El mesías ario (17 page)

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Authors: Mario Escobar

Tags: #Aventuras, Intriga

BOOK: El mesías ario
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—Nicolascha, ¿tú que harías?

—No se trata de lo que yo haría, majestad. No puedo ponerme en su lugar. Vos sois el corazón y la cabeza de Rusia, y yo soy un simple servidor.

—Primo, por favor, no me vengas con monsergas. Te estoy pidiendo ayuda como consejero militar y, lo que es más importante, como hermano.

Nicolascha odiaba la familiaridad con la que le trataba el zar. Si había algo que detestaba era la debilidad, la indecisión y la ineptitud. Su primo reunía aquellas tres viles debilidades de los Romanov.

—El presidente de Francia teme la guerra. Intentará por todos los medios impedirla. Desde la última guerra con Alemania, los franceses han evitado siempre el conflicto.

—¿Y los ingleses?

—Los ingleses han sido aliados de los alemanes hasta hace muy poco. Los enfrentamientos comerciales que han tenido en los últimos años han distanciado sus posiciones. En especial la amistad de Alemania con el Imperio Otomano. Londres teme que una Turquía fuerte le quite peso en Oriente Próximo.

—Entonces todos nos seguirán si se produce una guerra.

—Eso es lo que piensa el Estado Mayor.

—Nicolascha, ¿cuál será la reacción de Austria?

—Es imprevisible, pero seguro que tomará revancha. Antes o después, pero tomará revancha.

—¿Qué dice el telegrama?

—Es escueto, pero nos informa de los medios utilizados para llevar a cabo la misión, la fecha y lugar elegidos...

—Están locos. Si alguien ha interceptado el mensaje todo puede venirse abajo.

—Majestad, nadie imagina lo que está a punto de suceder.

—Eso espero, Nicolascha.

Capítulo 34

Colonia, 21 de junio de 1914

—Esto es un ultraje. No les consiento.

—Profesor, disculpe nuestras formas. Pero el asunto es sumamente importante. Tal vez esté en juego la vida de muchas personas.

—Por Dios, yo tan sólo soy un humilde historiador. ¿Qué puede hacer un hombre como yo para evitar miles de muertes?

—Puede, que más de lo que cree —dijo en un turbio alemán uno de los hombres.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó von Herder. Sus ojos azules y pequeños reflejaban miedo. Los cristales de sus gafas redondas y doradas apenas podían disimular la angustia.

—Yo soy Bernabé Ericeira y mis compañeros son, Hércules Guzmán Fox y George Lincoln. Estamos investigando algo relacionado con la historia de los Reyes Magos.

—¿Y que tiene que ver la historia de los Reyes Magos con salvar a miles de personas? No entiendo nada.

—Déjenos hablar y se lo explicaremos todo —dijo Ericeira.

El profesor intentó relajarse y con paso titubeante se sentó detrás de su escritorio. Los tres hombres entraron y permanecieron de pie hasta que el profesor les invitó con un gesto a sentarse.

—Creo que no me queda otro remedio que escucharles.

—Intentaré ser lo más breve posible —dijo Hércules. Ericeira comenzó a traducirle y en unos minutos von Herder se enteró de la suerte de los tres profesores automutilados de la Biblioteca Nacional de Madrid, las investigaciones del profesor von Humboldt, el viaje de Vasco de Gama y el extraño libro que trajo consigo.

El profesor von Herder escuchó todo el relato sin interrumpirles ni una sola vez. Su rostro mostraba una mezcla de sorpresa y horror que se transmitía a través de sus finos rasgos y su cara de piel casi transparente. Cuando Hércules terminó su relato, el profesor miró al vacío, como si estuviera reconstruyendo en su mente toda aquella información y comenzó a hablar.

—Lamento la muerte de von Humboldt, el mundo académico ha perdido una de sus mejores cabezas. Von Humboldt era una eminencia en historia moderna, especialmente en Portugal y sus descubrimientos.

—Lo sabemos —dijo Hércules.

—Lo que más me sorprende de la historia que me han relatado es la del Cuarto Rey Mago. Siempre ha sido una hermosa leyenda de piedad y amor, nada que ver con tenebrosas profecías sobre el advenimiento de un Mesías Ario.

—Pero Vasco de Gama habla de ello en su carta —apuntó Hércules.

—Tal vez, lo que encontró Vasco de Gama en la India no fue el libro de las profecías de Artabán. El texto podía ser algún texto apócrifo, tratarse de una aberrante herejía nestoriana. Los nestorianos fueron los que extendieron el cristianismo por Asia.

—¿Usted nunca había escuchado nada acerca de las profecías? —preguntó Hércules.

—No.

—Es muy extraño. Un especialista en los Reyes Magos y nunca ha escuchado el más mínimo rumor o divagación sobre las profecías de Artabán.

—Ya le he dicho, que nunca había escuchado cosa semejante —contestó ofuscado el profesor.

—Al parecer, el libro permaneció en Lisboa hasta que Felipe II se lo llevó a Madrid, tras la conquista de la ciudad y la apropiación de la corona de Portugal —dijo Hércules.

—No sé nada —repitió el profesor von Herder y comenzó a sudar copiosamente.

—Tampoco sabe nada de cómo llegó el libro a Alemania a través de Rodolfo II, sobrino de Felipe II y futuro emperador de Alemania.

—Será mejor que se marchen. No me encuentro bien —dijo el profesor von Herder desabotonándose el cuello duro de la camisa.

—¡Miente profesor, no sé por qué, pero está mintiendo! —gritó Hércules levantándose de la silla.

El profesor se echó para atrás sobresaltado. Sus manos rodeaban su cuello como si algo le dificultara la respiración. Su espalda estaba tan encorvada que temieron que se cayera de espaldas. Lincoln por un lado y Ericeira por otro corrieron para sostenerle en la silla.

—¿Se encuentra bien profesor? —pregunto Ericeira desabotonándole más la camisa.

—Tuve que hacerlo, cómo podía negarme a hacerlo.

Capítulo 35

Lincoln trajo un vaso de agua y el profesor recuperó un poco de color. Su cara se había vuelto tan pálida que el rostro del profesor von Herder parecía el de un cadáver. Ericeira había abierto la ventana y la brisa fresca de la mañana penetraba por ella renovando el aire del despacho. Hércules permanecía de pie, frente al profesor. Se sentía mal por haber provocado aquel inesperado ataque de pánico, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Von Herder les mentía y el tiempo se acababa. ¿Cuántas personas más tenían que morir antes de que llegaran a descubrir la verdad? El profesor bebió el vaso de agua y respiró hondo. Se incorporó un poco y después de varios minutos comenzó a disculparse de nuevo.

—El libro ha permanecido en Colonia desde hace más de doscientos años. Pero ya no está en la ciudad.

—¿Dónde está ahora, von Herder? —preguntó Hércules elevando un poco el tono de voz.

El profesor le miró temeroso y pensó un rato su respuesta.

—El libro fue depositado en la tumba de los Reyes Magos en la catedral de Colonia. Lo descubrí en una de las cartas del lingüista y sabio Paul Johann Ludwig von Heyse.

—¿El premio Nobel?

—El mismo. Como sabrán falleció en abril y yo me hice cargo de sus papeles. Entre ellos encontré un estudio sin divulgar sobre las profecías de Artabán. Mi intención era publicarlas con mi nombre, pero alguien más conocía de su existencia y me obligó a darle el estudio. Me imagino que también debió recuperar las profecías de la tumba de los Reyes Magos, desde entonces no me he atrevido a acercarme por la catedral.

—Pero, ¿quién fue el que le amenazó y se llevó el estudio? —preguntó Hércules.

—No puedo decirlo, mi vida correría peligro.

—Hay mucha gente que puede morir si no nos desvela ese nombre.

El profesor von Herder se levantó de la silla y observó desde la ventana de su despacho los árboles del jardín. Amaba tanto ese lugar. Era uno de los profesores más jóvenes y prometedores de Alemania. Tan sólo había cometido un error. ¿Cuánto tiempo iba a estar pagando por él?

—Es una importante personalidad política. No les conviene meterse con él, se lo aseguro.

—Deje que seamos nosotros los que valoremos eso, profesor—dijo Hércules.

—Está bien, si así lo quieren. El hombre que se llevó el estudio de Paul Johann Ludwig von Heyse y posiblemente las profecías de Artabán fue el archiduque Francisco Fernando.

—¿El heredero al trono de Austria? —preguntó Ericeira.

—El mismo —contestó el profesor von Herder.

—¿Y para qué quiere el archiduque el libro de las profecías de Artabán? —preguntó Lincoln.

—Puede que esté buscando respuestas —dijo Ericeira.

—O puede, que esté buscando su propio destino —dijo Hércules.

—No le entiendo —dijo Lincoln

—Lo que su amigo quiere decir... —dijo von Herder con una voz temblorosa—. Lo que quiere decir es que el archiduque tal vez sea el Mesías Ario.

Capítulo 36

Viena, 21 de junio de 1914

La habitación estaba repleta de baúles a medio cerrar, vestidos y cajas de sombreros. Las sirvientas corrían de un lado a otro o se dedicaban a planchar los trajes antes de guardarlos. Las damas de honor elegían con la archiduquesa algunos de los modelos que luciría en su próximo viaje a Sarajevo. Sofía no quería hacer aquel viaje, pero desde hacía años intentaba pasar el mayor tiempo posible con su marido y alejarse lo más posible de la Corte. Nunca la habían querido, los Habsburgo podían ser una familia cruel y distante cuando se lo proponían. No soportaban que fuera checa, una simple dama de compañía de la archiduquesa Isabel, pero lo que no aguantaban era que ahora, una advenediza como ella pudiera convertirse en la próxima emperatriz del Imperio Austro-Húngaro. Pero esa no era la única razón por la que cada vez quería permanecer más tiempo con su esposo. En los últimos tiempos algo estaba cambiando en él. Desde que su sucesión al trono era segura, su carácter cariñoso y amable se había transformado en huraño, susceptible y airado. Cualquier cosa le alteraba y pasaba horas solo, encerrado en su gabinete. Cuando ella le había interrogado sobre su cambio de actitud, él siempre contestaba con evasivas y cambiando rápidamente de conversación, pero algo le pasaba a Fernando, y no descansaría hasta descubrir que era.

—Querida, nos vamos sólo para unos días —dijo el archiduque entrando en la habitación. Se armó un gran revuelo entre las sirvientas y las damas de compañía que comenzaron a hacer reverencias al archiduque. Cuando éste las despidió con un gesto, la media docena de mujeres salió formando un gran alboroto de cuchicheos y grititos.

—Sabes que lo correcto es que anuncies tu visita antes de presentarte de improviso en mis habitaciones —dijo Sofía frunciendo el ceño.

—Mi Sofía, ¿no escuchaste el sonido de mi corazón al aproximarse al tuyo? —contestó teatralmente su esposo.

—Fernando, te estoy hablando en serio. Ya conoces lo rígida que es tu familia, si además te tomas estas familiaridades, nunca me respetarán.

—Cuando seas emperatriz tendrán que rendirte homenaje les guste o no. Al viejo no le queda mucho, dentro de poco descansará en paz y nos dejará descansar a nosotros.

—Sabes que no apruebo que hables así de tu tío. Francisco José es un buen hombre, aunque viva anclado en unas costumbres que hace décadas que desaparecieron.

—Se te olvida como te trató y lo que nos costó casarnos. Pero si hasta el emperador Guillermo y el zar Nicolás tuvieron que interceder por nosotros.

—Esa es agua pasada Fernando, lo que me preocupa ahora es qué te ronda la cabeza últimamente. Desde que volviste de tu viaje a Alemania algo ha cambiado.

—¿Qué iba a cambiar, querida esposa? Cada vez tengo que llevar más asuntos de gobierno y esta visita a Sarajevo me pone un poco nervioso.

—¿Por qué querido? Apenas pasaremos dos días en la ciudad y antes de que te des cuenta estaremos de regreso en Viena.

—Tú lo desconoces, pero en los últimos tiempos las tensiones con Serbia no han dejado de aumentar. Preferiría que no me acompañaras en este viaje.

—Ya hemos discutido ese asunto —dijo Sofía dando la espalda a su esposo y comenzando a mirar unos vestidos.

—Querida, el viaje entraña sus riesgos. Además, Sarajevo no es una ciudad adecuada para una dama como tú.

—Sarajevo no es el fin del mundo.

—Es una ciudad llena de turcos, anarquistas y delincuentes.

—Fernando, tú eres la única esperanza para el Imperio. Muchas regiones reclaman su independencia y tu tío no sabe o no quiere hacer nada.

—Olvidas que no me gusta hablar de política antes de almorzar. Para eso venía, ¿quieres acompañarme? El más exquisito de los bocados me parece insípido sin tu presencia.

—Mira como está todo. Sólo quedan unos días para el viaje y tenemos el equipaje a medio hacer.

—Eso puede esperar —dijo el archiduque levantando su brazo para que lo agarrara su esposa.

—Está bien —contestó ella tomando el brazo. La pareja salió de la habitación en medio del desorden y recorrió los metros que les separaban del salón. Juntos del brazo cruzaron el umbral y desaparecieron por la puerta.

Capítulo 37

Colonia, 21 de junio de 1614

La catedral daba la espalda al río. Mostraba su indiferente verticalidad hasta convertir a los edificios que tenía a su alrededor en raquíticas sombras. Suntuosas, ricas y extraordinarias, sus dos torres desafiaban a la gravedad y penetraban en el cielo azul de la tarde. Los tres ojos de sus puertas miraban a la plaza y parecían atraer a los transeúntes hacia dentro para devorarlos. Hércules, Lincoln y Ericeira acompañaron a von Herder hasta la gran plaza. Allí les esperaba Alicia, que había logrado comprar parte del equipo perdido en el viaje de Madrid a Lisboa y buscar un hotel para pasar la noche.

—Buenas tardes. Esperaba impaciente vuestro regreso —dijo Alicia animada.

—No hemos podido venir antes —dijo Hércules.

—¿Vamos a entrar? —preguntó Alicia.

—Deja que te presente al profesor von Herder. Von Herder, Alicia Mantorella.

—Mucho gusto, señora.

—El gusto es mío caballero.

—Es impresionante —dijo Lincoln intentando abarcar con la mirada la inmensa mole.

—Se tardó casi seiscientos años en concluir —dijo von Herder.

—Es gótico, ¿verdad? —dijo Lincoln.

—La mayor parte de la catedral, pero conviven otros estilos.

—¿Aquí es donde se conservan los restos de los Reyes Magos? —preguntó Alicia.

—Según una antigua tradición cristiana, así es.

—¿Cómo llegaron hasta aquí, profesor? —preguntó Ericeira.

—Santa Elena, la madre del emperador Constantino encontró los restos de los Reyes Magos.

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