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Authors: Mariano Gambín

Tags: #histórico, intriga, policiaco

El Círculo Platónico (10 page)

BOOK: El Círculo Platónico
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—Localicemos antes a Galán, por favor —indicó Ariosto.

—Aquí estoy —dijo el inspector, que entraba por la puerta portando un grueso fajo de papeles—. Buenas noches, amigos. Por favor, expliquen el tema que les trae a la comisaría.

Mientras Galán y Hernández tomaban asiento, Ariosto contó en pocas palabras la aparición de la carta y la conclusión preliminar a la que había llegado a partir de la primera línea de su contenido. El nuncio se encontraba retenido en algún lugar del casco histórico de La Laguna.

—Me surgen varias preguntas —dijo Galán—. En primer lugar, dice usted que quien entregó la carta a su tía Adela era una persona de acento italiano. ¿Sabe que existen varias coincidencias de esa nacionalidad en el secuestro? En primer lugar, un coche de alquiler contratado por un italiano y abandonado en pleno centro de la ciudad sin un motivo claro. La persona que habló con Sandra tenía ese acento, igual que la que lo hizo con Adela.

Ariosto explicó en ese momento la historia de los acertijos en latín de su época de estudiante.

—¿Crees que ese tal Maroni pudo haber sobrevivido al accidente y tener algo que ver con todo este asunto? —preguntó Marta.

—No puedo estar seguro, es una mera sospecha que tengo en mente —Ariosto parecía algo atribulado por haberse convertido involuntariamente en protagonista del problema—. El hecho de que se dirigiera a mí directamente es lo que me parece fuera de lo normal y lo que me da pie a pensar así. No se me ocurre otra explicación.

—Si el tal Maroni fue dado por muerto, no hay forma de seguirle la pista —intervino Galán—. Si sobrevivió, ha estado viviendo con una identidad falsa desde entonces. Por lo que nos cuenta, es una especie de competición intelectual a la que le han desafiado. Es algo, pero nos sirve poco de momento. Ariosto, ¿Cree usted realmente que en ese enigmático mensaje se halla la clave para encontrar al nuncio?

—Es una posibilidad que planteo a todos los que estamos aquí —respondió—. Debemos intentar descifrarlo.

—Lo siento, Luis —repuso el policía—, no puedo destinar a ninguno de mis hombres a ese trabajo. Pero creo que quienes pueden hacerlo mejor son precisamente las personas que se encuentran en esta sala. No perdemos nada con que lo intenten. Aún siendo cierta la posibilidad de que el nuncio esté en el centro de La Laguna, el operativo policial ha diseminado a todos los efectivos a lo largo del término municipal, que es bastante grande. No obstante, yo permaneceré cerca. Si llegan a alguna conclusión, estaré localizable en el móvil.

En ese instante el aparato mencionado, como sintiéndose aludido, comenzó a sonar. Galán se levantó y salió al pasillo a contestar la llamada. Ariosto aprovechó el momento para acercarse a una enorme fotocopiadora con signos evidentes de haberse amortizado varios años atrás y sacó varias fotocopias de la traducción del mensaje, que distribuyó entre los presentes. Se sentó en la última silla disponible y esperó a que todos leyeran su contenido.

—Las referencias religiosas son continuas —Marta rompió el fuego—. En la segunda línea,
«Se inicia en la jabalina que busca la cruz»
, habla de una cruz y una jabalina ¿Una lanza?… ¿Será la lanza de Longinos?, ¿el que quiso comprobar si Cristo estaba muerto en la Cruz?

—No lo descartemos, pero creo que tenemos que buscar de una manera más amplia —respondió Ariosto—. Busquemos estructuras en el texto.

—Creo que la primera línea
«En el círculo platónico encontrarás al heraldo de Roma»
, es puramente introductoria, una invitación a resolver el enigma —añadió Pedro Hernández—.

—He leído más de veinte veces el texto —continuó Ariosto—, y veo tres estructuras principales. La segunda línea dice
«Se inicia en la jabalina»
y en la sexta manifiesta
«y finaliza en el abrazo del águila»
. En estos cinco versos hay algo que se inicia y que termina. ¿Qué puede ser?

—¿El heraldo de Roma? Tal vez se trate de referencias a su persona, o a algo que tenga que ver con él —dijo Sandra.

—No, me parece que hace referencia al círculo —Hernández parecía profundamente concentrado, con los ojos cerrados—, eso es. Al círculo platónico. El círculo comienza en la jabalina y acaba en el abrazo del águila.

—Es posible —intervino Marta—, pero yo me quedo igual. Sigo sin entenderlo.

—Volvamos al resto del texto —dijo Ariosto—. Las últimas cuatro líneas están redactadas de forma diferente. Son mandatos al lector:
acoge, busca
… y
hallarás
. Parecen unas instrucciones de interpretación del resto del texto. La última es distinta, más bien un colofón.

—¿Y los otros cinco versos del centro? ¿Cómo sabemos que son independientes de los otros grupos de líneas? —preguntó Sandra.

—No lo sabemos, pero al ser distintos al primer y último conjunto de versos, se agrupan solos en sí mismos —respondió Pedro.

—Volvamos al primer quinteto —Ariosto releía una vez más las líneas de la carta—. Hay determinadas palabras que nos invitan a pensar que se trata de un itinerario:
donde
, dos veces, y
pasa por
. Si esto es así, el contenido de las estrofas debe referirse a lugares concretos que están representados por esas figuras poéticas o simbólicas. Es decir,
«la jabalina que busca la cruz»
es un lugar. Al igual que el contenido de los cuatro versos siguientes. Y tal vez ocurra lo mismo con los cinco del segundo grupo. Son pistas de lugares concretos que se encuentran formando el círculo.

—Tal vez el final del círculo sea el lugar donde está secuestrado el nuncio —aventuró Marta.

—Sí, pero, ¿dónde empieza? —dijo Sandra—, a mí me está volviendo el dolor de cabeza sólo de pensarlo.

—Pedro —Ariosto interpeló a su amigo—, tú eres uno de los mejores especialistas en simbología urbana. Tienes que darle vueltas al texto.

—Algo sé sobre simbología, pero sólo religiosa —Pedro se sentía halagado y comprendió en ese momento el interés de Ariosto en que lo acompañara—. Necesitamos a una persona que conozca mucho mejor la ciudad que yo. Y se me ocurre sólo una.

—El profesor Lugo —dijo Marta—, el catedrático de Historia Moderna. Pero va a ser difícil despertarle. Tiene fama de tener el sueño muy profundo.

—Pues habrá que hacerlo —respondió Ariosto—. Su intervención en este asunto puede ser imprescindible. Debemos unirlo al grupo sin dilaciones. Vayamos a su casa.

En el momento en que Ariosto se levantaba, pasó por delante de la puerta el subinspector Ramos portando una bandeja de madera abarrotada de vasos de plástico llenos de café.

—¿Qué, amigos? ¿Les apetece un café? Por lo que parece, la noche va a ser muy larga.

—Estimado subinspector —Ariosto miró su reloj y apoyó amistosamente su mano en el hombro del policía—, desgraciadamente, la noche va a ser muy corta, desesperadamente corta, si me permite la expresión.

18

La Laguna, sábado. 03:20 horas

El comisario jefe Blázquez decidió dejar descolgado el teléfono unos minutos. Ya había apagado el móvil media hora antes, exasperado. Necesitaba un minuto de reposo, de tranquilidad. Aunque la noticia del secuestro todavía no se había hecho pública, por algún medio misterioso, todos los políticos de la isla se habían enterado y trataron de ponerse en contacto con él…, consiguiéndolo plenamente. Desde el presidente del Gobierno de Canarias hasta la concejal de Fiestas. Todos menos uno, el alcalde Perdomo. Era la tercera persona a la que Blázquez había intentado localizar, pero el móvil estaba apagado y nadie respondía en el teléfono de su casa. Por un momento, tal vez presa de la psicosis del momento llegó a pensar que el alcalde pudiera haber sido objeto de otro secuestro, pero desechó la idea poco después. El alcalde estaba acabando su mandato, estaba cansado, tanto personal como políticamente y ya había anunciado que no se presentaría a una nueva legislatura. Si a algún estúpido se le ocurría secuestrarlo para pedir rescate por él, posiblemente se encontraría con que muchos de sus concejales se pondrían de acuerdo para no pagarlo.

Descartada la hipótesis del secuestro, había que comprobar que estuviera en su casa. Para ello solicitó a la Policía Local que acudiera a su domicilio. El agente enviado a tal fin le había llamado hacía diez minutos confirmando que nadie respondía en su casa, pero que todo parecía estar en orden. El comisario no quiso ni pensar en solicitar al juez de guardia una orden de entrada para averiguar si había alguien en su domicilio. El alcalde estaba fuera de su casa y punto. Por lo menos lo había intentado y podía demostrarlo. Tal vez fuera mejor así, con Perdomo metiendo las narices en todo, la investigación y el operativo policial caminarían más despacio.

Por un momento sonrió, divertido, pensando en qué dirían los medios de comunicación si supieran que el alcalde estaba ilocalizable durante la peor crisis de la ciudad en los últimos años. Se avergonzó de tener la tentación de que la prensa, o por lo menos Sandra Clavijo, que estaba un par de despachos más allá, lo supiera de forma accidental. Mejor dejarlo como estaba.

***

El alcalde Perdomo dormía como un bendito. Había enviado a la familia a casa de sus suegros en Los Llanos, en la isla de La Palma, a pasar el fin de semana. Desde que se fueron, la paz reinaba en el hogar. Aquello era una bendición. Llevaba semanas planeando esa noche. Después de ducharse, se preparó dos tortillas de claras de huevos con camarones —que no engordaban—, que era su último descubrimiento. Por supuesto, regada por un buen Rioja,
Monte Real
, gran reserva del 85. Un buen año, sí señor. No quedó nada de las tortillas ni del Rioja, como siempre. Empezaría el régimen el lunes, como siempre.

Después de apagar el móvil y desconectar de su clavija el cable del teléfono, se tumbó en la cama. Encendió el televisor y buscó en la memoria del disco duro auxiliar una buena película. Se decidió por
Eva al desnudo
, una de las obras maestras de Mankiewicz, de 1950. Había llovido desde entonces. Recordó con una sonrisa la primera vez que llevó a su esposa a verla en el Teatro Baudet. Estaba indignada de que le propusiera ver películas picantes. Claro que eso era en la época de Franco, hace milenios, y ya se sabe lo que ocurría en aquellos años.

Se dispuso a dejarse seducir una vez más por las maquinaciones de Anne Baxter, de la que siempre acababa enamorado. ¡Qué mala más atractiva!

Tuvo que levantarse tras recordar que no había tomado su dosis de somnífero. Esa semana se había desvelado todas las noches, y tenía un sueño atrasado terrible. Aquella noche no iba a ocurrir lo mismo. Tuvo un instante de duda en cuanto a los efectos secundarios. ¿Podría tomarse las pastillas con una botella de vino encima? Bueno, se decía que los somníferos potenciaban el efecto del vino, y no al revés. Se tomó doble dosis, aquella noche era su noche, y quería dormirla entera.

No supo cuándo se quedó dormido. A la tercera cabezada, apagó el televisor con el mando a distancia y encontró el interruptor de la luz de forma automática, sin mirar. Para él, el mundo, por unas cuantas horas, podía irse a paseo.

19

Washington D.C., viernes. 20:40 horas

Sábado. 03:40 hora canaria

El Presidente de los Estados Unidos ejercía de padrazo, revisando los ejercicios de matemáticas de su hijo pequeño en la mesa del comedor de la zona privada de la Casa Blanca, cuando oyó el zumbido de su móvil. No era un teléfono móvil normal, era
el móvil
, que sólo se usaba en casos de máxima importancia —importancia extrema, como gustaban denominar los histéricos del servicio de seguridad—. Había que atenderlo. Por lo menos estaba terminando con el pequeño Sammy, a quien se atragantaban las divisiones de dos cifras. Recordaba que a él también se le habían resistido, incluso a una edad superior a la de su hijo. Pero esa era una historia que nunca aparecería en su historial.

—El Presidente al habla —todavía no se había acostumbrado a esa formal tan antinatural de responder al teléfono, hubiera preferido decir
espero que sea algo importante
, frase que su asesor de imagen le había prohibido.

—Jack Coltrane, buenas noches, señor Presidente —la voz de bajo profundo del director de la CIA era inconfundible. El presidente estaba seguro de que esa voz tenía que haber influido en su elección. El que no la conociera quedaba inmediatamente amedrentado. Prefería no pensar en cómo respondería si esa voz le daba una orden terminante—. Hay un detalle que debemos consultarle antes de irnos a dormir.

—De acuerdo, Jack —el Presidente trató de disimular la contrariedad que este tipo de llamadas le producían cuando estaba «en casa», después de una larga jornada de trabajo—, ¿de qué se trata?

—Un grupo terrorista ha secuestrado al embajador del Vaticano en España. —Coltrane dejó pasar unos segundos teatrales antes de seguir.— Piden el pago de un rescate en cuatro horas, si no, adiós embajador. Todo indica que son los mismos del asunto del obispo de Florencia, pero en este caso la cosa no pinta bien.

—Cualquier secuestro no pinta bien —respondió el Presidente—, ¿qué tiene éste de especial?

—Pues que el papa ha decidido que no va a pagar el rescate.

El presidente asimiló la noticia. Aquello era nuevo. De todos era sabido que los norteamericanos no pagaban rescates, preferían invertir su costo en fuerzas especiales para rescatar a los rehenes, pero los países europeos eran otra cosa. Hasta que no fueran fuertes en estos asuntos no serían nunca rival para los Estados Unidos. Una pandilla de debiluchos, en otras palabras. El papa le estaba poniendo agallas al asunto.

—¿Dónde han secuestrado al embajador?

—En la isla española de Tenerife, en las Canarias, ya sabe, enfrente de Marruecos, en el África occidental.

—Sí, sí, por supuesto. —Al contrario que sus predecesores, el presidente sí sabía dónde estaban las Islas Canarias—. ¿Y qué diablos hacía el embajador allí? ¿Tomar el sol?

—Iba a inaugurar una iglesia que cada cien años se cae, o por lo menos es lo que me han dicho.

El presidente atribuyó esa declaración a los extraños rituales católicos. ¿Hacen iglesias con fecha de caducidad? Olvidó la idea de inmediato.

—¿Qué dice el Gobierno español?

—Señor presidente —contestó el director de la agencia—, la negativa a pagar no ha transcendido del perímetro del Vaticano.

—¿No lo sabe el presidente del Gobierno español?

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