El día que Nietzsche lloró (36 page)

BOOK: El día que Nietzsche lloró
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Nietzsche asintió.

—¿Recuerda que me preguntó, creo que la primera vez que hablamos, si tener migraña tenía alguna ventaja? Fue una buena pregunta. Me ayudó a pensar en mi vida de modo diferente. ¿Y recuerda que le respondí que la migraña me había obligado a renunciar a la universidad? Todos (mi familia, mis amigos, incluso mis colegas) lamentaron mi desgracia y estoy seguro de que la historia dirá que la enfermedad de Nietzsche terminó con su carrera de una forma trágica. ¡Pero no es así! ¡Lo contrario es verdad! La cátedra en la universidad de Basilea era mi condena a muerte. Me condenaba a la vida vacía de la academia y a pasar el resto de mis días trabajando para poder mantener a mi madre y mi hermana. Estaba fatalmente atrapado.

—¡Y luego, Friedrich, la migraña (la gran liberadora) descendió sobre usted!

—¿A que no es tan distinto de esta obsesión que desciende sobre usted, Josef. ¡Tal vez nos parezcamos más de lo que pensamos!

Breuer cerró los ojos. ¡Le gustaba sentirse cerca de Nietzsche! Se le llenaron los ojos de lágrimas. Fingió un ataque de tos para poder girar la cabeza.

—Prosigamos —dijo Nietzsche, impávido—. Estamos adelantando. Comprendemos que Bertha significa pasión, misterio, una huida peligrosa. ¿Qué más, Josef? ¿Qué otros significados encierra?

—¡Belleza! La belleza de Bertha es una parte importante de su misterio. Mire, le he traído esto para que lo compruebe.

Abrió el maletín y le tendió una fotografía. Poniéndose sus gruesas gafas, Nietzsche caminó hasta la ventana para inspeccionarla con mejor luz. Iba vestida de negro de la cabeza a los pies, con ropa de montar. La chaqueta le ceñía el tórax: la doble columna de botones, que iban desde la diminuta cintura hasta la barbilla, pugnaban por contener el poderoso busto. Su mano izquierda apretaba una fusta de montar y al mismo tiempo sujetaba la falda. De la otra mano colgaba un par de guantes. La nariz era fuerte, el corto pelo, abundante. Llevaba una gorra negra con aire despreocupado. Sus ojos eran grandes y oscuros. No se molestaba en mirar a la cámara, sino que había clavado los ojos en la distancia.

—Formidable mujer, Josef —dijo Nietzsche, devolviéndole la foto y volviéndose a sentar—. Sí, es realmente hermosa. Pero no me gustan las mujeres con látigo.

—La belleza —dijo Breuer— es una parte importante del significado de Bertha. La belleza me cautiva con facilidad. Con más facilidad que a la mayoría de los hombres, creo. La belleza es un misterio. Casi no sé cómo hablar de ella, pero una mujer con una combinación especial de carne, pechos, orejas, grandes ojos oscuros, nariz, labios (sobre todo, labios), causa un gran impacto en mí. Sé que parece una estupidez, pero... ¡casi creo que mujeres como ésta tienen poderes sobrehumanos!

—¿Para hacer qué?

¡Es ridículo! —Breuer escondió el rostro entre las manos.

—Desholline, Josef. ¡Suspenda el juicio y hable! Tiene mi palabra de que no lo juzgaré.

—No sé expresarlo con palabras.

—Trate de terminar la frase: ante la belleza de Bertha siento...

—Ante la belleza de Bertha siento... siento... ¿qué siento? Siento que estoy en las entrañas de la tierra, en el centro de la existencia. Donde debo estar. Estoy en un lugar donde no hay preguntas sobre la vida o su propósito..., en el centro, en el lugar seguro. Su belleza ofrece una seguridad infinita. —Levantó la cabeza—. ¿Lo ve? ¡Lo que digo no tiene sentido!

—Continúe —dijo Nietzsche, imperturbable.

—Para que me cautive una mujer, debe tener un aspecto especial. Un aspecto adorable. Ahora lo veo en mí mente: ojos muy abiertos y brillantes, labios que esbozan una semisonrisa afectuosa. Parece decir... ah, no sé...

—¡Siga, Josef, por favor! ¡Siga evocando la sonrisa! ¿Puede verla todavía?

Breuer cerró los ojos y asintió.

—¿Qué le dice?

—Me dice: "Eres adorable. Cualquier cosa que hagas está bien. Ay, querido, no te dominas, pero eso es previsible en un niño". Ahora veo que se vuelve hacia las otras mujeres y les dice: "¿No es maravilloso? ¿No es un tesoro? Voy a cogerlo en brazos para tranquilizarle".

—¿No puede decir nada más sobre la sonrisa?

—Me dice que puedo jugar, hacer cualquier cosa. Aunque me meta en líos, ella siempre estará encantada conmigo, siempre me encontrará adorable.

—Esa sonrisa, ¿tiene una historia personal para usted, Josef?

—¿Qué quiere decir?

—Retroceda. ¿Contiene su memoria esa sonrisa?

Breuer negó con la cabeza.

—No, la memoria no.

—¡Contesta demasiado deprisa! Ha empezado a negar con la cabeza antes de que yo terminara la pregunta. ¡Busque! Mantenga esa sonrisa en su mente y vea qué pasa.

Breuer cerró los ojos y observó el papel continuo de la memoria.

—He visto esa sonrisa en Mathilde, cuando mira a nuestro hijo Johannes. Además, cuando yo tenía diez u once años, me enamoré de una joven llamada Mary Gomperz, ¡y ella me miraba así! ¡Exactamente la misma sonrisa! Recibí un golpe terrible cuando tuve que mudarme con mi familia. Hace treinta años que no la veo, pero sigo soñando con Mary.

—¿Quién más? ¿Se ha olvidado de la sonrisa de su madre?

—¿No se lo he dicho? Mi madre murió cuando yo tenía cuatro años. Ella no tenía más que veintiocho y murió al dar a luz a mi hermano menor. Dicen que era hermosa, pero no tengo recuerdo alguno de ella, en absoluto.

—¿Y su esposa? Mathilde, ¿tiene esa sonrisa mágica?

—No. De eso estoy seguro. Mathilde es hermosa, pero su sonrisa no tiene fuerza. Sé que es estúpido pensar que Mary, a los diez años, tuviera fuerza y que Mathilde carezca de ella. Sin embargo, es así como lo siento. En nuestro matrimonio, soy yo quien tiene poder sobre ella y es ella quien desea mi protección. No, Mathilde no tiene magia. No sé por qué.

—La magia requiere oscuridad y misterio —dijo Nietzsche—. Tal vez la familiaridad de catorce años de matrimonio haya aniquilado el misterio. ¿La conoce usted demasiado bien? Quizá no pueda usted soportar la verdad de una relación con una mujer hermosa.

—Empiezo a creer que necesito otra palabra que no sea belleza. Mathilde posee todos los componentes de la belleza. Posee el componente estético, aunque no la fuerza de la belleza. Tal vez tenga usted razón, puede que me resulte demasiado familiar. Veo con excesiva frecuencia la carne y el hueso bajo la piel. Otro factor es que no hay competencia: no ha habido otros hombres en la vida de Mathilde. Fue un casamiento de conveniencia.

—No comprendo esa necesidad de competencia, Josef. Hace unos días dijo que le asustaba.

—Necesito competencia y no la necesito. Recuerde que usted mismo ha dicho que no es preciso que lo que diga tenga sentido. Estoy expresando palabras que vienen a mí mente. Veamos..., deje que aclare mis pensamientos. Sí, una mujer hermosa tiene más poder si es deseada por otros hombres. Pero una mujer así es peligrosa: puede quemarme. Tal vez Bertha sea la solución perfecta: ¡aún no está formada del todo! Es una belleza en estado embrionario, todavía incompleta.

—Entonces preguntó Nietzsche—, ¿es más segura porque no hay otros hombres compitiendo por ella?

—Eso no es del todo cierto. Es más segura porque yo tengo su trayectoria interior. Cualquier hombre podría desearla, pero yo puedo vencer sin esfuerzo a los competidores. Ella depende (o dependía) por completo de mí. Durante semanas se negaba a comer si yo en persona no la alimentaba. Por supuesto, yo, como médico, lamentaba la regresión de mi paciente. "¡Qué lástima!", me decía chascando la lengua con aire turbado, y contaba mi preocupación personal a su familia. Pero en secreto, como hombre (nunca se lo confesaré a nadie más que a usted) estaba encantado de mi conquista. Cuando me dijo un día que había soñado conmigo, me quedé paralizado. ¡Qué victoria entrar en su recinto más intimo, un lugar al que ningún otro hombre había tenido acceso! Y como las imágenes oníricas no mueren, era un lugar en el que yo podía habitar para siempre.

—Ah, Josef, ¡gana usted la competición sin tener que competir!

—Si, ése es otro de los significados de Bertha: prueba segura, indudable victoria. Ahora bien, una mujer hermosa que no ofrezca seguridad, eso es diferente. —Breuer guardó silencio.

—Continúe, Josef. ¿Adónde se dirigen ahora sus pensamientos?

—Estaba pensando en una mujer que no ofrece seguridad, una belleza plenamente formada, más o menos de la edad de Bertha, que fue a verme a mi consultorio hace un par de semanas; se trata de una mujer a cuyos pies han caído rendidos muchos hombres. Me dejó fascinado, ¡y aterrorizado! Me sentí tan incapaz de oponerme a su capricho que, haciéndola pasar antes que a mis otros pacientes, la recibí sin que tuviera cita concertada. Sólo cuando me hizo una pertición profesional inadmisible pude oponerme a sus deseos.

—Ah, conozco el dilema —dijo Nietzsche—. La mujer más deseable es la que más amedrenta. Y desde luego, no por lo que es, sino por lo que imaginamos que es. ¡Qué triste!

—¿Triste, Friedrich?

—Triste para la mujer a quien nunca se llega a conocer y triste, también, para el hombre. Conozco esa tristeza.

—¿También usted ha conocido a una Bertha?

—No, pero he conocido a una mujer como la otra paciente a quien describe, esa a la que no es posible oponerse.

Lou Salomé, pensó Breuer. ¡Lou Salomé, sin duda! ¡Por fin hablaba de ella! Aunque no deseaba apartar el foco de atención de sí mismo, Breuer insistió.

—¿Qué pasó con esa mujer a la que no pudo resistirse, Friedrich? Nietzsche vaciló, luego sacó su reloj.

—Hoy hemos tocado una veta rica, quizá una veta rica para ambos. Pero se nos acaba el tiempo y estoy seguro de que usted todavía tiene mucho que decir. Siga diciéndome, por favor, lo que significa Bertha para usted.

Breuer sabía que Nietzsche estaba más cerca que nunca de revelar sus propios problemas. Quizá en aquel momento sólo habría bastado una pregunta cortés. Sin embargo, cuando Nietzsche volvió a acicatearlo, se alegró de poder continuar con su situación.

—Lamento la complejidad de la doble vida, de la vida secreta. Sin embargo, me atrae. La superficial vida burguesa es mortal; es demasiado visible, se puede ver sin esfuerzo el final, así como todos los actos que conducen al final. Parece un disparate, lo sé, pero la doble vida es una vida adicional. Sustenta la promesa de toda una vida.

Nietzsche asintió.

—¿Siente usted que el tiempo devora las posibilidades de la vida superficial, mientras que la vida secreta es inextinguible?

—Sí, no es éso exactamente lo que he dicho, pero es lo que quería decir. Otra cosa, quizá la más importante, es la sensación inefable que tenía cuando estaba con Bertha, o que tengo ahora cuando pienso en ella. ¡La dicha! Ésa es la palabra que mejor encaja.

—Siempre he creído, Josef, que estamos más enamorados del deseo que de lo que deseamos.

—¡Más enamorados del deseo que de lo que deseamos! —repitió Breuer—. Deme un papel, por favor. Quiero recordarlo.

Nietzsche arrancó una hoja del cuaderno y esperó mientras Breuer escribía la frase, doblaba el papel y se lo guardaba en un bolsillo de la chaqueta.

—Y otra cosa —siguió diciendo Breuer—. Bertha alivia mi soledad. Desde que tengo conciencia, me he sentido asustado por los espacios vacíos de mi interior. Y mi soledad no tiene nada que ver con la presencia, o la ausencia, de otras personas. ¿Sabe a qué me refiero?

—Ay, ¿quién podría entenderlo mejor? A veces pienso que soy el hombre más solitario que existe. Y, como en su caso, eso no tiene nada que ver con la presencia de otras personas. De hecho, detesto a los que me privan de la soledad y que, sin embargo, no me hacen compañía!

—¿Qué quiere decir, Friedrich con eso de que no le hacen compañía?

—¡Pues que no valoran lo que yo valoro! A veces contemplo la esencia de la vida de una manera tan profunda que de repente miro a mi alrededor y veo que nadie me acompaña, que mi único compañero es el tiempo.

—No estoy seguro de que mi soledad sea como la suya. Tal vez no me haya atrevido nunca a ahondar en ella tanto como usted.

—Quizá —sugirió Nietzsche— se lo impida Bertha.

—No creo que yo quiera ahondar más en ella. De hecho, doy las gracias a Bertha por aliviar mi soledad. Ésta es otra de las cosas que ella significa para mí. En los dos últimos años nunca he estado solo: Bertha siempre estaba esperándome, en su casa o en el hospital. Y ahora sigue dentro de mí, todavía esperándome.

—Usted atribuye a Bertha algo que ha logrado usted mismo.

—¿Qué quiere decir?

—Que sigue tan solo como antes, tan solo como toda persona está condenada a estar. Usted ha fabricado su propio icono y se siente arropado por su compañía. Tal vez sea usted más religioso de lo que cree.

—Pero —replicó Breuer— en cierto sentido ella siempre está ahí. O ha estado ahí durante un año y medio. Pese a que fue una mala época, al mismo tiempo fue la más vital de mi vida. Me pasaba el día pensando en ella, soñaba con ella por las noches.

—Me ha hablado de una ocasión en que ella no estaba: en ese sueño que se repite. ¿Qué hace en él? ¿Buscarla? —Empieza con algo espantoso que sucede. El suelo empieza a licuarse bajo mis pies y yo busco a Bertha y no puedo encontrarla...

—Sí, estoy convencido de que hay una pista importante en ese sueño. Si algo espantoso sucede, ¿qué es? ¿El suelo, que empieza a abrirse? —Breuer asintió—. ¿Por qué busca a Bertha en ese momento, Josef? ¿Para protegerla? ¿O para que ella le proteja?

Se produjo un largo silencio. Breuer echó atrás la cabeza varias veces con energía, como para llamarse al orden.

—No puedo ir más allá. Es sorprendente, pero la mente ya no me funciona. Nunca me había sentido tan fatigado. Sólo es media mañana, pero es como sí hubiera estado días trabajando sin parar.

—Yo también me siento así. Hoy hemos trabajado mucho.

—Pero hemos trabajado bien, creo. Ahora debo irme. Hasta mañana, Friedrich.

EXTRACTO DE LAS NOTAS DEL DOCTOR BREUER SOBRE ECKART MÜLLER, 15 DE DICIEMBRE DE 1882

¿Es posible que hace sólo unos días pidiera a Nietzsche que se desnudara ante mí? Hoy, por fin, estaba preparado, dispuesto. Quería contarme que se sentía enjaulado por la profesión académica, que se resentía de tener que mantener a su madre y a su hermana, que se sentía solo y que sufría a causa de una mujer hermosa.

Sí, por fin quería desnudarse ante mí. Y sin embargo —y de veras que asombroso—, yo no le he estimulado a que lo hiciera. No porque no me apeteciera escuchar. ¡No, peor que eso! ¡Me molestaba que hablase! ¡Me molestaba que utilizara mi tiempo!

Y fue hace sólo dos semanas cuando intenté manipularlo para que me revelara una parte diminuta de sí mismo, cuando me quejé ante Max y Frau Becker de su reserva, cuando acerqué el oído a sus labios, le oí decir "¡Ayúdeme, ayúdeme!" y prometí hacerlo.

¿Por qué, entonces, no le he prestado atención hoy? ¿Me he vuelto avaricioso? Cuanto más dura esta serie de entrevistas, menos lo entiendo. Sin embargo, es apremiante. Pienso cada vez más en mis charlas con Nietzsche; en ocasiones, incluso interrumpen mis fantasías con Bertha. Estas sesiones son ahora el centro de mi vida. Atesoro mi tiempo con voracidad y a menudo estoy tan impaciente que apenas puedo esperar a que llegue el próximo encuentro.

En el futuro —quién sabe cuándo, quizá dentro de cincuenta años— este tratamiento coloquial puede llegar a ser algo normal y corriente. Los "médicos de la angustia" se habrán convertido en una especialidad. Y estudiarán en facultades de medicina o en departamentos de filosofía.

¿Qué asignaturas deberían contener los estudios del futuro "médico de la angustia? En este momento, estoy seguro de un curso esencial. "relaciones". Es en ellas donde surge la complejidad. Del mismo modo que los cirujanos empiezan por aprender anatomía, el futuro médico deberá entender primero la relación entre el que asesora y el que es asesorado. Tengo que aprender a observar esta relación con la misma objetividad con que observo el cerebro de una paloma.

Observar una relación no es fácil cuando uno mismo forma parte de ella. Aun así, noto varias tendencias destacables.

Yo tenía una actitud crítica hacia Nietzsche, pero ya no la tengo. Por el contrario, ahora atesoro cada palabra que dice y, días tras día, me convenzo más de que puede ayudarme.

Antes pensaba que era yo quien podía ayudarlo a él. Ahora ya no lo creo. Tengo poco que ofrecerle. Es él quien lo tiene todo para ofrecérmelo a mí.

Antes competía con él, ideaba trampas de ajedrez para él. Ahora ya no lo hago. Su perspicacia es extraordinaria. Su intelecto alcanza alturas insospechadas. Lo miro como un polluelo mira a un halcón. ¿Lo reverencio demasiado? ¿Quiero que se eleve sobre mí? Quizá por eso no quiero oírle hablar. Quizá lo que no quiero es conocer su dolor, su falibilidad.

Antes pensaba en idear formas de "manejarlo". ¡Pero ya no es así! A menudo siento arrebatos de cariño hacia él. Eso es un cambio. Con frecuencia comparo nuestra situación con la de Robert amaestrando a su gatito: "Apártate, dejale beber la leche. Más adelante podrás tocarlo". Hoy, a mitad de nuestra charla, otra imagen fugaz ha pasado por mi mente: dos gatitos atigrados, con las cabezas juntas, bebiendo leche del mismo cuenco.

Otra cosa extraña. ¿Por qué he dicho que "una belleza plenamente formada" me había visitado en el consultorio? ¿Quiero que se entere de mis encuentros con Lou Salomé? ¿Estaré coqueteando con el peligro? ¿Provocándole en silencio? ¿Tratando deponer una cuña entre él y yo?

¿Y por qué ha dicho Nietzsche que no le gustan las mujeres con látigo? Debe de haberse estado refiriendo a la foto de Lou Salomé que no sabe que he visto. Debe de darse cuenta de que sus sentimientos hacia ella no son tan diferentes de los míos por Bertha. Entonces, ¿me estaba provocando en silencio él a mí? ¿Una broma? He aquí a dos hombres que tratan de ser sinceros el uno con el otro y que, sin embargo, están aguijoneados por el diablillo de la duplicidad.

¡Otra percepción más! Nietzsche es para mi lo que yo era para Bertha. Ella magnificaba mi sabiduría, reverenciaba cada palabra que yo decía, atesoraba nuestras reuniones, esperaba consumida por la impaciencia que llegara la próxima. En realidad, me obligaba a que nos viéramos dos veces al día.

Y por más evidente que fuera que me idealizaba, yo la imbuí de mayor poder aún. Era el calmante de mi angustia. Su mera mirada curaba mi soledad. Proporcionaba sentido y significado a mi vida. Con tan sólo una sonrisa me ungía como un ser deseado, me otorgaba la absolución de todo impulso bestial. Un amor extraño: ¡cada uno disfrutando del resplandor mágico del otro!

Sin embargo, crecen mis esperanzas. Hay poder en mi diálogo con Nietzsche y estoy convencido de que este poder no es ilusorio.

Es extraño que, sólo unas horas después, haya olvidado gran parte de nuestra discusión. Un extraño olvido, no parecido a la evaporación de una charla común de café ¿Puede existir el olvido activo: olvidar algo no porque no sea importante sino porque lo es? He escrito una frase que me ha impactado: "Estamos más enamorados del deseo que de lo que deseamos".

Y he aquí otra: "Vivir con seguridad es peligroso". Nietzsche dice que he vivido peligrosamente toda mi vida bürgerlich. Creo que quiere decir que estoy en peligro de perder mi verdadero yo, o de no llegar a ser quien soy. Pero ¿quién soy?

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