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Authors: Mario Escobar

Tags: #Aventuras, Intriga

El mesías ario (16 page)

BOOK: El mesías ario
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—Naturalmente, don Hércules, el barco está preparado para partir en cualquier momento. Ahora mismo si es necesario.

—Hay un tercer pasajero que tendríamos que ir a buscar.

—¿Un compañero? —preguntó el noble portugués.

—No, Alicia Mantorella.

—Alicia viaja con ustedes, entonces el viaje se convertirá en un crucero de placer.

Lincoln hincó la mirada en la delgada figura del portugués y a punto estuvo de protestar, pero Hércules se adelantó y dijo a Bernabé:

—Navegar siempre es un placer, cuando uno conoce su destino.

SEGUNDA PARTE

Matar al mensajero

Capítulo 29

La casa estaba a las afueras de la ciudad. Rodeada de un pequeño jardín, proporcionaba algo de intimidad a la docena de hombres que la habitaban. Los frondosos olmos cubrían gran parte de la fachada principal. La sombra constante refrescaba la casa, pero también la oscurecía. Las autoridades austrohúngaras habían extremado la vigilancia y un grupo de serbios y bosnios jóvenes podrían parecer sospechosos, por ello procuraban no salir de día si no era estrictamente necesario y esperar a que una de las mujeres de la organización les trajese los víveres y todo lo que necesitaban. Cuando el príncipe Stepan atravesó la entrada, se llevó una grata sorpresa. El hall relucía y la decoración era elegante y sofisticada. En las dos últimas semanas, había tenido que ir a pensiones de mala muerte y comer en restaurantes de tercera categoría, aquella casa representaba un cambio cualitativo. El almirante Kosnishev observó la entrada con indiferencia y pasó directamente a la sala principal. Enseguida vieron a un hombre de espaldas, vestía un sencillo traje gris, pero de buen corte. Sus espaldas anchas y su postura firme, delataban su formación militar. Su cabeza, casi completamente calva destacaba de la chaqueta gris por su brillo. Cuando el hombre se dio la vuelta, los dos rusos pensaron que se encontraban frente a un comandante prusiano. Sus ojos negros y pequeños brillaban con un fuego especial. Su gesto adusto y frío, mostraba un carácter rudo, pero educado.

—Príncipe Stepan y almirante Kosnishev, no tenían que haberse molestado en venir. Aquí tenemos todo bajo control —dijo Dimitrijevic atusando su largo bigote negro.

—Nuestro deber es supervisar la operación. Rusia se arriesga mucho con esta acción, el futuro del Imperio está en juego —contestó el príncipe Stepan. El almirante Kosnishev asintió con la cabeza y Dimitrijevic les invitó a que se sentaran.

—La causa Serbia es la causa de Rusia. Nuestra alianza será fructífera y nuestras dos grandes naciones podrán repartirse los despojos del caduco imperio Habsburgo.

—El zar tuvo sus dudas, pero logramos convencerle de la necesidad de parar las reformas austríacas. Ya que, su organización la Mano Negra, no goza de muchas simpatías entre las casas reales de Europa.

—Todavía recuerdan la muerte del rey Alexander. Era un tirano y un déspota. El pueblo de Serbia merecía algo mejor.

—Pero no se puede sustituir el orden por el caos. La monarquía está instituida por Dios —dijo el almirante Kosnishev.

—Bueno, no creo que hayan venido aquí para hablar de teología —cortó tajante Dimitrijevec.

—¿Quiénes ejecutarán la acción? Me imagino que miembros del ejército serbio —dijo Stepan.

—No, príncipe. La acción la llevarán a cabo tres audaces estudiantes bosnios. Subrilovic, Grabege y Gavrilo Princip.

—¿Tres estudiantes? ¿Una misión de tal envergadura en las manos de tres inexpertos estudiantes?—dijo el almirante Kosnishev.

—Si algo sale mal, el Gobierno austríaco no puede relacionar el atentado con el Gobierno serbio.

—Creo que su plan tiene muchos cabos sueltos —dijo el príncipe Stepan levantándose del sillón.

—No lo entienden. Esos estudiantes están dispuestos a hacer cualquier cosa, nada les hará desistir. Llevo meses entrenándoles personalmente y hemos estudiado el plan una y otra vez. Hace días que nos llegó la información sobre la visita oficial del archiduque, la ruta que va a seguir y los edificios que va a visitar. No podemos fallar.

—Nosotros, los rusos, no dejamos estas cosas en manos de civiles. El Ejército tiene la misión de defender a su país —dijo indignado el almirante.

—Deje que nos explique su plan —dijo molesto el príncipe Stepan.

—Síganme a la otra habitación, por favor.

Dimitrijevic apoyó sus manos en los hombros de los dos rusos y los tres entraron en la biblioteca.

—A propósito, ¿qué se sabe del libro? —preguntó el príncipe Stepan.

—Todavía no lo tenemos, pero mis hombres están en ello.

—Es importante que nos hagamos con él cuanto antes.

—No se preocupe, tengo a mis mejores hombres trabajando en el asunto, pronto estará en nuestro poder.

Capítulo 30

Frente a las costas de Normandía, 20 de junio de 1914

El comedor era una réplica perfecta de un acogedor salón inglés. Las maderas nobles, los quinqués, un par de sofás de piel y una gran mesa en el centro eran su mobiliario principal. Presidía la mesa Bernabé Ericeira que en los últimos días se había comportado como un anfitrión exquisito. Atento, servicial y discreto, Ericeira apenas pasaba tiempo con ellos. Les dejaba espacio y tiempo para que siguieran con sus investigaciones y planes. La única vez que les había preguntado sobre el viaje, había sido para informar al timonel sobre el rumbo a seguir. Hércules se había mostrado reacio a hablar de su viaje con Ericeira y Lincoln fruncía el ceño cada vez que veía aparecer por la puerta al noble portugués. Alicia y Bernabé pasaban juntos mucho tiempo y no era extraño verles en cubierta hablando durante horas. Lincoln se enfadaba cada vez que veía al portugués cortejando a Alicia y le decía a Hércules, que como protector de la mujer, a falta de su padre, debía velar por sus intereses y desaconsejar que los dos estuvieran solos.

—Hércules, creo que debemos contarle a Bernabé el motivo de nuestro viaje.

—Estimada Alicia, estoy convencido que al sr. Ericeira le aburrirían soberanamente nuestras idas y venidas. ¿No cree Lincoln?

—Estoy completamente de acuerdo, el sr. Ericeira ha hecho ya suficiente ofreciéndonos su barco. A propósito, ¿cuántos días quedan para llegar a Amberes?

—Según nuestros cálculos, pasado mañana al mediodía llegaremos al puerto de Amberes.

—Después le dejaremos libre, sr. Ericeira. Aunque insisto en pagar al menos los costes del combustible y la tripulación.

—Don Hércules, ya hemos hablado de eso. Son mis invitados y yo corro con todos los gastos. Tenía previsto un viaje a Inglaterra en los próximos días. Después de dejarles en el puerto pondré rumbo a las islas británicas.

—No sé como agradecérselo —dijo Hércules.

Alicia se cruzó de brazos y con una voz seca se dirigió a Hércules.

—Hércules, no esperaba que me desautorizaras de esta manera. Bernabé ha sido muy amable y el sr. Lincoln y tú os estáis comportando como unos desagradecidos.

—Alicia, no era mi intención ofenderte.

—El sr. Bernabé es portugués y conoce muy bien la vida de Vasco de Gama, tal vez podría ayudarnos y hablarnos del navegante y del rey Manuel I.

—Puede que tengas razón. Estimado Lincoln, ¿narramos brevemente al sr. Ericeira la causa de nuestro viaje y las últimas pesquisas sobre Vasco de Gama?

—Si lo cree conveniente.

Hércules permaneció callado por unos segundos, como si no supiera por donde empezar. Después, se encendió un espléndido puro y tras disfrutar de la primera bocanada de humo, comenzó a hablar.

—Como sabrá, Vasco de Gama viajó a la India y contactó con algunos reyezuelos locales. Al parecer también encontró lo que quedaba de la antigua iglesia cristiana hindú y la tumba de santo Tomás, que según la tradición evangelizó a los hindúes.

—Cualquier colegial de Portugal sabe todo eso —dijo Ericeira, molesto por el humo del tabaco.

—Al parecer Vasco de Gama trajo algo consigo que entregó al rey Manuel, algo que ha permanecido oculto durante siglos.

—¿De qué se trataba?

Hércules dudó unos segundos en responder a la pregunta, no quería que el portugués supiera más de la cuenta.

—Un objeto, podríamos decir, religioso.

—Entiendo.

—El rey Manuel guardó aquel objeto y al parecer hay gente que está interesada en recuperarlo, porque le atribuye cierto grado de poder.

—¿Y eso guarda relación con la locura y muerte de los tres profesores de la Biblioteca Nacional de Madrid?

—Eso es lo que creemos —dijo Alicia. Hércules la miró fijamente y ella agachó la cabeza.

—Vasco de Gama hizo tres viajes a la India, ¿verdad?

—En 1502 hizo su segundo viaje, luchó contra los árabes en África y se hizo con el dominio del índico. También levantó una factoría y comenzó a comerciar con la India. Regresó un año más tarde.

—¿Por qué tan pronto? —preguntó Hércules.

—Algunos dicen que estaba impaciente por vender las especias que había conseguido. Sus riquezas eran tales que no necesitaba dinero y por eso tardó veinte años en regresar a la India. Pero la verdad es que perdió el favor del rey.

—¿Por qué perdió el favor real? Creía que fue el propio rey Manuel el que eligió a Vasco de Gama para que capitaneara el primer viaje a la India.

—Algunos historiadores han defendido que la crueldad extrema con la que Vasco de Gama trató a los hindúes hizo que el rey le retirara su favor, pero personalmente creo que hubo otras razones.

—¿Qué tipo de razones? —preguntó Lincoln que había estado indiferente a la conversación hasta ese momento.

—El rey Manuel no quiso recibirle más y esperó casi veinte años antes de asignarle una nueva misión. Vasco de Gama le pidió al rey algo, una acción que éste no llegó a realizar.

—¿Piensa que Vasco se sintió desengañado y que eso enfrió las relaciones entre los dos? —pregunto Alicia.

—Es posible que fuera algo de ese tipo —dijo Ericeira.

—Pero, ¿qué pudo pedirle Vasco al rey? ¿Títulos, posesiones? —preguntó Lincoln.

—No, el rey Manuel le dio todo eso a Vasco —contestó Ericeira.

—Creo que cuando encontremos lo que Vasco reprochaba al rey, entenderemos todo este embrollo —dijo Hércules.

Ericeira miró fijamente a Hércules y sonrió. Su cara se desdibujó con el resplandor de las velas casi extinguidas y Lincoln sintió que un escalofrío recorría su espalda. Había algo en el noble portugués de lo que Lincoln no terminaba de fiarse, algo terrible que les ocultaba.

Capítulo 31

Amberes, 20 de junio de 1914

El puerto de Amberes se encontraba en plena actividad cuando Hércules llegó con sus amigos. Alicia se sorprendió de que casi a las doce de la noche, cientos de estibadores estuvieran cargando y descargando todo tipo de mercancías. Las calles cercanas y las dársenas estaban repletas de fardos, cajas y todo tipo de objetos. Los carros de los caballos eran cargados y salían a toda velocidad para los destinos más remotos de la ciudad. Otros muchos eran cargados en los trenes o los vehículos de motor, que empezaban a desplazar a los de tracción animal. Bernabé de Ericeira se ofreció para encontrarles un medio de transporte rápido y adecuado. Su experiencia de comerciante y sus contactos podían ayudarles a llegar a cualquier punto de Europa en un tiempo record. Ericeira consiguió que salieran en un tren de mercancías aquella misma noche. En apenas diez horas se encontrarían en Colonia y podrían continuar su búsqueda. El tren no estaba preparado para transportar pasajeros, pero en el vagón correo había una pequeña estufa de carbón, unas sillas y un par de literas, que usaban los empleados. Suficiente para que pasaran la noche y llegaran a media mañana a Colonia. Ericeira insistió en acompañarles hasta Colonia. La misión parecía peligrosa y un hombre más podría sacarles de un apuro. Además, Ericeira hablaba alemán y les serviría de traductor y guía. El viaje fue tranquilo, las horas pasaron despacio en aquel pequeño vagón con olor a papel, con el tufo del carbón y el murmullo regular del tren. Apenas hubo paradas y a la hora prevista el tren entró en la estación de Colonia, en la ciudad dónde se conservaban los restos de los tres magos más famosos de la historia, los Tres Magos de Oriente.

Capítulo 32

Colonia, 21 de junio de 1914

Los tres hombres caminaron por el jardín y se dirigieron a un edificio de cuatro alturas, con un tejado muy apuntado. Todo a su alrededor parecía intentar desafiar a la clara y limpia mañana de verano. El cielo estaba completamente despejado y era tan fresco y tan limpio que muchos hubieran dudado al saber que aquella era la zona más industrializada de toda Alemania.

Los dos hombres entraron con facilidad en el edificio, subieron a la planta primera y llamaron a una de las puertas del largo y solitario pasillo. Esperaron más de un minuto antes de obtener respuesta. Cuando la puerta se abrió al fin, un hombre inesperadamente joven se presentó ante sus ojos.

—¿El profesor von Herder?

—El mismo, ¿quién le busca?

—Necesitamos hablar con usted urgentemente.

—No recibo visitas sin cita previa, si se dirigen a mi secretaria, con mucho gusto les facilitará una cita. Buenos días, caballeros.

Uno de los hombres sujetó la puerta y la empujó hacia dentro. El profesor se sorprendió de la reacción del visitante, pero a pesar de su juventud era un hombre delgado y poco fuerte.

—Profesor von Herder, no nos ha entendido, tenemos que hablar con usted ahora.

Capítulo 33

Moscú, 21 de junio de 1914

—¿Por qué han enviado un telegrama?

—Lo desconozco majestad.

—Acaso no saben que es peligroso utilizar ese medio. Cualquiera podría interceptarlo.

—Lo lamento, pero al parecer querían informarle antes de que los hechos se desencadenaran.

—Lo entiendo Nicolascha, pero hay que actuar con el máximo sigilo. Si nuestros aliados se enteraran del objeto de la misión, quizá perderíamos su apoyo.

—Entiendo majestad, pero esperan una orden directa, no actuarán si no contestamos afirmativamente.

—Tengo mis dudas, Nicolascha.

El zar se sentó en uno de los grandes sofás y con la cara entre las manos se entregó a una larga meditación. El gran duque le miró con indiferencia, le había visto actuar de aquella manera en demasiadas ocasiones. El zar era un hombre débil y dubitativo. No estaba preparado para gobernar y mucho menos para tomar decisiones de aquel calibre.

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