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Authors: Alcohólicos Anónimos

Tags: #Autoayuda

El Libro Grande (50 page)

BOOK: El Libro Grande
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Ya iba en el tercer año cuando mi padre murió. Lejos de sentir dolor sentí un gran alivio porque ya no me iba a estar diciendo lo que tenía que hacer. No sentí ninguna tristeza ni compasión por él sino, al contrario, sentí alegría porque iba a hacer lo que más me convenía. La misma noche que lo estábamos velando comencé a beber.

Allí empezó mi calvario porque me retiré de la escuela y empecé a trabajar, creyendo que tenía el mundo a mis pies y que era el rey del universo. Las circunstancias cambiaron drásticamente para mí porque a los dieciséis años me enamoré locamente de una bella muchacha. El día en que me declaré me dijo que la dejara pensarlo y que la viera cerca de su casa a las seis de la tarde. Yo fui bien puntual a conocer su respuesta y me dijo que estaba bien. Sentí que me dio vueltas el mundo y me fui a celebrarlo y terminé bien borracho. Ese tiempo para mí fue como una nueva vida. Lo malo fue que los padres de mi novia le dijeron que conmigo no tendría ningún futuro, porque la mayor parte del tiempo asistía borracho a las citas. Luego sus padres me vieron muchas veces tirado en la calle y esto resultó en la disolución de mi noviazgo. Ella me dijo que, a pesar de que me amaba, ya no quería nada conmigo.

Seguí bebiendo con más frecuencia y mayores cantidades. Recuerdo que la noche que me despidió mi novia sentí tanta rabia que mi única salida fue irme a tomar a un bar. Me tomaba los tragos de licor como si fueran agua, ponía canciones para apaciguar mis sentimientos, y luego despertaba al día siguiente como a la una de la tarde todavía bien borracho. Vinieron los reclamos de mi madre y me tuve que salir de la casa para no tener que darle cuentas. También vinieron más problemas porque comenzamos a pelearnos por los bienes que mi padre había dejado.

Le di tantos problemas a mi familia que por fin los cansé, hasta llegar a ser un indeseable, ya que ellos preferían verme muerto que en esas condiciones. Decidí irme lejos de mi pueblo natal pensando que tal vez cambiando de lugar dejaría de beber, cosa que nunca pude lograr por mis propios medios.

Llegué a la etapa crónica de mi alcoholismo y anduve como un vagabundo sin dónde vivir o caer muerto. Andaba de lugar en lugar sin ningún porvenir hasta llegar al punto de dormir bien borracho para no sentir el frío. Regresé nuevamente a mi pueblo, donde viví la mayor parte de mi alcoholismo. Por lo menos allí sabía de lugares baldíos y lugares donde guardaban los animales donde refugiarme por la noche.

Tuve más problemas y traté de dejar de beber, y lograba dejarlo uno o dos días. Muchas personas me decían que no sabía tomar y yo me enojaba porque veía a mis amigos emborracharse y al día siguiente iban a trabajar como si nada, algo que yo ya no podía hacer. Siempre quise ser como esas personas y demostrarles que sí podía. Empezaron las entradas a la cárcel y las lagunas mentales, que venían desde mis primeras borracheras. Cuando preguntaba que por qué estaba allí me decían que por escandalizar en la calle. O por cargar un arma punzante o un revólver. Pero ni siquiera en la cárcel podía dejar de beber porque mis amigos me llevaban alcohol. Y si alguien pagaba la multa me dejaban salir para seguir en lo mismo.

Un día, desesperado, traté de suicidarme cortándome las venas. Había visto a otras personas hacerlo y por fortuna para mí no funcionó. Sólo me quedan las cicatrices. Otra vez traté de intoxicarme tomándome cien cápsulas que ni sé de qué eran y tampoco me dio resultado.

Después de ese intento de suicidio, conseguí trabajo manejando un camión y mi patrón era de esos que para comer tenía que tomarse un trago. Me quedé un largo tiempo con ellos trabajando y en nuestras conversaciones me decían que por qué no buscaba una novia, que tal vez casándome podría dejar de tomar y así lo hice. Pero fue peor porque yo no estaba acostumbrado a convivir con otra persona y menos a tener que compartir mi salario, que me servía para emborracharme. Así que vinieron más problemas creados por el alcohol.

Muchas veces, para quedar bien con mis suegros, yo les llevaba licor para tomar con ellos. También a ellos les gustaba tomar y yo me aprovechaba de ello. Tomaba por todo y por nada. Tomaba porque mi esposa no salía embarazada después de un año de estar juntos. Esto era también causa de discusiones y peleas con ella. Frecuentemente nos peleábamos y ella me echaba de la casa porque vivíamos en la casa de sus padres. Mi esposa me decía que era su casa y nos separábamos dos o tres semanas y yo volvía a rogarle. Por fin se quedó embarazada y de la alegría me fui a celebrar.

No me duró mucho el gusto ya que todo el período de su embarazo ella tuvo muy mal carácter; no se le podía decir absolutamente nada. Cuando hablaba con mis amigos de parranda ellos me decían que tal vez cambiaría después de dar a luz, cosa que no sucedió.

Cuando nació mi hijo yo ya tenía tres meses de estar tomando. Con más razón fui a comprar otra botella de ron porque fue varón. Incluso le di un trago a la comadrona ya que no se conoce otra manera de celebrar.

Al mes siguiente bautizamos a mi hijo y para celebrar nos buscamos unos padrinos también borrachos. Recuerdo que mi compadre y yo nos fuimos al bar, mientras que la comadre y mi esposa bautizaban al niño en la iglesia. Sólo esperamos que salieran para seguir la fiesta y ya no recuerdo nada de lo que pasó ese día. Al otro día me desperté y me contaron todo el ridículo que había hecho. Lamentablemente el matrimonio sólo duró cuatro años.

Años atrás, un gran amigo de mi padre, al ver cómo me estaba destruyendo, siempre trataba de hablar conmigo para ayudarme. Por mi orgullo creía saberlo todo. Estaba ciego a la realidad de la vida y siempre tenía pretextos para no aceptar que tenía problemas. Él era mecánico de camiones en el tiempo que yo manejaba y era también el único mecánico que había en la zona. Por fuerza teníamos que ir con él para que nos arreglara el camión. Él siempre intentaba preguntarme cómo me encontraba. Aunque me moría de la resaca yo decía que estaba bien. Incluso le quería demostrar que podía controlar la bebida. En cierta ocasión le invité a un almuerzo y me tomé sólo una cerveza. Ésa fue tal vez la única vez que lo hice.

Ese hombre siempre me hablaba de Alcohólicos Anónimos. Yo había asistido a una reunión una vez y fui más bien por compromiso, para que dejara de molestarme con sus alcohólicos. La idea de que yo podía ser uno de ellos me hacía pensar en el qué dirán y me daba una gran vergüenza. Tener que admitir que yo no podía controlarlo sin ayuda me llenaba de pavor. La primera vez que asistí dijeron que si alguien tenía problemas con el alcohol y deseaba pertenecer, sólo tenía que ponerse de pie o levantar la mano. Yo no hice ninguna de las dos cosas.

Un amigo de borrachera que me vio entrar al grupo, me esperó afuera y me dijo que no me fuera a meter con los alcohólicos ya que era lo más bajo que podía caer. Yo le aseguré que no había hecho ningún compromiso con los alcohólicos y se lo demostré bebiendo. Los problemas siguieron y yo todavía decía que para qué ir a esas reuniones si no era alcohólico. Yo trabajaba demasiado y sólo estaría perdiendo el tiempo; pero poco después también perdí el empleo.

En mis últimas borracheras me di la mano con la locura. Era lo último que yo esperaba y no lo creí hasta que lo viví en carne propia. Tenía delirios visuales y auditivos en pleno día y llegué también a vomitar sangre. Fue de la única manera que por fin me decidí a pedirle ayuda a un Dios y dejar de sufrir. El mejor recurso para comenzar fue un grupo de A.A.; el grupo que siempre había estado a media cuadra de mi casa. En medio de mis delirios escuché una voz que me decía «allí hay un grupo de A.A.» Aunque muy en contra de mi orgullo, tuve que ir a pedir ayuda. Tuve que rendirme ante el alcohol y admitir que no podía beber más.

Fui muy de mañana con aquel amigo de mi padre miembro de A.A. para decirle que ahora sí necesitaba de A.A. A él le dio tanto gusto el hecho que lo fuera a buscar que pasó todo el día conmigo apagando la borrachera. Después de seis meses, aunque tuve que pasar muchos tropiezos, mi esposa me pidió que escogiera si me quedaba con ella o con los alcohólicos. Fue una decisión difícil pero al final opté por A.A. y hasta el día de hoy la considero una buena decisión.

Yo había visto a mi padre muchas veces ir al manicomio pero nunca había oído que el alcoholismo fuera una enfermedad. Vi también a muchos familiares morirse de alcoholismo, pero los médicos siempre le echaban la culpa a otras cosas. Por ejemplo, decían que no se alimentaban bien y por eso yo lo veía todo normal. A tal grado llegaba mi ignorancia que muchas veces le di cerveza a mi hijo de un año porque ésa era la costumbre. Mi esposa quedó bien afectada y neurótica. Me tenía un odio tan grande que me dijo que ya nunca me quería ver ni muerto. Por fin nos separamos definitivamente y cada cual se fue a vivir por su lado con un hijo de por medio. La vida que había vivido me había dejado con muchos malos recuerdos y me dije a mí mismo que ya nunca me iba a casar y empecé a asistir a las reuniones de A.A.

Pronto me di cuenta de lo equivocado que había vivido. Fue una gran lucha empezar una nueva vida sin nada, sin nadie y sin dónde vivir. Envidiaba a mis compañeros de escuela que terminaron sus carreras, mientras que yo era un fracasado. Pero el asistir a muchas reuniones de A.A. me ayudó a ver que no estaba solo. También me ayudó escuchar experiencias de los compañeros que habían tenido que pasar lo mismo que yo. Comencé a aceptar que lo que se había perdido tenía que quedarse en el pasado, y que yo tendría que vivir el día de hoy enfrentando a la realidad de la vida un día a la vez.

Después de un tiempo encontré a la que es mi actual esposa y formamos un hogar. Estamos casados por todas las leyes y tuvimos tres hijos dentro de Alcohólicos Anónimos. Gracias a Dios he tenido el apoyo de mi esposa para hacer servicios en A.A.

Cuando emigré a otro país lo primero que hice fue buscar un grupo de A.A. y estoy sirviendo desde que llegué, porque he encontrado una nueva vida. Todo lo que creía normal hoy veo que no es normal. Todo tiene solución, pero hay que buscarla y tener la suficiente voluntad. Todo lo que me prometieron ya se cumplió en mi vida, siempre y cuando me mantenga sobrio y en acción.

(4)
 
CAMINO A LA DERROTA

Desafiante, celosa de su autonomía, seguía diciéndose a sí misma al principio que no sabía si A.A. era el lugar apropiado, pero iba escuchando las historias e identificándose con los integrantes del grupo. Todos eran como ella; les habría gustado ser bebedores normales, pero nunca pudieron serlo.

N
ACÍ en una familia normal de clase media alta, con una activa vida social. Teníamos reuniones familiares todos los fines de semana con grandes comilonas, música, bebidas, mesas de póker, etc. Los chicos teníamos nuestras reuniones paralelas que también tenían música y baile. Así recuerdo mi primera borrachera a los ocho años: robamos una jarra de licor con frutas y bailé más libre que nunca hasta que me mandaron a dormir «en penitencia» junto a mi hermana y mis primas, que habían compartido conmigo la travesura.

Era normal en aquel tiempo que los chicos tomaran un poquitito de alcohol en las comidas, o bebidas de baja graduación alcohólica en las reuniones. Yo nunca dejé escapar estas oportunidades porque siempre me gustaron las bebidas con alcohol. Uno de mis juegos favoritos era el de preparar experimentos con los restos de los vasos y después los tomaba como «prenda» de algún juego.

Ya a los 14 era una chica particular, bastante buena en el estudio, respetuosa y cariñosa con mis padres cuando estaban en casa; pero muy soberbia, autosuficiente y desafiante en la calle y con mis amigos. En las fiestas, había aprendido que para estar bien podía vomitar cuando empezaba a estar muy mareada, y así seguir tomando. En mi casa todo lo que tenía que hacer era agachar la cabeza, decir a todo que sí y prometer no hacerlo nunca más. Esta actitud de obediencia hizo que terminara mis estudios.

Todo estaba bien mientras mi conducta se podía justificar con la edad. No tenía problemas para tener alcohol porque en casa había una pequeña bodega y mis padres estaban todo el día en el trabajo. Además, era amiga de todos los organizadores de las fiestas que me daban bebida libre.

Me fui a terminar de estudiar a la capital. Cuando el alcohol no me dejaba estudiar, tomaba anfetaminas. Cada vez que tenía problemas pensaba en qué tomar para regular mi conducta o mi salud, nunca se me cruzaba no tomar. Me recibí de traductora y terminé los estudios para profesora. No obtuve el título porque para ello tenía que trabajar tres días más dando clases, y yo consideraba que ya había hecho lo suficiente. Igual me independicé económicamente a los 21 años.

Tuve muchos trabajos, pero el mejor para mí era en turismo, porque si bien el sueldo era pobre, la vida era de fiestas continuas. Todos los días al terminar el trabajo o antes de empezar una guardia, pasaba por un bar vecino, sola o acompañada, y pedía un vaso de «agüita fresca». El barman me servía un vaso grande de gaseosa lleno de bebida blanca incolora con hielo. Después de un año, dejé ese trabajo porque había hecho varios papelones en reuniones, había tenido algunas discusiones con compañeros dentro y fuera de la oficina y alguno de mis jefes me había visto borracha. La excusa fue que el trabajo no me brindaba oportunidades de crecimiento y tenía otra buena oferta.

A los 26 años me junté con un grupo de gente más pesada. Estaba todo el día en casa porque hacía mis traducciones por fax. Pasaba los días consumiendo permanentemente con mi «novio» del momento y sus amigos, y participando en algunos negocios nonsantos, que incluían el comercio de drogas. Me sentía como la novia de la mafia, y ese prestigio me daba el afecto que necesitaba.

La última transacción fue muy grande y peligrosa. Esta vez mi juego había llegado demasiado lejos. Me asusté y otra vez me escapé

Me fui a otro país donde viví tres años de locura absoluta. Fui hippie, cocinera, pintora (de paredes), profesora de buceo, cazadora submarina, lavaplatos, artesana, alcohólica y drogadicta. Me enamoraba, me desenamoraba, quería hijos y mi cuerpo los rechazaba y cada dos por tres mi pareja me rechazaba también. Cumplí 30 años y todavía estaba jugando.

Supuse que si volvía a mi ciudad tendría que portarme bien, porque no me atrevería a mantener esa vida frente a mi familia, así que regresé. Fueron tres días de reflexión, sola y pensando mucho: tendría que dejar las drogas y el sexo fácil, conseguir un trabajo y quedarme tranquila en la casa de mis padres. Jamás pensé en dejar el alcohol. Me daba cuenta de que todos los amigos que había tenido ya no estaban. El que no se había matado en un accidente estaba preso o en algún otro lugar del mundo. Aquellos conocidos casados, con hijos y trabajo nunca habían sido mis amigos.

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