—Si eso te recuerda a alguien que conoces, no puedo decir gran cosa de tus amigos. Jamás había visto una jeta tan fea.
—No es guapo, pero creo que esa bizquera siniestra se debe sobre todo a lo mal dibujado que está. Si no sabes dibujar, es muy difícil que los dos ojos miren en la misma dirección. Tapa uno, Charles… No, no el tuyo, el del retrato.
Parker lo tapó.
Wimsey volvió a mirar y movió la cabeza.
—De momento no lo reconozco —dijo—. A lo mejor no sé quién es, pero, sea quien sea, esta habitación nos dará alguna pista.
—Lo que a mí me indica es que esa chica se ha interesado por los crímenes y los experimentos químicos más de lo recomendable en sus circunstancias.
Wimsey se lo quedó mirando unos momentos.
—Ojalá pudiera pensar como tú.
—¿Y qué es lo que piensas tú? —preguntó Parker con impaciencia.
—No. Te he contado lo de George esta mañana porque los frascos de cristal son hechos, y los hechos no se deben ocultar —dijo Wimsey—. Pero no estoy obligado a contarte lo que pienso.
—Entonces, ¿no crees que Ann Dorland cometiera el asesinato?
—No lo sé, Charles. He venido aquí con la esperanza de que esta habitación me sugiriese lo mismo que te ha sugerido a ti, pero no es así. Es algo completamente distinto. Me ha sugerido lo que llevaba pensando todo este tiempo.
—Venga, ¿qué quieres que te dé por lo que piensas? —dijo Parker, en un intento desesperado por mantener la conversación en un tono jocoso.
—Ni aunque me dieras treinta monedas de plata —replicó Wimsey con tristeza.
Parker amontonó los cuadros sin pronunciar palabra.
Lord Peter juega la mano del muerto
—¿Quieres venir conmigo a ver a esa mujer, la enfermera Armstrong?
—¿Por qué no? —contestó Wimsey—. Nunca se sabe.
La enfermera Armstrong estaba en una clínica muy cara de Great Wimpole Street. No la habían interrogado aún porque acababa de volver, la noche anterior, de acompañar a una señora inválida a Italia. Era una mujer grandota, guapa, impasible, muy parecida a la Venus de Milo, y contestó a las preguntas de Parker tranquilamente, con naturalidad, como si le preguntaran sobre vendas o fiebre.
—Sí, agente. Recuerdo cuando llevaron a la habitación al pobre anciano, perfectamente.
A Parker le desagradaba por naturaleza que lo llamaran agente, pero un policía no debe consentir que esas cosillas lo molesten.
—¿Estuvo la señorita Dorland presente durante la entrevista entre su paciente y el general?
—Solo unos momentos. Le dio las buenas tardes al anciano y lo llevó hasta la cama, y después, cuando vio que los dos estaban bien juntos, salió.
—¿Qué quiere decir con que estaban bien juntos?
—Pues que la paciente llamó al anciano por su nombre y él contestó, le cogió la mano y le dijo: «Lo siento, Felicity. Perdóname», o algo parecido, y ella contestó: «No hay nada que perdonar. No te aflijas, Arthur…». Y él estaba llorando, el pobre viejo. Entonces se sentó en una silla, al lado de la cama, y la señorita Dorland se marchó.
—¿No hablaron sobre el testamento?
—No mientras la señorita Dorland estaba en la habitación, si se refiere a eso.
—Y si alguien hubiera escuchado detrás de la puerta, ¿podría haber oído lo que decían?
—No, no. La paciente estaba muy débil y hablaba en voz muy baja. Yo apenas podía oír lo que decía.
—¿Dónde estaba usted?
—Bueno, yo salí, porque pensé que querrían estar a solas, pero me fui a mi habitación y dejé la puerta abierta, y me asomé muchas veces. Es que ella estaba tan enferma, y el anciano parecía tan débil, que quería estar al tanto. En nuestro trabajo muchas veces tenemos que ver y oír cosas que no podemos contar.
—Por supuesto, enfermera… Estoy seguro de que hizo usted lo que debía. Y bien, cuando la señorita Dorland subió con el coñac, ¿el general se sentía muy mal?
—Sí… tuvo una crisis grave. Lo llevé al sillón y me quedé allí hasta que se le pasó. Pidió su medicina, y se la di… No, no eran gotas, era nitrato de amilo, que se inhala. Después toqué el timbre y le pedí a la chica que trajera coñac.
—Nitrato de amilo… ¿Está segura de que es lo único que tomó?
—Completamente segura. No había nada más. Naturalmente, había estado poniéndole inyecciones de estricnina a lady Dormer para mantener el corazón en funcionamiento, y lo habíamos intentado con oxígeno, pero eso no se lo podíamos dar a él, claro está.
Sonrió con aire competente, condescendiente.
—Y bien, dice usted que a lady Dormer se le había administrado esto, lo otro y lo de más allá. ¿Había alguna medicina por allí que el general Fentiman pudiera haber tomado por error?
—No, por Dios.
—¿Ni gotas ni pastillas ni nada por el estilo?
—Por supuesto que no. Las medicinas estaban en mi habitación.
—¿No había nada en la mesilla de noche ni en la repisa de la chimenea?
—Había una taza de Listerine diluido junto a la cama, para que la paciente se enjuagara de vez en cuando, pero nada más.
—Y el Listerine no lleva digitalina… No, claro. Y bien, ¿quién llevó el coñac con agua a la habitación?
—La criada fue a pedírselo a la señora Mitcham. La verdad es que yo debería haberlo tenido arriba, pero es que mi paciente no lo toleraba. Hay personas que no pueden.
—¿Se lo trajo la chica directamente?
—No… antes avisó a la señorita Dorland. Por supuesto, debería haber llevado el coñac enseguida y haber hablado con la señorita Dorland después… pero estas chicas hacen lo que sea con tal de no trabajar, como bien sabrá usted.
—¿Subió el coñac la señorita Dorland inmediatamente después de…? —empezó a decir Parker, pero la enfermera Armstrong lo interrumpió.
—Si está pensando en que ella pusiera la digitalina en el coñac, quíteselo de la cabeza, agente. Si el general hubiera ingerido una dosis tan alta en solución a las cuatro y media, se habría puesto enfermo mucho antes.
—Parece usted muy informada del caso, enfermera.
—Pues sí. Es natural que me interesara, puesto que lady Dormer era mi paciente.
—Claro. Pero, de todos modos, ¿la señorita Dorland le llevó a usted directamente el coñac?
—Eso creo. Oí que Nellie iba por el pasillo del rellano de abajo, y me asomé para llamarla, pero cuando ya tenía la puerta abierta vi a la señorita Dorland saliendo del estudio con el coñac en la mano.
—¿Y dónde estaba Nellie?
—Había llegado al otro extremo del pasillo y bajaba la escalera para ir a donde está el teléfono.
—A ese paso, la señorita Dorland no pudo estar más de diez segundos a solas con la copa de coñac —dijo Peter pensativamente—. ¿Y quién se lo dio al general Fentiman?
—Yo. Lo cogí de manos de la señorita Dorland y se lo di enseguida. Ya parecía sentirse mejor, y solo tomó un sorbito.
—¿Lo dejó solo entonces?
—No. La señorita Dorland salió al rellano para ver si ya había llegado el taxi.
—¿La señorita Dorland no se quedó a solas con él en ningún momento?
—Ni por un solo instante.
—¿Le resulta simpática la señorita Dorland, enfermera? Quiero decir, ¿es una chica agradable? —preguntó Wimsey. Parker se sobresaltó.
—Conmigo siempre ha sido muy amable —contestó la enfermera Armstrong—. Desde mi punto de vista, no es una chica precisamente hechizante, desde luego.
—¿La oyó hablar alguna vez sobre las disposiciones testamentarias de lady Dormer? —preguntó Parker, siguiendo lo que imaginaba la línea de pensamiento de Wimsey.
—Bueno… no exactamente, pero recuerdo que en una ocasión estaba hablando de su pintura y dijo que se la tomaba como un pasatiempo, porque su tía se ocuparía de que siempre tuviera suficiente para vivir.
—Es cierto —replicó Parker—. En el peor de los casos, se habría llevado quince mil libras, cantidad que, bien invertida, podría suponer seiscientas o setecientas al año. ¿Nunca mencionó que esperaba ser muy rica?
—No.
—¿Ni nada sobre el general?
—Ni media palabra.
—¿Estaba contenta? —preguntó Wimsey.
—Estaba triste, como es natural, con su tía tan enferma.
—No me refiero a eso. Es usted esa clase de persona muy observadora… He notado que las enfermeras son muy listas para esas cosas. ¿Le parecía una persona que se sentía a gusto con su vida, digamos?
—Era muy callada, pero sí, yo diría que se sentía satisfecha de las cosas.
—¿Dormía bien?
—Sí, dormía profundamente. Costaba trabajo despertarla si se la requería por la noche.
—¿Lloraba con frecuencia?
—Lloró mucho por la muerte de la señora. Tenía muy buenos sentimientos.
—Derramó sinceras lágrimas y tal. ¿No se tiraba por los suelos pegando alaridos ni nada de eso?
—¡No, por Dios!
—¿Cómo andaba?
—¿Que cómo andaba?
—Sí. ¿Iba mustia, por así decirlo?
—No, rápida y enérgica.
—¿Cómo era su voz?
—Pues era una de las cosas agradables que tenía. Bastante profunda para una mujer, pero con una especie de melodía. Musical —añadió, con una risita—, como dicen en las novelas.
Parker abrió la boca y volvió a cerrarla.
—¿Cuánto tiempo se quedó usted en la casa después de la muerte de lady Dormer? —continuó Wimsey.
—Esperé hasta el funeral, por si acaso la señorita Dorland necesitaba a alguien.
—Antes de marcharse, ¿oyó algo sobre el problema de los abogados y los testamentos?
—Un día estuvieron hablando abajo, pero la señorita Dorland no me dijo nada personalmente.
—¿Parecía preocupada?
—Yo no se lo noté.
—¿Había amigos con ella?
—En la casa, no. Una tarde fue a ver a unos amigos… creo que la tarde antes de que yo me marchara. No dijo quiénes eran.
—Comprendo. Gracias, enfermera —terminó Wimsey.
Parker no tenía más preguntas que hacer y se despidieron.
—En fin… ¿cómo puede gustarle a nadie la voz de esa chica? —dijo Parker.
—¿Te has fijado? Se está confirmando mi teoría, Charles. Ojalá no. Ojalá me equivocara. Me gustaría que me mirases con lástima y me dijeras: «Ya te lo decía yo». Puedo decirlo más alto pero no más claro.
—¡Al cuerno con tus teorías! —exclamó Parker—. Me parece a mí que vamos a tener que olvidarnos de la idea de que al general Fentiman le dieron esa dosis en Portman Square. A propósito, ¿no decías que habías conocido a la chica en casa de los Rushworth?
—No. Dije que esperaba conocerla, pero no estaba allí.
—Vaya. Bueno, pues de momento no hay nada más. ¿Y si comemos algo?
Y en ese momento doblaron la esquina y se dieron de bruces con Salcombe Hardy, que salía de Harley Street. Wimsey agarró bruscamente a Parker por el brazo.
—Me he acordado —dijo.
—¿De qué?
—A quién me recuerda ese retrato. Luego te lo cuento.
Al parecer, Sally también iba pensando en la manduca, y tenía cita con Waffles Newton en el Falstaff. Así que se fueron todos al Falstaff.
—¿Qué? ¿Cómo va eso? —preguntó Sally, que había pedido ternera con zanahorias hervidas.
Dedicó una límpida mirada a Parker, que movió la cabeza.
—Es muy discreto, tu amigo —dijo Sally dirigiéndose a Peter—. Supongo que la policía está siguiendo una pista… ¿o hemos llegado al punto en el que están completamente despistados? ¿O decimos que hay una detención inminente?
—Cuéntanos tu versión, Sally. Tu opinión es muy respetable.
—Ah, mi opinión. Pues lo que opináis vosotros, lo que opina todo el mundo. La chica estaba confabulada con el médico, por supuesto. Es evidente, ¿no?
—Podría ser —replicó Parker con prudencia—. Pero no es fácil demostrarlo. Desde luego, sabemos que los dos coincidían a veces en casa de la señora Rushworth, pero no hay pruebas de que se conocieran bien.
—Pero pedazo de bruto, si ella… —soltó Wimsey, y cerró la boca con un chasquido—. No, ni hablar. Tendréis que averiguarlo vosotros.
Se le iban esclareciendo las ideas, a oleadas. Cada chispa de luz encendía otras miles. De repente se iluminaba una fecha, y después una frase. Su mente se habría relajado por completo de no haber sido por aquella molesta incertidumbre en el núcleo mismo del problema. Lo que más le preocupaba era el retrato. Pintado como un testimonio, para recordar unos rasgos queridos… y arrinconado contra una pared, lleno de polvo.
Sally y Parker estaban hablando.
—… Una certeza moral no es lo mismo que una prueba.
—A menos que podamos demostrar que conocía los términos del testamento…
—… ¿Por qué esperar hasta el último momento? Podrían haberlo hecho tranquilamente en cualquier ocasión…
—Seguramente pensaron que no hacía falta. La anciana podía haberlo enterrado con facilidad, de no haber sido por la neumonía…
—Así y todo, tuvieron cinco días.
—Sí… pero supongamos que ella no se enteró hasta el día en que murió lady Dormer…
—A lo mejor se lo dijo entonces. Se lo explicó… al ver que era una probabilidad.
—Y la Dorland preparó la visita a Harley Street…
—… Más claro, agua.
Hardy se echó a reír.
—Debieron de llevarse un susto de padre y muy señor mío cuando el cadáver apareció a la mañana siguiente en el Bellona. Supongo que pondrías a caldo a Penberthy por lo del
rigor mortis
, ¿no?
—Naturalmente, él echó mano de la discreción profesional.
—Ya la soltará ante el tribunal. ¿Admite conocer a la chica?
—Dice que solo la conoce de haber hablado unas cuantas veces con ella. Habría que encontrar a alguien que los haya visto juntos. ¿Os acordáis del caso Thompson? Se resolvió gracias a la entrevista en el salón de té.
—Lo que yo quiero saber es por qué… —empezó a decir Wimsey.
—¿Por qué qué?
—¿Por qué no llegaron a un acuerdo?
No era lo que iba a decir, pero se sintió frustrado y esas palabras le sirvieron como cualesquiera otras para terminar la frase.
—¿O sea? —preguntó Hardy.
Peter se lo explicó:
—Cuando se planteó la cuestión de la supervivencia, los Fentiman estaban dispuestos a llegar a un acuerdo para repartirse el dinero. ¿Por qué no accedió la señorita Dorland? Si estáis en lo cierto, eso habría sido lo más sensato; sin embargo, fue ella la que se empeñó en lo de la investigación.
—Eso no lo sabía yo —dijo Hardy, fastidiado. Le estaban saliendo montones de «informaciones» aquel día, y al día siguiente probablemente detendrían a alguien y él no podría utilizarlas.