuelto loco. No sólo mataría cuando estuviera hambriento; si estuviera libre, lo haría todo el tiempo.
—¿No existe una cura? —pregunté, sintiendo pena por él.
—No hay una cura porque no es una enfermedad —explicó Evra—. No es algo que haya pillado, nació así. Es lo que es.
—¿Cómo ocurrió? —pregunté.
Evra me miró muy serio.
—¿De verdad quieres saberlo?
Contemplé al peludo monstruo en la jaula, desgarrando la carne como si fuera algodón de azúcar, tragué saliva y respondí:
—No, creo que no.
Después de eso, hicimos otras cuantas tareas. Pelamos patatas para la cena, ayudamos a reparar un neumático de uno de los vehículos, pasamos horas pintando el techo de una caravana, y paseamos a un perro. Evra dijo que la mayoría de los días eran así, un continuo vagar por el campamento, viendo qué se podía hacer y echando una mano aquí y allá.
Por la tarde llevamos una bolsa de basura con latas y trozos de cristal a la tienda de Rhamus
Dostripas
, un hombre enorme que podía comerse cualquier cosa. Yo quería quedarme para verle comer, pero Evra me apremió a que saliera. A Rhamus no le gustaba que le vieran comer cuando no estaba actuando.
Tuvimos mucho tiempo para nosotros, y en los momentos más tranquilos nos contamos nuestras vidas, de dónde éramos, y cómo habíamos crecido.
Evra había nacido de unos padres normales, que se sintieron horrorizados al verle. Lo abandonaron en un orfanato, en el que permaneció hasta que el malvado dueño de un circo le compró cuando tenía cuatro años.
—Fue una época espantosa —dijo en voz baja—. Me pegaba y me trataba como a una serpiente de verdad. Me tenía encerrado en una vitrina de cristal, y la gente pagaba por verme y burlarse de mí.
Estuvo en ese circo durante siete largos y desdichados años, recorriendo pequeñas ciudades, sintiéndose feo, monstruoso e inútil.
Finalmente, Mr. Tall acudió al rescate.
—Se presentó una noche —dijo Evra—. Apareció de repente en la oscuridad y permaneció un buen rato ante mi jaula, observándome. No dijo una palabra. Ni yo.
"Llegó el dueño del circo. No sabía quién era Mr. Tall, pero pensó que podría ser algún hombre rico, interesado en comprarme. Me puso un precio y esperó una respuesta.
"Durante unos minutos, Mr. Tall no dijo nada. Luego agarró al dueño del circo por el cuello con una mano. Apretó una sola vez, y acabó con él. Cayó al suelo, muerto. Mr. Tall abrió mi jaula y dijo: ‘Vamos, Evra’. Creo que Mr. Tall puede leer la mente, y por eso sabía mi nombre.
Evra se quedó callado, con la mirada perdida.
—¿Quieres ver algo increíble? —dijo finalmente, abandonando su expresión pensativa.
—Claro —respondí.
Se volvió hacia mí, sacó la lengua, ¡
y se tocó la punta de la nariz con ella
!
—¡Aaagh! ¡Qué asco! —grité, encantado.
La lengua volvió a su sitio y esbozó una gran sonrisa.
—Tengo la lengua más larga del mundo —dijo—. Si mi nariz fuera suficientemente grande, podría meterme la lengua, hacerla bajar por mi garganta y volver a sacarla por la boca.
—¡No podrías! —reí.
—Probablemente no —admitió, riendo—. Pero de todos modos es algo impresionante. —Volvió a sacar la lengua y esta vez se lamió el interior de las fosas nasales, una tras otra. Era algo asqueroso, pero muy divertido.
—¡Es lo más repugnante que he visto jamás! —reí.
—Apuesto a que te encantaría poder hacerlo —dijo Evra.
—¡No lo haría, aunque pudiera! —mentí—. ¿No se te llena la lengua de mocos?
—Yo no tengo mocos —respondió Evra.
—¿Cómo que no tienes mocos?
—Es verdad —dijo—. Mi nariz no es como la tuya. No tiene mocos, ni suciedad, ni pelos. Mis fosas nasales son la parte más limpia de todo mi cuerpo.
—¿Y a qué sabe? —pregunté.
—Chupa mi barriga de serpiente y lo sabrás —contestó—. Tiene el mismo sabor.
Me eché a reír y respondí que no estaba
tan
interesado en saberlo.
Más tarde, cuando Mr. Crepsley me preguntó qué había hecho durante el día, le dije:
—He hecho un amigo.
Habían pasado dos días con sus noches desde que llegáramos al Cirque. Dedicaba mis días a ayudar a Evra, y mis noches a Mr. Crepsley, aprendiendo cosas sobre los vampiros. Me iba a la cama más temprano que nunca, pese a que raramente me acostaba antes de la una o las dos de la mañana.