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Authors: Hermann Hesse

Tags: #Clásico, Drama

El juego de los abalorios (47 page)

BOOK: El juego de los abalorios
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Dejo a cada uno de vosotros, venerados colegas, piense al respecto a su manera en lo que se refiere a la esencia de los deberes de la Orden, cuando el país y la Orden estén en peligro. Habrá al respecto diferentes opiniones. Yo también tengo las mías y, en muchas reflexiones acerca de los problemas aquí suscitados, para mi persona he llegado a una clara idea de lo que es para mí un deber, de lo que vale la pena anhelar. Y esto me lleva ahora a formular un pedido personal a la venerable Dirección, con el cual se cerrará mi memorándum.

Entre los maestros que forman nuestras autoridades, como
Magister Ludi
soy ciertamente por mi cargo el más alejado del mundo exterior. El matemático, el filólogo, el físico, el pedagogo y cada maestro de otra disciplina trabajan en terrenos que tienen algo de común con el mundo profano; también en las escuelas no castalias, en las escuelas comunes de nuestro país y de cualquier otro, las matemáticas y la enseñanza del idioma forman la base de la instrucción; también en las Universidades del mundo se enseña astronomía y física y hacen música aun seres completamente sin cultura; todas estas disciplinas con antiquísimas, mucho más antiguas que nuestra Orden, existieron mucho antes y le sobrevivirán. Solamente el juego de abalorios es nuestra invención exclusiva, nuestra especialidad, la que preferimos y nos entretiene, es la última expresión diferenciada de nuestra especial forma de espiritualidad. Es al mismo tiempo la joya más valiosa y más inútil, la más querida y al mismo tiempo la más frágil en nuestro tesoro. Es lo primero que perecerá, si vacila la existencia de Castalia; no sólo porque constituye el más delicado de nuestros bienes, sino también porque para los legos es sin duda la parte menos indispensable de Castalia. Cuando se trate de ahorrar al país todo gasto no imprescindible, se limitarán las escuelas de selección, se disminuirán los fondos para la conservación y el crecimiento de bibliotecas y colecciones, y se acabará cercenándolos del todo; se reducirán nuestros alimentos, no se renovará nuestra vestimenta; se dejarán subsistir todas las disciplinas principales de nuestra
Universitas Litterarum
, pero no el juego de abalorios. Las matemáticas necesitan también para inventar nuevas armas de tiro, pero que del sierre del
Vicus Lusorum
y de la eliminación del juego pueda surgir el menor daño para el país y el pueblo, nadie lo creerá, y menos los militares. El juego de abalorios es la parte extrema y más en peligro de nuestro edificio. Tal vez a ello se deba que justamente el
Magister Ludi
, que es el director de nuestra disciplina más ajena al mundo, sea quien presienta el primero los sismos venideros o exprese el primero esta sensación ante las Autoridades.

Considero perdido, pues, el juego de abalorios, en el caso de revoluciones politices y sobre todo de trastornos bélicos. Se perderá rápidamente, aunque muchos individuos le conserven su adhesión; y no será restablecido. La atmósfera que seguirá a una época de guerra, no lo tolerará. Desaparecerá de la misma manera como ciertas costumbres de suma cultura en la historia de la música, por ejemplo, los coros de los cantores profesionales alrededor de 1600 o las músicas dominicales figuradas en las iglesias alrededor de 1700. Entonces oídos humanos escucharon armonías que ninguna ciencia y ningún hechizo pueden volver a conjurar en su pureza angélica y esplendorosa. Así tampoco el juego de abalorios será olvidado, pero no podrá ser restituido a la vida, y aquellos que estudiarán luego su historia, su nacimiento, su florecer y su fin, suspirarán y nos envidiarán por él, por haber podido vivir en Un mundo tan pacífico, tan cuidado, tan puramente espiritual.

Aunque soy
Magister Ludi
, no creo absolutamente que es deber mío (o nuestro) impedir o retardar el fin de nuestro juego. También lo bello y aun lo más bello es perecedero, apenas se ha convertido en historia y fenómeno en la tierra. Lo sabemos y podemos sentir dolor por ello, pero no tratar seriamente de cambiarlo, porque es fatalmente imposible cambiarlo. Si el juego de abalorios se derrumba, Castalia y el mundo sufrirán una pérdida, pero el mundo en ese momento apenas lo notará, tan ocupado estará en la gran crisis para salvar lo que todavía sea posible salvar. Se puede imaginar a Castalia sin juego de abalorios, pero no a Castalia sin respeto por la verdad, sin fidelidad al espíritu. La Autoridad de educación puede pasarse sin
Magister Ludi
. Pero un
Magister Ludi
no significa, originaria y esencialmente, y casi lo hemos olvidado, la especialidad que señalamos con la palabra,
Magister Ludi
significa en origen solamente maestro de escuela. Y el maestro de escuela, el buen maestro de escuela tan valiente será tanto más necesario a nuestro país, cuanto más en peligro se halle Castalia, cuanto más resulten inútiles y se desmigajen sus preciosidades. Maestros necesitamos más que otra cosa, hombres que infundan en la juventud la capacidad de medir y juzgar, y sus modelos están en el respeto de la verdad, la obediencia al espíritu, el servicio de la palabra. Y esto no vale solamente ni en primer término para nuestras escuelas de selección cuya existencia tendrá su fin, sino para las escuelas del mundo exterior, donde los ciudadanos y los campesinos, los obreros y soldados, los políticos, los oficiales y los jefes son educados y formados, mientras son niños aún y maleables. Allí está la base de la vida espiritual en el país, no en los seminarios o en el juego de abalorios. Hemos provisto siempre al país de maestros y educadores; ya lo dije: son los mejores de nosotros. Pero debemos hacer mucho más de lo hecho hasta hoy. No debemos ya confiar en que de las escuelas foráneas nos afluya constantemente la selección de los mejor dotados y ésta ayude a sostener a Castalia. Debemos reconocer y perfeccionar siempre, como la parte más importante y honrosa de nuestra tarea, el humilde servicio, grávido de responsabilidades, en las escuelas, en las escuelas del mundo.

Con esto he llegado también a mi pedido personal, que deseo dirigir a la venerable Dirección. Solicito, pues, mi despido o relevo del cargo de
Magister Ludi
y ruego que se me confíe fuera del país una escuela común, pequeña o grande, y se me permita llevar poco a poco a esta escuela un pequeño estado mayor de jóvenes Hermanos de la Orden como maestros, gente que confío me ayudará fielmente a convertir en sangre y carne en los jóvenes del mundo nuestros principios.

Quiera la venerable Dirección dignarse examinar mi pedido y sus fundamentos con benevolencia y luego comunicarme sus órdenes.

El
Magister Ludi

P. D. —Deseo se me permita citar unas palabras del venerado
Pater
Jakobus, que anoté durante uno de sus inolvidables
privattissima
.

«Pueden llegar tiempos del terror y de la mayor miseria. Mas si en la miseria puede haber aún una dicha, sólo será espiritual, vuelta hacia atrás para salvar la cultura de tiempos pasados, vuelta hacia adelante para representar, alegremente, incansablemente, el espíritu de una época que de otra manera caería en el peor materialismo.»

Tegularius no supo qué escasa parte de su trabajo quedó en este escrito, que no pudo conocer en esta última redacción. Pero Knecht le dio a leer dos minutas anteriores mucho más amplias y pormenorizadas. Josef envió el escrito y esperó la respuesta de la Dirección general con mucha menor impaciencia que su amigo. Había llegado a la resolución de no comunicarle ulteriormente lo que haría; le prohibió que discutiera o hablara más del asunto y le dijo solamente que sin duda no pasaría mucho tiempo antes de que llegara la contestación.

Y cuando, después en un plazo más breve de lo que él mismo imaginara, la respuesta llegó, Tegularius nada supo de la misma. La nota de Hirsland decía:

«Venerable
Magister Ludi
en Waldzell.

«Tanto la Dirección de la Orden como el Colegio de los Maestros ha tomado conocimiento de vuestra circular tan espiritual y cordial, no sin extraordinario interés. Las consideraciones históricas del escrito y no menos sus cuidadosas miradas hacia el futuro han llamado nuestra atención, y seguramente muchos de nosotros concederán a estas excitantes reflexiones, en parte justificadas por cierto, amplio lugar en sus pensamientos, para obtener de las mismas una utilidad indudable. Con alegría y reconocimiento comprendemos todos el espíritu que os ha animado, el de un castalismo genuino y nada egoísta, de un amor íntimo y convertido en segunda naturaleza por nuestra provincia y su vida y sus costumbres, de un amor atento y en este momento angustiado. Con no menos alegría y reconocimiento aprendimos a conocer el tono, el estado de ánimo personal y momentáneo de ese amor, su disposición al sacrificio, su impulso a la acción, su seriedad y su celo, su matiz de heroísmo. En todos estos rasgos volvemos a ver el carácter de nuestro
Magister Ludi
, su eficacia, su ardor, su valor. ¡Cuánto es propio de él, discípulo del famoso benedictino, el que la historia haya sido estudiada por él no para un fin de mera cultura y en cierta manera como juego estético para un desamorado observador, sino que su conocimiento de la misma le impulse inmediatamente, en el instante, a su utilización, a la obra, a la colaboración! ¡Y cuánto también, venerado colega, es propio de vuestro carácter que la meta de vuestros deseos personales sea tan modesta, que no os sintáis atraído por tareas y misiones políticas, por cargos influyentes y honrosos, sino que deseéis ser solamente un
Magister Ludi
, un maestro de escuela!

«Éstas son algunas de las impresiones y las ideas que surgieron inmediatamente a la primera lectura de vuestra circular. Han sido las mismas o parecidas en la mayoría de los colegas. En el juicio ulterior de vuestras comunicaciones, advertencias y solicitaciones, en cambio, la Dirección no pudo llegar a una definición tan clara. En la sesión convocada para ello, se discutió vivamente sobre todo el problema de cuánto sea aceptable vuestra opinión acerca de la amenaza de nuestra existencia, como también el del alcance, la clase y la eventual proximidad en el tiempo de los peligros advertidos, y la mayoría de los miembros tomó en serio y aún con visible calor estos problemas. Pero, como debemos comunicaros, en ninguno de los problemas hubo mayoría de votos a favor de vuestras ideas. Se reconoció claramente el vigor descriptivo y la amplia visión de vuestras consideraciones histórico-políticas, pero
en
cada caso singular no se suscribió en todo su alcance ni se consideró convincente una sola de vuestras presunciones o, si queremos denominarlas así, de vuestras profecías. También en el problema de cuánto participen la Orden y la organización castalia en el mantenimiento del periodo de paz extraordinariamente largo, y de cuánto ellas siquiera puedan considerarse fundamentalmente como factores de la historia política y de las condiciones foráneas, sólo muy pocos adhirieron a vuestra opinión, y siempre con reservas. La opinión de la mayoría rezó más o menos así: la paz surgida al final de la época guerrera en nuestro continente debe atribuirse, en parte, al agotamiento general y al desangramiento, como consecuencia de la precedente guerra sin cuartel, pero mucho más a la circunstancia de que entonces el Occidente dejó de ser el foco de la historia universal y el teatro de lucha de las ambiciones hegemónicas. Sin poner en duda mínimamente los méritos de la Orden, no se puede atribuir a la idea castalia, a la idea de una elevada cultura espiritual bajo el signo de una educación anímico-contemplativa, una fuerza real, mente constructora de historia, es decir, una viva influencia sobre las situaciones políticas del mundo, ya que una tendencia o una ambición de esta clase es indeciblemente ajena al espíritu castalio. En algunas exposiciones muy serias del tema, se acentuó particularmente que no es ni voluntad ni destino de Castalia actuar políticamente y ejercer así influencia en la paz o en la guerra, ni sería posible siquiera hablar de tal destino, porque todo lo castalio se refiere a la inteligencia, a la mente y se desarrolla dentro de lo intelectual, lo mental, lo que no podría decirse de la historia universal, para no recaer en las fantasías teológico-literarias de la filosofía romántica de la historia y declarar como método del intelecto universal todo el aparato de matanza y destrucción de las fuerzas que hacen la historia. Es ilustrativa al respecto una rápida mirada a la historia del espíritu: los momentos más elevados de floración espiritual nunca pueden explicarse mediante las situaciones políticas, más aún, la cultura, el espíritu, el alma, tienen su propia historia que al lado de la llamada historia universal, es decir, al lado de las luchas nunca ahogadas por el poder material, fluye como una segunda historia, oculta, incruenta y sagrada. Únicamente con esta sagrada y oculta historia, no con la historia «real», brutal, del mundo, tiene que ver nuestra Orden, y nunca puede ser su cometido vigilar la historia política y menos ayudar a escribirla.

«Puede ser, pues, en realidad, la constelación política universal, tal como lo indica vuestra circular, o no serlo; en todo caso a la Orden no corresponde más que tomar posición de expectativa y tolerancia.

«Así, vuestra opinión de que deberíamos considerar esta constelación como un llamado a una posición activa, fue netamente descartada por mayoría. En lo que se refiere a vuestra concepción de la actual situación del mundo y a vuestras alusiones al futuro próximo, ellas produjeron visiblemente cierta impresión en la mayoría de los colegas, en algunos hasta causaron sensación, pero tampoco en este punto, aunque la mayor parte de los oradores manifestó su respeto por vuestros conocimientos y vuestra agudeza, pudo establecerse una concordancia de la mayoría con vos, al contrario. Predominó más bien la tendencia a juzgar vuestras manifestaciones al respecto como dignas de atención e interesantes en sumo grado, pero exageradamente pesimistas. Hubo también una voz que preguntó si no era peligroso, y aun sacrílego, o por lo menos fruto de ligereza, el que un
Magister
se permitiese asustar a sus autoridades con fantasías tan sombrías acerca de supuestos peligros inminentes o pruebas dolorosas. Ciertamente, está consentida la ocasional advertencia a lo perecedero de todas las cosas, y cada uno y, sobre todo, aquellos que se hallan en cargos elevados y responsables, deben repetirse de vez en cuando:
Memento mori
[32]
; pero anunciar con tal generalización nihilista a toda la clase magistral, a toda la Orden, a toda la jerarquía, un fin presumiblemente cercano, no es solamente un ataque a la paz del alma y a la imaginación de los colegas, sino también una amenaza contra la misma Autoridad y su capacidad de labor.

«Es imposible que la actividad de un
Magister
gane algo, aunque vaya todas las mañanas a su trabajo, con pensar en la idea de que su cargo, su labor, sus alumnos, su responsabilidad ante la Orden, su vida por Castalia y en Castalia, mañana o pasado mañana se acaben y se hundan en la nada. Aunque esta voz no mereció la aprobación de la mayoría, halló sin embargo, algunos aplausos.

«Nuestra comunicación es breve, pero estamos a vuestra disposición para otras explicaciones verbales. De nuestro breve resumen veréis ya, muy estimado Señor, que vuestra circular no tuvo el efecto que vos esperabais. En gran parte, el fracaso se debe a razones objetivas, a diferencias reales entre vuestras opiniones de hoy, entre vuestros deseos, y los de la mayoría. Pero contribuyen también al caso razones formales. Posiblemente, por lo menos, nos parece que una explicación directa y oral entre vos y los colegas hubiera procedido en forma esencialmente más armónica y positiva. Y no solamente esta forma exterior de circular escrita, creemos, perjudicó vuestra presentación; mucho más pesó en este caso la fusión nada habitual entre nosotros de una comunicación colegial con un deseo personal, con un pedido privado. La mayoría calificó esta mezcla como un desgraciado intento renovador; algunos la calificaron simplemente como inadmisible.

«Y así llegamos al punto más delicado de vuestro asunto, a vuestra petición de relevo del cargo y del empleo de vuestra persona en el servicio escolar foránea. Que la Dirección no puede aceptar un pedido tan abruptamente presentado y tan curiosamente fundado y lo considera imposible de aprobar y promulgar, debía haberlo sabido el interesado de antemano ya. Naturalmente, la Dirección contesta que no.

«¿Qué sería de nuestra jerarquía si no correspondiera a la Orden y a su Dirección colocar a cada uno en su lugar? ¿Qué sería de Castalia si cada persona estimara por sí misma sus dotes y sus aptitudes y quisiera elegirse su puesto de acuerdo con tal estimación? Recomendamos al
Magister Ludi
meditar algunos instantes sobre esto, y le encarecemos que siga desempeñando el honroso cargo, cuya dirección le hemos confiado.

«Con esto estaría satisfecho vuestro ruego de una contestación a vuestro escrito. No pudimos responder de acuerdo a vuestras esperanzas. Pero no quisiéramos callar tampoco nuestro reconocimiento por el valor excitante y admonitor de vuestro documento. Contamos con conversar con vos personalmente sobre su contenido, y por cierto muy pronto, porque aunque la Dirección de la Orden cree poder confiar en vos, es para ella motivo de preocupación el punto de vuestro escrito donde habláis de una disminución o amenaza de vuestra aptitud para seguir en la dirección del magisterio.»

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