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Authors: Magnus Nordin

Tags: #Intriga, #Terror, #Policíaco

El misterio de la casa abandonada (16 page)

BOOK: El misterio de la casa abandonada
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En el periódico
Aftonbladet
leemos el sensacional desenlace del caso del muchacho de trece años, Jonas Cederqvist.

En la portada aparece una foto de Jonas y Dagge conmigo. La tomaron cuando Jonas volvió del hospital. Estamos en el cruce de la calle Rosenhill con la calle Blåeld pasándonos los brazos por los hombros. Jonas está entre nosotros dos, levantando el pulgar. Parece como si hubiéramos ganado la liga de fútbol de San Erik. La pose no fue idea nuestra, sino del fotógrafo. El titular de portada tampoco fue idea nuestra. «Los héroes de Rosenhill».

También habla bastante sobre Buda. Un rectángulo negro le tapa los ojos, pero lo reconocemos por el albornoz que le llega hasta las rodillas y la coronilla calva. Toda su vida está allí. Sabíamos mucho, pero no todo. Por ejemplo, ignorábamos que Buda vivía de vez en cuando en la casa, desde que lo dejaron salir de la institución donde había estado cuando la suya se incendió. Tenía un piso en las afueras, pero no estaba a gusto. La casa de Lugnet le recordaba la de sus padres por el silencio y la tranquilidad. Tampoco sabíamos que tenía un gato que le hacía compañía, y que lo enterró en el jardín cuando murió el pasado verano.

Por lo visto no demasiado profundo, a juzgar por el olor.

Según el artículo, los niños de Rosenhill acostumbraban a molestarlo. Pero lo que más le enfurecía era que no le dejaran en paz en su propia casa. Eso es lo que ponía. Su casa. Finalmente supimos que Buda nunca tuvo la intención de hacerle daño a Jonas, pero temía acabar en la cárcel si lo dejaba libre. Sencillamente, tenía miedo.

También leemos una entrevista que le hicieron a Jonas justo antes de que se volviera a Dallas para ver a Gloria. (Todavía está allí, por lo que supongo que vuelven a salir juntos.) A lo que iba: el periodista le pregunta si no tuvo miedo cuando Buda lo encarceló en el sótano.

—Vaya una pregunta tonta —dice Dagge.

Naturalmente que tuvo miedo, sobre todo cuando la policía estuvo buscando en la casa mientras él estaba allí tumbado solo en la oscuridad, con los pies y las manos atados. Buda se mantuvo lejos aquellos días y no se atrevió a volver hasta que los coches de la policía y de los periodistas hubieron desaparecido. Por cierto, fue la misma noche que Dagge y yo fuimos allí para buscar a Jonas. Buda no le hizo daño, aparte de las rozaduras de las cuerdas que lo ataban. Le dio de beber y de comer, casi siempre golosinas y patatas fritas, y la mayor parte del tiempo tampoco le ponía la mordaza.

Al lado de la foto de Jonas había una imagen de Gloria. La calidad no era demasiado buena, pero su sonrisa lucía a pesar de la mala impresión.

«Dejé caer la foto cuando me arrastró hasta el sótano. Pensé que alguien la podía encontrar y reconocerla».

Doblo el periódico y Dagge y yo nos quedamos sentados en silencio un buen rato. La lluvia del otoño golpea la ventana de mi habitación. Dagge le da vueltas a su anillo de sello. Parece pensativo.

—Tengo que volver al Nido de Águilas.

—¿Qué vas a hacer allí?

No hemos estado allí desde aquella tarde. El Nido de Águilas pertenece al verano. Además el grupo se ha roto. Larsa y Pierre encontraron otros amigos. Nos vemos todos los días en clase, pero ya no es lo mismo.

—Tengo que ir a buscar la bici.

—La chatarra.

—La voy a arreglar.

—Si hubieras aceptado el dinero, podrías haberte comprado una bici nueva.

El día antes de que Jonas se fuera a Estados Unidos, su padre nos invitó a su casa a Dagge y a mí. Imaginamos que quería darnos las gracias, pero no habíamos contado con la recompensa. Cincuenta mil coronas para repartir entre Dagge y yo. Para sorpresa de todos, Dagge no la aceptó. Cuando el padre de Jonas le preguntó por qué no quería coger el dinero que tan honradamente se había ganado, Dagge contestó que no se lo merecía.

—¿Y eso por qué? —El padre de Jonas no podía creer lo que estaba oyendo—. Salvaste a mi hijo. De no ser por ti, es posible que Jonas no estuviera hoy aquí.

—De no ser por mí, a Jonas no lo hubieran encerrado. Se puede decir que estamos en paz.

Naturalmente, el padre no entendió lo que Dagge estaba diciendo, pero Jonas, que sí sabía de qué iba el asunto, tomó el cheque que tenía su padre y en voz baja y suplicante dijo:

—No seas tonto, Dagge. Haz lo que quieras con el dinero. Mándalo a la Cruz Roja, si quieres. Pero acéptalo.

Dagge se mantuvo firme.

—Mándalo tú a la Cruz Roja.

La cosa empezaba a ponerse fea y vimos que aquello había herido a Jonas. Yo sí que no tuve fuerzas para negarme. Además, ya había empezado a imaginarme las cosas que me iba a comprar.

—No quería ser desagradable con Jonas, no se trataba de eso.

Entonces ¿de qué se trataba? Dagge señala el titular de la portada.

—«Los héroes de Rosenhill». —Aparta el periódico—. No me siento un héroe. Simplemente estoy contento de haber hecho algo bien. ¿No lo entiendes?

Me encojo de hombros. Quizá, pero a mí me parece que, de todas formas, Dagge hubiera podido aceptar el dinero. No porque necesite una bicicleta nueva, o por Jonas, sino porque se merece la recompensa.

A mis ojos Dagge es un héroe y siempre lo será. Y luego, que diga lo que quiera.

MAGNUS NORDIN, fue profesor de inglés en un instituto, hasta dedicarse de lleno a la escritura. Edita sus propios libros. Es autor de novelas para niños y jóvenes de lo que siempre se ha llamado «de miedo». Suelen estar inspiradas en mitos y leyendas de la antigüedad.

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