—Se llamaban abuelos.
—¿Qué quiere decir abuelos?
—Quería decir padres de los padres, hace mucho tiempo.
—¿Hace muchísimo, muchísimo tiempo? —y Jonás se echó a reír—.
Según eso, ¿podría haber padres de los padres de los padres de los padres?
También el Dador rió.
—Exactamente. Es un poco como mirarte en un espejo a la vez que te miras en otro espejo y te ves en un espejo dentro de otro espejo.
Jonás frunció el ceño.
—¡Claro, mis padres tienen que haber tenido padres! Nunca se me había ocurrido. ¿Quiénes son los padres de mis padres? ¿Dónde están?
—Podrías ir a mirarlo en el Registro Público. Ahí encontrarías los nombres. Pero piensa, hijo mío. Si tú solicitas hijos, ¿quiénes serán entonces los padres de sus padres? ¿Quiénes serán sus abuelos?
—Pues mi madre y mi padre, quiénes van a ser.
—¿Y dónde estarán?
Jonás reflexionó.
—Ah —dijo despacio—. Cuando yo acabe mi formación y sea adulto del todo, me darán una casa para mí. Y cuando le pase lo mismo a Lily, unos años más tarde, le darán una casa para ella, y quizá cónyuge, y le darán hijos si los solicita, y entonces Mamá y Papá...
—Eso es.
—Mientras sigan trabajando y contribuyendo a la Comunidad, se irán a vivir con los demás Adultos sin Hijos. Y ya no formarán parte de mi vida.
—Y después de eso, cuando llegue el momento, se irán a la Casa de los Viejos —prosiguió, pensando en voz alta—. Y serán bien atendidos, y respetados, y cuando les liberen habrá una celebración.
—A la cual tú no asistirás —señaló el Dador.
—No, claro que no, porque ni siquiera me enteraré. Para entonces yo estaré muy ocupado con mi vida. Y Lily igual. Así que nuestros hijos, si los tenemos, tampoco sabrán quiénes son los padres de sus padres.
—Parece que la cosa funciona muy bien, ¿no? Como se hace en nuestra Comunidad —dijo Jonás—. Es que yo ni había pensado que pudiera haber otra manera, hasta que recibí ese recuerdo.
—Funciona —reconoció el Dador.
Jonás titubeó.
—Pero sí que me ha gustado ese recuerdo. Comprendo que sea su favorito. No he captado el nombre de la sensación entera, esa sensación que era tan fuerte en la habitación.
—Amor —dijo el Dador.
Jonás la repitió.
—Amor.
Eran una palabra y un concepto nuevos para él.
Los dos permanecieron unos momentos en silencio. Luego Jonás dijo:
—¡Dador!
—¿Qué?
—Es una tontería lo que le voy a decir, una tontería tremenda.
—No te preocupes, aquí no hay tonterías. Fíate de los recuerdos y de lo que te sugieran.
—Bien, pues —dijo Jonás mirando al suelo—, ya sé que usted ya no tiene ese recuerdo porque me lo dio, así que quizá no entienda esto...
—Lo entenderé, porque me queda un vago resto de ése y tengo muchos otros recuerdos de familias, y de fiestas, y de felicidad. Y de amor.
Jonás soltó de un tirón lo que sentía.
—Estaba pensando que, bueno, veo que no ha sido una manera muy práctica de vivir, con los Viejos ahí en el mismo sitio, donde quizá no estarían bien atendidos, como lo están ahora, y que nosotros tenemos una manera de hacer las cosas mejor resuelta. Pero en cualquier caso, estaba pensando, mejor dicho sintiendo, en realidad, pues que era así como agradable. Y que me gustaría que nosotros pudiéramos ser así, y que usted pudiera ser mi abuelo. La familia del recuerdo parecía un poco más...
Y al llegar ahí vaciló, sin poder hallar la palabra que buscaba.
—Un poco más completa —sugirió el Dador.
Jonás asintió.
—Me ha gustado la sensación del amor —confesó.
Y echó una ojeada nerviosa al altavoz de la pared, cerciorándose de que nadie estaba escuchando.
—Me gustaría que siguiéramos teniendo eso —susurró—. Por supuesto —se apresuró a añadir—, entiendo que no funcionaría muy bien.
Y que es mucho mejor estar organizados como lo estamos ahora. Me doy cuenta de que era una manera peligrosa de vivir.
—¿Qué quieres decir?
Jonás titubeó. En realidad no estaba seguro de qué había querido decir. Sentía que en aquello había algún riesgo, pero no veía claro de qué.
—Bueno —dijo por fin, tanteando una explicación—, tenían fuego allí dentro de la habitación. Había un fuego ardiendo en la chimenea. Y había velas encima de una mesa. Yo veo muy lógico que todo eso esté prohibido.
—Aun así —dijo despacio, casi como si hablara consigo mismo—, me gustó la luz que daban. Y el calor.
—Papá, Mamá —dijo tímidamente después de la cena—. Tengo que haceros una pregunta.
—¿De qué se trata, Jonás? —preguntó su padre.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo para pronunciar las palabras y se puso colorado de vergüenza. Había venido todo el camino desde el Anexo ensayándolas mentalmente.
—¿Vosotros sentís amor por mí?
Hubo un momento de silencio violento. Después Papá soltó una risilla.
—¡Jonás! ¡Que tú salgas con eso! ¡Precisión de lenguaje, por favor!
—¿Qué quieres decir? —preguntó Jonás.
Hacer reír no era ni mucho menos lo que había previsto.
—Tu padre quiere decir que has usado una palabra muy generalizada, tan vacía de contenido que ya casi no se usa —explicó cuidadosamente su madre.
Jonás les miró sin pestañear. ¿Vacía de contenido? Jamás en su vida había sentido nada tan lleno de contenido como aquel recuerdo.
—Y ni que decir tiene que nuestra Comunidad no puede funcionar como es debido si no hablamos con precisión. Podrías preguntar:
«¿Estáis a gusto conmigo?». La respuesta es: «Sí» —dijo su madre.
—O —sugirió su padre—: «¿Estáis orgullosos de lo que hago?». Y la respuesta es un «Sí» sin reservas.
—¿Comprendes por qué es insatisfactorio emplear una palabra como «amor»? —preguntó Mamá.
Jonás asintió.
—Sí, gracias, lo comprendo —respondió lentamente.
Era la primera vez que mentía a sus padres.
—¡Gabriel! —susurró aquella noche al Nacido.
La cuna estaba de nuevo en su habitación. Después de ver que Gabi dormía bien en la habitación de Jonás durante cuatro noches seguidas, sus padres habían declarado que el experimento era un éxito y Jonás un verdadero héroe. Gabriel estaba creciendo deprisa y ya gateaba riendo por toda la habitación y se ponía de pie. Podían subirle de nivel en el Centro de Crianza, dijo Papá, muy contento, ahora que dormía; podía ser oficialmente nombrado y entregado a su familia en diciembre, para lo cual faltaban solamente dos meses.
Pero cuando se lo llevaron dejó de dormir otra vez y gritaba por las noches.
Así que volvió al dormitorio de Jonás. Decidieron darle un poquito más de plazo. Como Gabi parecía estar a gusto en la habitación de Jonás, aún seguiría durmiendo allí por las noches, hasta que tuviera bien formado el hábito de dormir correctamente. Los Criadores eran muy optimistas acerca del futuro de Gabriel.
No hubo respuesta al susurro de Jonás. Gabriel dormía profundamente.
—Las cosas podrían cambiar, Gabi —siguió diciendo Jonás—. Podrían ser diferentes. Yo no sé cómo, pero tiene que haber algún modo de que las cosas sean diferentes. Podría haber colores. Y abuelos —añadió, fijando la mirada, a través de la penumbra, en el techo del dormitorio—. Y todo el mundo tendría recuerdos. Recuerdos, ya sabes —susurró, volviéndose hacia la cuna.
La respiración de Gabriel era honda y acompasada. A Jonás le gustaba tenerle allí, aunque el secreto le hacía sentirse culpable. Todas las noches le pasaba recuerdos a Gabriel: recuerdos de paseos en barca y salidas al campo bajo el sol; recuerdos de lluvia suave cayendo en los cristales; recuerdos de bailar descalzo sobre un césped mojado.
—¡Gabi!
El Nacido se movió ligeramente sin despertarse, Jonás tendió hacia él la mirada.
—¡Podría haber amor! —susurró.
A la mañana siguiente, por primera vez, Jonás no se tomó la pastilla. Algo que había en su interior, algo que había crecido allí a través de los recuerdos, le dijo que la tirase.
«EL DÍA DE HOY SE DECLARA VACACIÓN NO PROGRAMADA.»
Jonás, sus padres y Lily, todos volvieron la cabeza sorprendidos hacia el altavoz, de donde había salido la Comunicación. Aquello sucedía muy rara vez, y cuando sucedía era un regalo para toda la Comunidad. Los adultos quedaban eximidos del trabajo del día, los niños de la escuela y la formación y las horas de voluntariado. Los Obreros sustitutos, que recibirían otro día de vacación a cambio, se hacían cargo de todas las tareas imprescindibles: crianza, distribución de alimentos y atención a los Viejos, y la Comunidad era libre.
Jonás dio un grito de alegría y soltó la carpeta de los deberes.
Estaba a punto de salir para la escuela. Ahora la escuela tenía menos importancia para él y no habría de transcurrir mucho tiempo para que acabase su educación escolar. Pero para los Doces, aunque hubieran iniciado ya su formación de adultos, quedaba todavía memorizar las listas de Normas interminables y aprender a manejar la última tecnología.
Les deseó un buen día a sus padres, a su hermana y a Gabi, y se alejó pedaleando por el camino de bicis en busca de Asher.
Llevaba ya cuatro semanas sin tomar las pastillas. Le habían vuelto los Ardores y se sentía un poco culpable y avergonzado por los sueños placenteros que tenía por las noches. Pero sabía que no podía volver al mundo de no sentir nada en el que había vivido tanto tiempo.
Y su nueva sensibilidad exaltada llenaba un ámbito mayor que el de los meros sueños. Aunque sabía que parte de eso era debido a no tomar las pastillas, pensaba que la sensibilidad procedía también de los recuerdos. Ahora veía todos los colores, y además era capaz de retenerlos, de manera que los árboles y la hierba y los arbustos no dejaban de ser verdes mientras los miraba. Las mejillas sonrosadas de Gabriel seguían siendo sonrosadas incluso cuando dormía. Y las manzanas eran siempre, siempre rojas.
Ahora, gracias a los recuerdos, había visto mares y lagos de montaña, y arroyos que murmuraban en los bosques; y ahora veía de otro modo el ancho río de siempre, que corría junto al camino. Veía toda la luz y el color y la historia que contenía y arrastraba en sus aguas lentas; y sabía que había un Afuera de donde procedía y un Afuera adonde iba.
En esta vacación casual e inesperada se sentía feliz, como siempre en vacaciones; pero con una felicidad más profunda que nunca.
Pensando, como siempre, en la precisión del lenguaje, Jonás se dio cuenta de que lo que estaba experimentando era una hondura de los sentimientos distinta. Había algo que los diferenciaba de los sentimientos que cada noche, en cada casa, cada ciudadano analizaba con parloteo interminable.
—Me puse iracunda porque alguien había quebrantado las Normas del Área de Juegos —había dicho Lily una vez, cerrando el puño de su manita para indicar su ira.
Su familia, Jonás entre ellos, había comentado los posibles motivos de la transgresión y la necesidad de ser comprensivo y paciente, hasta que el puño de Lily se relajó y se le pasó la ira.
Pero ahora Jonás se daba cuenta de que no era ira lo que Lily había sentido. Impaciencia y enfado vulgares. El lo sabía con certeza porque ahora conocía la ira. Ahora había experimentado, en los recuerdos, la injusticia y la crueldad, y había reaccionado con una ira que le brotaba con tal violencia que la idea de comentarla tranquilamente en la cena era impensable.
—Hoy he estado triste —había oído decir a su madre, y ellos la habían consolado.
Pero ahora Jonás había experimentado la tristeza de verdad. Había conocido la pena desgarradora. Sabía que para emociones así no había consuelo fácil.
Éstas eran más profundas y no había necesidad de contarlas. Se sentían.
Hoy sentía felicidad.
—¡Asher!
Descubrió la bici de su amigo apoyada en un árbol, al borde del Área de Juegos. Por allí cerca había otras bicis tiradas por el suelo. En los días de vacación se podían desobedecer las Normas de Orden habituales.
Frenó hasta pararse y dejó caer su bici junto a las demás.
—¡Ash! —gritó, mirando alrededor, pero no se veía a nadie en el Área de Juegos—. ¿Dónde estás?
—¡Fsss...!
Fue una voz infantil la que hizo ese sonido desde detrás de un arbusto cercano.
—¡Pum, pum, pum...!
Una Once llamada Tanya salió tambaleándose de su escondite.
Con gesto teatral se agarró el estómago y siguió dando traspiés en zigzag, gimiendo.
—¡Me has dado! —chilló, y se dejó caer al suelo riendo.
—¡Bang...!
Jonás, parado al borde del Área, reconoció la voz de Asher. Y vio que su amigo corría de detrás de un árbol a otro, apuntando como si en la mano llevara un arma imaginaria.
—¡Bang! ¡Cuidado, Jonás! ¡Te tengo en mi línea de fuego!
Jonás retrocedió. Se colocó detrás de la bici de Asher y se arrodilló para no ser visto. Era un juego al que había jugado a menudo con los otros niños, un juego de buenos y malos, un pasatiempo inocente con el que daban salida a toda la energía contenida, y que no terminaba hasta que todos yacían tirados por el suelo en posturas estrafalarias.
Hasta entonces nunca se había dado cuenta de que era jugar a la guerra.
—¡Al ataque!
Ese grito brotó de detrás del pequeño almacén donde se guardaba el material de juegos. Tres niños salieron a la carrera, con sus armas imaginarias en posición de disparo.
Del otro extremo del Área se alzó el grito contrario:
—¡Contraataque!
Y de sus escondites salió una horda de niños, entre los cuales Jonás reconoció a Fiona, que corrían agachados y disparando. Varios se detuvieron y se llevaron las manos a los hombros y al pecho con gestos exagerados, fingiendo haber sido alcanzados; se desplomaron al suelo y se quedaron tendidos, conteniendo la risa.
Jonás sintió una oleada de sentimiento, y sin pensarlo echó a andar por el Área.
—¡Alcanzado, Jonás! —chilló Asher desde detrás del árbol—. ¡Pum, alcanzado otra vez!
Jonás estaba solo en el centro del Área. Varios niños levantaron la cabeza para mirarle, alarmados. Los de los ejércitos atacantes frenaron y se estiraron para ver lo que hacía.
Mentalmente Jonás volvió a ver la cara del muchacho que estaba agonizando en un campo y le había pedido agua. Tuvo de pronto una sensación de ahogo, como si fuera difícil respirar.