El club Dante (63 page)

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Authors: Matthew Pearl

Tags: #Intriga,

BOOK: El club Dante
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—¡Que lo intenten esos profanadores de tumbas! Oh, le escribiré mi mejor poema de este año precisamente por eso, mi querido Fields.

Al cabo de un rato de espera, Lowell volvió a hablar:

—¿Sabe? Apuesto a que Camp ha recuperado la sensatez y ha renunciado a este jueguecito. Creo que una luna tan celestial y unas estrellas tan serenas bastan para devolver el pecado al infierno.

Fields levantó la bolsa, riéndose al comprobar su peso.

—Si eso es así, ¿por qué no dedicar un poco de este bulto a una cena tardía en Parker's?

—¿Con su dinero? ¡Así volverá a nosotros!

Lowell echó a andar, y Fields le pidió que aguardara, pero Lowell no le hizo caso.

—¡Deténgase! ¡Mi pobre obesidad! Mis autores nunca me esperan —se lamentó Fields—. ¡Deberían tener más respeto por mis grasas!

—¿Quiere perder un poco de cintura, Fields? —dijo Lowell volviéndose—. Pague el diez por ciento más a sus autores y le garantizo que tendrá menos grasa de la que quejarse.

En los meses que siguieron, una nueva hornada de revistas baratas de sucesos, que J. T. Fields aborrecía por su influencia negativa sobre un público ávido, revelaron la historia del detective de segunda Simon Camp, de Pinkerton. Poco después de abandonar a toda prisa Boston tras una larga entrevista con Langdon W. Peaslee, fue acusado por el fiscal general de intento de extorsión a varios funcionarios gubernamentales a propósito de secretos de guerra. Durante los tres años anteriores a su condena, Camp se había embolsado decenas de miles de dólares, fruto de sus chantajes a personas relacionadas con sus casos. Allan Pinkerton restituyó las minutas a todos los clientes que habían trabajado con Camp, aunque hubo uno, el doctor Augustus Manning, de Harvard, que no pudo ser localizado, ni siquiera por la más importante agencia de detectives del país.

Augustus Manning dimitió de la corporación de Harvard y se fue con su familia fuera de Boston. Su esposa dijo que durante meses no habló más que unas pocas palabras seguidas. Algunos contaban que se había trasladado a Inglaterra, y otros oyeron que se había ido a una isla en mares inexplorados. Una subsiguiente reorganización de la administración de Harvard precipitó la inesperada elección del supervisor con menos antigüedad, Ralph Waldo Emerson, una idea promovida por el editor del filósofo, J. T. Fields, y respaldada por el presidente Hill. Así concluyó un exilio de veinte años de Harvard sufrido por el señor Emerson, y los poetas de Cambridge y Boston se congratularon de tener a uno de los suyos en la Mesa de la universidad.

Antes de que finalizara el año 1865, se publicó una edición privada de la traducción del
Inferno
por Henry Wadsworth Longfellow, la cual fue recibida con agrado por la comisión florentina para el año final de la conmemoración del sexto centenario del nacimiento de Dante. Esta circunstancia levantó expectativas en torno a la traducción de Longfellow, que ya había sido anunciada como «excepcionalmente buena» en los más selectos círculos literarios de Berlín, Londres y París. Longfellow entregó un ejemplar en primicia a cada miembro de su club Dante y a otros amigos. Aunque no mencionaba el asunto con frecuencia, reservó el último como regalo de compromiso para enviarlo a Londres, adonde Mary Frere, una joven dama de Auburn, Nueva York, se había mudado para estar cerca de su prometido. Longfellow, por su parte, estaba demasiado —ocupado con sus hijas y con su nuevo poema, muy largo, para encontrar para ella un regalo mejor.

«Su ausencia de Nahant dejará un hueco como el que en una calle deja una casa derruida». Longfellow se dio cuenta de lo dantescas que se habían vuelto sus figuras de lenguaje.

Charles Eliot Norton y William Dean Howells regresaron de Europa a tiempo para ayudar a Longfellow en una traducción completa y anotada. Aún envueltos en el aura de sus aventuras en el extranjero, Howells y Norton prometieron a sus amigos contarles cosas de Ruskin, Carlyle, Tennyson y Browning. Ciertas cosas era mejor relatarlas de palabra que por carta.

Lowell interrumpió esta opinión riéndose de buena gana.

—Pero ¿no está usted interesado, James? —preguntó Charles Eliot Norton.

—Querido Norton —dijo Holmes glosando la hilaridad de Lowell—, querido Howells, somos nosotros quienes, sin haber cruzado ningún océano, hemos hecho un viaje que no podría contarse en ninguna carta escrita por un mortal.

Entonces Lowell hizo jurar a Norton y Howells que guardarían discreción para siempre.

Cuando el club Dante puso fin a sus reuniones, cuando su trabajo estuvo hecho, Holmes pensó que Longfellow se sentiría incómodo. Así que convenció a Norton para que ofreciera su propiedad de Shady Hill para reunirse los sábados por la noche. Allí tratarían de los avances en la traducción de Norton de la
Vita nuova
de Dante; la historia del amor de éste por Beatriz. Algunas noches, su reducido círculo se ampliaba con Edward Sheldon, que empezaba a elaborar la concordancia de los poemas de Dante con sus escritos menores, con el propósito, según esperaba, de estudiar un año o dos en Italia.

Recientemente, Lowell había accedido a que su hija Mabel viajara también a Italia para una estancia de seis meses. La acompañarían los Fields, que embarcaban en Año Nuevo para celebrar el traspaso de las operaciones diarias de la firma editorial a J. R. Osgood.

Mientras tanto, Fields comenzó a disponer un banquete en el famoso Union Club de Boston, antes incluso de que Houghton empezara a imprimir la traducción de Longfellow de la
Divina Commedia
, en tres volúmenes, que se presentó en las librerías como el acontecimiento literario de la temporada.

El día del banquete, Oliver Wendell Holmes pasó la tarde en la casa Craigie. George Washington Greene se había trasladado desde Rhode Island y también estaba presente.

—Sí, sí —le decía Holmes a Greene, refiriéndose a los muchos ejemplares que se llevaban vendidos de su segunda novela—. Son los lectores individuales los que importan, porque en sus ojos reside el mérito de escribir. Escribir no es la supervivencia de los más dotados, sino la supervivencia de los supervivientes. ¿Qué son los críticos? Hacen todo lo posible por desvalorizarme, para que no cuente… Y si yo no puedo soportar eso, entonces me lo merezco.

—Estos días habla usted como el señor Longfellow —dijo Greene, riendo.

—Supongo que sí.

Agitando un dedo, Greene se despojó de su corbatín blanco, liberando su fláccido cuello.

—Sólo necesito algo de aire. Eso es, sin duda —dijo, mientras se apoderaba de él un acceso de tos.

—Si pudiera hacerle mejorar, señor Greene, volvería a ejercer la medicina.

Holmes fue a comprobar si Longfellow estaba listo.

—No, no, mejor que no vaya —susurró Greene—. Esperemos fuera a que acabe.

A mitad del camino de acceso, Holmes observó:

—Yo suponía que ya había tenido bastante, pero ¿quiere usted creer, señor Greene, que he empezado a releer la
Commedia de Dante
? Me pregunto, después de todas nuestras experiencias, si ha llegado usted a dudar del valor de nuestro trabajo. ¿No ha pensado una sola vez que algo se había perdido por el camino?

Los ojos de Greene, en forma de media luna, se cerraron.

—Ustedes, doctor Holmes, siempre consideraron la historia de Dante la obra de ficción más grande que se ha escrito. Pero yo, yo siempre he creído que Dante hizo ese viaje. He creído que Dios se lo permitió, como también le permitió transformar eso en poesía.

—Y ahora —dijo Holmes— sigue usted creyendo que todo era cierto, ¿no es así?

—Oh, más que nunca, doctor Holmes —respondió sonriendo y volviéndose a mirar la ventana del estudio de Longfellow—. Más que nunca.

La luz de las lámparas en la casa Craigie se hizo menos intensa, y Longfellow bajó las escaleras, pasando ante el retrato de Dante por Giotto, que miraba imperturbable con su único, inútil y dañado ojo. Longfellow pensaba que quizá ese ojo era el futuro, pero que en el otro había permanecido el hermoso misterio de Beatriz, que animó la vida del poeta. Longfellow escuchó las plegarias de sus hijas, y luego observó a Alice Mary arropar a sus dos hermanas menores, Edith y Annie Allegra, y a sus muñecas, que se habían resfriado.

—¿Cuándo volverás a casa, papá?

—Muy tarde, Edith. Para entonces todas debéis estar dormidas.

—¿Te pedirán que hables? ¿Quién más estará allí? —preguntó Annie Allegra—. Dinos quién más.

Longfellow se acarició la barba.

—¿A quiénes he nombrado hasta ahora, querida?

—¡A todos no, papá! —Sacó su cuaderno de debajo de la ropa de cama—. Los señores Lowell, Fields, el doctor Holmes, los señores Norton, Howells…

Annie Allegra estaba preparando un libro que titulaba
Memorias de una personita sobre personas importantes
, que se proponía publicar en Ticknor y Fields, y había decidido empezarlo con una información sobre el banquete de Dante.

Ah, sí —la interrumpió Longfellow—. Puedes añadir al señor Greene, a tu buen amigo el señor Sheldon, y ciertamente al señor Edwin Whipple, el crítico de la estupenda revista de Fields.

Annie Allegra escribió todo lo que pudo anotar.

—Os quiero, mis niñitas —dijo Longfellow, mientras besaba cada una de las suaves frentes—. Os quiero porque sois mis hijas. Y las hijas de mamá, y porque ella os quería. Y os sigue queriendo.

Las brillantes aplicaciones de las colchas de sus hijas subían y bajaban rítmicamente, y él se marchó, seguro en medio del infinito siseo del silencio de la noche. Miró por la ventana la cochera, donde aguardaba el nuevo carruaje de Fields —siempre parecía tener uno nuevo—, tirado por el viejo bayo, veterano de la caballería de la Unión, recientemente adoptado por Fields, y que se abrevaba en el agua recogida en un charco poco profundo.

Ahora llovía. Era una noche lluviosa, de suave y cristiana lluvia. Debió ser muy molesto para J. T. Fields trasladarse de Boston a Cambridge sólo para regresar a Boston, pero había insistido.

Holmes y Greene habían dejado espacio suficiente para Longfellow entre ellos, en los asientos frente a los que ocupaban Fields y Lowell. Longfellow montó. Esperaba que no le pidieran hablar ante todos los invitados durante el banquete, pero si se daba el caso, daría las gracias a sus amigos por haberlo acompañado.

Apunte histórico

En 1865, Henry Wadsworth Longfellow, el primer poeta norteamericano que alcanzó verdadero reconocimiento internacional, puso en marcha en su casa de Cambridge, Massachusetts, un club para traducir a Dante. Los poetas James Russell Lowell y doctor Oliver Wendell Holmes, el historiador George Washington Greene y el editor James T. Fields colaboraron con Longfellow para completar la primera traducción íntegra de la
Divina Commedia
, realizada en el país. Los eruditos se opusieron tanto al conservadurismo literario, que protegía la posición dominante del griego y el latín en la universidad, como al autoctonismo cultural, que buscaba limitar la literatura norteamericana a obras locales, un movimiento estimulado pero no siempre encabezado por Ralph Waldo Emerson, amigo del círculo de Longfellow. En 1881, el club Dante original de Longfellow se convirtió oficialmente en Dante Society of America, con Longfellow, Lowell y Charles Eliot Norton como sus tres primeros presidentes.

Aunque previamente a este movimiento algunos intelectuales norteamericanos mostraron familiaridad con Dante, conseguida principalmente gracias a traducciones británicas de la
Commedia
, el público en general quedó más o menos al margen de la poesía de Dante. El hecho de que un texto italiano de la
Commedia
no parezca haber sido impreso en Norteamérica hasta 1867, el mismo año en que se publicó la traducción de Longfellow, invita a reflexionar sobre la expansión y el interés del texto. En sus interpretaciones de Dante, esta novela trata de mantenerse históricamente fiel a las figuras representadas y a sus contemporáneos, antes que a nuestras lecturas habituales.

En parte del lenguaje empleado y de los diálogos,
El club Dante
incorpora y adapta fragmentos de poemas, ensayos, novelas, diarios y cartas de los miembros del club y de las personas próximas a él. Mis propias visitas a las propiedades de los dantistas y a sus alrededores se complementaron con varias historias, planos, memorias y documentos relativos al año 1865 en Boston, Cambridge y la Universidad de Harvard. Relatos contemporáneos, en especial las memorias literarias de Annie Fields y de William Dean Howells, abrieron una insustituible ventana a las vidas cotidianas del grupo y permitieron hallar una voz para la textura narrativa de la novela, donde incluso los personajes secundarios están dibujados, siempre que es posible, a partir de personajes históricos que pudieron haber estado presentes en los acontecimientos narrados. Pietro Bachi, el desdichado lector de italiano de Harvard, en realidad representa una mezcla de Bachi y de Antonio Gallenga, otro de los primeros profesores de italiano en Boston. Dos miembros del club Dante, Howells y Norton, contribuyeron en gran medida a enriquecer mi perspectiva gracias a sus relatos sobre el grupo, aunque sólo hayan tenido ocasión de aparecer brevemente en esta historia.

Los asesinatos derivados de Dante no tienen fundamento histórico, pero los expedientes policiales y los archivos municipales documentan un súbito aumento de la tasa de asesinatos en Nueva Inglaterra inmediatamente después de la guerra civil, así como una corrupción muy extendida y alianzas clandestinas entre detectives y profesionales del crimen. Nicholas Rey es un personaje de ficción, pero se enfrenta a los desafíos reales de los primeros policías afroamericanos en el siglo XIX, muchos de los cuales eran veteranos de la guerra civil y procedían de ambientes de mezcla racial. Una visión general de sus circunstancias puede hallarse en W. Marvin Dulaney:
Black Police in America
. La experiencia bélica de Benjamin Galvin deriva de las historias de los regimientos 10 y 13 de Massachusetts, así como de relatos de primera mano de otros soldados y de reportajes. Mi exploración del estado psicológico de Galvin estuvo especialmente guiada por el reciente estudio de Eric Dean,
Shook over Hell
, que insiste en demostrar la presencia de una perturbación causada por estrés postraumático en los veteranos de la guerra civil.

Aunque la intriga que afecta a los personajes de la novela es enteramente ficticia, puede tomarse nota de una anécdota no documentada de una temprana biografía del poeta James Russell Lowell: un miércoles por la noche, se dice, una inquieta Fanny Lowell se negó a permitir que su marido saliera a la calle para acudir a una sesión del club Dante, de Longfellow, a menos que el poeta accediera a llevarse su fusil de caza, justificando su preocupación por una oleada de delitos no especificada que alcanzaba a Cambridge.

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