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Authors: Oliver Sacks

Tags: #Ciencia,Ensayo,otros

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (28 page)

BOOK: El hombre que confundió a su mujer con un sombrero
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Es evidente que a ambos pacientes (como a los Gemelos del próximo capítulo) podía empujárseles, o arrastrárseles, al tipo de hazañas mecánicas que se consideran típicas de los «sabios idiotas», hazañas prodigiosas e insensatas al mismo tiempo; pero se daba en ambos también (como en los Gemelos), cuando no se los empujaba o arrastraba en esa dirección, una búsqueda coherente de belleza y de orden. Aunque Martin tiene una memoria asombrosa para datos sin sentido y sin orden, lo que le proporciona auténtico placer viene del orden y de la coherencia, sea el orden espiritual y musical de una cantata o el orden enciclopédico del Grove. Tanto Bach como el Grove comunican un mundo. Martin, en realidad, no tiene más mundo que la música (igual que le sucede a la paciente de Viscott) pero este mundo es un mundo real, le hace a él real, puede transformarle. Es maravilloso contemplar esto en Martin… y no debía serlo menos, evidentemente, en el caso de Harriet:

Esta dama desmañada, torpe, desgarbada, esta niña de cinco años demasiado crecida, se transformó totalmente cuando le pedí que interpretara en un seminario en el Boston State Hospital. Se sentó tímidamente, miró atenta las teclas y permaneció un instante sin tocarlas. Luego cabeceó y empezó a tocar con todo el sentimiento y la movilidad de un concertista. Desde aquel momento era otra persona.

Se habla de los «sabios idiotas» como si tuviesen una habilidad o talento extraño de tipo mecánico, sin ningún entendimiento o inteligencia auténticos. De hecho esto fue lo que yo pensé en principio de Martin… y seguí pensándolo hasta que utilicé el
Magnificat
. Sólo entonces se me hizo por fin evidente que Martin podía captar toda la complejidad de una obra como aquélla, y que no era sólo una extraña habilidad, o una notable memoria rutinaria lo que operaba allí, sino una inteligencia musical auténtica y potente. Debido a ello, me interesó particularmente, después de la primera publicación de este libro, recibir un artículo fascinante, obra de L. K. Miller de Chicago, titulado «Sensibilidad a la estructura tonal en un sabio musical de desarrollo deficiente» (presentado a la Psychonomics Society, Boston, noviembre de 1985; actualmente en proceso de publicación). El meticuloso estudio de este prodigio de cinco años de edad, con deficiencias mentales y de otro tipo debidas a rubéola materna, no indicaba ni mucho menos una memoria rutinaria de tipo mecánico, sino «… una impresionante sensibilidad para las normas que rigen la composición, en especial el papel de las diversas notas para determinar la estructura clave (diatónica)… [que entrañaba] conocimiento implícito de normas estructurales en un sentido generativo: es decir, normas no limitadas a los ejemplos específicos aportados por la propia experiencia». Lo mismo sucede, estoy convencido, en el caso de Martin… y hay que preguntarse si no pasará igual con todos los «sabios idiotas»: que pueden ser auténtica y creadoramente inteligentes, y no sólo poseer una «habilidad» mecánica, en los campos específicos en los que se destacan (musical, numérico, visual, etcétera). Lo que al final se nos impone es la inteligencia de un Martin, un José, de los Gemelos, pese a que abarque un área especial y reducida; y es esta
inteligencia
lo que hay que reconocer y alimentar.

23. Los Gemelos

Cuando yo conocí a los Gemelos, John y Michael, en 1966, en un hospital del Estado, eran ya famosos. Habían actuado en la radio y en la televisión, y habían sido tema de informes populares y científicos detallados
[1]
. Habían logrado incluso, sospechaba yo, acceder a la ciencia ficción, un poco «ficcionalizados», pero básicamente similares a como los retrataban en los informes y artículos que se habían publicado
[2]
.

Los Gemelos, que tenían por entonces veintiséis años, llevaban internados en instituciones desde los siete, diagnosticados diversamente como autistas, psicóticos o gravemente retardados. La mayoría de los informes llegaban a la conclusión de que, como sucede con los
sabios idiotas
, no había «nada especial en ellos»… salvo su notable «memoria documental» para los detalles visuales más nimios de su propia existencia y el uso que hacían de un algoritmo calendárico inconsciente que les permitía decir inmediatamente en qué día de la semana caía una fecha del futuro o el pasado lejanos. Éste fue el punto de vista que adoptó Steven Smith, en su obra amplia e imaginativa titulada
The Great Mental Calculators
(1983). No ha habido, que yo sepa, más estudios sobre los Gemelos desde mediados de los años sesenta, quedando atenuado el breve interés que despertaron por la aparente «solución» de los problemas que planteaban.

Pero yo creo que esto es una apreciación errónea, quizás natural en vista del enfoque estereotipado, el formato fijado de las preguntas, la concentración en una «tarea» u otra, con que los investigadores originales abordaron a los Gemelos y con los que los redujeron (su psicología, sus métodos, sus vidas) casi a la nada.

La realidad es mucho más extraña, mucho más compleja, mucho menos explicable de lo que sugiere cualquiera de esos estudios, pero no puede vislumbrarse siquiera haciendo pasar a los Gemelos por un «examen» formal agresivo o por la entrevista habitual de televisión tipo
60 Minutes
.

No quiero decir con esto que esos estudios, o los programas de televisión, sean «erróneos». Son muy razonables, y a menudo instructivos, en la medida de sus posibilidades, pero se limitan a la «superficie» comprobable y obvia y no llegan a las profundidades… ni siquiera insinúan, quizás no lo «sospechen», que hay profundidades debajo.

Pero resulta imposible vislumbrar profundidades en el caso de los Gemelos si no deja uno de ponerlos a prueba, si uno no deja de mirarlos como «sujetos». Hay que dejar a un lado el ansia de delimitar y de demostrar, y llegar a conocerlos, observarlos, sincera, tranquilamente, sin supuestos previos, con una imparcialidad fenomenológica plena y comprensiva, ver cómo viven y piensan e interactúan tranquilamente, viviendo sus propias vidas, de modo espontáneo, a su manera singular. Entonces uno ve que hay algo actuando allí que es sumamente misterioso, uno ve potencias y profundidades de un género quizás fundamental, que yo no he sido capaz de «descifrar» en los dieciocho años que hace que los conozco.

La primera vez que uno los ve imponen en realidad muy poco, son una especie de seres grotescos, indiferenciables, imágenes especulares, idénticos en la cara, en los movimientos del cuerpo, en la personalidad, en la inteligencia, idénticos también en sus estigmas cerebrales y en sus lesiones de tejidos. Tienen una talla inferior a la media, con desproporciones desagradables de la cabeza y las manos, paladares de arco alto, los pies con el puente muy arqueado, voces monótonas y chillonas, toda una gama de muecas y tics peculiares, y una miopía degenerativa muy acusada que exige gafas tan gruesas que los ojos parecen deformes, y que les dan una apariencia absurda de profesorcitos, que atisban y señalan con una concentración desplazada, obsesiva y absurda. La impresión se refuerza si se los interroga… o se les permite, y es muy probable que lo hagan, como marionetas, iniciar espontáneamente una de sus «rutinas».

Ésta es la imagen transmitida en los artículos publicados y desde el escenario (se suele incluir su «actuación» en el festival anual del hospital en el que yo trabajo) y en sus apariciones en televisión, bastante frecuentes y más bien embarazosas.

Los «hechos» están establecidos hasta la saciedad, en tales circunstancias. Los Gemelos dicen: «Dígannos una fecha cualquiera de los cuarenta mil años futuros o pasados». Se les da una fecha y, casi instantáneamente, ellos dicen a qué día de la semana corresponde. «Otra fecha», gritan, y se repite la operación. Son capaces también de decir en qué fecha caerá Pascua dentro de ese mismo período de 80. 000 años. Se puede apreciar, aunque no suela mencionarse en los informes, que mueven los ojos y los fijan de un modo peculiar cuando hacen esto… como si estuviesen desplegando, o escudriñando, un paisaje interior, un calendario mental. Es una expresión como de estar «viendo», de visualización intensa, aunque se ha llegado a la conclusión de que lo que hacen es un puro cálculo.

La memoria que tienen para los números es excepcional… y posiblemente ilimitada. Repiten un número de tres cifras, de treinta cifras, de trescientas cifras, con la misma facilidad. Esto también se ha atribuido a un «método».

Pero cuando uno pasa a examinar su capacidad de cálculo (el plato fuerte típico de los «calculadores mentales» y prodigios aritméticos) resulta que lo hacen asombrosamente mal, tan mal como podría esperarse de su índice de inteligencia de sesenta. No son capaces de hacer bien una resta o una suma simples, y ni siquiera pueden entender lo que significa multiplicación o división. Es decir: ¿«calculadores» que son incapaces de calcular, y que carecen hasta del talento más elemental para la aritmética?

Y sin embargo les llaman «calculadores del calendario»… y se ha deducido y aceptado, sin ninguna base prácticamente, que lo que opera no es en modo alguno la memoria, que hay un algoritmo inconsciente que es el que se utiliza para los cálculos calendáricos. Si consideramos que hasta Carl Friedrich Gauss, uno de los grandes matemáticos, y de los grandes calculadores también, tuvo enormes dificultades para obtener un algoritmo para la fecha de la Pascua, resulta casi increíble que estos Gemelos, que no son capaces de dominar ni los métodos aritméticos más elementales, pudiesen haber obtenido, calculado y utilizado ese algoritmo. Hay, ciertamente, gran número de calculadores que tienen un repertorio mayor de métodos y algoritmos que han elaborado ellos mismos, y quizás esto predispusiese a W. A. Horwitz y a otros a sacar la conclusión de que también sucedía así en el caso de los Gemelos. Steven Smith, abordando en una primera impresión estos estudios iniciales, comenta:

Opera aquí algo misterioso aunque corriente: la misteriosa capacidad humana para formar algoritmos inconscientes basándose en ejemplos.

Si éste fuese el principio y el fin del asunto, podría en realidad considerarse algo corriente, sin el menor misterio, pues el cálculo de algoritmos, que puede realizarse perfectamente mediante una máquina, es en el fondo mecánico, y pertenece a la esfera de los «problemas» pero no de los «misterios».

Y, sin embargo, hay en sus «trucos», e incluso en algunas de sus actuaciones, una cualidad que sorprende. Pueden explicarte el tiempo meteorológico y los acontecimientos de cualquier día de sus vidas… cualquier día, a partir, aproximadamente, de los cuatro años de edad. Su forma de hablar (bien reproducida por Robert Silverberg en su retrato del personaje Melangio) es a la vez infantil, detallada, sin emoción. Se les da una fecha, giran los ojos un momento y luego los fijan y con una voz lisa y monótona te dicen el tiempo que hizo, los acontecimientos políticos de los que hubiesen oído hablar y los hechos de sus propias vidas… esto último suele incluir la angustia dolorosa y conmovedora de la infancia, el desprecio, las burlas, las aflicciones que soportaban, pero todo expuesto en un tono invariable, igual, sin un ápice de emoción o inflexión personal. Es evidente que se trata de recuerdos que parecen de género «documental», en los que no hay ninguna referencia personal, ninguna relación personal, ningún centro vivo de ningún tipo.

Podría decirse que la implicación personal, la emoción, se ha omitido en esos recuerdos, por el mismo método defensivo que se puede apreciar en los tipos esquizoides u obsesivos (y hay que considerar a los Gemelos obsesivos y esquizoides, sin duda). Pero podría decirse igual, y sería ciertamente más plausible, que los recuerdos de este género no
tuvieron
jamás el menor carácter personal, es algo que constituye en realidad un rasgo básico de una memoria eidética como la suya.

Pero lo que hay que subrayar (y no se resalta lo suficiente en las investigaciones realizadas con ellos, aunque sea muy evidente para el oyente ingenuo dispuesto a asombrarse) es la magnitud de la memoria de los Gemelos, su amplitud aparentemente ilimitada (aunque sea infantil y corriente) y junto a esto la forma de recuperar los recuerdos. Y si les preguntas cómo pueden retener tanto en la cabeza (un número de trescientas cifras, o el trillón de acontecimientos de cuatro décadas) ellos dicen, con toda sencillez: «Lo vemos». Y ese «ver», ese «visualizar» de extraordinaria intensidad, de amplitud ilimitada y de fidelidad perfecta parece ser la clave de todo el asunto. Parece ser una capacidad fisiológica innata de su inteligencia, algo que tiene ciertas analogías con el modo que tenía de «ver» el famoso paciente que describe A. R. Luria en
La mente de un mnemotécnico
, aunque quizás a los Gemelos les falte la rica sinestesia y la organización consciente de los recuerdos del Mnemotécnico. Pero no hay duda alguna, en mi opinión al menos, de que los Gemelos disponen de un panorama prodigioso, una especie de paisaje o de fisonomía, de todo lo que han oído o visto o pensado o hecho a lo largo de su vida, y que en un pestañeo, visible desde fuera como la operación de girar los ojos y fijarlos, son capaces (con los «ojos del entendimiento») de recuperar y «ver» casi cualquier cosa que se encuentre en ese vasto panorama.

Esta capacidad de memoria es sumamente rara, pero no es en modo alguno algo único. Sabemos poco o nada de por qué los Gemelos o cualquier otro individuo posee una memoria así. ¿Hay entonces en los Gemelos algo que tenga un interés más hondo, tal como se ha dicho? Yo creo que lo hay.

Se dice de Sir Herbert Oakley, profesor de música de Edimburgo del siglo diecinueve, que lo llevaron en cierta ocasión a una granja y oyó gruñir a un cerdo e inmediatamente exclamó: «¡Sol sostenido!». Alguien corrió al piano y era sol sostenido. Mi primera visión de los poderes «naturales» y de la actuación «natural» de los Gemelos se produjo de un modo similar, espontáneo y (se me ocurrió sin que pudiera evitarlo) bastante cómico.

Se cayó de su mesa una caja de cerillas y su contenido se esparció por el suelo: «111», gritaron ambos simultáneamente; y luego, en un murmullo, John dijo «37». Michael repitió esto, John lo dijo por tercera vez y se paró. Conté las cerillas (me llevó un rato) y había 111.

—¿Cómo pueden contar las cerillas tan de prisa? — pregunté.

—Nosotros no contamos —dijeron— . Nosotros vimos las 111.

Se cuentan cosas similares de Zacharias Dase, el prodigio de los números, que decía instantáneamente «183» o «79» si se desparramaban ante él unos guisantes, e indicaba lo mejor que podía (era también un deficiente) que él no contaba los guisantes sino que simplemente «veía» su número como un todo en un relampagueo.

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