El descubrimiento de las brujas (94 page)

Read El descubrimiento de las brujas Online

Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

BOOK: El descubrimiento de las brujas
9.16Mb size Format: txt, pdf, ePub

Las diferentes conversaciones que se desarrollaban en la habitación se detuvieron de repente cuando las puertas del comedor se abrieron y se cerraron ruidosamente, a lo que siguió un mayor estruendo producido por las más pesadas puertas del salón principal. Nathaniel, Miriam y Marcus se pusieron de pie de un salto.

—¿Qué diablos ha sido eso? —quiso saber Marcus.

—La casa —respondí con un cierto cansancio—. Iré a ver qué es lo que quiere.

Matthew cogió la estatuilla y me siguió.

La anciana con el corpiño bordado estaba esperando en el umbral de la sala principal.

—Hola, señora. —Sophie nos había seguido e inclinaba cortésmente la cabeza hacia la anciana. Estudió mis facciones—. La dama se parece un poco a ti, ¿no?

«Así que ya has elegido tu camino», señaló la anciana. Su voz era más débil que antes.

—Lo hemos elegido —dije. Oí pasos detrás de mí mientras los restantes ocupantes del comedor se acercaban para ver de qué se trataba toda aquella conmoción.

«Vas a necesitar otra cosa para tu viaje», respondió.

Las grandes puertas de la sala se abrieron y el grupo de criaturas a mi espalda se enfrentó a una multitud de fantasmas que esperaba junto a la chimenea.

«Esto va a ser interesante», dijo mi abuela irónicamente desde su posición a la cabeza del fantasmal grupo.

Se oyó un retumbar en las paredes, como un golpeteo de huesos. Me senté en la mecedora de mi abuela, pues las rodillas ya no podían sostener mi peso.

Comenzó a formarse una grieta en los paneles de madera entre la ventana y la chimenea. Avanzó ensanchándose en un corte diagonal. La antigua madera vibró y chirrió. Algo blando con piernas y brazos salió volando de esa abertura. Me estremecí cuando aterrizó en mi regazo.

—¡Demonios! —exclamó Sarah.

«Esos paneles de madera nunca volverán a ser los mismos», comentó mi abuela, sacudiendo la cabeza y lamentándolo mientras observaba la madera resquebrajada.

Fuese lo que fuese lo que voló hacia mí, estaba hecho de una tela rústica desteñida en la que se conservaba un indefinido marrón grisáceo. Además de sus cuatro miembros, en el lugar en donde debía estar la cabeza había un bulto adornado con mechones desteñidos de pelo. Alguien había cosido una X donde debía estar el corazón.

—¿Qué es eso? —Apunté con el índice hacia las puntadas irregulares y burdas.

—¡No lo toques! —gritó Em.

—Ya lo estoy tocando —dije, levantando la vista confundida—: lo tengo en mi regazo.

—Nunca he visto una muñeca de trapo tan vieja —dijo Sophie, que se inclinaba para mirarlo.

—¿Muñeca de trapo? —Miriam frunció el ceño—. ¿No fue una de tus antepasadas la que tuvo problemas por una muñeca de trapo?

—Bridget Bishop —dijimos Sarah, Em y yo a la vez.

La anciana con el corpiño bordado se había acercado a mi abuela.

—¿Esto es tuyo? —susurré.

Una sonrisa apareció en los extremos de la boca de Bridget. «Recuerda que debes ser astuta cuando te encuentres en una encrucijada, hija. Nunca se sabe qué secretos hay enterrados ahí».

Bajé la mirada hacia la muñeca de trapo y toqué con suavidad la X de su pecho. La tela se abrió para dejar a la vista un relleno hecho de hojas, ramitas y flores secas que llenó el aire con olor a hierbas.

—Ruda —dije al reconocer una de las hierbas del té de Marthe.

—Trébol, brezo, duraznillo y resbaladiza corteza de olmo también, por el olor —añadió tras oler Sarah con fuerza el aire—. Esa muñeca de trapo fue hecha para atraer a alguien…, a Diana presumiblemente…, y además tiene un hechizo en ella como protección.

«Has hecho un buen trabajo con ella», le dijo Bridget a mi abuela apuntando con una inclinación de cabeza a Sarah.

Algo brillaba a través de la tela marrón. Cuando tiré de ella con suavidad, la muñeca de trapo se desarmó por completo.

«Y hay un final para ello», dijo Bridget con un suspiro. Mi abuela puso un brazo reconfortante alrededor de ella.

—Es un pendiente. —Sus intrincadas superficies doradas reflejaban la luz, y una enorme perla en forma de lágrima brillaba en el extremo.

—¿Cómo diablos fue a parar uno de los pendientes de mi madre a la muñeca de trapo de Bridget Bishop? —La cara de Matthew adquirió otra vez ese color gris pastoso.

—¿Los pendientes de tu madre estaban en el mismo sitio que tu juego de ajedrez aquella noche, hace mucho tiempo? —preguntó Miriam. Tanto el pendiente como la pieza de ajedrez eran antiguos, mucho más que la muñeca de trapo y que la casa de las Bishop.

Matthew pensó un momento, luego asintió con la cabeza.

—Sí. ¿Una semana es tiempo suficiente? ¿Puedes estar lista? —me preguntó en tono apremiante.

—No lo sé.

—Seguro que estarás lista —canturreó Sophie, mirándose el vientre—. Ella hará que todo salga bien para ti, brujita. Tú serás su madrina —dijo Sophie con una sonrisa radiante—. A ella le gustará.

—Si contamos al bebé, y sin contar a los fantasmas, por supuesto —intervino Marcus en un tono aparentemente tranquilo que me recordó la forma de hablar de Matthew cuando estaba estresado—, somos nueve en esta habitación.

—Cuatro brujas, tres vampiros y dos daimones —precisó Sophie en un tono soñador, con sus manos todavía sobre el vientre—. Pero nos falta un daimón. Sin él no podemos ser una asamblea secreta. Y cuando Matthew y Diana se vayan, necesitaremos otro vampiro también. ¿La madre de Matthew todavía vive?

—Está cansada —dijo Nathaniel como disculpándola, y apretó con las manos los hombros de su esposa—. Le resulta difícil concentrarse.

—¿Cómo has dicho? —le preguntó Em a Sophie. Se esforzaba por mantener un tono de voz calmado.

Los ojos de Sophie perdieron su somnolencia.

—Una asamblea secreta. Así es como llamaban antiguamente a las reuniones de los disidentes. Pregúntales a ellos. —Inclinó su cabeza en dirección a Marcus y Miriam.

—Ya he dicho que esto no era sólo un asunto de los Bishop y los De Clermont —observó Em mirando a Sarah—. No es ni siquiera un asunto de Matthew y Diana sobre si pueden estar juntos o no. Implica a Sophie y Nathaniel también. Es sobre el futuro, tal como dijo Diana. Así es como lucharemos contra la Congregación…, no como familias individuales sino como una…, cómo la has llamado?

—Una asamblea secreta —respondió Miriam—. Siempre me gustó esa expresión…, es tan encantadoramente siniestra… —Se afirmó sobre sus pies con una sonrisa de satisfacción.

Matthew se giró hacia Nathaniel.

—Parece que tu madre tenía razón. Aquí es donde debéis estar, con nosotros.

—Por supuesto que debéis estar aquí —dijo Sarah con energía—. Vuestro dormitorio está listo, Nathaniel. Es arriba, la segunda puerta a la derecha.

—Gracias —dijo Nathaniel con un cierto alivio en la voz, aunque todavía miraba a Matthew con cautela.

—Soy Marcus. —El hijo de Matthew le dio la mano al daimón. Nathaniel la estrechó con fuerza, reaccionando muy poco a la impresionante frialdad de la piel del vampiro.

—¿Ves? No necesitábamos hacer una reserva en ese hotel, mi amor —le dijo Sophie a su marido con una sonrisa beatífica. Buscó a Em con la mirada—: ¿Hay más galletas?

Capítulo
40

A
lgunos días después, Sophie estaba sentada en la encimera central de la cocina con media docena de calabazas y un cuchillo afilado cuando Matthew y yo regresamos de nuestro paseo. El tiempo se había vuelto más frío y se notaba en el aire la sombría cercanía del invierno.

—¿Qué te parece? —preguntó Sophie, haciendo girar la calabaza. Tenía los huecos de los ojos, las cejas arqueadas y la boca abierta de todas las calabazas de Halloween, pero había transformado los rasgos habituales en algo extraordinario. Había líneas que salían de la boca y tenía arrugas en la frente, haciendo que los ojos quedaran ligeramente fuera de su sitio. El efecto, en conjunto, era escalofriante.

—¡Asombroso! —Matthew miró la calabaza encantado.

Ella se mordió el labio, mirando su obra con ojos críticos.

—No estoy segura de que los ojos estén bien.

Me reí.

—Por lo menos tiene ojos. A veces Sarah ni se molesta en hacerlos y simplemente hace tres agujeros redondos en un lado con la punta de un destornillador, y listo.

—Halloween es una fiesta de mucho trabajo para las brujas. No siempre tenemos tiempo para los detalles más finos —reaccionó Sarah con cierta brusquedad saliendo de la despensa para inspeccionar el trabajo de Sophie. Asintió con la cabeza en un gesto de aprobación—. Pero este año seremos la envidia del vecindario.

Sophie sonrió tímidamente y acercó otra calabaza hacia ella.

—Ahora voy a hacer una menos aterradora. No queremos hacer llorar a los niños más pequeños.

Faltaba menos de una semana para Halloween, y Em y Sarah estaban muy ocupadas con los preparativos para la gran fiesta de otoño de la asamblea de brujas de Madison. Iba a haber comida, gran cantidad de bebida (incluido el famoso ponche de Em, que tenía a su favor al menos el nacimiento de un bebé) y suficientes actividades propias de las brujas para mantener a los niños, excitados por el azúcar, ocupados y lejos de la hoguera después de haber recogido golosinas por todo el vecindario. Pescar manzanas colgantes con la boca era mucho más difícil cuando la fruta en cuestión había sido hechizada.

Mis tías sugirieron cancelar sus planes, pero Matthew se negó.

—A todos en el pueblo les sorprendería que no aparecierais. Ésta tiene que ser una celebración normal de Halloween.

Todos dudábamos. Al fin y al cabo, Sarah y Em no eran las únicas que contaban las horas que faltaban para Halloween.

La noche anterior, Matthew había organizado la salida gradual de cada uno de los habitantes de la casa, empezando por Nathaniel y Sophie y terminando con Marcus y Miriam. Eso, calculaba, haría que nuestra partida se notara un poco menos…, y sobre esta cuestión no habría más discusiones.

Marcus y Nathaniel habían intercambiado una larga mirada cuando Matthew terminó de comunicar sus planes. El daimón sacudió la cabeza y apretó los labios. Marcus se limitó a quedarse con la mirada fija en la mesa, al tiempo que un músculo de su mandíbula latía con fuerza.

—¿Pero quién dará las golosinas? —preguntó Em.

Matthew se mostró pensativo.

—Diana y yo lo haremos.

Marcus y Nathaniel habían salido rápidamente de la habitación cuando nos separamos para ocuparnos cada uno de nuestras distintas tareas, mascullando algo acerca de ir a buscar leche. Luego subieron al coche de Marcus y salieron casi volando por el sendero de la entrada.

—Tienes que dejar de decirles lo que tienen que hacer —reñí a Matthew, que estaba conmigo en la puerta principal viéndolos marchar—. Los dos son adultos. Nathaniel tiene una esposa, y pronto tendrá un hijo.

—Si les dejara hacer las cosas por su cuenta, Marcus y Nathaniel llamarían a una legión de vampiros para reunirlos frente a la puerta mañana mismo.

—Tú no estarás aquí para darles órdenes la semana que viene —le recordé, mirando las luces traseras del coche, que doblaban rumbo al pueblo—. Será tu hijo quien se ponga al mando.

—Eso es lo que me preocupa.

El verdadero problema era que estábamos en medio de un brote agudo de envenenamiento por testosterona. Nathaniel y Matthew no podían estar en la misma habitación sin que saltaran chispas y en la casa cada vez más llena de gente les resultaba difícil no encontrarse.

Su siguiente enfrentamiento ocurrió aquella tarde cuando llegó un paquete a domicilio. Era una caja con las palabras RIESGO BIOLÓGICO escritas a lo largo de toda la cinta de plástico de envolver en grandes letras rojas.

—¿Qué diablos es esto? —preguntó Marcus, llevando la caja cautelosamente a la sala de estar. Nathaniel levantó la vista de su ordenador portátil y abrió sus ojos marrones con un brillo de alarma en ellos.

—Eso es para mí —dijo Matthew con voz serena, tomando la caja que traía su hijo.

—¡Mi esposa está embarazada! —exclamó Nathaniel furiosamente, cerrando con un golpe su ordenador portátil—. ¿Cómo puedes traer eso a casa?

—Son las inyecciones para Diana. —Matthew podía mantener su fastidio bajo control.

Dejé mi revista a un lado.

—¿Qué inyecciones?

—No vas a ir al pasado sin protección para toda posible enfermedad. Ven a la despensa —dijo Matthew, y alargó su mano hacia mí.

—Dime primero qué hay en la caja.

—Vacunas de refuerzo… para el tétanos, la fiebre tifoidea, la polio, la difteria… y también algunas vacunas que probablemente no has recibido, como la nueva preventiva de la rabia de una sola dosis, la última vacuna para la gripe, una inmunización para el cólera. —Se detuvo, todavía con la mano extendida—. Y una vacuna para la viruela.

—¿Viruela? —Se había dejado de vacunar a los niños contra la viruela unos cuantos años antes de que yo naciera. Eso quería decir que Sophie y Nathaniel tampoco estaban inmunizados.

Matthew bajó la mano y me ayudó a ponerme de pie.

—Empecemos —dijo resueltamente.

—Hoy no vas a pincharme con agujas.

—Mejor agujas hoy que viruela o tétanos mañana —replicó.

—Espera un minuto. —La voz de Nathaniel resonó en la habitación como el chasquido de un látigo—. La vacuna para la viruela lo hace a uno contagioso. ¿Y Sophie y el bebé?

—Explícaselo, Marcus —ordenó Matthew, echándose a un lado para que yo pudiera pasar.

—No contagia la viruela exactamente. —Marcus trataba de transmitirle seguridad—. Es una cepa diferente de la enfermedad. Sophie estará bien, siempre que no toque el brazo de Diana, ni nada de lo que ésta toque.

Sophie le sonrió a Marcus.

—Está bien. Puedo hacer eso.

—¿Siempre haces todo lo que él te dice? —le preguntó Nathaniel a Marcus con desprecio, levantándose del sofá. Miró a su esposa—. Sophie, nos vamos.

—Deja de montar tanto escándalo, Nathaniel —pidió Sophie—. Pondrás nerviosa a la casa… y al bebé también, si empiezas a hablar de irnos. No nos iremos a ninguna parte.

Nathaniel le dirigió una mirada de odio a Matthew y se sentó.

—Marcus me obedece a mí tanto como Sophie te obedece a ti —observó Matthew.

En la despensa, Matthew hizo que me quitara la camiseta y el jersey de cuello alto para empezar a frotarme el brazo izquierdo con alcohol. La puerta chirrió al abrirse.

Other books

The Crimson Shield by Nathan Hawke
A Highlander for Christmas by Christina Skye, Debbie Macomber
The wrong end of time by John Brunner
The Collected Stories by John McGahern
The Poseidon Initiative by Rick Chesler
The Rose Bride by Nancy Holder