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Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

El descubrimiento de las brujas (97 page)

BOOK: El descubrimiento de las brujas
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La intervención de Sophie puso definitivamente fin a las objeciones de Nathaniel. Una vez que Matthew hubo respondido a todas las preguntas, recogió un sobre que había pasado desapercibido junto a su codo. Estaba sellado con cera negra.

—Con esto sólo queda un asunto por resolver. —Se puso de pie y mostró la carta—. Hamish, esto es para ti.

—¡Ah, de ninguna manera! —Hamish cruzó los brazos sobre el pecho—. Dáselo a Marcus.

—Tú puedes ser el noveno caballero, pero también eres el senescal de los caballeros de Lázaro y mi segundo en el mando. Hay un protocolo que debemos seguir —explicó Matthew con el rostro tenso.

—Matthew sabe qué debe hacer —farfulló Marcus—. Es el único gran maestre de la historia de la orden que ha renunciado una vez.

—Y ahora seré el único gran maestre que ha renunciado dos veces —dijo Matthew, todavía sosteniendo el sobre.

—Al diablo con el protocolo —espetó Hamish, golpeando con el puño sobre la mesa—. Todo el mundo fuera de esta habitación, menos Matthew, Marcus y Nathaniel. —Y luego añadió—: Por favor.

—¿Por qué tenemos que irnos? —preguntó Sarah con desconfianza.

Hamish examinó a mi tía por un momento.

—Es mejor que tú también te quedes.

Los cinco estuvieron encerrados en el comedor durante el resto del día. En una ocasión, un exhausto Hamish salió y pidió sándwiches. Las galletas hacía rato que habían desaparecido, según explicó.

—¿Es sólo una impresión mía o vosotras también pensáis que los hombres nos han hecho salir de la habitación para ponerse a fumar y a hablar de política? —pregunté, tratando de no pensar en la reunión que tenía lugar en el comedor y distrayéndome con una serie inconexa de películas antiguas y mirando los programas de la tarde en la televisión. Em y Sophie estaban tejiendo, y Miriam estaba resolviendo pasatiempos que había encontrado en un libro que prometía
Sudokus diabólicamente difíciles
. Se reía entre dientes de vez en cuando y hacía marcas en los márgenes.

—¿Qué estás haciendo, Miriam? —quiso saber Sophie.

—Marcando los tantos —respondió Miriam, e hizo otra marca sobre la página.

—¿De qué están hablando? ¿Y quién va ganando? —pregunté, envidiándole su habilidad para escuchar la conversación.

—Están planeando una guerra, Diana. Y en cuanto a quién está ganando, Matthew o Hamish…, aunque todavía no está claro —informó Miriam—. Marcus y Nathaniel han logrado meter un par de buenas ideas, sin embargo, y Sarah está aportando lo suyo.

Ya había oscurecido y Em y yo estábamos haciendo la cena cuando terminó la reunión. Nathaniel y Sophie comenzaron a hablar en voz baja en la sala de estar.

—Tengo que hacer algunas llamadas pendientes —se disculpó Matthew después de besarme con un tono amable de voz que no se correspondía con su rostro tenso.

Al ver lo cansado que estaba, decidí que mis preguntas podían esperar.

—Por supuesto —dije, acariciando su mejilla—. Tómate tu tiempo. La cena estará en una hora.

Matthew me dio otro beso más largo y profundo antes de salir por la puerta trasera.

—Necesito un trago —gruñó Sarah, y se dirigió al porche a fumar un cigarrillo a escondidas.

Matthew no era nada más que una sombra detrás de la neblina de humo del cigarrillo de Sarah cuando atravesó el huerto y se dirigió al granero. Hamish se me acercó por detrás, golpeando mi espalda y mi cuello con sus ojos.

—¿Estás ya totalmente recuperada? —preguntó con tono sereno.

—¿A ti qué te parece? —Había sido un día largo, y Hamish no hacía ningún esfuerzo por ocultar el desagrado que yo le provocaba. Sacudí la cabeza.

Hamish apartó la mirada y mis ojos la siguieron. Ambos observamos que Matthew se pasaba sus blancas manos por el pelo antes de desaparecer en el granero.

—«Tigre, tigre que ardes brillante / en los bosques de la noche» —recitó Hamish, citando a William Blake—. Ese poema siempre me ha hecho pensar en él.

Dejé mi cuchillo en la tabla de picar y lo miré.

—¿En qué estás pensando, Hamish?

—¿Estás segura de él, Diana? —preguntó. Em se secó las manos en su mandil y abandonó la cocina después de dirigirme una mirada triste.

—Sí. —Lo miré a los ojos, tratando de mostrar que mi confianza en Matthew era clara.

Hamish asintió, sin mostrarse sorprendido.

—Me preguntaba si lo aceptarías una vez que supieras quién fue…, quién es todavía. Parece que no tienes miedo de tener cogido a un tigre por la cola.

Sin decir una palabra volví a coger el cuchillo y seguí cortando.

—Ten cuidado. —Hamish apoyó su mano en mi antebrazo, forzándome a mirarlo—. Matthew no será el mismo hombre en el lugar adonde vas.

—Sí lo será. —Fruncí el ceño—. Mi Matthew va conmigo. Será exactamente el mismo.

—No —insistió Hamish sombríamente—. No lo será.

Hamish conocía a Matthew desde hacía mucho más tiempo. Y había descubierto adónde iríamos viendo el contenido de aquel maletín. Yo todavía no sabía nada, salvo que me iba a dirigir a una época anterior a 1976 y a un lugar donde Matthew había jugado al ajedrez.

Hamish se reunió con Sarah en el porche y pronto dos columnas de humo gris ascendieron por el cielo nocturno.

—¿Va todo bien por ahí? —le pregunté a Em cuando regresó de la sala de estar, donde Miriam, Marcus, Nathaniel y Sophie estaban conversando y mirando la televisión.

—Sí —respondió—. ¿Y aquí?

—Todo en orden. —Me concentré en los manzanos a la espera de que Matthew surgiera de la oscuridad.

Capítulo
41

E
l día antes de Halloween, una sensación de agitación se apoderó de mi estómago. Todavía en la cama, busqué a Matthew con la mano.

—Estoy nerviosa.

Cerró el libro que estaba leyendo y me atrajo hacia él.

—Lo sé. Estabas nerviosa antes de abrir los ojos.

La casa estaba ya en plena actividad. La impresora de Sarah estaba sacando un montón de páginas en el despacho. La televisión estaba encendida, y la secadora de ropa gemía débilmente en la distancia mientras protestaba por otra carga. Mi olfato me dijo que Sarah y Em ya llevaban consumidas unas cuantas tazas, y por el pasillo se escuchaba el zumbido de un secador de pelo.

—¿Somos los últimos en levantarnos? —Hice un esfuerzo para tranquilizar a mi estómago.

—Creo que sí —dijo con una sonrisa, aunque había una sombra de preocupación en sus ojos.

Abajo, Sarah estaba haciendo huevos para todos, mientras Em extraía bandejas de panecillos del horno que Nathaniel sacaba metódicamente, uno tras otro, de la fuente y se metía enteros en la boca.

—¿Dónde está Hamish? —quiso saber Matthew.

—En mi despacho, usando la impresora. —Sarah lo miró durante un buen rato y luego regresó a sus sartenes.

Marcus dejó su partida de Scrabble y se dirigió a la cocina para dar un paseo con su padre. Cogió un puñado de frutos secos al salir y olfateó los panecillos con un gruñido de deseo frustrado.

—¿Qué está ocurriendo? —pregunté en voz baja.

—Hamish está actuando como un abogado —respondió Sophie, untando una gruesa capa de mantequilla encima de un panecillo—. Dice que hay que firmar unos papeles.

Hamish nos llamó para reunirnos en el comedor a última hora de la mañana. Fuimos entrando desordenadamente, cada uno con su vaso o su taza. Nos miró como si no hubiera dormido. Había montones de papeles ordenados que cubrían toda la superficie de la mesa, unas barras de cera negra y dos sellos que pertenecían a los caballeros de Lázaro, uno pequeño y otro grande. Noté cómo se me aceleraba el corazón y un extraño hormigueo en el estómago.

—¿Nos sentamos? —preguntó Em. Traía consigo una cafetera con café recién hecho y llenó la taza de Hamish.

—Eres muy amable, Em —dijo Hamish. Dos sillas vacías esperaban en la cabecera de la mesa. Nos hizo un gesto a Matthew y a mí para que las ocupáramos y cogió la primera pila de papeles—. Ayer por la tarde repasamos varios asuntos prácticos relacionados con la situación en la que nos encontramos ahora.

De nuevo noté mi corazón latiendo a toda velocidad y dirigí mi mirada hacia los sellos.

—Menos formalidades de abogado, Hamish, por favor —pidió Matthew a la vez que su mano se tensaba sobre mi espalda.

Hamish lo miró con desagrado y continuó:

—Diana y Matthew van a viajar en el tiempo, como estaba planeado, en la noche de Halloween. Ignorad todo lo demás que Matthew os dijo que hicierais. —Hamish manifestaba un obvio placer al pronunciar esta parte de su discurso—. Nos hemos puesto de acuerdo en que sería mejor si todos… desaparecemos por un tiempo. A partir de este momento, sus antiguas vidas quedan en suspenso. —Hamish puso un documento delante de mí—. Éste es un poder, Diana. Me autoriza a mí, o a quienquiera que ocupe el cargo de senescal, a actuar legalmente en tu nombre.

Ese poder le daba a la idea abstracta de viajar en el tiempo un nuevo sentido de finalidad. Matthew sacó una pluma de su bolsillo.

—Aquí —dijo, colocando la pluma delante de mí.

La punta de la pluma no estaba acostumbrada al ángulo y la presión de mi mano e hizo un ruido áspero al arañar el papel cuando estampé mi firma en el lugar indicado. Al finalizar, Matthew lo cogió y dejó caer una caliente gota negra en la parte inferior; luego cogió su sello personal y lo apoyó con fuerza en la cera.

Hamish cogió el siguiente grupo de papeles.

—También tienes que firmar estas cartas. Una informa a los organizadores de tu conferencia de que no puedes asistir a ella en noviembre. La otra pide una baja por enfermedad para el próximo año. Tu médico, un tal doctor Marcus Whitmore, ha escrito un informe. En caso de que no hayas regresado antes de abril, enviaré tu solicitud a Yale.

Leí las cartas cuidadosamente y firmé con mano temblorosa, renunciando a mi vida en el siglo XXI.

Hamish apretó las manos en el borde de la mesa. Evidentemente se estaba preparando para algo.

—Es imposible decir cuándo Matthew y Diana estarán de vuelta con nosotros. —No usó el condicional «si», pero esa palabra flotó en el ambiente de todas maneras—. Cada vez que algún miembro de la firma o de la familia De Clermont se prepara para hacer un largo viaje o para desaparecer por un tiempo, es mi obligación asegurarme de que sus asuntos estén en orden. Diana, tú no tienes testamento hecho.

—No. —Mi mente estaba completamente en blanco—. Pero no tengo bienes…, ni siquiera un coche.

Hamish se irguió.

—Eso no es del todo cierto, ¿verdad, Matthew?

—Dámelo —dijo Matthew de mala gana. Hamish le entregó un grueso documento—. Éste fue redactado la última vez que estuve en Oxford.

—Antes de La Pierre —dije, sin tocar las páginas.

Matthew asintió con la cabeza.

—En esencia, se trata de nuestro acuerdo matrimonial. Te otorga de manera irrevocable un tercio de mis posesiones personales. Aunque me dejaras, estos bienes seguirían siendo tuyos.

Estaba fechado antes de que él volviera a casa, antes de que nos uniéramos de por vida según la costumbre de los vampiros.

—Nunca te dejaré, y no quiero esto.

—Ni siquiera sabes de qué se trata —dijo Matthew, colocando las páginas delante de mí.

Era demasiado lo que había que asimilar. Impresionantes sumas de dinero, una casa en una exclusiva manzana en Londres, un apartamento en París, una villa en las afuera de Roma, el Viejo Pabellón, una casa en Jerusalén, más casas en ciudades como Venecia y Sevilla, jets, automóviles… Mi mente era un torbellino.

—Tengo un trabajo seguro. —Aparté los papeles—. Esto es totalmente innecesario.

—Es tuyo de todas formas —dijo Matthew ásperamente.

Hamish esperó un momento hasta que me recompuse para dejar caer su próxima bomba:

—Si Sarah muriese, tú heredarías esta casa también, con la condición de que siga siendo el hogar de Emily mientras ella así lo desee. Además, eres la única heredera de Matthew. De modo que posees bienes, y tengo que saber cuáles son tus deseos.

—No voy a hablar de esto. —El recuerdo de Satu y Juliette todavía estaba fresco, y la muerte se sentía demasiado cerca. Me puse de pie, dispuesta a irme, pero Matthew me cogió la mano y la retuvo con fuerza.

—Tienes que hacerlo,
mon coeur
. No podemos dejar que Marcus y Sarah lo resuelvan.

Volví a sentarme y pensé en silencio qué hacer con la incalculable fortuna y la destartalada granja que iban a ser mías algún día.

—Mis bienes deben ser divididos en partes iguales entre nuestros hijos —dije finalmente—. Y eso incluye a todos los hijos, vampiros y biológicos, de Matthew, los que él hizo y los que podamos tener juntos. Para ellos será también la casa Bishop, cuando Em deje de utilizarla.

—Me ocuparé de que así sea —me aseguró Hamish.

Los únicos documentos que quedaban sobre la mesa estaban metidos dentro de tres sobres. Dos llevaban el sello de Matthew. El otro estaba envuelto en una cinta negra y plateada, sellada con un poco de cera cubriendo el nudo. Colgado de la cinta se veía un disco negro y grueso grande como un plato de postre, con el gran sello de los caballeros de Lázaro.

—Por último, tenemos que ocuparnos de la hermandad. Cuando el padre de Matthew fundó los caballeros de Lázaro, éstos se hicieron famosos por velar por aquellos que no podían protegerse a sí mismos. Aunque la mayoría de las criaturas se han olvidado de nosotros, todavía existimos. Y debemos continuar existiendo aún después de que Matthew haya desaparecido. Mañana, antes de que Marcus salga de la casa, Matthew abandonará oficialmente su cargo en la orden y nombrará gran maestre a su hijo.

Hamish le entregó a Matthew los dos sobres con su sello personal. Luego le dio el otro sobre con el sello más grande a Nathaniel. Miriam abrió mucho los ojos.

—Tan pronto como Marcus acepte su nuevo cargo, cosa que hará de inmediato —dijo Hamish mirando con severidad a Marcus—, llamará por teléfono a Nathaniel, que ha aceptado entrar en la empresa como uno de los ocho maestres provinciales. Una vez que Nathaniel rompa el sello de este cargo, será caballero de Lázaro.

—¡No puedes seguir haciendo que daimones como Hamish y Nathaniel se conviertan en miembros de la hermandad! ¿Cómo va a combatir Nathaniel? —Miriam no salía de su asombro.

—Con éstos —replicó Nathaniel, moviendo sus dedos en el aire—. Conozco los ordenadores, y puedo cumplir con mi parte. —Su voz adquirió un tono de ferocidad y lanzó una mirada igualmente feroz a Sophie—: Nadie le va a hacer a mi esposa o a mi hija lo que le hicieron a Diana.

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